Siempre en el entonces

Written by Libre Online

31 de enero de 2023

Por J. A. Albertini, especial para LIBRE

PARÉNTESIS

Ves,

hoy hace brisa.

La tarde está tranquila.

El sol me habla de ti a boca llena

y sonriente.

Roberto Jiménez Rodríguez.

Del poemario Si yo te hablara…

La enfermera de turno se acerca a la anciana que reposa en el reclinable. En la mano derecha trae un vaso  desechable de plástico transparente que contiene algo más de dos líneas de un líquido espeso y rojizo. Sonríe y dice. 

— ¡Es un día precioso! Veo que disfruta de la terraza y la vista del jardín. Es hora que tome su medicina —y con amabilidad extiende la mano con el vaso.

La anciana efectúa un mohín de desagrado y la enfermera con firme amabilidad le recuerda.

—El doctor ha dejado instrucciones precisas. Este medicamento es el encargado de regular los latidos de su corazón. No sabe tan mal —comenta e insiste con el vaso.

El rostro de la anciana refleja resignación. Con mano vacilante sujeta el recipiente. Observa la sustancia y con energía inusitada se empina el brebaje.

— ¡Así es como se hace, de un solo golpe! —la enfermera exclama y le alcanza una servilleta de papel. La anciana se limpia los labios y arruga, entre los dedos de la mano derecha, la servilleta.

La enfermera le acaricia la cabeza de escasos pelos blancos. Mira hacia el jardín y observa.

— ¡Y cómo hay mariposas de colores! ¡Qué alas tan alegres! —profiere y escruta las facciones de la anciana.

La anciana olvida el mal trago del medicamento. Envuelve a la enfermera en ojos húmedos de comprensión y los surcos de su cara se allanan en una sonrisa de porvenir.

— ¡Y pensar que ayer parecía que el mundo se acababa! Relámpagos, truenos, aguaceros y viento… Y hoy; ¡mire hoy que preciosidad de día! — la enfermera resalta. Enfrenta a la anciana y asegura. —De la manera en que las mira sé que le agradan las mariposas. ¿Le gustaría tener alas de mariposa…? —La sugerencia le causa risa. Con una caricia se despide de la anciana. En el trayecto, en busca del  paciente próximo, se le ocurre la idea que, entre dientes, deja escapar: ¡Y a quién no le gustaría!

La anciana sigue a la enfermera hasta que desaparece de su campo visual: 

¡De dónde habrá sacado que no tengo alas!, piensa y una sonrisa confiada crece en su interior.  

**********                  

El fin de semana antes de la partida de Cenia fueron horas de emociones intensas. Con tiempo escaso quisieron llenar el espacio íntegro de sus vidas y preservar, como tesoro o talismán convocatorio, una brizna del sentimiento que, seguro de sí mismo, estaba presto a esperar por la unión deseada o el retorno de la existencia. 

A propuestas de Rodolfo, la tarde previa a la separación, escalaron la loma de elevación mediana, laderas con vegetación de sabana y cumbre amplia en la que se plantaba una fila de caobas.

Rodolfo en el ascenso, para auxiliarla, le tomaba una u otra mano. Cenia se dejaba pero a ratos, imbuida de cierta vergüenza, rehuía el sostén. Con la respiración alterada, los cuerpos sudorosos y miradas de anhelos, llegaron a la cima y buscaron el amparo de los árboles maderables. Una brisa de verano, que tintineaba en el follaje de hojas verdes y duras, bajó e impuso su caricia.

Rodolfo levantó el brazo derecho y con la manga de la camisa enjugó el sudor de su frente. Del bolsillo trasero del pantalón extrajo un  pañuelo azul y se lo alcanzó a Cenia. Sonrió y dijo.

—Desde que te conocí quise compartir este lugar contigo.

Ella se pasó el pañuelo por el rostro húmedo y arrebolado de calor.

— ¿Por qué este lugar y conmigo? —respondió con una pregunta.

—De muchacho y adolescente, a veces solo, acostumbraba a trepar la loma. En otras ocasiones en compañía de amigos y condiscípulos de escuela. Solíamos  jugar a los trompos, empinar papalotes, hacernos travesuras, propias de la edad, y soñar con el futuro. Por entonces todos teníamos un futuro envidiable.

—Hablas como si fueses un hombre mayor y desencantado.

—No puedo negar que tu partida me trae melancolía.

—Tienes la impaciencia de tus ideas revolucionarias y políticas. —Cenia dijo y frunció los labios. Asomó una sonrisa ambigua y apuntó. —Todo en la vida tiene un  tiempo y un por qué. Te dije que antes del siguiente verano pienso regresar. De mi parte, si no surgen inconvenientes, es una decisión tomada. Bien que tú, en los próximos meses, podrías viajar al extranjero y visitarme. Eso ayudaría —sugirió. 

—Aquí la dinámica social está tomando un camino que apunta a un desenlace no muy lejano, pero que realmente nadie puede prever en qué fecha exacta sucederá No debo, si quiero para el país un futuro de inclusión ciudadana total, ausentarme en pleno fragor. Tampoco he pedido que dejes tus estudios.

—No fue mi intención recriminarte. Dije lo que dije porque te vi triste  —se disculpó.

—Ambos nos recriminamos. Son situaciones del amor. El amor joven si no tiene un toque de egoísmo no es verdadero —Rodolfo concilió.

(Continuará la semana próxima)

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