El entierro del enterrador

Written by Libre Online

5 de julio de 2023

Capítulo II

Por J. A. Albertini, especial para LIBRE

La llovizna blanda gana fuerza y un viento helado azota el follaje de los árboles cercanos.

La compañera del desconocido, de aspecto casi infantil, todavía con las bragas en las manos se repone del susto inicial. Regresa y se atraviesa entre los contendientes.

-¡No Aquilino…! ¡No lo mates que vas a desgraciar el día de nuestra boda! -chilla y agita los brazos.

-Quítate del medio Susanita… -con las mandíbulas apretadas y tono amenazador, demanda el llamado Aquilino.

La penumbra del ocaso se densa y pone una pincelada irreal en la lluvia que chorrea los pelos, castiga las tumbas y pega la ropa a los cuerpos.

Generoso, cauto, palpa la parte trasera de su cintura. Allí, terciado entre la camisa y la faja, suele llevar un cuchillo dentro de una vaina, pero esta vez no lo trae. Se lo dejó a Candelaria para que lo afilara, ya que es el arma que utiliza para sacrificar y preparar el cerdo que, año tras año, cría y ceba con miras a que aporte la rica carne asada; plato principal en la tradicional cena de Nochebuena.

Generoso, fiel a una práctica heredada de abuelos y padres, acostumbra a matar el cerdo, entre tragos de ron o aguardiente, al oscurecer del día veintitrés de diciembre. A la medianoche lo adereza con sal, ajo y zumo de naranja agria. Empapado en el adobo el cuerpo del animal queda en reposo hasta la mañana siguiente, cuando Generoso y Candelaria comienzan a asarlo, socorridos por vecinos, amigos y chiquillos del barrio con los que comparten bromas, golosinas navideñas y tragos de licor.

«No tengo con que defenderme y este tipo es capaz de cualquier cosa»; Generoso cavila preocupado. Abandona la expresión huraña y conciliador pregunta.

-¿Es cierto que son recién casados?

-Estábamos a punto de formular los votos matrimoniales cuando usted osó interrumpir ceremonia tan sagrada -Aquilino contesta resentido y ampuloso.

-¡Matrimonio en un cementerio…! Yo lo que vi es que estaban templando -dice impensado.

—¡Ah, cobarde descreído! -Aquilino lo increpa y levanta la navaja.

-¡Por tu madre Aquilino…! -Susanita implora sacudida por los sollozos.

-Aquilino, yo no quise meterme con ustedes -Generoso, como táctica de acercamiento, lo tutea-. Tienes que entender que esto es un cementerio y que mi trabajo es enterrar muertos y cuidar el lugar. ¡Trata de comprender! -insiste.

—El hombre tiene razón -Susanita media.

La mano que buscaba el cuchillo sigue bajando y toca la caneca de aguardiente que lleva en el bolsillo del pañuelo.

—Vamos a olvidar lo que pasó. Mañana es Nochebuena y los invito a un buche -Generoso propone y muestra el recipiente de licor.

Aquilino afloja las mandíbulas e indaga.

-¿Qué tomas?

-Aguardiente.

-¿Qué marca?

-Creo que «Cuadrado» -responde intrigado. -Yo soy el químico de la licorería «Cuadrado» -confiesa con orgullo.

-¡Vaya, vaya! ¡Quién lo iba a decir! -el sepulturero comenta sorprendido. Ingiere un trago largo y le ofrece a la pareja.

Aquilino con un preciso movimiento de mano y muñeca, cierra la navaja y aferra la caneca. Se la lleva a los labios; echa la cabeza hacia atrás y deja que la fuerte bebida juegue con su nuez.

«¡Coño, que tragón es!»; Generoso piensa.

-Acaba de ponerte los pantalones y deja aguardiente para mí -Susanita exige con sorna humorística que contradice su patetismo anterior.

Aquilino dibuja una sonrisa de justificación. Le alcanza la caneca a la joven y como niño tomado en falta se sube los calzoncillos y los pantalones que destilan agua.

Generoso, achispado por el aguardiente y la tensión que aminora, ríe de buena gana y desata la curiosidad.

-No entiendo… ¿Por qué en el cementerio? Tampoco veo notario o cura.

-No hacen falta-Aquilino afirma-. Leí algunos versículos escogidos y tomamos a Dios por testigo -dice y muestra su maltratada biblia de bolsillo.

-¿Eres un predicador protestante? -Generoso aventura.

-No exactamente, aunque soy hombre de fe -contesta en tono enigmático.

Susanita le devuelve la caneca a Generoso.

-¡Caramba!, no hay más -se lamenta volteando el recipiente.

-¡Dios proveerá! Por algo soy el químico de la licorería «Cuadrado» -Aquilino se ufana.

-¿Tienes aguardiente? -el sepulturero se aviva.

-Susanita, ¿dónde dejaste el maletín?

(Continuará la semana próxima)

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