El entierro del enterrador

Written by Libre Online

11 de julio de 2023

Capítulo II

Por José A. Albertini

Al reclamo de Aquilino la joven busca al pie de unas jardineras. De allí saca un pequeño maletín de mano, fabricado con material impermeable.

-¿Tienes o no tienes aguardiente? -Generoso insiste.

Aquilino, parsimonioso, toma el maletín y con sonrisa beatífica descorre la cremallera.

-¡Cuidado que se moja la ropa interior! -Susanita prevé.

Aquilino la mira con severidad.

-¿Qué haces con el bloomer en la mano? Acaba de ponértelo que este señor puede pensar mal de nosotros.

-¡Pensar!, yo no pienso nada -Generoso exclama socarronamente.

Susanita enrojece de timidez. Aprieta las bragas entre sus manos y pronunciando una disculpa ininteligible se refugia detrás del panteón.

Aquilino introduce la diestra en el maletín. Hurga entre las prendas de vestir y proclama triunfal.

-¡Aquí están! Una botella de aguardiente y otra de ron -las exhibe agarradas por el gollete.

El enterrador por primera vez, desde la sorpresa del encuentro fortuito, sonríe con placer sincero.

-¿Qué prefieres, ron o aguardiente? -Aquilino, gentil, se interesa.

-Pocas veces tomo ron. Es más caro que el aguardiente -Generoso confiesa-. Así que si me invita tomaré ron -completa tras una breve vacilación.

Aquilino, propinando varios golpes hábiles en el fondo del recipiente, hace saltar el corcho. Después se lo extiende a Generoso.

El enterrador, instintivo, limpia la boca de la botella y bebe con satisfacción.

-¡Buen ron! -dice complacido.

-Como que lo hago yo -Aquilino recalca.

Susanita reaparece y se queja.

-Estoy empapada y tengo frío; ¡mucho frío!

Generoso que no ha devuelto la botella toma un segundo trago. 

Luego les propone con familiaridad.

-Vengan a mi casa. Vivo detrás del cementerio. Mañana es Nochebuena y en cuanto llegue a la casa voy a matar un puerquito.

Aquilino y Susanita intercambian una mirada inteligente.

-¡Vengan! -Generoso persevera-. Están muy mojados. En la casa mi mujer y yo les prestamos ropa seca y tú -se dirige a Aquilino -me ayudas a matar y adobar el puerco. Mañana temprano empiezo a asarlo en puya.

-¡Pues vamos! -Aquilino decide y recupera la botella de ron.

Apenas queda luz diurna. El agua no cesa de caer y un viento frío presagia una baja de las temperaturas, cuando Generoso arriba a su vivienda en compañía de los nuevos amigos.

Efectuada la presentación de rigor, Candelaria observa.

-¡Están empapados! Tienen que ponerse ropa seca.

-Hasta que no mate y prepare el puerco no me cambio -Generoso anuncia.

-Yo tampoco me cambio. Primero el puerco -Aquilino lo apoya.

-Van a coger catarro -Candelaria previene.

-Con esto no hay catarro que entre -Aquilino dice y coloca encima de la tosca mesa del comedor las dos botellas de licor.

-Mi hijita, es mejor que te quites esa ropa mojada -Candelaria, con voz maternal, le pide a Susanita.

Generoso, a la claridad de la bombilla eléctrica que cuelga en mitad del modesto comedor, por primera vez, con detenimiento repara en Susanita.

La joven es de cuerpo menudo, pero bien proporcionado. Posee la faz redonda con ojos de color café y mirar aniñado. El cabello largo y castaño oscuro lo lleva recogido en una cola que cae en mitad de su espalda. Viste blusa blanca con falda holgada de color azul marino y calza mocasines negros con medias también blancas y tupidas que resaltan la feminidad de sus piernas.

-Quiero ayudar en los preparativos del puerco -Susanita resuelve.

-¡Qué caray! Que nadie se cambie de ropa -Candelaria desiste del empeño.

-Antes de ofrecer a Dios el sacrificio del cerdo tomemos un trago -Aquilino propone con inflexiones de sacerdote supremo.

Candelaria trae vasos y escancia lo que resta de la botella de ron.

Descorchan la de aguardiente y los hombres van por el animal, mientras las mujeres atizan el fuego de la hornilla de carbón donde se calienta un cubo con agua.

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