Esteban Fernández Roig Jr.

Crecí en una casa tranquila, sin tormentos, sin broncas y sin peleas.

Mi padre era político, procurador público, simpático, jodedor, tomador y súper cariñoso. Ni una sola vez en mi vida lo vi bravo ni gritando.

Mi madre era tranquila, ama de casa, y súper familiar. Nada era más importante para mi mamá que su hogar, nosotros sus hijos y la inmensa familia Gómez.

El delirio de mi padre era la política, lo catalogaban como “uno de los hombres que más sabía de política en la provincia de La Habana”.

Ayudó muchísimo a mi primo Jaime Quintero a lograr ganar la alcaldía de Güines y este lo recompensó haciéndolo su segundo como Secretario de la Administración Auténtica.

Mi madre era absolutamente apolítica, le encantaba ir a visitar a todo su familión, a sus sobrinos Jaime, Roberto, Justico, Juvenal, Julita, Armandito, Carlitos y Walquiria, a las hermanas Carabeo, adoraba a sus hermanos Carlos, Memo, Yota, Angélica, Chacha, y a su tía América.

Le encantaban los cantantes Blanca Rosa Gil y Manolo Fernández “el Caballero del Tango” y disfrutaba de ir a ver las vidrieras de los comercios alrededor del parque, sobre todo en esta época navideña.

Mis padres se llevaban súper bien, aunque nunca vi ningún gesto apasionado entre ellos. Si los tenían eran en la intimidad.

Ambos me dieron mucho amor, muchos abrazos, muchos besos.

Mi padre me habló muchísimo, tanto es así que sin su adoctrinamiento constante yo no hubiera podido escribirles a ustedes ni una cuartilla.

Mi madre me impidió hablar mal de ningún güinero, porque si comenzaba a iniciar una crítica me paraba en seco diciéndome: “Oye, Estebita, cuidadito, que ese es primo tuyo”..

Mientras tanto, jamás y nunca, vi a mi padre maldecir ni odiar a nadie, hasta el 26 de julio del año 53 cuando inició un odio acérrimo contra un tipejo y me lo inculcó a mí. Y la historia ha demostrado que ese desdén era justificado.