En una pequeña aldea de los Alpes Suizos, Hans, un simpático anciano de más de 80 años, jardinero de profesión, se había convertido en la atracción de los turistas. Su aspecto bonachón, su buen humor, y sobre todo, su sabiduría natural, hacían que todos quisieran pasar un tiempo con él, mientras trabajaba la tierra y mantenía los jardines de la plaza del pueblo.
Un día, llegó un contingente de ejecutivos, de paso hacia una convención. Atraídos por la belleza natural, tomaron y pasearon, y, de regreso, descansaron en la plaza.
Al ver que estaba rodeado de niños, jóvenes, adultos y ancianos, se acercaron a ver qué pasaba.
Y allí estaba Hans, respondiendo las preguntas que le hacían, con parábolas sobre su profesión de jardinero y la vida. Entonces, les dijo: “La vida es un jardín. Lo que siembres en ella, eso te devolverá. Así que elige semillas buenas, riégalas y con seguridad tendrás las flores más hermosas. Cada acto, palabra, sonrisa o mirada, es una simiente.
Procura, entonces, que caiga tu simiente en el surco abierto del corazón de los hombres y vigila su futuro. Procura, además, que sea como el trigo que da pan a los pueblos, y no produce espinas y cizaña que dejan estériles las almas.
Muchas veces sembrarás en el dolor, pero esa siembra traerá frutos de gozo. A menudo sembrarás llorando, pero, ¿quién sabe si tu simiente no necesita del riego de tus lágrimas para que germine? No tomes las tormentas como castigos.
Piensa que los vientos fuertes harán que tus raíces se hagan más profundas, para que tu rosal resista mejor lo que habrá de venir. Y, cuando tus hojas caigan, no te lamentes; serán tu propio abono, reverdecerás y tendrás flores nuevas.
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