No conocía a aquella anciana, simplemente fui a su casa a entregarle una carta de su hija, que vive fuera de su país y a la que no había visto por varios años. Allí nos recibió una buena mujer, su nuera, que vivía en la misma casa con su esposo, el hijo de la viejita. Sobre una pobre cama permanecía acostada tras haber sido sometida a una operación de caderas haciendo reposo el mayor tiempo posible. Caminaba muy poco, pero su mente estaba muy alerta.
Desde su colchoneta nos saludó con una sonrisa y no tardó en preguntarnos de donde éramos. Mi esposo y su hermana habían nacido en el campo en donde ella antes vivía y habían pasado su niñez en aquel vecindario. Muy pronto comenzaron a aflorar recuerdos que eran comunes a ambos, visitantes y residentes y se estableció una animada conversación. No se podía pasar por alto la bien alcanzada fama que tenía como “la mujer que corta los rabos de nube.” La gente decía que ella hacía un conjuro y que los tornados se desintegraban antes de tocar la tierra. Jocosamente, la hermana de mi esposo le hizo saber el comentario de aquella gente. Ella rió. Todos nos miramos intrigados. ¿Qué secreto guardaba aquella diminuta anciana que lograba algo tan extraordinario? ¿Sería bruja? Ella me leyó el pensamiento.
_ Mucha gente pensaba que yo era bruja_ dijo, e inmediatamente agregó con una sonrisa_ pero yo no hacía nada de eso, no hacía ni magia ni nada.
_ ¿Que usted hacía? – Le pregunté yo, que de todos los que habíamos allí, era la única que no pertenecía al lugar.
Ella trató de incorporarse muy animada y con voz segura a pesar de su edad y su condición comenzó a contarnos.
_ Cuando veía venir un rabo de nube, yo salía para afuera y agarraba una tijera apuntando hacia arriba directo a donde se veía … y el rabo de nube se desintegraba.
_ ¿Eso nada más?- preguntamos todos estupefactos.
_ Eso nada más.
_ ¿Y usted que pensaba en ese momento? ¿Qué la movía a hacer eso?- pregunté incrédula.
_ Yo veía venir el rabo de nube allá lejos y me decía, “fíjate si viene ese monstruo para acá, acaba con todo. Y hay tantos niños aquí. Si viene un rabo de nube, se les caen las casas, se pueden morir muchos niños inocentes y muchas madres también. Y los campesinos que están en el campo trabajando para mantener a su familia pueden perder la vida. ¿Y los animales, las vacas, las gallinas, los puercos…? Si el rabo de nube se lleva a los animales, los niños van a pasar hambre. Va a haber mucho sufrimiento. No, no, no, eso no se puede permitir, de ninguna manera puedo permitir que eso ocurra” y salía y agarraba mi tijera y con estos dos ojos miraba al rabo de nube a lo lejos y le decía “Con dos te miro y con tres te espanto, con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.”
En un tiempo aquello se desintegraba. Siempre hacía eso. Ya todo el mundo después me venía a buscar “Por ahí viene un rabo de nube”, me decían y allá salía yo con mis tijeras y lo cortaba. No había rabo de nube que pasara por aquí. Todos se cortaban. La gente pensaba que yo hacía brujería, pero no, ni brujería ni magia, nada de eso.
Sin darse cuenta, la bendita mujer ponía en práctica algo que nadie más concebía. Aparte de que sentía compasión hacia el dolor y el sufrimiento de los más débiles y necesitados, no se dejaba llevar ni por el miedo ni por el conformismo. Eso es lo que la movía a pronunciar palabras de autoridad con fe, con seguridad dándole toda la potestad a una fuerza espiritual superior
creadora y todopoderosa. Tenía la convicción de que lo que ella estaba haciendo daría buen fruto que tendría su implicación: el que se mantuviera la paz y la seguridad de su pueblo.
Ante esta fe, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo hacen el milagro. Posiblemente ese haya sido el principio que obraba en Jesus cuando él calmaba la tempestad: la compasión y la determinación. ¿Y para que le hacían falta las tijeras a la mujer que cortaba los rabos de nube? Ella las usaba solo como un acto de fe.
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