Manuel García Ponce ¿Bandolero o patriota?

Written by Libre Online

19 de mayo de 2021

Por Gustavo Tápanes
Especial para LIBRE

Manuel García Ponce, nacido en 1850 en la finca Guayacán, barrio Estante, municipio Unión de Reyes, Matanzas, Cuba, más conocido como el Rey de los campos de Cuba, tuvo una existencia dramática y casi legendaria.

Algunos lo califican como bandolero y otros como un hombre que murió como patriota e independentista, gracias a una evolución ideológica que duró largos años de su vida y la hizo cambiar completamente.

El se identificaba a sí mismo como Rey de los campos y cacique de toda la isla de Cuba. Se le atribuyó carácter de separatista, mantuvo correspondencia con los revolucionarios de Cuba y de Cayo Hueso. Pobladores de aquella época cuentan que el dinero que obtenía de los secuestros que realizaba a las personas adineradas lo asignaba a la compra de armas y municiones para la revolución y ayudar a los campesinos.

Traslado a la provincia de
La Habana

En los años 70 su familia se trasladó a Quivicán, pero el desarrollo de sus actividades en la región habanera nunca lo limitó de contactos y relaciones con su región natal, donde poseía familiares y amigos que eran colaboradores y protectores de su partido.

Para burlar la persecución a que estaba sometido, Manuel García dividió su partido en tres grupos que operaban en diferentes zonas de la Provincia de La Habana: la primera, mandada por él, se movía entre Quivicán y Güines; la segunda, mandada por Domingo Montelongo, entre San Nicolás y Nueva Paz; y la tercera, mandada por Andrés Santana, cubría la zona entre San Antonio de Cabezas, Alfonso XII y Bolondrón; ésta la integraban Víctor Cruz Alonso, Tomás Cruz Barroso, Pablo Gallardo y el mulato José Rosales.

Imagen modificada

En una investigación realizada a lo largo de varios años por los periodistas Jorge Petinaud y Raúl Rodríguez, se afirma que los servicios de inteligencia y contrainteligencia españoles fueron los primeros en endilgar a Manuel García el calificativo de bandolero, bandido y malhechor, y que luego, repitiendo superficialmente cada calumnia, escritores y periodistas de distintas generaciones contribuyeron a dar una imagen deformada de este personaje tan pintoresco de la historia de Cuba.

En 1876 Manuel García sirvió de guía en San Felipe a una expedición enviada desde Cayo Hueso por Francisco Vicente Aguilera, aunque según afirman los investigadores anteriormente citados, no se puede asegurar que haya actuado entonces movido por profundas concepciones políticas e ideológicas, como se sabe que sí lo hizo a partir del año siguiente.

Condenado a prisión

A finales de esa década fue a prisión tras un altercado con un acalde que le faltó el respeto a su esposa. Tiempo después sorprendió a su padrastro golpeando a su madre, y le asestó al agresor un machetazo que lo dejó tendido, pero no muerto como se ha asegurado en otras versiones. Para no volver a la cárcel huyó al monte, donde se vio involucrado en hechos delictivos al vincularse a un tal Cristóbal Días, quien se dedicaba a actividades ilícitas.

Sus proezas

En 1885 viajó a Estados Unidos, donde trabajó en Cayo Hueso en una tabaquería. Allí realizó contacto con veteranos independentistas. En 1887 llegó en balandro Delphine a Puerto Escondido, al nordeste de La Habana, integrando un destacamento formado por cuatro personas, a cuyo frente Manuel quedó, al morir en combate contra los españoles el capitán del Ejército Libertador que estaba al frente del grupo.

Manuel García no solo viajó a Cuba en una expedición posterior a la Guerra Chiquita, sino que entre 1887 y 1895 mantuvo en pie el espíritu independentista y no dio tregua a un contingente de soldados españoles que lo perseguían por las provincias occidentales y en Las Villas, y cumplió la misión de mantener en jaque a las tropas coloniales, destruir propiedades enemigas y recaudar fondos para la lucha.

José Martí en una ocasión rechazó ocho mil pesos que le envió García, y que eran producto de un rescate cobrado por causa de un secuestro. Manuel García pidió a Martí que aceptara su donativo para la causa, pero el Apóstol aclaró a Juan Gualberto Gómez, quien actuaba como intermediario en dicha transacción, que le dijera al remitente que no tomara la negativa como un desaire, pero que la Revolución no se solidarizaba con su vida anterior, y agregó que si la guerra revolucionaria estallaba, ya tendría el señor García oportunidad de mostrar sus condiciones de patriota.

Martí actuó de esta manera porque siempre veló con celo sumo por la pureza de la Revolución, pero también porque deseaba acicatear a Manuel García —cuyos valores reconocía con su habitual ojo sabio— a cambiar su forma de vivir y convertirse en un hombre de pro, ya que en aquellos momentos precisamente García era objeto de una campaña sistemática en su contra a través de los medios de difusión del gobierno español colonial.

En realidad, a Manuel García se le consideraba entre los emigrados cubanos de los Estados Unidos como un rebelde contra la autoridad de España.

Valoración realizada por
José Manuel Carbonell

De él escribió José Manuel Carbonell en el Diario de La Marina:

«Conocía el monte como su propia casa, y entre los sencillos habitantes del campo tenía amigos, confidentes y encubridores que lo orientaban y mantenían enterado de los movimientos de sus perseguidores. Fue admirado y querido por cuantos de cerca le trataron. Bajo la capa del malhechor, lanzado en la vorágine del mal por circunstancias imprevistas, palpitaba el corazón de un patriota que soñaba con la redención de su tierra. Porque Manuel García — hay que decirlo por la verdad de la Historia— fue un bandolero patriota que cometió desafueros por las necesidades mismas de su oficio, pero que repartía el bien a manos llenas con el producto de sus ilícitas aventuras, y pensaba en la patria, a la que quiso ayudar y ayudó con su dinero y con su persona, y a la que ofrendó su vida (…).»

Su muerte

El 24 de febrero de 1895 se producía en la provincia de Matanzas y al este de Cienfuegos, cuatro alzamientos: el de Ibarra con Juan Gualberto Gómez y Antonio López Coloma; el de Jagüey Grande, con Martín Marrero y los hermanos Rodríguez; en el Seborucal, con Manuel García y el de Aguada de Pasajeros con Joaquín Pedroso.

El 24 de febrero de 1895

En Seborucal, Ceiba Mocha, seTealizó un alzamiento ese día 24 de febrero, aunque muy discutido históricamente, la forma en que sucedieron los hechos. Manuel García Ponce «Rey de los Campos de Cuba», temido por los españoles y terratenientes, hacendados ricos, pro coloniales; hacía tiempo estaba preparado para incorporarse a la lucha, según el propio Martí le manifestaba a Juan Gualberto Gómez y a Máximo Gómez, en carta a Francisco Carrillo, se refiere a él como «…un hombre con el que se puede contar si hace falta». Ese día, Manuel García, acompañado de 40 a 50 hombres, armados y montados, se presenta en la tienda «El Seborucal».

El día 23, en el poblado de Seborucal, Manuel García se alzó con unos cuarenta hombres y emprendió la marcha rumbo a Ibarra dando vivas a Cuba libre. Alrededor de las ocho de la noche llegó a Ceiba Mocha e hizo un alto en la tienda del pueblo para abastecerse y, en nombre de la República de Cuba, le pidió al dueño, José Fraguera, dinero y las provisiones necesarias para sus hombres. El Rey de los campos de Cuba le extendió a Fraguera un recibo por los 90 centenes, 3 luises y 60 pesos plata que le entregó. Cuando se disponían a continuar viaje, llegaban el sacristán de la iglesia de Jaruco Felipe Díaz de la Paz y el guardia civil del mismo pueblo Vicente Pérez, para tomar unas cervezas en la tienda. Comenzó un tiroteo. El guardia fue herido y huyó, pero el sacristán, que también estaba armado, disparó sin tino sobre el grupo cubano alcanzando a Manuel García, quien cayó muerto del caballo. El mulato José Plasencia, al ver a su jefe en el suelo y ensangrentado salto sobre el acolito y lo mató a machetazos. Esta es la versión más difundida y que, con los estilos y talentos propios de cada periodista, publicaron los principales diarios en aquellos días.

Otros periódicos informaron que su muerte ocurrió al disparársele accidentalmente el arma que portaba, o que cayó en un enfrentamiento con las fuerzas españolas aunque no hubo ninguna confirmación de combates en la zona.

Sin embargo, los testimonios de algunos alzados, que fueron recogidos posteriormente por los periodistas Eduardo Várela Zequeira, Alvaro de la Iglesia y otros más, coinciden en cuanto al alzamiento en Seborucal, el abastecimiento de la partida en Ceiba Mocha y el tiroteo en que resultó herido el guardia civil y muerto el sacristán de Jaruco. Pero afirman que todos los alzados salieron ilesos, incluyendo a su jefe que ordenó la marcha hacía Ibarra.

Como era su costumbre, Manuel García después de cabalgar un rato, se adelantó con dos de sus prácticos – Fidel Fundora y Alfredo Ponce – para reconocer la zona y evitar ser sorprendidos. Mientras la tropa marchaba al paso, los tres avanzados se perdieron en el camino. Unos minutos después se escuchó un disparo de fusil y después otros. Todos corrieron en zafarrancho de combate hacia el lugar y encontraron a Manuel García agonizando y un poco más adelante a Alfredo Ponce.

Fidel Fundora había desaparecido y también las bolsas de dinero y la documentación que llevaba Manuel García en sus alforjas. Era evidente que Rey de los Campos de Cuba había sido asesinado por la codicia y la traición de uno de sus hombres.

Los alzados estaban desconcertados, muerto el jefe se dispersaron, dejando abandonado el cadáver a la orilla del camino. Unas horas después una patrulla española lo halló llevándolo al Cementerio de Ceiba Mocha donde fue reconocido y exhibido. El reportero de La Discusión Eduardo Várela Zequeira y el fotógrafo de La Caricatura, Higinio Martínez fueron los primeros periodistas en llegar y telegrafiar la noticia. El cuerpo de Manuel García fue enterrado en el cementerio, y meses después su amigo Luís Mouriño exhumó los restos secretamente y los guardó en la Finca La Julia.

El Legado

En la colonia, la prensa españolista distorsionaba cuanto hacia por la revolución como crímenes de un despiadado bandolero que aterrorizaba las llanuras matanceras. En la República, fue el protagonista romántico y justiciero del cine, series radiales, folletines, postalitas y novelas: idolatrado por lo niños, soñado por quinceañeras y héroe de todos.

Pero ni los exagerados titulares de los diarios sensacionalistas coloniales, ni la imagen novelera divulgada en la República ofrecieron la verdadera imagen de este campesino que, obligado por los abusos de las autoridades y los poderosos, se alzó en los campos como bandolero y al llamado mambí, abrazó su causa por la cual luchó y murió.

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