LAS MACUQUINAS DE DON MAXIMINO (Parte VI de XX)

Written by Libre Online

2 de febrero de 2022

Por J. A. Albertini, especial para LIBRE

El joven envolvió a Falcón en una mirada afectuosa.

—Al despertar; ¿qué sucedió…?  —acentuó el interés.

—Resultó que quienes la encontraron desmayada de hambre sed y cansancio, en medio de la maleza, eran rancheaderos al servicio de una hacienda de la cual cuatro negros esclavos, la noche anterior, se habían fugado. Así, en ese estado lamentable, cargaron con ella y se la llevaron al dueño de la finca. Don Cantero, al ver una mujer joven y de un mestizaje atractivo, le ordenó a una vieja esclava, de confianza plena, que cuidara y albergara, en su bajareque, a la forastera. Al despedirse le pidió a la anciana que le avisara en cuanto despertara. Horas después madre recobró el sentido y don Cantero fue notificado. Él llegó al bajareque muy de mañana y lo primero que hizo fue preguntarle cómo se sentía. Cauta, respondió que bien. Después indagó si era esclava y madre denegó con un movimiento de cabeza y ojos de miedo. El hombre la tranquilizó; le dijo que estaba en buenas manos y pidió que le contara. Entonces madre, a conveniencia, hilvanó su historia. Relató que había nacido libre en el caserío de Puertas Abiertas; comunidad de agricultores pobres, fomentada por un español nombrado don Maximino. Habló de su familia y tejió verdades, medias verdades y embustes en torno a su vida hasta desembocar en la tragedia que engulló a Puertas Abiertas. Refirió, acomodando lo dicho por la pareja de sobrevivientes, que había llegado al palenque, que ella se salvó, junto a otros, porque al momento del alud arrollador se encontraba en los campos de labranza recolectando maíz, pero que su compañero, del que estaba preñada, tuvo peor suerte. Que loca de miedo, frente a tanta destrucción se alejó del lugar en compañía de otros agricultores, pero que por su estado se retrasó en la marcha y fue abandonada. Como pudo, sin orientación, siguió andando. Una noche tuvo dolores de vientre y flujo de sangre. Derrumbada; con la espalda apoyada contra el tronco de una ceiba y la oscuridad del monte girando a su alrededor perdió la criatura y el sentido, hasta que encima del camastro recuperó la conciencia.

Don Cantero, por cometarios de supervivientes que a sus oídos habían llegado, le preguntó si conocía de abundancia de oro y fabricación de monedas. Madre que no sabía leer ni escribir, como todos los habitantes de Puertas Abiertas, pero sí tenía inteligencia natural y contaba con las enseñanzas orales que don Maximino le había impartido a los suyos, reiteró que Puertas Abiertas fue una comunidad de labriegos pobres y, en escala menor, criadores de ciertos tipos de animales domésticos. El señor no insistió sobre el tema y a la esclava vieja le repitió que a madre la atendiese bien.

Con el pasar de los días ella mejoró y don Cantero arreció sus visitas al bajareque. En una de sus apariciones le preguntó cuál era su nombre y el que madre le dio no fue de su agrado, motivo por el que la bautizó como Milagro.

Por entonces, don Cantero era un hombre que frisaba los cincuenta y cinco años de edad y su esposa, dos años menor, padecía de un asma crónica que la mantenía, la mayor parte del tiempo, recluida en la casona de la hacienda. El matrimonio tenía tres hijos varones que residían en el extranjero y muy de tarde en tarde visitaban a los padres.

El hacendado, deslumbrado por la belleza mestiza y juvenil de madre, que propiamente no era esclava, le propuso que se quedase a trabajar, en la vivienda principal, para auxiliar a la enferma y atender parte de las labores domésticas.

Apenas pasado un mes, madre, gracias a su inteligencia y vigor, estaba en control de los trajines hogareños. Los veinticuatro años de Milagro, la soledad y carencia de mujer sexualmente activa, hicieron que el hombre recio, en el umbral de la ancianidad, se enamorara de ella. Primero contrató un maestro para que la enseñase a leer y escribir. Después la conquistó y le hizo una barriga. Cuando madre tenía dos meses de embarazo, a causa de un ahogo asmático, murió la señora de la casa y ella,  de forma discreta, llenó el espacio.

Cuando nací —Falcón buceó en su historia —don Cantero se puso muy contento, pero ateniéndose a las reglas no reconoció la paternidad, aunque me facilitó educación escolar primaria y de la mano de sus capataces comencé a aprender todo lo relacionado con el manejo de una hacienda ganadera y agrícola.

Al fallecer don Cantero yo tenía doce años de edad y tanto madre, que lo amaba, como yo lamentamos su muerte. A su manera él nos quiso y respetó.

Por cuestiones de la herencia los hijos volvieron del extranjero. Ellos estaban al tanto de nuestra existencia. Se mostraron agradecidos hacia nosotros y como eran personas de mundo e ideas avanzadas, antes de vender las propiedades, nos otorgaron una vivienda que era algo más que un simple bohío, una  parcela de tierra y una cantidad decorosa de dinero.

Allí, hasta que años más tarde madre cerró los ojos, vivimos cultivando la tierra, criando algunos animales e intercambiando y vendiendo productos con vecinos aislados o de caseríos cercanos. Y fue por aquellas fechas que ella, a pedazos, principió a contarme la historia real de Puertas Abiertas. La obsesión por el oro y el dominio de las personas que motivaban la crueldad igualitaria de don Maximino.

A preguntas mías respondía que a nadie le repitiese lo que de sus labios escuchaba. Y cuando me interesaba por las riquezas que yacían en el lugar se alteraba, ante la codicia posible, y más que saciar mi curiosidad sermoneaba:¡Jamás se te ocurra ir en busca de esas macuquinas malditas y barras de oro, y menos tocar alguna moneda que pienses pueda provenir de allá! ¡Puertas Abiertas es tierra del demonio!

Ella murió, de forma repentina y tranquila, a poco de yo alcanzar la mayoría de edad. Sin madre, nada me ataba al lugar y ardía en deseos de conocer lo que estaba más allá del paisaje conocido. Liquidé la pequeña propiedad. Compré un caballo fuerte y recién domado; silla de montar y demás arreos. Entonces, una mañana de verano partí sin mirar atrás. Por algo más de un año, a lomo de bestia, desempeñando trabajos transitorios, ligados a la tierra y la ganadería, recorrí partes de la Isla, hasta llegar al Valle de los Ingenios, donde conocí a don Paco, su padre.

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(Continuará la semana próxima)

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