No hay nada mejor en la vida que llegar a “cierta edad”, vaya, cuando uno se siente tranquilo por haber vivido una larga vida y todo me resbala.

Es decir que si hoy cometiera un grave delito iría frente al juez absolutamente calmado, y si me condenan a 20 años de cárcel me reiría porque sé que no llegaría vivo a cumplirlos y estoy seguro que allá adentro Leroy no me va a violar.

En la actualidad ni el más rabioso castrista quiere polemizar conmigo. Antiguamente el G2 me catalogaba de “violento terrorista”, y hasta querían matarme, ahora me dan por incorregible y para ellos soy un dinosaurio en extinción.

Hoy en día no me es necesario alardear de “macho entero”, ni de mujeriego ni de tener tremenda jeba, ya mi historia y mi vida hablan por mí.

¿Saben que cuando yo tenía 19 años y comencé a escribir en La Prensa de Los Ángeles nadie creía (por mi corta edad) que el que escribía era yo? Ahora Manolo Amich me dice “profesor“, Güicho Crónico me dice “maestro” y Eduardo Ayala me llama “el legendario Estebita”…

Antiguamente era celoso, inseguro, hipocondríaco, preocupado por el futuro, temeroso del “que dirán”, incapaz de pararme ante un micrófono, hoy en día todas las fobias las resuelvo con 13 palabras: “¡A mi plin!” y “Me da igual un homenaje que un acto de repudio”.

Cuando yo tenía 40 años si un médico me hubiera dicho: “Te quedan cinco de vida” me hubiera defecado en los pantalones; hoy en día si me asegura lo mismo me río y doy una fiesta.

Durante la pandemia del Covid 19 los jóvenes y los “medios tiempo” estaban desesperados y mi hija me dijo: “Papi, yo creo que esta encerrasón no te ha cambiado mucho la vida”.

Y yo que (gracias a Dios) todavía mantengo el sentido del humor joven le respondí: “¡Qué va, extraño mucho los bares, los Night Clubs, los Casinos de juegos y los prostíbulos!”