Gustavo Petro, presidente de Colombia y ex miembro de las guerrillas comunistas del ELN que tanto luto causó a su país, no ha aprendido aún, que las guerras calientes de pólvora y metralla son ya cosas del pasado, o al menos, rezagadas a los países tercermundistas en los confines de África o a la barbarie árabe-musulmana en el volcánico Oriente Medio. La guerra que Petro conoció y practicó en sus tiempos de guerrillero, ha cambiado de forma. Lo que era un método feroz, sangriento y despiadado, para que los países resolvieran sus diferencias a sangre y fuego, ha ido cediendo el paso a una blanda estrategia, más sofisticada, sutil y efectiva: ¡bienvenidos a la guerra de los aranceles!
Su principal artífice, con suficiente éxito hasta el momento, es el presidente estadounidense Donald Trump. Su notable aversión al envolvimiento en conflictos armados donde el interés de esta nación no esté seriamente amenazado, o comprometido, lo ha llevado a la nueva estrategia para proteger el interés y la seguridad nacional a través de la imposición de aranceles o tarifas. So far, so good. Si China persiste en su insidiosa práctica de gravar nuestras exportaciones en desigual nivel a nuestras tarifas a sus productos, creando un enorme desbalance en nuestras relaciones comerciales, la aplicación de mayores aranceles se ocupará de traer una justa compensación a nuestro intercambio comercial. Es la nueva norma puesta en práctica por el presidente para establecer unas relaciones justas en nuestras actividades comerciales con el resto del mundo. Y, también, para remediar actos absurdos contra aquellos países que pretendan retar, absurdamente, medidas de nuestro gobierno como por ejemplo el derecho a la deportación de elementos residiendo ilegalmente en el país.
Y aquí entra en juego la testarudez de Gustavo Petro. Colombia, un tradicional aliado de Estados Unidos, tiene un existente pacto de deportación mutua con éste, y, por supuesto, USA está en su legítimo derecho de deportar a los colombianos indocumentados domiciliados en la nación americana. Pero cuando el gobierno americano envió a Colombia 110 ciudadanos colombianos, muchos con antecedentes delictivos, en dos aviones militares, Petro les negó el permiso de aterrizaje aduciendo que sus connacionales iban maltratados porque los llevaban maniatados y que él enviaría el avión presidencial a transportar a los deportados a Colombia.
¿Eran tan importantes esos individuos para que Colombia enviara su avión presidencial a rescatarlos? ¿Les servirían también champaña y suculentos alimentos para mitigar la ofensa de su deportación? Evidentemente que esa mañana se le nubló el sentido común a Gustavo Petro y dio el clásico salto de lo sublime a lo ridículo. Los dos aviones militares americanos regresaron a su base en San Diego, y Petro, un demagogo socialista incorregible, se sintió triunfador. Había retado a Donald Trump, el presidente americano.
Pero, como a Francis Macomber, el personaje del cuento de Hemingway, poco le duró a Petro su breve vida feliz de retar a Uncle Sam. Horas más tarde, el presidente Trump, al conocer la abrupta decisión de Petro, anunciaba la aplicación del 25% de impuestos sobre todos los productos exportados por Colombia a Estados Unidos, para ser elevados al 50% el siguiente mes de febrero. El impulsivo Petro perdió su impulso inicial y rindió bandera aceptando la repatriación de sus paisanos en todos los términos planteados por el presidente Trump. No habían transcurrido ni 24 horas y la fulminante crisis diplomática murió al nacer. Petro perdió la batalla y el mensaje resultante para sus compinches del vecindario cercano no ha sido nada alentador. Este incidente deja en claro que el presidente Trump contempla la aplicación de aranceles como una herramienta de negociación efectiva y un castigo adecuado para las naciones que no se apeguen a su agenda.
Resulta claramente indudable que el presidente está firmemente determinado a usar la palanca arancelaria como medio de forzar su agenda a la hora de las negociaciones. La confrontación con Petro así lo confirma. Otras confrontaciones surgirán en la senda de los próximos cuatro años. Por el momento los salvos más cercanos, si no surgen arreglos pertinentes, parecen dirigirse contra México y Canadá, con la muy probable extensión a una multifacética guerra económica cuya arma principal, de esta parte, sería la aplicación de aranceles con sus probables respuestas del otro lado. En la alineación de los conflictos, o crisis que se perciben, están China, Dinamarca, y un grupo de países europeos que irán tomando su turno en la prioridad y dimensión de sus particulares peculiaridades. Estamos en la infancia de un periodo presidencial que promete ser tormentosamente animado donde las escaramuzas, ventajas y desventajas, serán dictadas por los números, no por la pólvora caliente y letal. Muchos economistas afirman que el aumento de tarifas asignadas a un sinnúmero de productos importados de nuestros socios comerciales, causarían, con toda seguridad, un aumento en los precios de tales productos en perjuicio del consumidor americano. ¿Tienen razón? Probablemente sí.
Sin embargo, el presidente Trump y sus consejeros creen que, al contrario, traería mayores ingresos al Tesoro americano, más el beneficio adicional de incentivar la producción doméstica debido al regreso a casa de miles de empresas que abandonaron el país buscando mano de obra barata. El debate de las ideas, siempre bienvenido, ha comenzado. Habrá sorpresas, buenas y malas. El futuro dirá. Pero en la realidad del momento, con México permitiendo a China usar su territorio para la producción y traslado a Estados Unidos del Fentanilo, Canadá mostrando un desbalance a su favor en las relaciones comerciales de casi 80 billones de dólares y algunos países europeos tomando abusiva ventaja contra nuestra nación, el tema de las tarifas o aranceles es conversación obligada en busca de una solución justa.
Entendemos que para las industrias de Norte América cualquier tipo de aumento de tarifas por parte de Trump les causaría serias complicaciones económicas. También es evidente que la deportación de millones de ciudadanos a México, Guatemala, Honduras y a otros países acarrearía grandes dificultades a sus economías, esto, sin embargo, es un problema que reclama solución. Y, a veces, como en esta ocasión, las soluciones no son agradables.
La primera crisis diplomática surgida por las deportaciones llegó y pasó por Colombia sin graves consecuencias. Petro rindió bandera en franca derrota luego de una posición totalmente absurda.
BALCÓN AL MUNDO
Por el momento el secretario de Estado de Estados Unidos, Marco Rubio, no podrá viajar a China porque el gobierno de Xi Jinping lo sancionó en el 2020 por haber apoyado un Bill en el Senado que castigaba la política opresiva de los mandarines chinos contra la población disidente. Pero, si los chinos quieren mejorar sus relaciones con Washington, algo que necesitan con cierto grado de urgencia, tendrán que levantar la bandera blanca. Pronto veremos a Rubio visitando Beijing con hipócrita recepción por la oligarquía de Xi y comparsa.
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El notorio bromance Trump-Musk, de acuerdo a rumores diseminados en los pasillos de la Casa Blanca, no será duradero. Dos caracteres fuertes, egocentristas, eventualmente tendrán que chocar. A Elon Musk lo sacaron de su oficina en la Casa Blanca por órdenes de la jefa de staff de Trump. Luego Musk criticó públicamente a Trump por decir que varios ejecutivos de Silicón Valley aportarían 500 billones de dólares para engrandecer aún más el enorme potencial de la Inteligencia Artificial. Otras pequeñas fricciones han surgido entre Musk y el personal muy allegado a Trump. Algunos “insiders” aseguran que los eslabones de la cadena no son tan fuertes, y pronto, quizás antes de junio, algún eslabón se quebrará.
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El exsenador por New Jersey, Roberto Menéndez, de origen cubano, fue sentenciado a 11 años de prisión por varios cargos de felonía. Lamentable. Siempre estuvo al lado de la libertad de Cuba. Pero la ambición lo destruyó. El juez, en la lectura de la sentencia, terminó diciéndole: “usted, infortunadamente, ha viajado desde la cúspide hasta la perdición”.
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El congelamiento de fondos decretado por el presidente Trump, para ayuda a los necesitados, especialmente en el capítulo de Medicaid y alimentación, fue detenido por una jueza federal. Ante el negativo impacto y la firmeza de la jueza que emitió la orden de suspensión temporal, la Casa Blanca anunció que no persistiría en la idea.
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