El justiciero

Written by Libre Online

18 de febrero de 2025

Por Paul Reborix (1934)

— ¿Qué cómo he cometido un crimen? —me dijo, después de haber vaciado de un trago su cocktail—. De la manera siguiente:

“Yo habitaba, entonces, una villa, o, mejor dicho, una especie de casa solariega del siglo XVII, edificio de granito, aislado entre algunos olmos retorcidos y que dominaba uno de los lugares más salvajes de la costa bretona”.

“Un día lluvioso, al crepúsculo, oí golpear a la gruesa puerta de roble. Fui a abrir, con una luz en la mano. Un hombre y una mujer se hallaban afuera, estrechamente enlazados bajo el chaparrón”.

“Los hice entrar”.

“El hombre, gallardo y fuerte, de figura cuadrada y mirada dura, me dijo”:

“— ¿No me reconoce usted?”

Aproximé la luz a su rostro, y, creí, poco a poco, ver aparecer, como un fantasma que surge de las sombras, el recuerdo de un camarada de colegio.

En efecto, habíamos sido, en otro tiempo, condiscípulos. Él me lo recordó. Yo no había guardado de él, a decir verdad, más que una impresión bastante desfavorable. Había crecido con mucha rapidez y era famoso en el patio de recreo por su dureza y carácter pendenciero. Jamás habíamos simpatizado. Yo lo temía y me alejaba habitualmente de él.

—Nuestra presencia aquí debe asombrarle sobremanera… Viajo en auto descubierto con mi mujer. Estamos recorriendo la Bretaña. Una avería en el motor nos ha inmovilizado a quinientos metros de aquí. La noche se acercaba. Por esta causa nos hemos tomado la libertad de venir a demandarle asilo, pues nos hallamos perdidos en este desierto de la landa. Mañana haré la reparación. Pero, esta tarde, con la tempestad y la oscuridad que se viene encima, era materialmente imposible.

Les aseguré mi hospitalidad y me dediqué al cuidado de alojarlos decentemente.

Su mujer contrastaba, por su dulzura, su gracia dedicada y como enfermiza, con la rudeza del esposo. Tenía unos bellos ojos claros, de un azul muy pálido. Sus manos eran de una fineza extraordinaria, manos de princesa o de arcángel. Y una pobre sonrisa melancólica animaba su boca, de labios maravillosamente perfectos.

Inmediatamente después de cenar, mi antiguo camarada y su mujer subieron a su habitación.

Algunos momentos después, oí un leve paso, era ella. Descendía para pedirme fósforos.

En el momento en que yo le indiqué que reclamara todo cuanto pudiera precisar, me miró con un aire casi penetrante y tan hiriente, que se me paralizó el corazón.  Después, me dijo:

—El duerme ya. Se ha instalado sobre la cama completamente vestido. Lo conozco bien. No se despertará hasta mañana a la madrugada.

Como ella no parecía tener sueño, la invité a pasar todavía algún tiempo cerca de la estufa, donde estaría seguramente, mejor que allá arriba, en aquella habitación donde el viento silbaba contra la puerta. Aceptó.  Y henos aquí a los dos solos, escuchando el ruido del viento y el tic-tac solemne del gran péndulo.

Poco a poco llegamos a las confidencias.

Temas similares…

El rascacielos rompecabezas

El rascacielos rompecabezas

Tirana, la capital de Albania, en Europa, contará con un edificio único en su tipo: una torre de 70 metros de altura...

El entierro del enterrador

El entierro del enterrador

Capítulo XIII Por J. A. Albertini, especial para LIBRE Candelaria, la última en salir, cierra la puerta tras de sí....

0 comentarios

Enviar un comentario