El entierro del enterrador

Written by Libre Online

23 de julio de 2024

Capítulo IX

Por J. A. Albertini, especial para LIBRE

Regresa con la lámpara encendida. La coloca junto al lecho, encima de la mesita e interrumpe la luz eléctrica.

-Acaba de quitarte la ropa y acuéstate-ella insiste.

El deseo carnal acumulado y la voz femenina que lo incita a desnudarse y compartir el lecho, rompen la barrera de la timidez. En un santiamén se desprende de la vestimenta y con crujir de bastidor cae sobre el cuerpo delgado de Juana.

-¡Cuidado que me aplastas! -con voz entrecortada protesta.

Felipito en un lapso de goce supremo atrapa y comprime la vida, en un mundo de interjecciones eternas que se aquietan a impulsos de una eyaculación convulsa. Respira hondo, sudoroso se relaja encima del cuerpo femenino y siente cómo su corazón encuentra eco en el pecho de Juana. 

-¡Quítate que pesas mucho! -protesta.

Felipito, con un suspiro de satisfacción se echa a un lado. Queda boca arriba y prende la mirada del techo. Está feliz, un sentimiento de realización se apodera de su ser y el anhelo adquiere ligereza al punto que sin rodeos, le propone a Juana. 

-Quédate a vivir conmigo. 

-¡Estás loco!

-Loca estás por llevar la vida que llevas. Conmigo tendrías casa, comida y un compañero.

-¡No me meto en tu vida; no lo hagas con la mía! -protesta.

-¡Si no me meto en tu vida! -se retracta-. Quise decir que me gustas y quisiera que fueras mi mujer. 

-Quiero estudiar -alega. 

-Pero no estás haciéndolo.

-Ya lo haré. El capitán René Rodríguez lo ha prometido.

-Aquí, en el barrio yo podría pagarte clases de corte y costura. A una buena costurera no le falta trabajo. Te compraría una máquina «Singer», de pedal, y trabajarías en la casa. Como ayudante de enterrador, entre sueldo, propinas y buscas, mes con mes, siempre salgo bien. Generoso se está poniendo viejo; algún día se retirará y yo seré el enterrador. ¿Qué dices?

-Conmigo estás embullado porque nunca te habías acostado con una mujer. Si pruebas a otras, a lo mejor cambias de idea. Las hay muy bonitas. Acuérdate que cobro menos por lo mal encabada que estoy y no tengo, como dicen por ahí, “carne ni para una empanada”.

-Te quiero a ti -se empecina.

Ella suelta una risita y repite.

-¡Estás loco…!

-No lo estoy. Todo el mundo me bonchea por el babeo. Tú no lo hiciste y desde la primera vez que estuvimos juntos se me cortó.

-No soporto que se rían de mí, por eso no se lo hago a nadie. Además, en este negocio, hombre que trates mal no vuelve contigo.

-No quiero ser un hombre más, quiero ser tu marido -acentúa en un arranque de audacia.

-Ya terminamos; tengo sueño. Voy para la cama de tus padres. Me llevo el quinqué -cortante, desvía el tema.

-Otra cosa es que no te guste como hombre… -lanza la duda.

Juana queda a medio incorporar y lo mira conciliadora. 

-Ese no es el problema. 

-¿Y cuál es…?

-Todos saben de qué vivo; por eso me llaman Juana Regimiento. A la larga eso no le cae bien a ningún hombre. 

-¡A mí no me importa!

-Prefiero -lo interrumpe -esperar por la promesa del capitán Rodríguez e irme a estudiar a la capital. Allí nadie me conoce.

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