Capítulo IX
Por J. A. Albertini, especial para LIBRE
Regresa con la lámpara encendida. La coloca junto al lecho, encima de la mesita e interrumpe la luz eléctrica.
-Acaba de quitarte la ropa y acuéstate-ella insiste.
El deseo carnal acumulado y la voz femenina que lo incita a desnudarse y compartir el lecho, rompen la barrera de la timidez. En un santiamén se desprende de la vestimenta y con crujir de bastidor cae sobre el cuerpo delgado de Juana.
-¡Cuidado que me aplastas! -con voz entrecortada protesta.
Felipito en un lapso de goce supremo atrapa y comprime la vida, en un mundo de interjecciones eternas que se aquietan a impulsos de una eyaculación convulsa. Respira hondo, sudoroso se relaja encima del cuerpo femenino y siente cómo su corazón encuentra eco en el pecho de Juana.
-¡Quítate que pesas mucho! -protesta.
Felipito, con un suspiro de satisfacción se echa a un lado. Queda boca arriba y prende la mirada del techo. Está feliz, un sentimiento de realización se apodera de su ser y el anhelo adquiere ligereza al punto que sin rodeos, le propone a Juana.
-Quédate a vivir conmigo.
-¡Estás loco!
-Loca estás por llevar la vida que llevas. Conmigo tendrías casa, comida y un compañero.
-¡No me meto en tu vida; no lo hagas con la mía! -protesta.
-¡Si no me meto en tu vida! -se retracta-. Quise decir que me gustas y quisiera que fueras mi mujer.
-Quiero estudiar -alega.
-Pero no estás haciéndolo.
-Ya lo haré. El capitán René Rodríguez lo ha prometido.
-Aquí, en el barrio yo podría pagarte clases de corte y costura. A una buena costurera no le falta trabajo. Te compraría una máquina «Singer», de pedal, y trabajarías en la casa. Como ayudante de enterrador, entre sueldo, propinas y buscas, mes con mes, siempre salgo bien. Generoso se está poniendo viejo; algún día se retirará y yo seré el enterrador. ¿Qué dices?
-Conmigo estás embullado porque nunca te habías acostado con una mujer. Si pruebas a otras, a lo mejor cambias de idea. Las hay muy bonitas. Acuérdate que cobro menos por lo mal encabada que estoy y no tengo, como dicen por ahí, “carne ni para una empanada”.
-Te quiero a ti -se empecina.
Ella suelta una risita y repite.
-¡Estás loco…!
-No lo estoy. Todo el mundo me bonchea por el babeo. Tú no lo hiciste y desde la primera vez que estuvimos juntos se me cortó.
-No soporto que se rían de mí, por eso no se lo hago a nadie. Además, en este negocio, hombre que trates mal no vuelve contigo.
-No quiero ser un hombre más, quiero ser tu marido -acentúa en un arranque de audacia.
-Ya terminamos; tengo sueño. Voy para la cama de tus padres. Me llevo el quinqué -cortante, desvía el tema.
-Otra cosa es que no te guste como hombre… -lanza la duda.
Juana queda a medio incorporar y lo mira conciliadora.
-Ese no es el problema.
-¿Y cuál es…?
-Todos saben de qué vivo; por eso me llaman Juana Regimiento. A la larga eso no le cae bien a ningún hombre.
-¡A mí no me importa!
-Prefiero -lo interrumpe -esperar por la promesa del capitán Rodríguez e irme a estudiar a la capital. Allí nadie me conoce.
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