EL COLMILLO ATÓMICO

Written by Libre Online

14 de abril de 2022

CAP. V DE XXXII

No vendría yo a enterarme de todo lo que acontecía hasta algunas semanas después, una vez ya estacionado en Fort Benning,  Georgia.  La  operación Urgent  Fury había  tocado  su  fin  y  el U.S.  Army dio  la  orden  de efectuar mi extracción de la isla de Granada, sin pompa, porque a pesar de que se me llegó a considerar un  héroe  en  ciertos  círculos  por  aquella  época  no  es  menos  cierto  que  se  trataba  de  un  heroísmo incógnito.   Como   no   se   anticipaban   otros   conflictos   en   que   emplearme   momentáneamente,   el comandante  del fuerte  decidió  utilizar  mi  pericia  de  experto  tirador  adiestrando  a  los  nuevos  reclutas que  ingresaban  a  la Escuela de francotiradores  del  Cuerpo  de  Rangers.  Su  nombre  era Silas Manor:  un  negro  muy  reservado  de  hercúleas  dimensiones,  con  un  corazón  de  oro y  más  patriota  que George  Washington.

Fue él  el  primero  en  percatarse  de  que  el  rumbo  de  mi  vida  estaba  a  punto  de cambiar. La inesperada llamada llegó a través  de su  despacho, una fría mañana en los primeros  días de enero en  1984.  El  teléfono  que  descansaba  sobre  su  escritorio  comenzó  a  timbrar.  Yo  casi  podía  escucharlo allá  abajo,  en  el  campo  de práctica desde  mi  posición  me  era  posible  contemplar  su  maciza  figura recortada  en  el  marco  de  la  ventana  de  su  oficina,  en  la  segunda  planta; Manor tenía  por costumbre vigilarme mientras me esmeraba en mostrarle a los alumnos de mi clase como se desarmaba y se volvía a ensamblar  un  fusil «Haskins», de  largo  alcance,  en  menos  de  sesenta  segundos. A  insistencia  del repiquetear  del  timbre, mi comandante  se  alejó de  la  ventana  y  acudió  a  ocupar  la  silla  giratoria  tras Manor ?gruñó  al  auricular  y  permaneció  atento  a  la  voz  que  se  escuchaba  al  otro  extremo  de  la conexión?.

¿Quién, el coronel Berkowitz de Washington, D.C.? Por supuesto que tomo la llamada. Lo  próximo  que  supe  sobre  el  asunto  fue  que  un  corchete  de  la Policía  Militar se  personó  en  las barracas  buscando  al sargento  Coonan. 

Esto  ocurrió  ya  tarde  una  noche  que  yo  había  decidido recogerme temprano, ya que el día siguiente prometía ser tan largo como agotador. El primer síntoma de anormalidad lo noté en la enérgica actitud del gorila que enviaron a buscarme. El tipo era un zoquete; se defecó en mis galones de sargento  al ordenarme  con cierta petulancia  que  me vistiera rápidamente y lo siguiera al campo de faenas. Portaba una automática de calibre 45 en una lustrosa funda de cadera y en sus  brazos  un  fusil  de  asalto M-16;  su  lenguaje  corpóreo  dejaba  bien  claro  que  se  hallaba  dispuesto  a usarlo. Una  vez  completamente  ataviado  en  zafarrancho  de combate,  fui  conducido  hacia  un  extremo  del campamento y no tardé en percatarme hacia dónde me guiaba. Eso también me tomó por sorpresa, pues en ningún momento había escuchado rumores al respecto.

Nos dirigimos sin rodeo hacia una especie de cabaña construida con tablas y planchas de metal corrugado, era el sitio que llamábamos La Caseta. No había nada especial acerca del lugar, excepto que era el punto de reunión escogido por los estrategas del cuartel a cargo de asignar las misiones secretas.

Penetré  al  inmueble  sin  hacer  preguntas  estúpidas  al  escolta  para  las  cuales  aquel  hombre  no  tendría respuestas.  No  era  la  primera  vez  que  me  veía  involucrado  en  una  situación  similar.  El  interior  de La Caseta tenía el aspecto de un despacho y en cierta forma lo era, paneles de imitación a madera cubrían las paredes, un  amplio escritorio  con  dos sillas en el mismo  centro de la habitación y algunos gabinetes de  archivar,  metálicos,  alineados  contra  la  pared  del  fondo.  Sentado  tras  el  escritorio  había  un  hombre blanco, cercano a la edad mediana, con el cráneo totalmente afeitado y gafas de miope. Vestía de civil con un traje marca «Brook Brothers» y tenía pinta de banquero, pero a ojo de buen observador su prestancia militar se delataba en la forma que tenía de conducirse. No me engañó en ningún momento, saben, aquel tipo era de los que cargan galones sobre los hombros. Su rostro angular estaba sumergido en un grueso expediente  que  aparentaba  leer  mientras  mordisqueaba  la  boquilla  de  una  pipa  hecha  con  madera  de zarza, que aún mantenía sin prender. Lo  observé  todo detalladamente,  pero  mantuve  el  pico  cerrado  hasta  que  el  hombre  levantó  sus  ojos para posarlos en mí.

?Buenas noches, sargento.

?Buenas  noches,  señor  ?contesté  a  su  saludo  cuidadosamente,  no  habría  galones  visibles  en  sus hombros pero en el ejército lo primero que te enseñan es a ser respetuoso en todo momento.

?Puede referirse a mí como «señor»,  o «coronel»;  ya  no  visto  el  uniforme  de  las  fuerzas  armadas, pero ostento el rango. Lo que ocurre es que prefiero no utilizar nombres de momento. ¿Le acomoda?

?Sí, señor.

?Muy bien, puede usted sentarse. Obedecí dejándome caer en la silla situada frente al buró. Los muelles del asiento protestaron bajo mi peso.?Cuando esta reunión termine, va usted a retornar a las

barracas y olvidarse de que nos conocimos. ¿Me copia?

?Sí, señor.

?Vengo a hacerle una proposición que podría interesarle ?el coronel hizo  una pausa para  abrir  una de las gavetas del escritorio y extraer  otro expediente, éste mucho más  delgado que el que había estado estudiando a mi arribo. Lo depositó sobre el buró, justo encima del otro, y me clavó su glacial mirada.?He leído su hoja de servicios y, francamente, no he encontrado mucho en  ella.  Sin  embargo,  quiero asegurarme de que la información que contiene esté actualizada y sea la correcta. ¿De acuerdo?

?Sí, señor.

El coronel se acomodó sus lentes sobre el puente nasal y abrió mi parvo expediente.?Dice aquí que su nombre completo es Patrick Francis Coonan y que nació usted el diecinueve de noviembre de 1959, en Denver, Colorado, hijo de inmigrantes irlandeses, y que hoy por hoy es usted un sargento  mayor en  el Cuerpo  de  Rangers del Ejército norteamericano?breve  pausa  para

volverme a mirar a los ojos antes de proseguir?. También dice que se graduó con honores de la Escuela de Francotiradores del  Cuerpo  de  Rangers y  que  participó  usted  en  la  operación Urgent  Fury, durante la invasión de Granada. Lo que no dice, sargento Coonan, es qué papel desempeñó usted en el ataque…

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