Por Eduardo Meruendano (1958)
Parte de las luces de New York se apagaron de repente durante unos instantes. Idéntico fenómeno se produjo simultáneamente en Washington, en San Francisco y en la mayoría de las grandes ciudades. Los Estados Unidos decían adiós a su programa favorito de televisión.
De algún tiempo a esta parte los telespectadores norteamericanos se valen de ese medio para manifestar su entusiasmo. Suprimiendo al final de un programa las demás fuentes de iluminación provocan un acrecentamiento de la potencia utilizada por los aparatos telerreceptores. Sobre las pantallas, súbitamente sobrealimentadas, la imagen adquiere una intensa blancura. Es una especie de aplauso electrónico. Aquel sábado, coronaba la última emisión del famoso programa: I love Lucy.
Por espacio de varios años, millones y millones de televidentes en los Estados Unidos y en el área del Caribe, han venido siguiendo apasionadamente todas las semanas las aventuras conyugales de los Ricardo, una pareja formada por Lucy, una mujercita de ojos verdes, antigua estrella de Hollywood, y su marido Ricky, un músico cubano. Lucy, a quien en confianza llaman Mommy, no tiene secretos para los espectadores. Les ha hecho partícipes de todos los acontecimientos importantes de su vida, hasta el punto de que muchos de ellos no saben si Lucy vive para la tele o si vive en la tele. Incluso ha dado a luz ante las cámaras.
Las escenas que se desarrollan en el célebre programa semanal son fiel trasunto de los acontecimientos de la vida cotidiana de sus protagonistas. Sólo que Ricardo se llama en realidad Desi Arnaz, y Lucy añade a este nombre de pila el apellido Ball.
Un prodigioso éxito financiero ha coronado los esfuerzos de esta sin par pareja que es hoy una de las más ricas de América.
Ambos son los fundadores de “Desilu Production”, la sociedad que suministra fantásticos auditorios de TV a los anunciantes y que es en la actualidad –con excepción quizá de la MCA– la máxima productora de películas de TV en los Estados Unidos. Los dos mil quinientos empleados de la Desilu trabajan febrilmente para lanzar al mercado un número anual de películas de TV superior a la producción total conjunta de los principales estudios cinematográficos de Hollywood. Desilu tiene ocho programas de TV, produce nueve para distintas compañías y arrienda a otras sus equipos y medios de producción.
En la actualidad se enorgullece de sus 35 escenarios, acústicamente acondicionados para producir películas sonoras —15 más que la gigantesca Warner Brothers y 10 más que la M. G. M. A lo que hay que añadir la Zanra Production —otra propiedad de los Arnaz— que produce documentales para salas de cine, más películas industriales y cortos comerciales para televisión.
En la inmensa colmena del edificio Desilu, se alberga también la Desilu Music Corporation, que publica discos y ediciones de toda la música compuesta para sus espectáculos, y la Desilu Corporation que se ocupa de la venta de “comic-books”, muñecas, sweaters y otras mercancías bautizadas todas con el nombre de Desi o de el de su esposa Lucy.
Y esparcidos por las cercanías de Hollywood se encuentran todavía otros satélites del inmenso imperio Desilu, un reparto con lujosas villas alquiladas a multimillonarios e innumerables bungalós para turistas menos acomodados; el Hotel Western Hill, construido por Desi Arnaz y arrendado después a otra compañía, que se eleva en los terrenos del Indian Wells Country Club, en Palm Spring, uno de los más exclusivos de California, con un campo de golf de 18 agujeros, y del que también son propietarios Lucy y Desi, en unión de otros magnates hollywoodenses.
Aparte de algunas acciones entregadas a los empleados importantes de cada una de las empresas, todo esto constituye la “comunidad de bienes” del matrimonio Arnaz que, en dieciocho años ha logrado crear un enorme trust de creciente prosperidad cuyos tentáculos se multiplican sin cesar. El año pasado, la Desilu Production sola, obtuvo un ingreso bruto de veinticinco millones de dólares, y no se olvide que la Desilu es propiedad exclusiva de Desi Arnaz, su presidente y de su mujer Lucille Ball, que ostenta la vicepresidencia.
Nacidos en ambientes muy distintos, las vidas de estos dos personajes presentan, sin embargo, notables analogías, como una breve reseña biográfica de ambos se encargará de demostrar.
Desiderio Alberto Arnaz y de Acha III, vino al mundo en Santiago de Cuba en 1917. Su padre que por dos veces fue alcalde de la capital de Oriente, representó más tarde a esa provincia en el Senado cubano, durante los últimos tiempos de Machado. Hijo único, la feliz infancia de Desi se desarrolló entre los amplios salones de la señorial mansión santiaguera, los vastos espacios de las tres haciendas propiedad de su familia y la paradisíaca islita que en la bahía de Santiago poseía su padre y que sirvió de escenario favorito a los juegos de su niñez. Pero, apenas traspasado el umbral de la adolescencia, los acontecimientos políticos de su país iban a cambiar bruscamente el rumbo de su vida.
En 1933, Desi tenía dieciséis años y junto a su madre se trasladó a Miami, donde después de seis meses se le reunió su padre.
El alegre y despreocupado jovencito criollo tenía ahora en el exilio que enfrentarse con la vida. Y en lugar de seguir la carrera de Derecho en la Universidad de Notre Dame, en Montana como sus progenitores habían proyectado, empezó a ganarse la vida, a razón de 25 centavos por jaula, limpiando las pajareras que contenían la alada mercancía de un traficante que surtía canarios y otras avecillas a los “drug-stores” floridanos.
Luego condujo el único camión de la Pan American Export and Import Company, una empresa fundada por su padre y otros exiliados, cuyo pomposo título contrastaba con el humilde volumen de sus negocios. Y, después de una breve incursión por el árido campo de la contabilidad, Desi que tocaba bastante bien la guitarra y que como buen cubano, tenía innatas disposiciones para la música y el canto, decidió que sería más agradable y quizás más remuneratorio, dedicarse a rasguear la vihuela y hasta a golpear el “drum”, que continuar anotando cifras en las apretadas columnas del Debe y el Haber.
El redoble de tambor que inauguró su vida de músico profesional, lo dio Desi con la banda del Jai-Alai de Miami, marcando el ritmo de la marcha a cuyos compases hacían su entrada a la cancha los pelotaris. Después cantó en algunos cafés de los muelles, pero las deficiencias de su inglés le impedían triunfar, incluso ante auditorios que tan poco tenían de académicos.
Para perfeccionarse en el idioma se matriculó entonces en la high-school de San Patricio. Cuando se graduó en 1937, a los veinte años, ya no le fue difícil encontrar trabajo como guitarrista-cantante en el sexteto que actuaba en el Hotel Rodney-Plaza.
Más tarde fue contratado por Xavier Cugat. Con muy modesto sueldo, desde luego e idéntica parvedad de enriquecimiento espiritual pues ocioso es decir que el formar parte de la orquesta del músico catalán no contribuyó lo más mínimo a depurar su sensibilidad artística. A pesar de lo cual, sería muy aventurado afirmar que Desi perdió miserablemente el tiempo. Su contacto con Cugat le permitió aprender muchas marrullerías del oficio, excitó su ambición y le abrió los ojos sobre las posibilidades comerciales que ofrecían los ritmos folklóricos, si se sabían explotar hábilmente las cándidas tragaderas musicales de una gran parte del público americano.
De ahí que, en 1939, dejando la guitarra por el bongó, se decidió a formar su propia orquesta, y al frente de ella inaugurase con éxito delirante un lujoso establecimiento, “La Conga”, que atrajo enseguida la más elegante clientela.
—Nunca pude hacer dinero hasta que comencé a tocar el “condenado bongó” —suele decir Desi.
En efecto, todas las noches, los parroquianos, del nuevo night-club, fascinados por el endiablado ritmo del “condenado bongó” y por el contagioso buen humor del bongosero, trepidaban bailando la conga en largas y ondulantes colas. Uno de estos clientes inflamados por el caliente ritmo de la danza afrocubana, resultó ser George Abbott, un productor neoyorquino, que contrató a Desi para interpretar el papel protagónico de su comedia musical “Too many girls” (Demasiadas muchachas).
Aquel mismo año 1939, la RKO compró los derechos para llevar al cine la obra de Abbott, asignando a Arnaz el mismo personaje que encarnaba en el teatro y eligiendo para el principal papel femenino a una rubia veterana de Hollywood, llamada Lucille Ball. Un año más tarde Desi y Lucille eran marido y mujer.
He aquí ahora la ficha biográfica de Lucy: Lucille Ball, nacida en Butte, Montana; hija de Fred, Ingeniero de minas, y de Desirée, concertista de piano.
Infancia ambulante a causa de los frecuentes desplazamientos de sus padres. A los cinco años comienza a estudiar básica, mas no era esa su vocación y a los quince ingresa, en Nueva York, en la Escuela de Artes Dramáticas, de John Murray Anderson, quien no se muestra muy optimista respecto a su futuro escénico.
En Broadway sólo logra trabajar como dependienta de una fuente de soda. Prueba después fortuna como modelo profesional, pero su prometedora carrera se ve tronchada a consecuencia de un accidente automovilístico que la obliga a guardar cama ocho meses, amenazándola con quedar paralítica.
Un valeroso y tenaz esfuerzo de tres años le permite recuperar el uso de sus piernas y volver a posar para fotógrafos y revistas. Y esto le proporciona la oportunidad de su vida, cuando un “scout” de Hollywood se fija en ella gracias a lo cual obtiene un papel en la película “Escándalos Romanos”, junto a Eddie Cantor. Con algunos altos y bajos —todavía tiene que trabajar de extra durante cierto tiempo— va progresando en su carrera cinematográfica: “Roberta”, “La muchacha que viene de París” y “Stage Door” son sus principales éxitos de esta etapa, durante la cual también actúa en una revista musical en Broadway: “Hey. Diddle, Diddle”.
Y es, por fin durante la filmación de “Too many girls” cuando las vidas de Desi y Lucy van a encontrarse y unirse para siempre. El 30 de noviembre de 1940 se casan en Greenwich, Connecticut.
Los que conocían íntimamente a los Arnaz no daban ni un centavo por la duración de este matrimonio. Por espacio de varios años, el bajel conyugal navegó por mares encrespados y tempestuosos. Ambos eran testarudos, de carácter fuerte y dominante, y si sus “broncas” no fueron aún más numerosas es porque sus absorbentes y encontrados quehaceres no les deparaban muchas ocasiones de estar juntos.
Desi, con su orquesta, trabajaba por las noches. Lucy se pasaba el día en los sets cinematográficos. Había temporadas en las que sólo se encontraban al amanecer, en la carretera entre San Fernando y Hollywood; entonces y sin apearse de sus respectivas máquinas, se detenían un momento para conversar.
Después de lo cual, Desi seguía hacia el lecho y Lucy hacía su trabajo. Y como para colmo de males los dos eran celosos, este género de vida que ha dado al traste con tantos matrimonios de artistas no era el más apropiado para desvanecer sus mutuos recelos y desconfianzas.
Al entrar los Estados Unidos en la guerra, Desi es llamado al servicio militar, pero entrenándose en prácticas guerreras, sufre la fractura de una rótula, por lo que se le dedica a un servicio auxiliar de diversiones, recorriendo con su orquesta bases y campamentos de las fuerzas armadas. Entretanto, Lucy obtiene sus mayores éxitos cinematográficos con “The big Street”, una película en la que interpreta con gran verismo, recordando su propia experiencia, el papel de una corista que se queda paralítica de las caderas para abajo y con “La Dubarry era una dama”.
Desgraciadamente, la tirantez de rebelones es cada vez mayor entre los dos cónyuges y, en 1949, se separan. Pero, inmediatamente, dan marcha atrás y vuelven a casarse por la iglesia. ¿Fue realmente el amor quien tendió el puente sobre el precipicio en que su unión iba a quebrarse? ¿O fue más bien un agudo instinto comercial el que reveló en aquel instante decisivo a la mal avenida pareja todas las posibilidades que su divorcio iba a malograr y el triunfal porvenir que se les ofrecía si permanecían juntos y lograban armonizar sus dos fuertes voluntades en una lucha común?
El lector —romántico o materialista— puede elegir la explicación que más satisfaga a su temperamento, pero es lo cierto que Lucy y Desi hicieron voto de no volver a separarse y abandonaron para siempre el estilo de vida que hasta entonces llevaran.
Parece que fue Lucille la que sugirió podían encomendar a algunos escritores que les hiciesen una serie de sketches inspirados en el tema de las dificultades matrimoniales por que habían atravesado. El germen de I love Lucy, el programa hijo del matrimonio Arnaz— estaba sembrado. La idea no surgió súbitamente en la mente de Lucy. Había sido una de las primeras en creer en la televisión, desde los tiempos en que se comenzó a hablar de ella. Ahora se afirmaba su fe en el
maravilloso invento que era, además, el campo adecuado para que ella y su esposo pudieren trabajar juntos.
No fue cosa fácil encontrar un patrocinador. Nadie conocía por aquella época, las potenciales posibilidades de la televisión filmada. Y, por otra parte, se alegaban grandes dudas sobre que el público admitiese la verosimilitud de un matrimonio como el de los Ricardo, y de que aceptase un marido latino, como Desi, y a un ama de casa como Lucy, que siempre había interpretado frívolos papeles. Por fin, los Arnaz llegaron a un acuerdo con una cadena de TV, la Columbia Broadcasting System, y el programa I love Lucy fue lanzado al aire con tan rotundo éxito que, al cabo de un año, tenía un rating de más de treinta millones de telespectadores semanales.
El nacimiento de Lucille, el primer hijo, dio ocasión a su primer gran triunfo. Ocurrió cuando Lucy tenía cuarenta. Se negó a interrumpir el programa, y, en lugar de disimular los progresos de su embarazo, los convirtió en argumentos de sus sketches. Hasta anunció que daría a luz ante las cámaras, audacia que sembró el terror entre sus colaboradores ¿No habría ido demasiado lejos? Pero Lucy triunfante de la prueba y la propia naturaleza acordó su ritmo con el de la TV, puesto que la pequeña Lucille vino al mundo un sábado. Aquel domingo, las gentes en New York se interpelaban diciendo:
—¿Es una hembrita, ¿eh?
Esa emisión sin precedente señala el comienzo de la prosperidad de los Arnaz que tres años después lograban el espaldarazo definitivo, cuando la firma de cigarrillos “Phillip Morris” contrataba la producción del famoso programa por la fabulosa suma de ocho millones de dólares. Excepción hecha de la vertiginosa ascensión de la Hecht Hill-Burt Lancaster, que tuvo su origen en la película “Marty”, el show business mundial no recuerda otro éxito tan espectacular. Para alcanzarlo, los Arnaz han tenido que trabajar muy duro y derrochar tesoros de energía y tenacidad.
Don Sharpe, uno de los hombres de negocios más “rudos” de Hollywood, que colaboró con ellos en los primeros tiempos, ha dicho refiriéndose a Lucy:
—Supongo que los que colocaban los raíles del ferrocarril de Arizona, constantemente acosados por los indios, debían tener reacciones de este género. A veces me pregunto si no debía proponer a Lucy que se convierta en agente mío.
Naturalmente, Don Sharpe desapareció muy pronto del panorama de los Arnaz. Lo mismo que el guionista Jess Oppenheimer, quien aguantó dos años, pero necesita cinco para recobrar la salud. Una ardua lucha de cinco años enfrentó a Lucy con Martin Leeds,
representante de la CBS, en quien encontró un adversario a su medida. Defendía los presupuestos dólar por dólar.
Un día, discutieron dos horas y media sobre un proyector que no representaba un gasto superior a dos dólares. Pero para Lucy era una cuestión de principio. Se entrenaba en no ceder nunca. Al fin, presionada por Desi tuvo que confesarse vencida. Se quedaría sin el proyector. Aquella noche no pudo conciliar el sueño. Al día siguiente, proponía a Martin Leeds que se encargase de la dirección financiera. Actualmente es uno de los pocos directores de la Desilu que tiene realmente una excelente situación.
— A tipos de esta clase —dijo Lucy a su marido— prefiero
tenerlos en mi campo que en el de enfrente.
Muy difícil es, en verdad, determinar cuál de los dos cónyuges ha contribuido más a la atlética robustez adquirida por su industrial retoño. Mucho se ha escrito sobre ello y las opiniones están muy divididas. Hay quien nos presenta a Desi como un hombre dinámico y emprendedor, cuya diaria jornada comienza a las siete de la mañana Su atractiva personalidad, que combina la buena presencia de un actor y la simpática campechanía cubana con la eficiencia de un poderoso ejecutivo, es el eje en torno del cual gira toda la actividad de la Desilu.
Otros, en cambio, achacan a la intuición femenina, a la fría tenacidad, al sentido práctico y a la capacidad de trabajo de su esposa, tanto el impulso inicial como la ininterrumpida ascensión de todas sus empresas. Para éstos, es la propia Lucille quien corrige a mano todos los textos que le propone un equipo de veinte guionistas perpetuamente renovados. Es ella, la que todas las mañanas, a las ocho, acude a la oficina, mientras que Desi no se levanta nunca antes de las diez, lo que no le impide quejarse de “surmenage”. Cuando Desi llega como una tromba, grita, ordena, agita, pero, en realidad, todos los asuntos capitales han sido ya resueltos.
Probablemente, los que nos dan la última versión se hayan dejado influir con exceso por el programa I love Lucy, a lo largo del cual ésta ha ido confiando al público todos sus “trucos” para fingir que deja a su marido la dirección del hogar, reservándose, sin embargo, para ella todas las decisiones importantes. Mas no se olvide que en este programa cada palabra es meditada y cada frase discutida en común, y cada situación, antes de ser aceptada, es sometida a la prueba de varios “gallup”. Y por ello, cada uno de sus sketches, sin aparentarlo, resulta una pequeña obra maestra de psicología, en la que el matrimonio Ricardo es presentado bajo aspectos que halagan sutilmente y llegan directos al corazón del término medio de los americanos.
Tal es la tesis de una obra seria, recientemente publicada, en la que varios psicólogos exponen sus puntos de vista: Ricky Ricardo reina en su casa como amo absoluto; él es quien lo decide todo, desde el nuevo cuadro que debe colgarse en la pared, hasta el lugar en que pasará sus vacaciones la familia. Pero Lucy, su esposa, no le deja gobernar más que para poder dictarle mejor sus propias decisiones.
El espectáculo de un hombre tan dominador apacigua la conciencia del americano medio. Y el de una mujer tan astuta halaga su orgullo. Además, el acento extranjero de Ricky, su carácter latino, despiertan el interés inconsciente de las mujeres. Y los amigos de la pareja, Ethel y Fred, son también criaturas estadísticamente perfectas, que todo americano cuenta entre sus amistades. Cualesquiera que sean las razones de su popularidad.
Lucy y Ricky desempeñan un papel importante en la vida americana. El gobierno recurrió a ellos cuando comenzaron a aparecer las nubes de la recesión. Parece que se llegó a un acuerdo secreto: en cada uno de los sketches, Lucy y Ricky debían comprar algún objeto doméstico. A cambio de ello —según ciertos rumores— obtuvieron una atenuación de sus impuestos.
Hace algunos meses, la pareja tuvo que enfrentarse con un complicado problema. Los famosos estudios RKO de Hollywood, se hallaban en venta por una suma considerable, cifrada en varios millones de dólares. La Desilu era una de las pocas compañías lo bastante prósperas para poder adquirir estas inmensas instalaciones. Aquel sábado, Ricky y Lucy en su show, discutieron sobre la compra de un “tráiler” para ir de camping. Pero el público sabía que se trataba en realidad de la compra de los estudios de la RKO.
—Es una ocasión excepcional —decía Ricky—. Si me falta dinero se lo pediré al banco.
—Le debes ya demasiado —respondía Lucy— hay que encontrar otro procedimiento.
—Los bancos están para eso—seguía Ricky—. Saben que gano bastante dinero.
—Eres director de orquesta, eso no es un oficio estable, y eso también lo saben.
Finalmente, el remolque fue comprado en el show y los estudios en la realidad.
Todas las instalaciones de la RKO, de cerca de un kilómetro de extensión, sus estudios de cines, sus oficinas, sus stocks de películas y las que estaban produciéndose, entraron a formar parte del poderoso trust Desilu, gracias a una complicada operación financiera, que sería muy largo detallar.
En cuanto a los dos hijitos de los Arnaz, Lucille y Desi IV, su popularidad es también tan grande que a su paso por New York, el año pasado, Broadway fue teatro de un verdadero motín para contemplarles. La mayor, Lucille, hizo su entrada en la TV al mismo tiempo que en la existencia y ha ido creciendo ante los ojos de cien
millones de televidentes. Desi IV se parece ya mucho a su padre. Entre los dos ganan cerca de un millón de dólares al año. La gestión de estos salarios, con arreglo o una estructura contable particular imaginada por Lucy ha obligado al fisco americano a crear una clase especial, destinada a los muy ricos de menos de diez años, en la cual, hasta ahora, sólo están inscritos los dos vástagos de los Arnaz.
Es evidente que el verdadero secreto del triunfo y la fortuna de esta familia prodigiosa ha consistido en mezclar los programas y su propia vida hasta un punto en que ya no es posible distinguir la ficción de la realidad. Así sucede, lo mismo cuando se arrullan que cuando disputan.
Y así ocurre ya con sus hijos. Un día, Desi IV prorrumpió en sollozos en medio de una emisión. Aquel llanto no estaba previsto. Pero esto no impidió a un crítico decir que era ya un notable actor. En otra ocasión, llegó retrasado, lo que formaba parte del guion, pero una poderosa asociación de madres de familia protestó contra lo que consideró una descortesía…
Sería, pues, empresa vana, pretender despejar la incógnita que nos plantea esta extraña ecuación matrimonial, atribuyendo a uno u otro de sus términos todo el mérito de su formidable éxito.
Sin duda, lo más sensato será achacarlo a la Desilu.
Pero teniendo bien en cuenta que este título, formado por la yuxtaposición de las primeras sílabas de los nombres de los dos esposos, es algo más que una razón social. Que es, ante todo y sobre todo, el símbolo de la perfecta compenetración de Desi y Lucy, lograda gracias a aquel instante de milagrosa inspiración en que, sobreponiéndose a sus disensiones y querellas, decidieron seguir juntos, dando un nuevo rumbo a sus vidas.
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