TEXTO DE ELADIO SECADES (1955)
FOTO: RAMONCITO FERNÁNDEZ
LA concurrencia de más de ocho mil espectadores, que estableció un record de público y de recaudación en el Palacio de los Deportes, recibió la decisión de los jueces con una rechifla prolongada, unánime, ensordecedora. Los fanáticos criollos, que abarrotaron la arena porque el gran programa no fue trasmitido por televisión.
El criterio de la casi totalidad de los cronistas deportivos coincidió al día siguiente con la formidable reacción de protesta que puso a prueba la solidez de las vigas del techo del pequeño estadio de Paseo y Mar. Tres sorpresas se produjeron en esa velada de pugilismo: el gran total de más de veinte mil dólares acumulados en las taquillas, el knock-out que le infirió el campeón Ciro Morasen a Puppy García en el round décimo segundo y el veredicto impopular en el combate de Ismael y Chico Varona.
España, vencedor de seis pugilistas cubanos, fue contratado para el programa gigantesco y la noticia de su viaje fue acogida con la sospecha por parte de los expertos en el sentido de que iba a ser víctima de la experiencia y de la clase de Chico Varona. Con excepciones muy escasas, con excepciones mínimas, mejor dicho, los críticos auguraron la victoria del campeón nacional de peso welter. Basaban el vaticinio en la categoría de los contrincantes que en los últimos meses se han enfrentado a Chico Varona en los cuadriláteros de Norteamérica. Se predijo también que el puño izquierdo del atleta de casa iba a hacer obra de exterminio en el centro y en el hígado del
visitante. La realidad fue otra. Distinta por completa.
Después de tomar ventaja visible en los primeros asaltos, Chico Varona fue anulado y superado por Ismael España. No hubo “knockdowm”. Ninguno de los contrincantes estuvo “groggy”, ni mostró siquiera síntomas de cansancio extremo.
Al sonar la campana anunciando el final de la pelea, todo el mundo esperaba que el anunciador del Palacio de los Deportes citara a Ismael España al centro de la tarima para levantarle el brazo, para proclamarlo triunfador.
Al dirigirse el hombre encargado de anunciar el fallo a la esquina donde permanecía un poco nervioso Chico Varona, se desató una verdadera tormenta de gritos, de silbidos, de murmullos de decepción.
Las puntuaciones concebidas y trasladadas a sus tarjetas por los caballeros del jurado y por el árbitro, aparecieron en los periódicos, sin que en realidad esos datos encontraran en la calle zonas de aprobación, ni siquiera discreta.
Los defensores más entusiastas de Chico Varona, alegaron después del pleito con Ismael España, que ellos no estaban de acuerdo con la infinita diferencia que notaron algunos y que una decisión de tablas se hubiese ajustado a la realidad y no hubiese constituído una ofensa a la justicia.
Nosotros quisimos conocer la opinión y, sobre todo, el estado de ánimo del propio Ismael España instantes antes de regresar a su patria.
Estamos en presencia de un pugilista de temperamento mesurado, discreto en sus palabras, de trato cortés. El boxeo también produce atletas pensantes, pugilistas con urbanidad de colegiales de un plantel religioso.
-¿Qué te pareció la decisión?, —empezamos diciéndole.
—Creo sinceramente que gané —responde Ismael España sin afectarse. Me parece que marqué los mejores golpes, que anulé la izquierda de Chico y que saqué ventaja en los puntos, pero…
Y deja la frase en suspenso. Nosotros nos atrevemos a completar la oración.
—Pero son adversidades naturales del deporte.
—Los peleadores de oficio tenemos que acostumbrarnos a esas cosas. Aunque le advierto que el fallo me ha afectado muy hondamente por algo especial.
—¿Tenías interés marcado en ganarle a Chico Varona?
—Desde luego, pero ahora no me refiero a eso… Al perder sin haber perdido con Chico Varona, me siento más lejos de lo que ha sido el gran ideal de mi vida como boxeador.
Y lo dice con mucha emoción y muy despacio:
—Pelear con Kid Gavilán.
Cuando invitamos a Ismael España a que nos de su opinión sobre Chico Varona, sobre el estilo del cubano, sobre los recursos que posee, interviene en la charla el manager Max Pérez.
—No puede negarse que Chico es un valor boxistíco. Entre las cuerdas es todo un señor.
—Pega duro —lo interrumpe España — sobre todo con la mano izquierda. Es una mezcla peligrosa de boxeador y de fajador. Pero yo puedo pegarle libremente… Le doy mi palabra que me costaba más trabajo pegarle a La Diabla que a él… Yo en los diez rounds sentí dos golpes fuertes: un izquierdazo a la mandíbula y casi al final, un gancho también izquierdo al estómago. .. Y nada más.
—¿Te reservaste en los primeros rounds?
—Yo subí al ring decidido a cuidarme en los cuatro primeros asaltos. .. Era una consigna.
-¿Para estudiar la escuela del enemigo?
–No.
-¿Entonces?
-Por miedo, por terror al calor que hacía aquella noche en el Palacio de los Deportes.
—¿Nunca habías peleado con una temperatura así?
—Con esa temperatura, sí, porque he actuado en Maracaibo. Pero no en esas condiciones. No con ese calor terrible en un local pequeño, cerrado, teniendo la sensación de que el público está amontonado encima del tablado. Por eso al comienzo tomé las cosas con calma, me reservé para no prodigar las reservas de energías. Después, ya confiado, me solté y le repito que tengo la certeza de que gané la pelea… Ya sé que hay que conformarse, pero creo que gané.
—¿Si volvieran a pelear?
—Iría al ring animado por la seguridad de que volvería a ganarle, en cualquier parte… Sin embargo, me gustaría celebrar la revancha en Cuba.
—¿Por alguna razón especial?
—Por una razón de orgullo… Si otro combate entre nosotros es concertado en Venezuela y triunfo allí, quedaría un margen para la creencia de que disfruté de esa protección que a veces tienen los boxeadores cuando están en el suelo propio. Si la revancha es posible, yo pido que volvamos a enfrentarnos en Cuba.
—¿Confiaría en los jueces cubanos?
-Absolutamente. Además, yo en La Habana he recibido una demostración muy grande y muy sincera de simpatía y de cariño… Y eso es mucho, el público de aquí, que sabe mucho de deportes, protestó la decisión con violencia que me conmovió al pensar que me hallaba en un país que no es el mío. Al día siguiente leí todos los periódicos y el desacuerdo unánime de los críticos con el veredicto en el orden moral me resarció en gran parte de la decepción sufrida.
—¿Tienes contratos pendientes?
—Tengo cuatro contratos pendientes, pero volveré a La Habana cuando sea posible el reencuentro con Varona. No olvide que yo insisto en convertir en
realidad el gran deseo de mi vida de atleta.
Un silencio y una sonrisa enseguida Ismael España termina la entrevista repitiendo su supremo empeño, su sueño de oro: pelear con Kid Gavilán.
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