Por Herminio Portell VilÁ (1955)
La Sociedad Colombista Panamericana trabaja con el mayor empeño para asegurar la participación de Cuba en la Feria del Progreso de Tampa.
Ya era tiempo que se reafirmase el ínterin cubano en la vida tampeña, que data de siglos atrás; pero que, en los últimos años, hablamos descuidado mucho y con gran injusticia, los cubanos.
La geografía, el desenlace del duelo implacable entre los dos magnates ferroviarios norteamericanos, Henry Plant por la costa occidental, hasta Tampa, y Henry M. Flagler, por la oriental, hasta Miami, el fomento de esta última, con sus playas circundantes, y la aviación, han separado a los habaneros y a los tampeños.
Sin embargo, hay mucha historia y muchos recuerdos gloriosos, en común, que de nuevo acercan a La Habana y a Tampa para restablecer las estrechas relaciones de antaño a beneficio de las dos ciudades.
Está por escribir la historia de las emigraciones cubanas en los Estados Unidos, comenzadas hace más de un siglo, cuando los conspiradores de los Soles y Rayos de Bolívar y del Águila Negra encontraron refugio seguro en tierra norteamericana.
El camino de la libertad, del bienestar y de la ilustración, para millares y millares de familias cubanas del siglo pasado, siempre conduela al “Norte”. No se decía “se fue para los Estados Unidos”, sino “se fue para el Norte”, al hablar de los emigrados.
Con los fracasos revolucionarios de tiempos de Narciso López y después, con la Guerra de los Diez Años, la Guerra Chiquita y la Guerra de Independencia, el número de los exilados creció. Nueva Orleans. Charleston, Savannah, Baltimore, Filadelfia, Annapolis, Wilmington, Nueva York, Providence y Boston, tuvieron numerosas colonias de emigrados cubanos. Algunos de ellos, como los Guiteras, los Santos Suárez, los Gener, los Ruiz, los Carrillos, los Aldama, los Fernández Bramosio. los Betancourt, los Iznaga y otros, pudieron llevar consigo una buena parte de sus caudales y se dedicaron a los negocios en los Estados Unidos, con variada fortuna.
Otros iban como estudiantes, a despecho de todas las prohibiciones del coloniaje, que pretendía interferir con la educación de los colegios y las universidades de los Estados Unidos, por parte de cubanos, porque era la educación para la democracia, y se fueron los Touceda. los García Menocal, los Fernández Cavada, los Castillo, los Macías, los González de Chávez, los Luaces, los Quinteros y tantos y tantos otros, muchos de ellos para no volver jamás a la tierra en que habían nacido y en la que no podían vivir. Hasta los sacerdotes católicos no lo pasaban mejor, a pesar de su ministerio, si respiraban aires de libertad, y si el insigne Pbro. Félix Varela se afincó en los Estados Unidos, llegó a ser obispo auxiliar de New York y fue a morir a San Agustín de la Florida, como si hubiese querido acercarse a la Patria lo bastante para que le llegase su último aliento, el P. Domingo Valdés, el párroco de la Sabanilla, opuesto a la esclavitud y al coloniaje, no lo pasó mejor en Cuba y tuvo que refugiarse, también, en los Estados Unidos.
No había ladrones, fulleros o pandilleros entre aquellos cubanos que, generación tras generación, se establecieron en los Estados Unidos. Algunos de ellos alcanzaron prominencia por su saber, sus virtudes, sus inventos y sus aportes a la civilización norteamericana y sus nombres aparecen mencionados entre los “inmortales” de los Estados Unidos, como para mejor demostrar todo lo que se puede esperar del cubano cuando tiene los ejemplos y los estímulos adecuados.
El día en que un historiador cubano estudie a conciencia el tema de la emigración cubana en los Estados Unidos y lo que representaron aquellos compatriotas nuestros en el prodigioso impulso progresista norteamericano del siglo pasado, podrá preparar una obra que será la más notable vindicación de nuestro carácter nacional y la afirmación incontrastable de lo que se puede esperar de los cubanos, como pueblo.
La historia de la Florida no se puede escribir sin mencionar a los cubanos para elogiarlos y admirarlos. Ante que los Plant y los Flagler, para que hubiese civilización en la Florida, había que llevarla de Cuba.
Dice Escalante Fontaneda y repiten otros cronistas de los primeros tiempos de la colonización, que los indios de la Florida y los de Cuba atravesaban en su frágiles canoas el Estrecho de la Florida para sus elementales relaciones humanas; pero los arqueólogos han llegado a precisar que esos contactos ya existían en la época pre-colombiana y que nuestros primitivos habitantes hablaban un lenguaje que era afín al de los calusas de la Florida, más tarde subyugados y destruidos éstos por las tribus más poderosas que se establecieron en esa península y que procedían del Norte.
Los primeros criollos, ya con mezcla de español y de indio, que fueron de Cuba a la Florida, formaban parte de la expedición de Pánfilo de Narváez, que salió del puerto de Jagua (hoy Cienfuegos) el 23 de febrero de 1528. Este Narváez era el mismo cruel capitán de la conquista, en tiempos de Velázquez. el de las matanzas de indios cubanos mientras iba de Bayamo hasta La Habana, el que después fue a sorprender a Hernán Cortés, en Veracruz, para continuar la empresa conquistadora de México y que fue él, a su vez, sorprendido, derrotado, despojado de su expedición, y expulsado de México. Había llegado a Santigo de Cuba a mediados de 1527, precedente de San Lúcar de Barrameda, con la encomienda de conquistar a la Florida, pintada como un segundo imperio azteca por sus riquezas. De Santiago había ido a Casilda y en esos dos puertos, como en Bayamo y en Trinidad, babia estado reclutando hombres de armas y esclavos para su expedición, con el apoyo de Vasco Porcallo de Figueroa. Ambos tenían mucho en común en cuanto a falta de escrúpulos.
La expedición, azotada por un ciclón a la altura del cabo de San Antonio, se internó en el golfo de México y luego fue arrojada por la tempestad contra la costa de la Florido, hasta refugiarse en una amplia bahía, que llamaron del Espíritu Santo, cerca de lo que hoy es Tampa.
Los únicos sobrevivientes, que años más tarde llegaron a pie a México, dándole la vuelta a la costa septentrional del Golfo de ese nombre, fueron Alvar Núñez Cabeza de Vaca, después conquistador del Río de La Plata, y un esclavo negro, de origen español. La ruta que hoy los norteamericanos llaman el “Spanish Trail” o “camino español”, de la Florida a México, la inauguraron, pues, dos viajeros de Cuba, Alvar Núñez y el esclavo, hace más de cuatro siglos.
Pasaron algunos años y hacia 1538 resurgió el interés de los españoles por la Florida y se dio la encomienda de conquistarla y colonizarla, desde Cuba, a Hernando de Soto. Por orden de éste el piloto Juan de Añasco fue a reconocer las costas de la Florida, a bordo de un bergantín, y después de recorrerlas vino con el dictamen de que el mejor lugar para efectuar un desembarco era el de la ensenada donde años atrás había estado Pánfilo de Narváez, la bahía del Espíritu Santo o bahía de Tampa, para darle el nombre indio que ha perdurado hasta hoy La expedición de Hernando de Soto tomó tierra en la bahía de Tampa a fines de mayo de 1539, y allí comenzó la espantosa odisea de españoles y cubanos que, si lograron vencer a los indios, no lograron estar en paz con ellos y nunca encontraron las riquezas que se había prometido. Hernando de Soto descubrió el Mississippi y fue a dormir el sueño eterno en el fondo del río, en el ataúd recubierto de plomo que le hicieron sus soldados; pero entre los sobrevivientes del desastre, llegados en 1543 en Tampico, se encontraban el cubano Gómez Suárez de Figueroa, hijo de Vasco Porcallo con una es clava indígena, y el mulato Estebanillo, también procedente de Cuba.
Así se fundaron las relaciones entre La Habana y Tampa, que luego se desenvolvieron con grandes dificultades por el continuo estado de guerra con los franceses, dueños de la desembocadura de Mississippi hasta que la Luisiana fue cedida a España, en 1763. Durante todos esos años Tampa fue el refugio de contrabandistas y de piratas, cuando
España entregó la Florida a la Gran Bretaña, a cambio de La Habana, se interesó más por Tampa como una de las avenidas para el comercio con los indios floridanos, y como uno de los puntos de contacto para el contrabando con La Habana, que era muy lucrativo. San Agustín y Pensacola eran, sin embargo, las dos principales poblaciones de las que entonces se llamaban “las dos Floridas”, la oriental y la occidental. El Golfo de Vizcaya, donde está Miami, era un desierto, y así toda la costa desde la extremidad de la península hasta San Agustín.
España recuperó las Floridas en 1720-81, durante la Guerra de Independencia de los Estados Unidos, con tropas enviadas desde La Habana y entre las cuales figuraron hasta los «batallones de pardos y morenos» habaneros que pelearon por la misma causa que Washington y Lafayette. Hubo un mayor interés en colonizar aquellos abandonados territorios; pero ese interés no duró mucho tiempo porque, después del efímero renacimiento del poderío español con Carlos III y sus progresistas ministros, vino la decadencia irremediable con Carlos IV y Fernando VII. El abandono de las Floridas llegó a ser tal, que de La Habana había que mandar la comida, las medicinas, las ropas, el calzado, las armas y las municiones, el papel y hasta los sueldos de los funcionarios y las tropas coloniales. La colonia de Tampa, como la de. Cayo Hueso, de antiguo estaban al margen de la ley; pero entonces la situación empeoró porque España no tenía con qué afianzar su autoridad. Francia había vendido la Luisiana a los Estados Unidos y los norteamericanos trataban de empujar sus fronteras, por Georgia y por Alabama, hacia el interior de las Floridas. Los indios, los corsarios, los esclavos fugitivos, los contrabandistas y los aventureros de toda laya eran los que dominaban la situación, y un día Fernando VII cedió a los Estados Unidos las dos Floridas por una indemnización pecuniaria. En 1823 el villorrio español que había en Tampa tuvo vecinos norteamericanos y los Estados Unidos construyeron el fuerte Brooks. Tampa prosperó lentamente y cuando la Guerra de Secesión la escuadra de los federales la bombardeó varias veces y por fin la ocupó militarmente para impedir que su puerto rompiese el bloqueo de los estados confederados para traficar con Cuba.
La colonia cubana de Tampa. aumentó con los emigrados de la Guerra de los Diez Años y allí se establecieron las primeras tabaquerías como el* medio de vida de los recién llegados. Los «chinchales» se acreditaron y hubo una mayor demanda por los tabacos de Tampa, por lo que surgieron las fábricas de Martínez Ibor, de Haya, de Condoya, de Hidalgo y de otros emprendedores cubanos, después de 1869, que llegaron a convertirse en la principal fuente de ingresos para la población. Alrededor de la amplia bahía surgieron otros caseríos, a veces fundados por emigrados cubanos, como Ibor City. Los emigrados adoptaron la ciudadanía norteamericana, participaron de la política del Condado de Hillsborough, donde está Tampa, y fueron alcaldes, concejales, magistrados, alguaciles, etc., mientras la ciudad crecía. Hasta los periódicos en español tenían mayor circulación que los impresos en inglés y dos de ellos, «La Crónica», y «La Traducción», han durado hasta nuestros días. Las mejores revistas ilustradas de Tampa se publican en español. Allí se fundó por la emigración el «Liceo», como en las ciudades progresistas de la Patria lejana, y se le pudo llamar «Liceo Cubano», y hubo Club Nacional Cubano y otras agrupaciones que recordaban a Cuba.
Era natural. que Tampa fuese uno de los centros de actividad patriótica preferido por Martí, mientras organizaba el Partido Revolucionario Cubano. En sus sociedades, en sus teatros, en los salones de las fábricas de tabacos y en las casas amigas, se escucharon sus discursos y sus exhortaciones en favor de la unidad de la emigración para ayudar en la empresa de hacer que Cuba fuese libre. Tampa dio más, por cápita, por Cuba Libre, que cualquiera otra ciudad, y sus tabaqueros contribuyeron con más recursos, proporcionalmente, para la independencia de Cuba, que el más acaudalado de los hacendados de la época. Fue en el «Liceo Cubano» de Tampa que Martí pronunció su famoso discurso sobre los «pinos nuevos» La orden para la Revolución del 95 salió oculta en uno de los tabacos torcidos en las fábricas de Tampa.
La fundación oficial de Tampa data del 15 de diciembre de 1855. cuando la Asamblea Estatal convalidó la existencia de su ayuntamiento. En este año, pues, los tampeños celebran su primer centenario y la exposición o «Feria del Progreso», que durará del primero al dieciséis de julio, es el primero de los actos conmemorativos de la ciudad, en la que hay unas sesenta mil personas de entre las ciento veinte mil de la población, que son oriundas de Cuba y mantienen vivos sus tradiciones cubanas. Los viernes, cuando se vende Bohemia en Tampa, la revista se vocea por las calles como si se tratase de una ciudad cubana. La «Greater Tampa» o distrito metropolitano de Tampa llega a medio millón de habitantes, con los pueblos vecinos, y una quinta parte de ellos entiende el español, tienen recuerdos familiares cubanos, están al tanto de la última noticia de nuestro país y mantienen tenazmente, al cabo de varias generaciones, el vínculo que tenían los fundadores de sus familias cuando emigraron de Cuba para no vivir bajo el despotismo.
Las industrias cubanas van a estar representadas en la «Feria del Progreso», de Tampa, gracias a los esfuerzos de la Sociedad Colombista Panamericana y de la Comisión Cubana Organizadora del Centenario de Tampa. Cuba también enviará colecciones de libros, de cuadros, de esculturas, de música grabada e impresa, de periódicos, de fotografías, de películas descriptivas, de documentos históricos, etc., para llegar al corazón de los tampeños, los más cubanos de todos los norteamericanos, y demostrarles cómo les quieren y les recuerdan sus hermanos del otro lado del Estrecho de la Florida, que hace más de cuatrocientos años, cuando ni siquiera había Jamestown ni Plymouth, ya habían enviado a la bahía de Tampa a Gómez Suárez de Figueroa y a otros cubanos de la primera generación de criollos que hubo en esta Isla.
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