“MAYITO”: “CUANDO UN AMIGO SE VA…”

Written by Demetiro J Perez

9 de marzo de 2022

“Cuando un amigo se va/ queda un tizón encendido/ que no le puede apagar/ ni con las aguas de un río”. Y Mayito para mí eran la frescura de las aguas de los ríos Yumurí, Canímar o del San Juan, de Matanzas; una catarata de paz, armonía y amor a la vida. Presumían de haber creado una familia ejemplar. El arribo de varios nietos le convirtió en accionista absoluto de la llave que abre la mansión del agradecimiento a Dios.

Un Reportaje Especial y Exclusivo  para LIBRE de Roberto Cazorla

Nuestro corresponsal en España

Algunos amigos afincados en Miami se han extrañado que yo no haya escrito unos renglones sobre la partida de Mario Tápanes (“Mayito”), he de confesar que cuando Demetrio Pérez Jr., (Nuestro director) me comunicó tan desdichada noticia, me quedé en “Shock”. Tanto, que he tenido que esperar a que mi mente y sensibilidad estuvieran preparadas para despedirle a mi manera, por medio de las páginas de este semanario que él tanto “amaba”. Fue uno de sus mejores y más puntuales colaboradores. Cada trabajo suyo era un relámpago de inteligencia y sensibilidad: se sintió cubano hasta lo más profundo de su naturaleza. Defensor de la libertad, fue uno de los abogados más respetados en Los Ángeles (California) donde vivió siempre junto a su inigualable esposa Gloria Medero, hijos y nietos: Formaban una familia ejemplar.

Alberto Cortés, cantautor argentino afincado en España (para mí era más poeta), escribió la canción más hermosa relacionada con la amistad. Su primera estrofa dice “Cuando un amigo se va/ queda un espacio vacío/ que no lo puede llenar la llegada de otro amigo”. No hay verdad más verdadera. Su ausencia resulta insustituible. Quizá por eso tardé en demostrar mi dolor por su ausencia.

Siempre que yo asistía a Miami invitado por Demetrio Pérez Jr., con motivo de la celebración de “El Día del Matancero Ausente”, coincidíamos Mayito, Gloria y yo, y nos pasábamos horas recordando los tiempos que vivimos en la calle Zaragoza número 5 (altos) entre las calles Río y Medio) en Matanzas. Cada viaje nos despedíamos con nostalgia y con la esperanza de que Dios nos permitiera reunirnos al año siguiente. Se marchó con el interés de invitarme a Las Vegas, lugar que solía visitar frecuentemente con su esposa Gloria. Nunca lo complací. Lo lamento.

ABOGADO COMO SU PADRE

Nos conocimos casi pasando la adolescencia de los tres. Gloria Medero, hija de Don Antonio Medero e Isabel Hernández, ocupaban la casa en la dirección que menciono más arriba, cuyo aposento contaba con 7 dormitorios. Las dos que quedaban al fondo, se la alquilaron a mi madre, en las que nos alojamos mi vieja, mi hermana y yo. Le permitieron a mi madre que montara un “tren de cantinas” (comida a domicilio), la cual yo repartía por gran parte de la ciudad. Allí vivía la familia Medero, con sus hijos Gloria, Irma y Ernesto. Mayito vivía en la calle del Medio, casi esquina a Zaragoza, ambos eran estudiantes; Mayito se preparaba para ser abogado como su padre, y Gloria para ser maestra, pues le apasionaba enseñar. Todos fuimos creciendo. Hasta que descubrimos que, entre ambos existía algo más que las relaciones normales entre primos, ya que Isabel, madre de Gloria, era hermana de la madre de Mayito, esposa del Dr. Mario Tápanes. Surgieron comentarios entre los conocidos. Algunos nada sutiles sobre lo que podría suceder si dos primos contraían matrimonio. Otros, como yo, lo celebraba, a que formaran una pareja envidiable, repleta de vida, ambos eran como los sonidos que desde hace década le faltan a la vida: los de la verdadera alegría y el agradecimiento a Dios por habernos permitido vivir una etapa tan hermosa y repleta de ilusiones.

“Cuando un amigo se va/ queda un tizón encendido/ que no se puede apagar/ ni con las aguas de un río”. Y Mayito, a la vez que Gloria, para mí, en el exilio, eran la frescura de las aguas de los ríos Yumurí, Canímar o del San Juan, de Matanzas. Eran una catarata de paz, armonía y amor a la vida. Presumían de haber creado una familia ejemplar. El arribo de varios nietos les convirtió en dueños absolutos de la llave que abre la mansión del agradecimiento a la vida.

Aunque yo me trasladé a La Habana, para convertirme en lo que era mi ilusión, en actor profesional, solía regresar a Matanzas casi todas las semanas, lo que me permitía continuar mi contacto con la pareja de novios formada por Gloria y Mayito. Pero llegó la putrefacta revolución y, tuvimos que dispersarnos como hormigas. Yo a España y ellos a Estados Unidos. Al cabo de cierto tiempo, volvimos a tener contacto a través de internet. Y, repito, nuestros encuentros en Miami todos los años nos servían para continuar siendo los mismos amigos de aquella adolescencia.

SU ORGULLO DE SER CUBANO Y DE MATANZAS

Mayito era uno de esos seres que parecen haber inventado la ética, el respeto, la consideración al semejante. Aparte era tan cubano como la arrogancia de un flamboyán. Era un gran entendido en la historia de Cuba, y conocía todos los desmadres de la dictadura comunista, a la que combatió con ferocidad, siempre a través de las páginas de este semanario. Apasionado por la lectura y de todas las expresiones artísticas que le impresionaban, lo convertían en un hombre especial. Amante de la poesía, era dueño de un elevado sentido de la crítica literaria. Si hubiésemos tenido que galardonarlo, habría sido por el orgullo que tenía de ser cubano e hijo de Matanzas, que entonces era “La Atenas de Cuba”, por su alto nivel cultural.

“Cuando un amigo se va/ una estrella se ha perdido/ la que ilumina el lugar/ donde hay un niño dormido”. Mayito brillaba en el campo de la amistad lo mismo que la estrella que se le perdió al poeta Alberto Cortés. 

Tanto él, como Gloria, sabían de mi soledad de exiliado a tanta distancia de las cosas que me amamantaron en una Cuba que era libre y repartidoras de colores y alegría. Me enviaban consejos, me alentaban y me confirmaba la esperanza de que íbamos a regresar a la isla. Desdichadamente ello no se produjo, no creo que ocurra, pero él está en un rincón del cielo precisamente que queda encima de Cuba, desde el que puede contemplar la sangría que sigue derramando un país atrapados en los tentáculos del comunismo. Era católico, un remanso de paz a través de su voz; era todo humanidad, se parecía a pocos. Dios lo había hecho con un material especial, como el que usa para que no perdamos la ilusión del todo.

“Cuando un amigo se va/ queda un terreno baldío/ que quiere el tiempo llenar/ con las piedras del hastío”. Pero el sitio que dejó vacío Mayito nada ni nadie podrá habitarlo. Nos queda su imagen del amigo incondicional, eterno, pues siempre estará en nuestros corazones, le recordaremos como cuando lanzaba toneladas de orgullo mientras celebrábamos en la finca de nuestro director, el “El Día del Matancero Ausente”. Sin duda, esa imagen suya será la que conservaré; convencido de que, “cuando un amigo se va”, nos merma la velocidad de nuestros latidos, obligándonos a permanecer atrapados por los tentáculos de la pena. Eso me ocurrió. Por eso no he podido despedirlo hasta el día de hoy.

¡Hasta que nos veamos nuevamente, querido y adorado amigo!

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