65 AÑOS DE INFAMIA (VIII)

Written by Libre Online

30 de enero de 2024

Desde principios de 1959, tras destituir a José Miró Cardona, había adoptado el cargo de “Primer Ministro” para degradar al “Presidente” Manuel Urrutia, lo cual no tenía importancia alguna. Él era el dictador en potencia y podía “inventar” el título que quisiera para sí mismo y para los demás. (Recordemos la pantomima aquella de “¡Fidel, no renuncies!”, cuando simuló renunciar al cargo de Primer Ministro mientras instaba a las turbas comunistas a salir en protesta, en su “show” para destituir y eliminar a Urrutia Lleó, lo cual logró, haciéndole dimitir.

Al triunfo de la revolución, en enero de 1959, había nombrado como jefe de la nueva “Fuerza Aérea Revolucionaria” al Comandante Pedro Luis Díaz Lanz, piloto valiente y audaz que durante los años de la Sierra Maestra se jugó la vida en numerosas ocasiones, llevando pertrechos y municiones que descargaba en paracaídas a riesgo de ser interceptado o derribado por la fuerza aérea de Batista. Díaz Lanz fue el hombre que mantuvo vivo al ejército rebelde en las rugosas montañas cubanas suministrando hasta el 70% de las provisiones necesarias. Anteriormente, Pedro Luis Díaz Lanz había sido piloto comercial en la compañía “Aerovías Q”, que volaba por el territorio nacional. Y fueron incontables los viajes que realizó desde Costa Rica y Miami a la Sierra Maestra.

Como jefe de su fuerza aérea y hombre de toda confianza, Fidel Castro requería que el Comandante Díaz Lanz pilotara el avión “Número Uno” cada vez que el “Máximo Farsante” se trasladaba a la provincia de Oriente o a cualquier otro sitio, durante los primeros meses luego del triunfo de la revolución. Pero esos viajes sirvieron para que el Comandante Díaz Lanz pudiera escuchar de viva voz las ideas y planes del “Máximo Delincuente”, el Comandante Fidel Castro Ruz, líder supremo de la perfidia. Con desencanto y horror supo de los verdaderos propósitos de la revolución cubana y la determinación de conducir a Cuba hacia una dictadura comunista. Nada de lo prometido en la Sierra Maestra sería llevado a cabo. No habría elecciones libres, ni regreso a la democracia, ni libertad para la nación. 

“Vamos a introducir en Cuba un sistema como el que existe en Rusia” —Reveló Fidel Castro durante un vuelo desde Santiago de Cuba, donde le acompañaban Celia Sánchez, Alfredo Guevara y Núñez Jiménez. Y “mataría a más de cuarenta mil personas si fuere necesario para lograrlo” —concluyó determinante.

El problema es que Pedro Luis Díaz Lanz se había jugado su vida por una revolución que todos creían devolvería Cuba a los cauces democráticos, como se proclamó desde un comienzo en la lucha contra el gobierno de Batista y reafirmado tantas veces desde la oriental cordillera montañosa. El era un demócrata convencido y un firme anticomunista. 

Algunos miembros del gobierno se plegarían al comunismo a fin de seguir en sus nuevas posiciones, y se someterían a los dictados del “Máximo Farsante”; posiblemente, entre esos, los que desembarcaron en el Granma que eran comunistas, y otros que jamás se bajarían del “tren fidelista”, entre ellos varios de los más humildes campesinos que se sumaron a la guerrilla de la Sierra y nunca tuvieron educación ni afiliación política más que el desprecio a Batista. Pero él no podría hacerlo.

Se sintió totalmente burlado, traicionado, y engañado. Y llegó a la conclusión de que, como consecuencia de sus ideas, engrosaría la incipiente aunque secreta lista de los Comandantes de la revolución vigilados, destituidos o en la mirilla del sátrapa en potencia. Como ya él había descubierto, sin cortapisas, la verdadera personalidad radical y violenta del nuevo e inicuo déspota que se estaba posesionando de Cuba, decidió tomar medidas urgentes para salvarse, pero no sin antes estudiar cómo alertar al pueblo de Cuba del engaño de que estaba siendo objeto, pues en su fuero interno se sentía culpable de haber contribuido a que ese monstruo llegara al poder. Tuvo la valentía de hablar con otros miembros de las fuerzas armadas y discrepar abiertamente de Fidel Castro.

Felipe Lorenzo

Hialeah, F

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