YARINI  su mundo su Muerte

Written by Libre Online

9 de enero de 2024

Alberto Yarini es un personaje representativo de cierta clase social que existió en una época ya caducada, aunque bien lejos de la nuestra. No es un tipo ejemplar ni mucho menos, pero su vida desordenada si puede serlo, pues no solo se ejemplariza con la buena conducta, sino también con la mala. Muchas veces vale más conocer lo que no se debe hacer que lo que debe hacerse. Esa es nuestra intención y por ello publicamos esta biografía de Alberto Yarini, el hombre que pudiendo haber sido otra cosa, vivió y murió en el bajo mundo de antaño.

Por Rafael Soto Paz (1949)

Cada cual es famoso a su manera. Eróstrato, pobre diablo de la antigüedad pasa a la historia por quemar el templo de Diana, una de las siete maravillas del mundo. Descartes sobresale con su teoría, creando el derecho a la duda. Y si el paranoico Guiteau figura en los libros de texto es por haber ultimado al presidente Garfield, hecho que conmovió a la Norteamérica de su tiempo.

La celebridad de Yarini llega de otro rumbo. En Cuba decir Yarini es dar una filiación determinada: el que tiene varias mujeres. Por eso se recuerda Alberto Yarini y Ponce de León, un joven de buena familia a quien su simpatía y buen porte arrastraron hacia la llamada “vida alegre”, que entre paréntesis, de todo tiene menos de alegre.

No obstante, su negado “oficio”, la persona de Alberto Yarini emerge aureolada de cierta glorificación: hombre valiente, generoso, de actitudes elegantes a la hora de hacer el bien, su portamonedas era el primero que se abría y el último en cerrarse. No olvidemos su condición también de político (presidente de los conservadores de San Isidro), actividad esta que le permitía vincularse con personajes de altura. Poseía rara nobleza de carácter. Su casa era visitada a diario por personas necesitadas por su amabilidad y atrayente simpatía. Era la admiración de las mujeres. Aún se le recuerda como uno de los hombres mejor vestidos de La Habana. Gustaba pasear a caballo por Prado y Malecón y también por las afueras de la capital. Este pasatiempo le permitía hacer gala de su prestancia y ejercer enorme influjo sobre las hijas de Eva.

Nacimiento

La rama Ponce de León, apellido que lleva la madre de Yarini, reside en Cuba desde principios del siglo XXVIII, procedente de Madrid. Ese es el origen de que Alberto esté emparentado con los marqueses de Aguas Claras y los condes de Villanueva, ricas familias criollas. Por el padre, él es descendiente de italiano, siendo el primero que conocemos el doctor José Yarini Klupfel que a comienzos del siglo XIX se estableció en Matanzas. Un hijo de éste se matrimonia con la señorita Concepción Ponce de León en 1841 y desde entonces ha habido una sucesiva liga de primos con primas y a veces dos hermanos casándose con dos primas, enlaces que constituyen una verdadera maraña, pues siempre había un hijo con el nombre de Cirilo. Como los apellidos eran los mismos de ahí la terrible confusión que descubrimos en los archivos de la Universidad de La Habana.

El padre de nuestro biografiado, el doctor Cirilo José A. Yarini y Ponce de León, fallecido en febrero, 6 de 1915. Ocupaba la cátedra B de Ortodoncia en la Universidad y su hijo, el hermano de Alberto, que se llamaba doctor Cirilo José Atanasio Yarini y Ponce de León, murió el primero de agosto de 1925, siendo profesor auxiliar de la Escuela de Odontología en nuestro máximo centro docente.

Como se observa, fue en un hogar prestigioso donde Alberto Yarini estrena la vida en La Habana el año 1884. Un poco después ingresa con su hermano en el Colegio de San Melitón de esta capital, pasando los dos en septiembre de 1894 a estudiar a los Estados Unidos. 

De retorno a La Habana en 1900, Cirilo revalida su título de cirujano dental en nuestra Universidad, no haciendo lo mismo Alberto, aunque los periódicos al mencionarlo en el suceso lo llaman “estudiante”. Podemos afirmar que nunca se matriculó en el Instituto y mucho menos en la Universidad. Tampoco hay indicios que trabajara en algo. Por lo visto, su predilección para la vida “suave” data desde niño.

Un incidente

En la biografía de Yarini hay un gesto que le enaltece y del que se hizo eco “La Lucha”: fue él quien dice el periódico, durante la última intervención, cierto día en la acera del Louvre, maltrató de obra al Encargado de Negocios de Estados Unidos por haberse expresado mal de los cubanos.

Incidentes de esta clase no son nada nuevo. El lector recordará el habido entre Hughes Gibson, Secretario de la Embajada norteamericana y el hoy magistrado del Supremo doctor Enrique Maza. Fue el año 1912 y los manotazos cayeron en la efigie de Mr. Gibson como los políticos sobre la nómina. El motivo fue el mismo: expresarse mal de los cubanos.

El incidente de Yarini, así lo relatan hallábase él con varios amigos en el desaparecido café “El Cosmopolita”, entre ellos el general Jesús Rabí, cuando oyó que dos estadounidenses hacían el siguiente comentario:

–Por eso no me gusta este país, aquí los negros entran juntos con los blancos en todas partes…

Como el joven cubano conocía el idioma inglés tras abonar lo consumido, pidió a sus amigos lo acompañarán, pues tenía que marcharse. Cuando todos estaban en la calle, usó cierto pretexto para retornar al café y dirigiéndose a los difamadores, les hizo saber que eran unos incorrectos; que aquí no había distinciones de raza y que el hombre de color era nada menos que el mayor general Jesús Rabí, gloria de nuestras gestas libertadoras. La indignación de sus palabras en inglés Yarini las hubo de acompañar con fuertes trompadas al extremo de fracturar el maxilar y la nariz al mencionado diplomático.

El bajo mundo de antaño

Para conocer la época de Yarini, el trasfondo en que esta complicada alma se movía, precisa conocer la historia de su mundo y sus etapas diversas. La literatura clásica española nos ofrece obras de innegable valor y una de ellas, “La Celestina”, es un modelo antiquísimo que retrata las costumbres licenciosas de la Edad Media. La Habana misma en los siglos XVI y XVII, se inundó de “alcahuetas y mujeres de mal vivir” que hacían su agosto con la llegada de la flota. Un documento comprueba que la prostitución comenzó a ejercerse en Cuba con las negras y mulatas esclavas cuyos amos cobraban el producto de la entrega temporal. Estos amos eran unos buenos señores que dividían su tiempo así: seis días de la semana los dedicaban al “jugoso negocio” y el domingo a ir a la Iglesia. Un día con Dios bastaba para compensar los seis días de trato con el diablo.

Las zonas

En un meritorio libro publicado en el año 1888 bajo el título “La prostitución en la ciudad de La Habana”, el doctor Benjamín de Céspedes presenta un curioso plano de los centros en que la misma se abroquelaba. La primera agrupación la constituye la calle Bomba, (hoy Progreso o San Juan de Dios) y la cuadra de Compostela y Aguacate hasta Empedrado. La segunda la forman algunos tramos de Teniente Rey y Bernaza.

Luego viene la tercera que ocupaba las cuadras de Lamparilla y Obrapía, que desde Aguacate salen a Monserrate y el espacio de ésta de Obrapía hasta Dragones. La cuarta zona la ocupaban mujeres de calidad inferior y comprendía cuadras de las calles Sol, Luz y Desamparados. La última, la agrupación quinta pertenecía a la “aristocracia” y estaba enclavada en San Miguel, en el centro estaba el restaurante “El Ariete”, San José, Zanja, Virtudes e Industria hasta Trocadero.

Los Centros de higiene

Para evitar que las enfermas, las envejecidas y las desplazadas deambularan por las calles, un sabio gobernador de la isla, el marqués de la Torre, hubo de fundar en 1776 la llamada Casa de Recogidas, que servía de albergue a ese estatus social.

Por este tiempo existían dos centros de higiene, donde las “recogidas” se veían obligadas a concurrir semanalmente.

Un verdadero zoco

marroquí

Al asumir el Ejército de los Estados Unidos el mando provisional de Cuba agrupó las “cinco” zonas mencionadas en un solo distrito: el que lleva el nombre del santo que quita el agua y pone el sol. El espectáculo que ofrecía aquel reducto del amor barato fue motivo de un agrio momento del doctor Ramón María Alfonso en la Memoria que en el año 1922 publicara la Comisión de Higiene especial, de la que él era Secretario: “El extranjero –expresa Alfonso–, recién llegado a esta ciudad, a quien se llegue a la caída de la tarde por los barrios de Paula y San Isidro, será testigo de un cuadro singular desarrollado ante su vista que, contribuyendo a que forme triste idea de nuestra cultura, le hará pensar, sin duda, hallarse en un barrio de cualquier población marroquí”.

Poblaciones de mayor aporte

Observando el desarrollo del tema que nos ocupa, encontramos que la mujer cubana blanca estuvo siempre en menor proporción que la extranjera y la nativa de color a lo largo de todas las épocas. Es a finales del siglo XIX cuando las guerras por la independencia han empobrecido al país, que se nota un cambio singular. Hasta 1888, las negras y mulatas forman mayoría; en 1899 el mayor porcentaje ya es de blancas. Asombrado, el doctor Alfonso expresa que “este síntoma de la inversión en los términos de la proporcionalidad entre una y otra raza desde 1886 acá (1902) y de lo difundido que está el clandestinaje en la blanca es demasiado importante para que pueda pasar inadvertido”. Y luego, agrega: “Revela una nueva fase de la prostitución cubana que amerita se preocupen los pensadores”.

Para ahondar en el estudio de cambio tan sorprendente, precisa conocer las poblaciones cubanas que aportaban mayor número de “mercancía” a la plaza, para utilizar el habla de los tenderos de la calle Muralla. Después de la propia Habana, el mayor aporte lo ofrece la ciudad de Matanzas y le siguen en el porcentaje Pinar del Río (la capital) Güines, Cienfuegos, Cárdenas y Santiago de Cuba, según estadística del año 1899.

Cesa el control

Tanto el control sanitario como la forma distrital de agrupamiento dejaron de tener vigencia obligatoria al promulgarse el Decreto 964 de octubre 23 de 1913. El mismo lleva las firmas del Presidente Menocal y del doctor Enrique Núñez, Secretario de Sanidad y se debió a que “fuera de la zona existían tantas casas de prostitución como dentro de ella, lo cual era evidente que nada se obtenía con su existencia”.

En un informe del brigadier Plácido Hernández, jefe de la policía en tiempos del Presidente Zayas, aparece que en la llamada “zona” se obligaba a las infelices a pagar precios exorbitantes por las viviendas y los alimentos y que las pobres mujeres estaban a merced de hombres degenerados que se aprovechaban del aparte.

Por cierto, que el bueno de Plácido endulzaba su informe al secretario de Gobernación con un postre de falsedades: –“Tengo la satisfacción de comunicar a usted que no existe en la actualidad en los barrios de San Isidro, Arsenal y Colón, una sola accesoria donde esas desgraciadas mujeres ejerzan su impúdico comercio”.  (Una casa no, Plácido; mil sí…)

Sin embargo, el doctor Matías Duque, médico y patriota de abolengo en un voluminoso libro publicado el año 1914 en el que aborda a fondo todos estos problemas, se muestra decidido defensor de la reglamentación del “oficio” y pide que restablezcan las “zonas de tolerancia”.

La “Trata de Blancas”

El decreto de Menocal terminó con el agrupamiento obligatorio, pero no pudo acabar con la llamada “trata de blancas”. Este fluir se mantuvo con más o menos vigor desde los movimientos revolucionarios de Santo Domingo 1794 hasta el año 1925, en que el enérgico Rogerio Zayas Bazán asume la cartera de Gobernación. Según los datos oficiales, el primer país proveedor siempre fue España con sus dicharacheras andaluzas y madrileñas. Siguen después Puerto Rico, México, Canarias y ciertas partes de Estados Unidos. Luego vienen Francia, Austria, Venezuela, Santo Domingo y por último, Bélgica.

Esta ordenación que tomamos de varios libros e informes policiales causará seguramente sorpresa, pues siempre se supuso que eran Francia y Bélgica los principales centros productores. La verdad es que hasta 1875, el 60% eran cubanas, la mayor parte de color y el 30% de españolas, principalmente de las regiones citadas, repartiéndose el resto entre Canarias y Estados Unidos. Es en la Primera Guerra Mundial, 1914-1918, sobre todo después de ella, cuando se incrementan los envíos de Francia y Bélgica, pero, aun así, nunca alcanzó tal binomio los primeros puestos. 

Una prueba de ello es la propuesta formulada por el club femenino de Cuba en el año 1925, de la que fue ponente la culta Hortensia Lamar. En este trabajo se afirma que son unas 700 mujeres las que anualmente vienen de España, Francia y Bélgica. Se supone que, tratándose de una protesta, la cifra sea un poco exagerada.

El “secreto” de cuanto decimos estriba en el apelativo que se le daba de francesa a todas las que venían de fuera y hablaban un idioma distinto al nuestro, bien fueran austríacas, belgas, norteamericanas, polacas, etcétera. Por cierto, nos sorprende que aparezcan tan pocas italianas en las estadísticas a pesar del número de nativos de esta nación que sobresale en la fauna delincuente. 

Todo cuanto se relaciona con la “trata de blancas” ha sido pormenorizado en libros y artículos periodísticos por el gran reportero Albert Londres. Recuérdese que sus formidables denuncias causaron sensación hace 30 años. Su pluma cáustica describió la perfecta organización de carácter mundial que existía en sus “jefes”, forma de actuar funcionarios y autoridades policíacas envueltas en el gran negocio y el pavoroso sistema de contratación. La infeliz que se veía envuelta en la trama, semejante a los “gánsteres” de ahora jamás podía liberarse. Se cuenta que la organización publicaba anuncios en los periódicos solicitando modistas, empleadas, sirvientas, los cuales eran exhibidos en los sitios donde iban los “contratantes”. Una vez que los infelices caían en la red viéndose solas en país extraño, sin defensa alguna, resultaban “pasto” propio para las “llamas”.

Extendiéndose sobre la materia el diario habanero “La Lucha” en su edición del martes 22 de noviembre de 1910 dice que “de dos años a la fecha ha aumentado de manera considerable el número de hetairas de nacionalidad extranjera, francesas, belgas e italianas en su mayoría que a veces engañadas, a veces por su voluntad y siempre atraídas por la sed de oro llegan a nuestros puertos en grupos acompañados por algún paisano, buen mozo, elegante y gastador. Este promete colocaciones de modistas, sombrereras, camareras, etc., luego las induce en la mala vida…”

La “Petite Berta”, eje del drama

Los antecedentes de la muerte de Yarini tienen cierta relación con este abominable tráfico de cabellos rubios. El eje de los sucesos fue precisamente una primorosa hija de la tierra de Francia, Berta La Fontaine “La Petite Berta”), como era conocida. Ella había venido en un tropel humano desembarcado el año anterior, (1909) por Louis Lotot. Cuando este “honorable” viajero volvió a Europa en busca de más “mercancías”, la Petit Berta como los caballos y los bóxers, pasó de cuadra y se puso bajo la sombra augusta de Yarini.

Tres meses después, el día que el “Monsieur” regresó a La Habana a dejar su cargamento –como el jibarito de la canción–, fue a recibirlo al muelle de La Machina su infiel amigo. El viajero que se había enterado de lo ocurrido en su ausencia, en tono armónico, se apresuró a decir:

–Alberto, sé a lo que vienes, moncherí; sé que Berta vive contigo. Estate tranquilo, no te la voy a enamorar, pero eso sí, si ella me manda a buscar, me la llevo.

Juntos salieron con otros amigos, tomaron varias copas en algún que otro bar cercano a los muelles.

Doña intriga, trabaja 

Libélula al fin, la “Petite Berta”, dicen que al ver pasar de nuevo a su ex amante le resurgió el afecto y hubo de escribirle una nota en la que le pedía a Lotot la fuera a buscar, pues estaba dispuesta a volver con él.

Por estos días en los cafés, las casas “non-sanetas” y centros de diversión el tema no era la esperada muerte del inmenso Tolstoi, “uno de los luminosos que haya brillado jamás en la historia del intelecto humano”. El tema de la hora lo constituía la “Carta de Berta”, (anticipo de la “Carta del Atlántico”) y la “entrevista Yarini-Lotot”. Sólo faltaba que los diarios publicaran grandes cintillos: “Se reúnen los grandes”. “Yarini y Lotot de acuerdo”.

Esta ocasión no podía perderla Doña Intriga. La avispada dama puso su cerebro a trabajar y la gresca tuvo que emerger. Lotot –dice “La lucha”– gran filósofo en su especial modo de vivir lejos de reñir con Yarini hízole saber que estaba en Cuba, como había estado en otras partes del mundo “para explotar mujeres”, “no para hacerse matar por ellas”. Por el contrario, los franceses e italianos censuraban a Lotot teniendo a mal que no hubiese defendido de todos modos su presa, la linda Berta. Parece que el constante criticar, agrega el diario, dio lugar a la tragedia de anoche.

La reyerta

Confirma este aserto el informe de los Policías Secretas, señores Jesús Hernández y Félix Lancís, el que fue remitido al Juez de Instrucción de la Sección Primera. Expresan que varios franceses que se dedican a la explotación de mujeres airadas hubieron de reunirse en la Fonda situada en la calle Habana esquina a Desamparados para tomar acuerdos contra las vejaciones que los “guayabitos” cubanos hacían contra ellos.

“A esa junta, agrega el informe, asistieron Louis Lotot, Joseph Quobrier, Jean Potitjean, Jean Boggio, Cesare Mona, Erenest Laviere, Raoul Finet, Cecil Bazzul y un tal Valeti.

“Estos individuos excitaron a Lotot para que se vengara de Alberto Yarini por haberle éste quitado a su antigua amante Bertha La Fontaine, acordando todos los reunidos cooperar al asunto que Lotot quedaba obligado a ventilar.

“Lotot se dirigió al café Habana conocido como “El de Víctor,” acompañado de Jean Petitjean, donde tomaron unas copas y después por San Isidro, se dirigieron hacia Compostela, donde encontraron a Alberto Yarini frente al número 60, en cuyo lugar sostuvieron una reyerta a tiros, interviniendo en la misma José Basterrechea, conocido como “Pepito” e íntimo y acompañante de Yarini, el que descargó su revólver contra Lotot.

“Con anterioridad al hecho se habían situado en la azotea de la Casa número 61 y también en la planta baja, Jean Boggio, Cesare Mona, Ernest Laviere, Valoti y Bozzul quienes desde la azotea dispararon sus revólveres contra Yarini, siendo éste el motivo de que dicho joven recibiera dos heridas de arriba abajo”.

En la declaración que hizo el sargento de la Policía Nacional, señor Arturo Nospereira expresa que encontrándose a las ocho de la noche del lunes 21 en la esquina de Picota y San Isidro, hubo de oír diez o doce detonaciones de revólver. Acudió a todo correr, llegando cuando los vigilantes, Carlos Varona y Serafín Montero tenían detenido a Basterrechea, viendo tendido en la calle frente a San Isidro 60 al francés Lotot y dentro de la casa herido al joven Yarini.

Lotot que vestía en traje carmelita, con bombín, murió en el acto.  Yarini dada su gravedad, fue conducido al Hospital de Emergencias, situado entonces en Salud y Cerrada del Paseo.

Los procesados

Las actuaciones policíacas a cargo del Capitán Jefe de la Segunda Estación, señor Luis de la Cruz Muñoz, mencionan al autor con 28 años de edad y Yarini, “estudiante” de 26 años y vecino de Paula 96. 

En esta causa se declararon procesados y sujetos a sus resultas José Basterrechea Zarduendo, Juan Boggio, Cesare Mona, Jean Petitjean en concepto de autores, decretándose la prisión provisional de los mismos, con exclusión de toda fianza. Firman el escrito el doctor Francisco Piñeiro Crespo, Juez de Instrucción de la Sección Primera, y Jesús Oliva, Secretario.

Justo es hacer constar que la liga de Basterrechea con Yarini es por la militancia política de ambos. Por eso él aparece entre los firmantes de la esquela que el P. Conservador publicara.

Once mujeres tenía Yarini

De las once mujeres de Yarini, cinco fueron a declarar, las que en el instante trágico se hallaban en la Casa San Isidro 60, las otras vivían en Paula 96, manifestando algunas de ellas que jamás recibieron una caricia del don Juan cubano. Ello prueba el modo de actuar de Yarini. Casi nunca andaba por el barrio ése; su tarea se limitaba a la de mero recaudador de impuestos.

Por cierto, resulta cómico lo que aparece en el número de “La Lucha” posterior al suceso: –“Tres de las mujeres de Yarini, Berta, Elena y Celia, dice el periódico, constantemente estuvieron con la cabeza baja, echada hacia adelante; es una exigencia de su amante, que les tiene prohibido alzar la cabeza en presencia de alguien”.

Hagamos constar que estas informaciones de “La Lucha” estuvieron a cargo de Enrique H. Moreno, en aquel tiempo, reporter de la policía…

Los teatros esa noche

Pero no se figure el lector que el suceso de San Isidro impidió que la gente saliera esa noche a la calle. Nada de eso. Los teatros, como siempre, se vieron muy concurridos en el “Nacional” se estrenaba “Lo Cursi”, la agradable comedia de Benavente que iba a ser vapuleada por la pluma ácida de Pancho Hermida, el inolvidable crítico. En el “Payret”, la temporada de Regino López anuncia el “Napoleón” del gran Gustavo Robreño, informando la empresa que “admite los boletos de los cigarros ‘Cabañas’ y ‘Siboney’ en pago de entradas”.

En el “Molino Rojo” de Galiano y Neptuno, La Chelito sigue rifándose y ganando dinero con el cuplé “La Pulga”. En el “Politeama” la comedia “El gran tacaño” y “Revistas cinematográficas de los sucesos de Portugal”. En “Albisu”, la zarzuela “La fiesta de San Antón” y en “Actualidades”, la picaresca Pepita Sevilla triunfa con las tonadas de moda. Mario Sorondo en el “Martí” estrena su obra “Una rumba en los aires” y en Alhambra, la compañía de variedades de Lola Ricarte aprovecha la ausencia de Regino para cosechar aplausos. En grandes carteles, el circo Bullones anuncia su temporada para la esquina de Zulueta frente al parque central, donde vemos al hotel “Plaza”.

Era ésta lector amigo, una época en que la gente vivía más feliz que ahora. Se conformaba cada cual con lo que tenía, mejor dicho, el desorbitado afán de lujo y enriquecimiento de esta etapa del vaga, ni remotamente daba asomos.  Un cable informando la venta de 8,000 toneladas de azúcar a 1.32 centavos bajo se aceptaba como cosa natural. Aún no se había roto el dique de la Primera Gran Guerra, las muchachas leían a Carolina Invernizzo con deleite. Viena y París y La Habana eran alegres, los valses de Strauss inundaban los salones. Esperanza Iris triunfaba como reina de la opereta y José Manuel Alemán era un niño inocente en su casona de San Bernardo.

Cae Yarini y cae Porfirio

Esta fecha en las propias horas que Yarini caía, daba su estallido arrasador la Revolución Mexicana, Don Porfirio, el hombre que durante 30 años apretara en su muñeca una nación de gente convulsa, huía con la bolsa repleta.

Pino Guerra mejoraba de las heridas que recibió en el atentado frente a la Plaza de Armas y Juan Gualberto Gómez, a la sazón director de “La Lucha”, declaraba en favor de Evaristo Estenoz, jefe de una supuesta conspiración. (Dos años después, en julio de 1912, Estenoz iba a aparecer en otro intento rebelde). En el Parque Central, los grupos comentaban el formidable empate logrado por Méndez en su “pitching” contra el “Detroit”. Ese era el panorama: noticias, muchas noticias…

El suceso del bosque

Pero nada de esto atraía la atención de los asistentes al velorio de Lotot en Desamparados 42. Lo que flotaba en el ambiente era un arsenal de temores y venganzas, por eso su entierro tuvo ribetes de tragedia. En el mismo se iba a poner de relieve la pugna entre los dos bandos: italianos y franceses contra cubanos y españoles unidos, o sea, apaches contra guayabitos, según eran conocidos.

Como en la ida la policía custodiara el féretro es al retorno del cementerio cuando el suceso, llamado entonces del Bosque, se desencadena. “La Lucha” en su edición del miércoles, expresa que al llegar el coche de Finet y Lavín a la esquina de Carlos III, ya en el Bosque de los lados de la calzada de Zapata salieron más de diez individuos blancos y pardos, y con ellos un moreno, los que lanzándose sobre los coches mientras uno sujetaba las riendas del caballo, otros acometían a sus ocupantes con armas blancas. Uno de éstos Raoul Finet, recibió tremenda puñalada en el cuello que le privó de la vida y su compañero Laviere varias heridas.

Aprovechando que otro entierro pasaba por el lugar, los coches donde iban Quovier, Paramand, Laval y otros del grupo “apache” fueron igualmente acometidos, resultandos ilesos porque los cocheros pudieron con habilidad dar la vuelta y escapar antes que los caballos fueran sujetados. Al resto de los acompañantes del sepelio, los salvó el regresar por la calle 23 del Vedado, si no hay más muertos. Los “guayabitos” estaban agresivos…

Mientras el vigilante 820 se hacía cargo de los heridos, el policía especial Matías Robledo, vestido de paisano, al intentar detener a los agresores fue amenazado, logrando arrestar solamente a uno de ellos a Marcial Mendoza Ortega, un mestizo de 37 años, vecino de Paseo 8.

Suspenden a dos jefes

Este hecho fue muy comentado. El periódico “La Discusión” del miércoles 23 afirma que sabíase pues era un rumor que los franceses iban a ser atacados, pero no se sabía dónde ni cuándo. Tales informaciones periodísticas dieron motivo a que el jefe de la Policía Nacional, General Armando de J. Rivas, suspendiera al capitán y teniente de la Décima Estación, señores Ledón y Cárdenas, porque “no obstante, haberles dado instrucciones para prevenir el suceso, las desentendieron”.

En el acto de procesamiento público por El Mundo del día 26 y que firman el licenciado Luis Zúñiga, juez accidental de la Sección Tercera, y el Secretario Juan M. Morejón, se declaran procesados en esta causa y sujetos a sus resultas, a Eduardo Infante Rodríguez, Antonio Álvarez Fernández, Marcial Mendoza Ortega, Segundo Sánchez Terán y Juan Vázquez Álvarez, decretándose la prisión provisional de los mismos, con exclusión de fianza.

La Leontina y el 

portamonedas

Y ahora viene una viva estampa de la época: al cadáver de Finet se le encontró un reloj y leontina con portamonedas de oro, con diez luises, una pieza de diez pesos, oro americano, media onza española, una libreta de checks, un alfiler de corbata de brillantes, unos gemelos de rubíes, botonadura de oro en la ropa interior y varios papeles escritos.

Obsérvese que entonces no había billetes, como tampoco teníamos moneda propia. Circulaba en Cuba el dinero de los tres países dichos, España, Estados Unidos y Francia.

Era el tiempo en que los “souteners” usaban “peinado especial con melena recortada y partida al lado izquierdo, dejando caer sobre el derecho de la frente un mechón de pelo encrespado. La barba siempre bien rasurada, la cara llena de polvos y un penetrante olor a esencia. Sin olvidar, no faltaba más, los tatuajes y la imprescindible actitud de “guapo de barrio”.

Muere Yarini

Lo sucedido en el entierro de Lotot sembró la alarma en el hospital de emergencias, donde era asistido Yarini horas después a las 10 y 35 de la noche, su corazón dejaba de latir. Junto a él, sufriendo el drama en toda su intensidad estaba su padre, hombre de vida austera, profesor de la Universidad Nacional quien hizo lo indecible por apartar a su amado hijo de la vida licenciosa que llevaba.

Debidamente custodiado, el cadáver lo trasladaron a la residencia de la familia Yarini, Galiano 22, altos, entre Animas y Lagunas. Los amigos políticos de Alberto hicieron gestiones para tenderlo en el Círculo Conservador, pero el padre se opuso.

Las esquelas

En los periódicos salieron publicadas dos esquelas, la de la familia y la de los Ejecutivo municipal del Partido Conservador. La primera aparece firmada por su padre, hermano, primos y demás familiares y amigos, siendo ellos: el Dr. Cirilo A. Yarini, Dr.  Cirilo Yarini Ponce de León. Dr.  José Yarini Pereira, Dr.  Carlos de la Torre y Huerta, Dr.  Lorenzo Ponce de León, Dr.  José Ponce de León, Dr.  Rafael del Pino, señor Francisco Julián, Dr.  Santiago de la Huerta, señor Armando de la Huerta. Dr. A. Barrera, Dr.  Pedro Calvo, Dr.  José Pereda, Dr.  Gustavo de los Reyes y Dr.  Marcelino Weiss.

La del Partido Conservador la firmaban Federico G. Morales, 

general Fernando Freire de Andrade, Comandante Miguel Coyula, Comandante Armando André Antonio León, Capitán Emilio Sardiñas, Federico Caballero, Raúl Busquets, Pedro Quiñones, Ambrosio J. Hernández, José Basterrechea y Eduardo Infante.

El entierro

El entierro es verificado a las nueve de la mañana del jueves 24 de noviembre de 1910. Constituyó una manifestación de duelo que se destacó no solo por la cantidad de público, sino por la heterogeneidad de los asistentes. El ñáñigo iba al lado del catedrático. El político, junto a la damisela, el tahúr contiguo al policía. Se puede afirmar que todas las clases sociales participaron del mismo.

Cuenta el periodista Ramón Mora, que en Reina y Belascoaín cuando el féretro iba a ser introducido en la carroza, el pueblo se amotinó impidiéndole. Todo el mundo quería cargar a Yarini hasta los ñáñigos que estaban agradecidos porque Alberto pagó el entierro del jefe de cierta “potencia”, un moreno apellidado Lambarri fueron autorizados por el jefe de la Policía para entrar en el cementerio bailando el “enyoro”. El espectáculo resultaba en verdad original, digno de ser captado por cualquier fotógrafo amateur, nuestro culto amigo José Rivero Muñiz aquí perdió prenda y todavía más interesante eran las viudas del extinto llorando sin cesar.

La copla popular

Una prueba que la personalidad de Yarini sacudía las entrañas del pueblo son las coplas que por entonces andaban de boca en boca. Había una de sabor bélico:

Franceses carentes de honor, 

salir de Cuba enseguida,

si no queréis que Yarini,

os arranque vuestra vida.

Las otras dos son más propias para el personaje:

Nada temas, la vida te sonríe, 

sigue en pos de la orgía y los placeres, 

pues las torpes mesalinas, cada vez, 

caudal de oro, vierten a tus pies

En medio de tu vida de placeres, 

cual si fueran traidos por ti, 

más sinceros que besos de mujeres,

son los consejos que te di…

La fama que en vida disfrutara Alberto Yarini iba a ser centuplicada en los años venideros. Su memoria atrae la atención: todavía hoy, al conjuro de su nombre, ciertas mujeres reciben un halo fascinante.

Como el Cid con las batallas, Yarini roba corazones después de muerto…

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