Y EL GRANO TENÍA QUE PUDRIRSE PARA QUE NACIERA UNA NUEVA FE

Written by Libre Online

26 de marzo de 2024

Por Raúl Lorenzo (1949)

“Yo soy el camino, y la verdad, y la vida”

Jesús al apóstol Tomás. (Evangelio de San Juan, Sermón de la Cena, 43-6)

¡Hosanna al hijo de David!

El profeta Zacarías había dicho pocos años después que el pueblo judío se liberó de los babilonios: “Oh hija de Sion, regocíjate en gran manera, salta de júbilo o hija de Jerusalén, he aquí que a ti vendrá tu rey, el Justo, el Salvador, él vendrá pobre y montando en un asno…”

Y la profecía se cumplió

Desde las tierras del norte, desde las riberas del lago Tiberíades, Jesús el justo llegó al antiguo reino de Judá convertido en provincia romana, y entró en Jerusalén cabalgando sobre un jumento. Y pobre venía, como anunciaba la escritura; pobre como llegó David a la corte de Saúl. “Las raposas –había dicho él–, tienen guaridas y las aves del cielo nidos, mas el hijo del hombre no tiene dónde reclinar su cabeza.” 

Antes de arribar a Jerusalén, había andado por Samaria, había llegado hasta las cercanías de Tiro, había recorrido los caminos de Galilea, había recibido el bautismo en el Jordán y el santo varón, ante quien se sumergió en las sagradas aguas, Juan el Bautista, había dado testimonio de su misión diciendo en Betania a los enviados de los fariseos: yo no soy digno de desatar la correa de tu zapato.

Errabundo, trashumante, seguido de sus discípulos, había desgranado sus sabias parábolas en suelo hebreo como simientes de una nueva fe. Todo lo había abandonado, su casa, sus parientes y sus prédicas, sus hábiles respuestas a los doctores de la ley, su devoción por los humildes y la fama de milagros que como nube de incienso, iba alzándose tras de sí, habían hecho resonar su nombre de uno a otro confín de la Tierra Santa.

Cuando llegó a Jerusalén eran las vísperas de la Pascua de Nisan y mucha gente había acudido a la Sagrada Ciudad, donde se guardaba el Arca de la Alianza para comer allí los ázimos mojados en la salsa del tradicional cordero sacrificado en oblación al señor. 

Ya célebre en todos los ámbitos de los dos Reinos de Judá y de Israel, sobre los que plantaba su zarpa la loba de las siete colinas y atestada la ciudad de forasteros, la irrupción de Jesús suscitó un tropel que llenó de pánico, de temor y aprehensiones a los príncipes y escribas del Sanedrín. Junto a él y los apóstoles se congregó una gran muchedumbre de gentes que extendían sus mantos y ramos recién cortados de los árboles delante del asnillo que le conducía y un coro de voces gritaba:

¡Hosanna, salud y gloria al hijo de David, bendito sea el que viene en nombre del Señor, Hosanna en lo más alto de los cielos!

Aguardan por la espada de Jehová

Algunos fariseos que se hallaban entre el gentío le increparon: “Maestro, reprende a tus discípulos”. Mas él les respondió con su habitual estilo de vivas imágenes y cortante como una segur: “En verdad os digo que si éstos callan, las mismas piedras darán voces”.

Se dirigió después hacia el templo y encontrando que en el atrio algunos mercaderes vendían bueyes, ovejas y palomas para los sacrificios y otros cambiaban monedas civiles por religiosas, tomó unas cuerdas y agitándolas a modo de látigo, los arrojó a todos del templo y derribó las mesas derramándose por el suelo el dinero de los cambistas. Y al tiempo que hacía restallar el látigo vindicativo, exclamó: Escrito está: mi casa, es casa de oración más, vosotros la tenéis hecha una cueva de ladrones. 

El gesto era significativo. Estaba henchido de vigor y rebeldía. Y el sentido subversivo de su prédica se acentuaba con estas palabras que en la calle, oyéndolo el pueblo dice a sus discípulos: “Guardaos de los escribas que gustan de pasearse con vestidos rozagantes y de ser saludados en las plazas y de ocupar las primeras sillas en las sinagogas y los primeros puestos en los convites que devoran las casas de las viudas, so color de hacer larga oración…”

Ya antes, en camino de las ciudades del lago hacia Jerusalén había llamado “sepulcros blanqueados” a los fariseos, que bajo la apariencia de rígidas prácticas religiosas, llevaban la carroña del pecado.

¿Venía el galileo en son de desafío y de guerra? Sus agudos réspices a las inquisitorias de los levitas, sus parábolas misteriosas, esotéricas y sus gestos airados, frente a la soberbia e hipocresía de los príncipes del templo, daban pábulo para que se le supusiera un caudillo rebelde y en condición de tal, lo acogieron en Jerusalén los guías del Sanedrín y mucho de los hombres y mujeres del pueblo que envuelto en el halo de la fama que había ganado y con el séquito de sus discípulos, le vieron entrar en la Ciudad Santa a la manera que anunciara Zacarías.

Algunos le creían un continuador de Juan el Bautista, cuya cabeza había obsequiado Herodes a Salomé, después de la danza que la cachorra de Herodias bailara ante él con sus mórbidas carnes envueltas en vaporosos velos. Otros le creían un nuevo David que así como éste ungido secretamente por Samuel había vencido a los filisteos, vendría a librarle de las águilas romanas. Y los convertidos a su doctrina, los que conocían el sentido de sus parábolas pensaban que era el Mesías que el señor tenía prometido por las lenguas de Daniel, Elías y otros iluminados.

Con su febril imaginación, fuente de fe de arrobos y éxtasis, los judíos confiaban en su Dios aguardaban el milagro que restaurara al reino la unidad, esplendor e independencia de los tiempos de David y Salomón. Esperaban que la espada de Jehová en las manos de un nuevo profeta expulsara de la tierra palestina a los dómines del Lacio, en la misma forma providencial que Moisés los había sacado de Egipto, o que Jonathan y su escudero habían vencido a un ejército de filisteos.

Y con el eco de la fama que había llevado el nombre de Jesús a todas las tierras hebreas el pueblo cobraba esperanza de redención y el Sanedrín era presa de estupor y miedo.

Rebelde al César

Los príncipes y doctores de la ley estaban por una política cauta frente al dominio romano. Creían que Israel no podía abatir a las legiones del César que señoreaban desde la Hispania y las brumosas islas del estaño hasta las fronteras de los partos y que, por tanto, lo prudente y sensato era plegarse a los dueños del mundo que les consentían cierta autonomía, sobre todo en materia religiosa, en vez de suscitar rebeliones que serían ahogadas en sangre y no darían otro fruto que el de que los romanos hicieran más pesado el yugo, suprimiéndoles los fueros que les habían dejado.

Y además, los príncipes religiosos que bajo el lábaro del Imperio administraban los denarios del diezmo para la casa de Dios, veían con pavor que Jesús criticaba su molicie, su gula, su liturgia gazmoñera, y hasta llegaba a atacar preceptos de la ley que Dios entregó a Moisés en el Sinaí, dos mil años antes.

Pero muchas gentes del pueblo que soportaban los duros tributos que exigía el César y que veían cuán llenas de razón eran las críticas del galileo a los magnates y escribas del templo, fueron ganadas por su prédica y confiaban en que él había de traerles la buena nueva de la libertad y devolvería a Sion sus antiguas grandezas con la flamígera espada del Dios que lo condujo a través del desierto y los libros de la cautividad babilónica…

Los pontífices, saduceos y los jefes de la secta farisaica, atemorizados ante el creciente número de prosélitos que se iban en pos del Nazareno, decidieron cortar de raíz la rebeldía y se unieron en Consejo. Uno de los congregados arguyó: si dejamos las cosas a su curso, “todos creerán en él y vendrán los romanos y arruinarán nuestra ciudad y la nación”. Y Caifás, el sumo sacerdote reforzó el argumento, increpando así a los tímidos: “vosotros no entendéis nada de esto ni reflexionáis que os conviene el que muera un solo hombre por el bien del pueblo y no perezca toda la nación.

Y la suerte de Jesús quedó allí sellada. Debía morir.

Mas, ¿cómo buscar piezas para incoar el proceso, condenarlo y pedir a los romanos conforme a los fueros del Sanedrín que lo ajusticiaron? ¿Cómo volver contra él al pueblo y lograr que demandara su sentencia?

Con estas miras, Caifás y los corifeos del templo, optaron por una acción dúplice, política y religiosa. Procurarían convencer a Poncio Pilatos, el procónsul romano de que el caudillo galileo era enemigo del César que quería soliviantar a los judíos contra el imperio y ante el pueblo, lo acusaría de heresiarca, transgresor de los mandatos de las Escrituras.

Una fe que anuda a pueblos y razas

Jesús sabía que el Sanedrín trataría de tenderle un lazo y llevarlo al patíbulo, y fue a la Ciudad Santa dispuesto a arrastrar las iras y la celada de los pontífices dispuesto a encarar su destino y abonar con su sangre y su vida las simientes que había sembrado. Al emprender camino hacia la metrópoli judía, había advertido a los apóstoles: “Vamos a Jerusalén, donde el hijo del hombre será entregado a los príncipes de los sacerdotes y a los escribas, y ancianos que le condenarán a muerte y les entregarán a los gentiles y le escarnecerán, y le escupirán y le azotarán y le quitarán la vida.”

El pueblo judío esperaba un mesías colérico que lo salvara de la opresión extranjera y pusiera el mundo por escabel de Sion. Pero el Mesías que llegaba no era el Dios poderoso que desciende triunfalmente de las nubes, como le viera el profeta Daniel, sino el manso Mesías cabalgando sobre un pollino que había anunciado Zacarías. No hablaba el lenguaje agrio del Bautista. No traía la guerra y la venganza. Predicaba la concordia entre todos los hombres y todas las naciones. Venía la pascua de Nisan a ofrecerse él como cordero de sacrificio, no a levantar la espada de Jehová.

Su airado gesto, expulsando a los mercaderes del templo y sus imputaciones a los príncipes y escribas, no nacían del odio y la venganza, sino del anhelo de amor y de paz. Quería una hermandad en espíritu, buscaba almas, dictaba leyes para toda la humanidad, no para el pueblo escogido. Era el grano del que había de brotar una nueva mística, una fe que anudaría a pueblos y razas, no un caudillo de las antiguas tribus judías, y el grano, como él dijera a sus discípulos, tenía que pudrirse primero, morir, para después ser fuente de vida. Era el fundador de una religión que trascendía los estrechos recintos de los mitos paganos y las creencias judías; una religión universal, con raíz en el espíritu del mundo. Y por ese destino iba a morir, por lo grande, lo universal, lo eterno. No en lucha frente a la jerarquía humana, que era temporal.

Practicad lo que dicen los escribas; no lo que hacen

Aunque creía indudable su final en el patíbulo, Jesús decidió defenderse y desbaratar la trama del Sanedrín. Y lo hizo con suma maestría acentuando así el drama de su pasión y muerte.

A la acción dúplice de los pontífices y escribas respondió llevando el debate a la cuestión religiosa, sin derivación política alguna, y procurando confundir a sus adversarios mediante una sagaz exigencia de los textos sagrados, en los que él se sentía instruido profundamente.

Los fariseos odiaban a los herodianos, que eran entusiastas partidarios de la dominación romana pero no tuvieron reparo en unirse a ellos para perseguir a Jesús, el enemigo común, y con ánimo de perderle, emisarios de ambos grupos se llegaron a él y le tendieron una trampa inquiriendo: Maestro, que eres veraz y que enseñas el camino de Dios conforme a la pura verdad, sin respeto a nadie porque no miras a la calidad de las personas. Esto supuesto, dinos qué te parece ¿es o no es lícito pagar tributo al César? 

Mas el Nazareno comprendió la maliciosa intención de la pregunta y pidiéndoles que le mostraran un denario, preguntó: “¿De quién es esta imagen y esta inscripción? Y como le respondieron que del César, replicó él: “pues dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”.

Con igual habilidad, esquivó las preguntas que le hicieron para obtener testimonio de su herejía y clavando un buido dardo a la jerarquía religiosa, aventó ante sus discípulos y el pueblo estas palabras transidas de ironía: “Los fariseos y los escribas están sentados en la cátedra de Moisés. Practicad pues y haced todo lo que os dijeren; pero no arregláis vuestra conducta por la suya, porque ellos dicen lo que se debe hacer y no lo hacen.”

Pero los príncipes religiosos azuzaron a las turbas diciéndoles que era él un impío, un heresiarca. Además, su doctrina esotérica y escatológica que transfería la salvación para el más allá y predicaba el sufrimiento y la resignación defraudó a muchos judíos que habían esperado de él un milagro, una acción inmediata y bien ostensible, como la de David frente a Goliat. Y las diatribas de los sacerdotes acabaron por ganar a los arrabales, dominaron la plaza y los hijos de Sion pidieron la muerte del manso galileo, a quien algunos llamaban Mesías y rey de los judíos.

¡Vuelve tu espada a la vaina!

El jueves, Jesús, que presiente y espera su fin, celebra la cena de la víspera de Pascua, instituye la Eucaristía, toma un lebrillo y lava los pies a los apóstoles como una lección viva de humildad. Anuncia la traición de Judas Iscariote, predice las tres negaciones de Simón Pedro, sillar de la nueva Iglesia y pronuncia el sermón de la cena en el que adoctrina a los discípulos, les advierte lo que se sufrirán difundiendo sus enseñanzas y vuelve los ojos al cielo y exclama: Padre mío, la hora es llegada… tengo acabada la obra cuya ejecución me encomendaste.

Fue después con sus discípulos hacia el Monte de los Olivos. Sintió allí las angustias de la agonía espiritual, se alejó de los apóstoles a la distancia de un tiro de piedra he hincó las rodillas en el suelo para hacer oración. 

Llegó luego un tropel de gentes. Judas que en la cena se había separado de él y los demás apóstoles le dio el ósculo de la tradición, que era la señal convenida para el prendimiento, y el Nazareno musitó:  Oh Judas, ¿con un beso, entregas al Hijo del hombre?

Pedro desenvainó una espada e hirió a Malco, servidor del Sumo Sacerdote, pero Jesús lo atajó diciéndole: vuelve tu espada a la vaina. El cáliz que me ha dado mi padre, ¿he de dejar yo de beberle?

Reo es de muerte

No costó mucho esfuerzo a los pontífices sustanciar el proceso contra Jesús. Caifás le increpó: “Yo te conjuro de parte de Dios vivo que nos digas si tú eres el Cristo, Hijo de Dios”. Sin inmutarse, con estoica e imperturbable mansedumbre, contestó él: “Tú lo has dicho…”  Y el Sumo Sacerdote se rasgó sus vestiduras y gritó indignado: “blasfemado ha: ¿qué necesidad tenemos ya de testigos? Vosotros mismos acabáis de oír la blasfemia: ¿qué os parece?” Y el Sanedrín sentenció: reo, es de muerte.

Y lo escupieron y abofetearon

A la mañana siguiente viernes, primer día de la Pascua, llevaron al reo al pretorio y ante Pilato o Pilatos, como también se le llama, acusáronle de proclamarse rey de los judíos.

El Procónsul, con la tolerancia religiosa de los romanos que admitían a todos los dioses en su panteón, no se hizo eco de aquel ensañamiento y pasiones de los judíos y quiso salvar a Jesús, pero los sacerdotes lo cohibieron al amenazarlo veladamente, señalando que el Nazareno había cometido un desacato al César con el título de rey de los judíos; astutamente llevaron el asunto al escabroso terreno de la política.

Dos mundos se encaran

Entre el gobernador romano, altivo y al par tolerante que creía seguro el imperio, que se reía de la amenaza que para el poderoso César y sus legiones pudiera representar aquel hombre pobre, a quien acusaban de llamarle rey judío, y Jesús, que era una llama de fe y se aprestaba a morir por su verdad y su mensaje, se entabló un interesante diálogo que refiere San Juan el Evangelista.

En el oscuro pretorio de Judea, dos mundos se miraron, las caras, el mundo pagano que llevaba ya en sus entrañas los gérmenes de la disolución y la muerte y el mundo cristiano que estaba en orto.

Pilato preguntó a Jesús con irónica indiferencia:

–¿Eres tú el rey de los judíos?

Y el galileo, devolviéndole la ironía, respondió preguntando a su vez. ¿Dices tú eso de ti mismo o te lo han dicho?

El gobernador romano, con un repunte de soberbia, replicó:

–¡Qué! ¿Acaso soy yo judío? Tu nación y los pontífices te han entregado a mí: ¿qué has hecho?

Y Jesús contestó:

–Mi reino no es de este: si de este mundo fuera mi reino, claro está que mis gentes me habrían defendido para que no cayera en manos de los judíos más mi reino no es de acá. Pilato cortó sus palabras y dijo sarcásticamente:

–¡Con que tú eres rey!

Jesús asintió.

–Así es, como dices, yo soy rey. Yo para esto nací y para esto vine al mundo, para dar testimonio de la verdad; todo aquel que pertenece a la verdad escucha mi voz.

Y ante estas sibilinas palabras, trasunto de una mística que iba a esparcirse por todo el mundo y alzar sus símbolos de piedra en la propia Roma, el procónsul cerró el diálogo con esta exclamación llena de escepticismo.

–¿Qué es la verdad?

El grano empieza a pudrirse

Pilato se confirmó en que no había motivo moral, ni de ley para llevar a aquel hombre a la cruz. Al oír que era oriundo de Galilea, lo remitió a Herodes, que regía esta comarca y que a la sazón se hallaba en Jerusalén, pero el Tetrarca como una con-descendencia lo devolvió al pretorio, vistiéndose de blanco en son de burla. Pilato insistió en que no hallaba delito en él y apeló al pueblo preguntando si, conforme a la costumbre de que se libertara un reo en celebración de las Pascuas, quería que exonerará al rey de los judíos. Mas la turba incitada por los principios de los escribas y los ancianos, pidió que libertara a Barrabás, acusado de sedición y homicidio, según los Evangelios de San Lucas y San Marcos. Y el gobernador se lavó las manos y accedió a ratificar el veredicto del Sanedrín.

Los soldados pusieron a Jesús un manto de grana que simulaba púrpura, le ciñeron una corona de espinas y le colocaron en las manos una caña a modo de cetro. Y el irónico procónsul, después de entrar y salir varias veces en el pretorio, señaló hacia él y dijo a los sacerdotes y al pueblo: aquí tenéis a vuestro rey.

Le devolvieron sus vestidos y emprendió la marcha hacia el Monte Calvario, en hebreo Gólgota, donde lo clavaron a la cruz con este rótulo sobre su cabeza: INRI, siglas de la frase latina Jess Nasarenus Rex Judeorum: Jesús Nazareno, Rey de los Judíos.

Los pontífices, molestos por el sentido sarcástico de la frase, protestaron ante Pilato y pidieron que la inscripción rezara, que él había dicho que era rey de los judíos, pero Pilato denegó la petición aduciendo: lo escrito, escrito está.

Y desde la cruz, Jesús exclamaba: Padre mío, perdónalos, porque no saben lo que hacen.

La carne volvió a flaquear y en su agonía dijo: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? (Elí, Elí, lamma sabachtani). Mas como en el huerto de los Olivos, el espíritu venció de nuevo a la carne.

Prometió el paraíso al ladrón que tuvo fe. Encomendó al apóstol Juan el Evangelista que cuidara de María, la mujer de que nació. “Sed tengo”, susurró después y en la punta de una caña le alzaron hasta los labios una esponja empapada en vinagre, la chupó y en la hora nona, dijo: “todo está cumplido” e inclinó la cabeza y murió.

El grano empezaba a podrirse, como él había dicho, para que naciera una nueva fe. 

Aclaración:

1) La profecía de Zacarías ha sido interpretada a la manera que lo hace Straus, es decir, entendiendo que hablaba de un asno según el espíritu de la poesía hebrea y no de una asna y su pollino.

2) El relato ha sido hecho con sentido histórico, seleccionando pasajes de los cuatro Evangelios sin exponer ni rechazar lo providencial que solo aparece como idea o creencia de los protagonistas.

3) Ha sido omitida la frase final de Jesús en la Cruz que menciona San Lucas, porque tiene igual excepción y es dicha en el mismo momento que la que expone San Juan.

4) Se respeta el sobrenombre de Galileo y Nazareno, entendiendo que se le aplican porque de los lugares a que corresponden estos apelativos venía Jesús y en ellos se había formado, aunque según la Biblia, nació en Belén de Judá, el mismo sitio en que David vino al mundo.

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