VIOLENCIA POLÍTICA Y ACCIÓN ANTIFA EN FRANCIA

15 de diciembre de 2021

En unos cuadernos escritos a la manera de un diario mientras vivía en Cuba, un comunista haitiano que había encontrado en el fidelismo el paraíso con el que había soñado desde sus primeras inquietudes juveniles, apuntó que “tratar de hallar en la pureza del espíritu la esencia del combate político no es el meollo de la problemática”, cuando lo que se persigue como objetivo es un mundo de justicia para todos. Para este buen señor, que ponía como ejemplos a seguir a un muestrario de sátrapas sanguinarios de la talla de Robespierre, Lenine y Che Guevara, para conseguir sociedades menos injustas el único camino viable sería ir hacia revoluciones políticas obtenidas gracias el ejercicio de la violencia. Ser violento cuando fuere necesario y más. En eso estamos dicho sea de paso.

Esta filosofía o manera de hacer es actualmente común a todos los extremismos desplegados en el abanico de la política. En Francia son los antifa quienes comparecen sin ser invitados, perturbando el comienzo de una campaña presidencial que acaba de comenzar con vistas a la cita de abril. De buenas a primeras el enemigo común de todos los partidos es un periodista y ensayista llamado Eric Zemmur que sin ninguna experiencia acaba de crear un movimiento, Reconquista, que esta haciendo mucho ruido en este mes final del año. Anclado a la derecha del espectro sociopolítico con el planteamiento de luchar contra la inmigración ilegal como bandera, le esta haciendo una muesca al monopolio que los Le Pen tenían en la materia. Francia para los franceses.

De ahí su condición de enemigo a abatir a cualquier precio. Todo vale. En un gran mitin celebrado el domingo 5 de este mes un exaltado consiguió agarrarlo por el cuello tirándose encima de él cuando se dirigía a la tribuna para pronunciar un discurso de campaña ante casi 15 mil asistentes. El acto tuvo que ser transferido a la periferia de la capital porque se temía con razón que los adversarios lo hicieran imposible en intramuros. Pero de todos modos al lugar fueron despachados en misión decenas de comandos que no consiguieron restar brillo a la reunión pero que hicieron ruido e hicieron los titulares en la prensa. Hubo cámara húngara, varios presos diligentemente liberados por las autoridades horas después y muchas declaraciones de ofuscados militantes que derramaban lágrimas de cocodrilo. Del otro lado de la ciudad y al mismo tiempo tuvo lugar otro mitín en el que habló un candidato de extrema izquierda,  ardiente defensor del madurismo y del castrismo sistemas que en parte propone al electorado galo. No hubo allí perturbadores convocados. Ni uno solo. Las izquierdas tienen patente de corso.

Como saben nuestros lectores los antifa ejercen un verdadero terrorismo contra sus enemigos. Hacen de todo. Están muy bien organizados y constituyen al menos en Francia verdaderas guerrillas. Se ha visto prácticamente lo mismo en muchas ciudades cuando ha habido reuniones de países desarrollados G 20, G 7 u otros G por el estilo. A donde único no han podido llegar por lo aislado del lugar en medio de los Alpes ha sido a Davos, Suiza.  

Véase por ejemplo en Marsella donde para provocar al mismo Zemmour y a sus seguidores actuaron los antifa como auténticos gamberros. Todo se autorizan: agreden, saquean e insultan en medio de una indiferencia casi generalizada que esconde apenas entre periodistas y adversarios una como satisfacción de que tales dificultades se presenten a un enemigo común.  Triste actitud de quienes aplican el famoso doble rasero no queriendo comprender que, cual bumerán, sus desafueros de hoy podrán un día propinarles un janazo demoledor.

En tal contexto pululan aquellos que dicen claramente que todo es legítimo cuando se trata de poner en dificultades a un candidato o a un grupo pretendidamente faccioso, manido adjetivo que siempre tienen en boca los enemigos de la libertad. Hacen gala de una hemiplejia que les hace admitir complacientemente los extremismos woke e inclusivos, prosiguiendo desenfadadamente sus acciones transformadas en una farsa despliegan sobre la arena pública.

El último acto de esta pantomima esta corriendo desde hace semanas con un joven negro, estudiante de derecho y militante del movimiento juvenil del odiado candidato hostil al políticamente correcto. Como ha aparecido públicamente junto a él en varios mítines lo están amenazándolo hostilmente y le han colgado el inevitable apelativo de “negro de servicio”. Hasta a la decapitación lo prometen y uno se pregunta qué medidas toman ante hechos así las autoridades y los operadores de redes sociales que ya en Estados Unidos se hicieron notar para hostigar durante todo 2020 a Donald Trump.

Al final es preciso admitir ante comportamientos así que todo grupo que pone sistemáticamente en el banquillo de los acusados al adversario, demoniza a sus contradictores a los que tratan de despatarrar por todos los medios, atrae a su corriente de vindicación pública a minorías fanatizadas que se permite pasar a la acción identificando a la parte contraria como canallas ideológicos contra los cuales la violencia es totalmente legítima. Y al diablo la libertad de expresión y las garantías que la ley da en democracia.

No debemos extrañarnos pues que en Cuba el desgobierno en el poder hace seis décadas, saque sus conclusiones adoptando como propia esa impunidad que tiene hoy a cientos de personas inocentes injustamente encarceladas desde julio. Las porras castristas tienen en sus venas la misma sangre que las milicias de extrema izquierda que están operando en Francia desde hace por lo menos una década. Las consecuencias pueden ser funestas: poco arriesgan y los que a ellos se oponen no se han decidido todavía a hacerlo el mismo tipo de armas. El fermento de una guerra civil ha sido una constante en la vida pública francesa. Seguirá pesando cual espada de Damocles hasta que finalice la campaña electoral para presidente que ahora comienza. Se hace evidente que las enseñanzas de los totalitarismos del siglo pasado no han sido totalmente integradas en la espasmódica Europa de hoy.

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