VIDA, PASIÓN Y MUERTE DE PERUCHO FIGUEREDO

Written by Libre Online

6 de octubre de 2021

Por Rafael Esténger.

(Ilustración de Carlos). (1950)

Tal vez la vocación musical del héroe me ha sugerido la ocurrencia; pero siempre me imaginé la vida de Perucho Figueredo como un extraño poema sinfónico, pautado en cinco movimientos, porque cinco fueron las etapas que sustancialmente lo dividen. Sorprende que una existencia tan granada de candorosa poesía, y tan frecuente en dramáticos contrastes, aún no hubiese hallado el intérprete capaz de trasmutarla en obra artística.

Para conocer esta vida, a la vez ingenua y trágica, además de las eternas menciones que consigna el relato autobiográfico de la hija Candelaria, sólo merece reelectura el discurso académico del coronel Fernando Figueredo Socarrás, que seguimos de cerca en el curso de esta rapidísima semblanza. Habría necesidad de intentar una pesquisa laboriosa para iluminar con nuevos datos aquella singular personalidad de nuestros heroicos: la del hombre que nos enseñó para siempre el canto del sacrificio que redime.

I.- Scherzo

Dos muchachos corretean en la plaza y suben jubilosamente al atrio de la iglesia. Han nacido en caserones muy próximos a la parroquia de Bayamo, donde residen todavía. El más espigado parece menos fuerte que el amigo, y más nervioso de ademanes. Son alumnos de las mismas aulas; pero no han iniciado de igual forma los correteos infantiles. El mayor de edad -aunque solo mayor un centenar de días- podrá decir que se crió sobre el caballo “a la manera de tártaros”. Le llaman Carlos Manuel. Es un hijo de Don Chucho Céspedes. El otro tiene constitución delicada; pero no hasta impedirle las excursiones campestres, muchas veces a lomo de potro, ni las competencias natatorias en el claro río que arrulla los contornos de la ciudad materna.

Los padres de este muchacho, que había nacido el 29 de julio de 1819, son criollos opulentos y temerosos de Dios. La madre se nombra doña Eulalia; el padre don Angel Figueredo. Rumórase que la familia posee territorios mayores que el de algunos estados europeos. La naturaleza endeble del muchacho, al que apodan cariñosamente Perucho, había mejorado con el libre retozo campesino. Además, Pedro se distingue como buen  estudiante. Suele pintorretear el margen de los libros; pero solo porque tiene un lápiz espontáneamente laborioso, como le ocurre a los niños con vocación para el dibujo. A los quince años finaliza el último curso del Colegio de Santo Domingo, más o menos por igual fecha que su amigo de correrías infantiles.

Los padres le envían entonces a La Habana. Los de Carlos Manuel de Céspedes prefieren el Seminario San Carlos; pero don Angel Figueredo hace ingresar a su hijo en el Colegio San Cristóbal, ubicado en la barriada de Carraguao, donde profesa José Antonio Saco. Al año siguiente José de la Luz iba a comenzar allí sus clases de Filosofía, con el llamado “Elenco de 1835”. no hay testimonios conocidos en las relaciones entre maestro y alumno; pero cabe imaginar que observaría don Pepe al bayamesito ya muy espigado, que ladeaba y levantaba graciosamente la cabeza sobre el largo cuello, en actitud entre curiosa y retadora. Los compañeros le apodan “El Gallito”; a veces “El Gallito Bayamés”. Siempre mantiene Perucho los primeros rangos de la clase y conquista los mejores premios. Sin descuidar los cursos habituales, “El Gallito” recibe clases de música, como en Bayamo, y por su parte se esmera en la Retórica y Poética, con el objeto de perfeccionar los “renglones cortos” que escribe.

Antes de cumplir los veinte años, a la par que su amigo Carlos Manuel, ingresa en la Universidad de Barcelona, para incorporarse después a la de Madrid, “mediante ejercicio de suficiencia”, el titulo de Abogado de los Tribunales del Reino. No abandona nunca y menos en Barcelona, donde el entusiasmo filarmónico parece contagioso, las clases de música, y especialmente las de piano. Desde luego con menos morosa complacencia que su amigo Carlos Manuel, visita algunas capitales europeas antes de regresar a Bayamo. Precede a Céspedes más de un año en la fecha del retorno: ya en 1843 ha instalado bufete y se dispone a contraer matrimonio con Isabel Vázquez Moreno, bayamesa como él, y también como él, de prestigiosa estirpe criolla.

II.-Allegro Ma No Troppo

Pero no tarda en abandonar el ejercicio de la abogacía. La forma de administrar justicia resulta desagradable para cualquier espíritu recto. La hacienda no está lejos de la ciudad de Bayamo. Por rudimentarios caminos, en carruajes de altas ruedas o a lomo de su retinto, Perucho y su familia acuden a los festejos de la Sociedad Filarmónica. Durante el baile en honor a la reina, a los pocos días de la ejecución de Narciso López, una mano incógnita había  desgarrado el óleo decorativo y pomposo de Isabel II. Las autoridades intervienen con ardiente celo policíaco y comienzan a encartar una larga lista de vecinos sospechosos, entre los que figuran, desde luego Perucho y Carlos Manuel, pero la causa judicial no tendrá mayores consecuencias que la muerte del portero de la Filarmónica, tal vez por las torturas de que le hicieron víctima para que delatara al culpable.

Los bayameses no permanecen tranquilos. Ni siquiera dejan en tranquilidad a Perucho, que se entrega afanosamente al fomento de la hacienda “Santa María”. La causa por la cuchillada ha llegado a transformarse en legajo voluminoso; pero nadie consigue descubrir la mano que desgarró la efigie de la reina castiza y rolliza. Los amigos de Perucho comienzan a dispersarse. Tras prisiones y confinamientos. Carlos Manuel ha elegido por residencia a Manzanillo. Pancho Aguilera prefiere el campo, el poeta José Fornaria triunfa en La Habana, donde también gana renombre, aunque muy joven todavía, el bayamés Juan Clemente Zenea.

En La Habana se le asocian a Perucho dos hombres de su edad, poco más o menos, para fundar el diario “Correo de la Tarde”: José Quintín Suzarte y Domingo Guillermo  Arozarena. Desde luego, no es la mejor forma de hallar serenidad al editar un periódico, y menos con ideas hostiles a los que mandan. La muerte de su padre hace que Perucho abandone el diario, como había abandonado el bufete. En 1860, ya con abundante prole, está otra vez en Bayamo. ¡en su Bayamo! Que parece resignadamente tranquilo. Tiene ahora que atender la cuantiosa herencia, sobre todo el ingenio “Las Mangas”, donde introduce excelentes maquinarias de vapor, de las primeras conocidas en Cuba.

III.- Tempo Di Minuetto

Ya “El Gallito“ del Carraguso ha traspuesto la cuarta década. Es un joven patriarca, próximo a completar los once hijos que habían de sobrevivirle. Desde la juventud padece de miopía. No puede andar sin lentes, unos vidrios octogonales como los del prebístero Varela. Camina a grandes pasos, quizás excesivamente de prisa, con además resuelto y la cabeza erguida, se conserva enjuto, de manera que parece aún más alto, pero sin que renuncie la sensación de endeblez que ofrecía en la adolescencia. Bajo las cejas casi rectilíneas, la mirada franca y leal resplandece a través de los espejuelos. La frecuente sonrisa le permite lucir una dentadura irreprochable. Algún retrato nos descubre mal encajado el cuello de la levita  sobre el hombro izquierdo. No tiene Perucho remilgos de elegante, como su amigo Carlos Manuel; ni cabellera “a lo poeta”. El bigote es bastante espeso; la barba, pobre.

En la casona rústica de “Las Mangas”, como en la señorial residencia de Bayamo, el sitio de honor corresponde necesariamente al piano de Perucho. Los hijos a semejanza del padre, cantan y tocan piezas musicales. “Era una familia de artistas”, escribe, sin duda con cierta hipérbola, su pariente don Fernando, las noches del Ingenio, acribilladas por la linterna minúscula de los cocuyos, la familia suele dedicar largas veladas al arte. Unas veces Perucho mismo se sienta largas horas ante el piano, o canta acompañado de alguna hija. Otras recitan poemas de Espronceda, y con mayor regusto los de Luaces o Heredia, cuando no se decide a declamar los propios, hoy perdidos acaso para siempre. Las muestras que nos quedan a pesar de la simpatía que nos impone la devoción patriótica, nos llevan a negar la posibilidad de que Figueredo gozase una efectiva capacidad literaria. Es el aficionado inteligente; nunca el poeta, ni siquiera el escritor genuino. Vive la poesía que no es capaz de escribir, como les ocurre con frecuencia, ¡oh, travieso Oscar Wilde!, a muchas almas esencialmente poéticas.

También Perucho entretiene los ocios de administrador de ingenio con el lápiz de dibujante. Prefiere, a juzgar por las noticias, la intención caricaturesca, según el verso se le iba al escozor epigramático. Le entretiene el ilustrar con  grabados y caricaturas las relaciones y cuadros sociales que guarda. Muy pocas veces los publica.

Aunque precisamente no reside en la costa ni en ningún puesto de mar, Perucho desempeña un extraño cargo de la Marina: el de Subdelegado del ramo. No todo ha de ser canciones y dibujos. Hacia 1861 suscribe la protesta contra el nombramiento de un Alcalde Mayor, que tiene como fiscal el licenciado Francisco Maceo Osorio, y a la postre se enajena la voluntad del Alcalde Mayor y rompe la amistad con Maceo. Las autoridades le imponen, por intrigas del Alcalde o maniobras de la Fiscalía, una prisión de dos años: pero como Perucho es Subdelegado de Marina, en vez de llevársele a la cárcel, se le da como prisión el mismo domicilio.

El prisionero, naturalmente, activa sus aficiones: la del poeta epigramático, la del travieso dibujante y la de músico entusiasta. Pero aún afuera, en la calle se mantiene viva la pugna entre el fiscal y el subdelegado. La criollada bayamesa quedó profundamente dividida en “panchistas” y “peruchistas”. De un lado, según refiere un testigo, los familiares y amigos de Perucho; del otro, los amigos y familiares de Maceo. De ahí que los comisionados para fundar una logia masónica en Bayamo, después de comprender la gravedad del cisma, gestionan la reconciliación como requisito indispensable. Tras el abrazo entre Figueredo y Maceo, surge la logia “Redención”, de claro nombre levantisco, que aparece con Aguilera como Venerable Maestro, Perucho de Primer Orador y Maceo Osorio de Primer Vigilante, el tríptico que integrará después el Comité de Bayamo.

Los acontecimientos se atropellan. Ha fracasado la Junta de Información reunida en Madrid para buscar remedio a las desdichas cubanas. El Gobierno establece un impuesto sobre las rentas, sin disminuir las abusivas tarifas aduanales, cuya eliminación habían propuesto los Informantes de la Junta. Cuatro semanas más tarde, don Francisco Vicente Aguilera adopta la resolución de preparar la rebeldía armada. Una tarde, según narra la leyenda, Perucho contempla silenciosamente el bullicio de la logia en receso. Hay una sana juventud sin esperanzas ni propósitos que parlotea en torno del reflexivo silencio de Perucho. El licenciado Maceo Osorio, con quien había hablado Pancho Aguilera de la necesidad de organizar el movimiento revolucionario, le interroga a Figueredo:

-¿En qué piensas?

-Pienso en esta juventud que nos rodea. Podíamos hacer con ella algo grande, en beneficio de nuestra sociedad y nuestra patria…

-¡Vamos entonces a conspirar!- exclama súbitamente Maceo, que sin duda aguardaba la oportunidad para decidirse, trasmitiéndole al amigo la intención fraguada en la entrevista con Aguilera, y añadió acercándosele al oído-: ¡Vamos a lanzar a Cuba a una revolución!

Perucho se levanta cuan alto era, fascinado por la heroica labor que se le brinda, y repite como un eco:

-¡Vamos a lanzar a Cuba a una revolución!.

Convienen, desde luego, en avisar a Pancho Aguilera, para reunirse los tres esa misma noche. La cita es para el estudio de Figueredo, que está en la casa donde había nacido y donde reside aún en las temporadas que transcurre en Bayamo. Los tres bayameses se hallan de acuerdo. Pero hablan largamente sobre la precisión del sistema a que deben sujetar los trabajos conspirativos. Ya muy avanzada la noche, Maceo recobra su natural humorismo.

-¡Bueno!-dice-, Ya estamos constituidos en Comité de Guerra: ahora toca a Perucho, que es músico y poeta, componer nuestra Marsellesa.

– Mañana-, responde Perucho, que no ha tomado la sugerencia a broma-, cuando volváis, os recibiré con el canto que ha de llevar nuestras huestes a la lucha y a la gloria.

A la noche siguiente, Perucho recibe sentado al piano la visita de los dos conspiradores. Toca una música ignorada. Bajo las notas parece querer brotar un tropel de palabras hasta entonces nunca dichas. El ritmo es marcial; pero a la vez melancólico. Es a un tiempo el canto de la acometida sublime y del sacrificio inevitable. Ante Maceo y Aguilera. Perucho acaba de ejecutar el Himno de Bayamo.

Pronto “la marcha de Perucho”, como la llaman, se hace una música de moda, la tocan, la silban en las calles, la canturrean muchas veces con absoluta ignorancia de su dramático sentido. El propio gobernador de la plaza, cuando duerme a su hijo en las rodillas, suele entonar la extraña música, sin sospechar las palabras que todavía vibran ahogadas bajo las notas.

IV.- Presto Molto Animato

La red de conspiradores se extiende rápidamente por toda la Isla, y con mayor intensidad por los contornos de Bayamo. En la hacienda “El Mijial”, un primo de Perucho está prácticamente alzado en armas, sin embargo en ese momento nadie considera oportuno el levantamiento. Perucho visita a don Miguel Aldama. El suntuoso Miguel le hace un obsequio: le entrega un sable-revólver fabricado en Rusia. Y Figueredo regresa con pocas esperanzas.

Mientras la conjura prosigue en Camagüey y en Oriente. De Agosto a Octubre de 1868, se efectúan varias reuniones para determinar la fecha de la insurrección armada. Los conspiradores son ya personas generalmente en el otoño de la vida. Entre los de mayor edad, los que frisan con los cincuenta años, se halla Perucho Figueredo, que es además  de los más vehemenetes. El plazo que demanda es de un mes. Ya no solo tiene el himno, cuya música es popular en la zona bayamesa. También el ingenio “Las Mangas” se ha convertido en arsenal de todo género de armas y en una rudimentaria fábrica de fulminantes, los laboratorios del ingenio sirven para ensayar la elaboración de pólvora, aunque jamás con acierto.

Antes de que Céspedes se pronunciara en “La Demajagua”, Perucho ya dirige unas tropas a las que llama- ¡desde luego, como el himno!- “La Bayamesa”.

– Me uniré con Céspedes- dijo Perucho- y con él he de marchar a la gloria o al cadalso.

En efecto ya está de acuerdo con Céspedes. Según relata don Fernando Figueredo, el quince de octubre redacta y hace imprimir una proclama. Aunque Bayamo está en estado de sitio, Perucho atraviesa las calles de la ciudad en un nervioso caballo y reparte a galope los papeles levantiscos. La persecución de las tropas resulta inútil: Perucho desaparece milagrosamente con la pequeña escolta que le resguarda. Los relojes indican entre las tres y las cuatro de la tarde.

Al día siguiente Perucho se une a Céspedes en Barrancas. El 18 de octubre ya están los ejércitos libertadores frente a Bayamo. Al centro marcha Céspedes. Por el norte de la ciudad viene Perucho Figueredo al mando de su división “La Bayamesa”, su hija Candelaria va a caballo, tremolando la bandera desplegada. El asedio ha de durar cuatro dias. En aquel recinto no hay “víveres ni agua, ni medicinas para curar a los heridos. Pero los defensores amenazan con prolongar la bravía resistencia.

De pronto, Figueredo inventa una máquina terrible, algo así como el moderno lanzallamas y comienza a lanzar petróleo contra el baluarte enemigo, las llamas hostigan rapidamente a los sodados irreductibles y al fin se ve flotar la banderita blanca.

La noticia de la redención echó a los bayameses a la calle. Repicaron las campanas de los templos. Alegres charangas ensordecían la mañana del 21 de octubre. Un jinete ha cruzado la Plaza de Armas en impaciente caballo. Parece tallado en ébano, por el sol que le quemó en las herocicas cabalgatas y por el humo  y el polvo del combate. El pueblo le reconoce: ¡Ahí está Perucho! Y el jinete grita: “Bayameses, ¡viva la libertad! ¡Viva nuestra patria independiente!”, mientras una orquesta popular entona “La Bayamesa”.

Entonces Perucho detiene en firme su caballo. El pueblo le estrecha en círculo. Y el poeta comienza a escribir en hojas de una libreta de bolsillo las dos estrofas iniciales del himno. Copia tras copia, reparte los versos con que invitaría a la muerte y a la gloria:

Al combate, corred, bayameses,

que la Patria os contempla orgullosa:

no temáis una muerte gloriosa,

que morir por la patria es vivir.

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