Una familia árabe en Camagüey

Written by Libre Online

16 de enero de 2024

Por Lilian María Aróstegui Aróstegui

Imágenes tomadas por la autora

A donde quiera que vaya, el hombre lleva consigo su cultura. Atrás queda su suelo, mas no el idioma, la religión o las tradiciones, importantes aspectos que, entre otros, le distinguen e identifican por ser portadores de los signos que constituyen su identidad cultural.

La comunidad árabe que se estableció en Camagüey, representa a más de un país de la rica cultura oriental, espléndida por sus sabios y eminentes artistas. Muchos de ellos arribaron a finales del siglo XIX, tal vez en busca de mejores horizontes económicos. Pero, ¿qué se conserva hoy de su presencia entre nosotros?

Reconocidos por su vida laboriosa y una particular habilidad para el comercio, mantuvieron vivas costumbres religiosas, alimentarias y artísticas las cuales, entre otras, denotan una atadura imperecedera con la tierra que los vio nacer. Mas no ocurrió de igual modo entre sus descendientes quienes desarrollaron sus vínculos raigales con esta tierra. Y, en efecto, el paso de los años provocó la disminución de las familias árabes que fueron integradas y asimiladas con las cubanas, pero aún así, es innegable su influencia en nuestro panorama económico social, lo que debe ser considerado como una extensión de su presencia y no una pérdida irrecuperable. Esa es una razón más que suficiente para hacer todo lo necesario con miras al rescate y conservación de esta cultura.

Hoy resulta aconsejable fortalecer el vínculo con los descendientes de la comunidad árabe para contribuir al  reconocimiento de su identidad cultural. En este empeño, la oralidad resulta una de las fuentes más importantes en la transmisión de las costumbres de una generación a otra.

Los Nájara- Seba

De Beirut, capital del Líbano, salió para América un pequeño grupo unido por vínculos familiares conformado por un matrimonio, la suegra materna y algunos tíos, también maternos. Su objetivo fue la búsqueda de un lugar para establecerse en esta parte del mundo y ejercer la joyería y el comercio, ancestrales oficios en los que son verdaderos maestros.

La pareja estaba formada por Dumet Nájara Sambra, que no tardaría en ver convertido su nombre al español por lo que se oficializó como Domingo, en cuanto al primer apellido, se pronunciaba Najjar originariamente, pero por cuestiones de fonética pasó a escribirse en la forma que arriba aparece o también Nájera. Nació en 1872 aproximadamente pues, la documentación que se conservaba de todos los emigrantes de la familia, fue recogida por la hija mayor, ya fallecida. Fue bautizado en la religión católica y, bajo esa misma fe, contrajo nupcias con Semi Seba Albes de trece años y a la que superaba en más de quince, el nombre de ella traducido a nuestro idioma es María. 

A finales del siglo XIX salió el grupo hacia América y recorrió varios países; el primero en recibirlos fue Argentina, luego Brasil. De Suramérica pasaron a Panamá, a México y, de ahí, a Santiago de Cuba. Ya en el país, estuvieron en Marianao, provincia de La Habana donde nacen, a partir de 1902, los primeros hijos de un total de nueve y prosiguen viaje a Ciego de Ávila donde ven la luz otros hijos, recibidos siempre por la abuela Julia Albes.

La ciudad de Camagüey fue el destino definitivo de la familia que aumentó el número de miembros, la casa familiar estuvo en calle Nueva #4, hoy Mario Aróstegui, frente a la Estación de Viajeros, aunque también la numerosa familia residió, de forma temporal, en la calle República, cerca de la primero mencionada. En su propia casa, el jefe de núcleo abrió su establecimiento propio dedicado al giro de platería y relojería nombrado El Jordán y, como dato curioso, según los descendientes, todos los nombres escogidos, cuando no emplean el apellido, son una referencia con el suelo natal. La abuela Julia también se dedicaba de forma ambulante a la actividad comercial y viajaba a los municipios con una vidriera de cristal portátil y gran éxito de ventas entre su muy numerosa clientela. 

Esta familia era muy unida, a Domingo le gustaba atender su negocio en la parte delantera de su casa y nunca salía sólo, sino acompañado por su esposa aunque en esto pudo incidir que no tenía dominio del idioma, al igual que su suegra, pues fue María quien llegó a dominarlo a la perfección. Profesaron la religión católica pero sin visitar la Iglesia, salvo para los bautizos de los hijos porque Domingo fue de la opinión de que el sacerdote era hombre y no le gustó nunca que su esposa confesara o comulgara, solía rezar al aire libre para buscar la paz y la comunión espiritual y, tanto él como su suegra, tenían los brazos tatuados con imágenes de santos.

Otra característica general era la alegría y afición a la música y el baile; en ocasiones de fiestas familiares y en reuniones con los paisanos, Domingo tocaba sus flautas: una sencilla  de bambú y otra doble de madera con boquilla de metal así como el refuerzo del extremo que les ofrecía a todos el deleite de melodías tradicionales, la abuela Julia danzaba con gracia y virtuosismo con un quinqué sobre su cabeza mientras giraba siguiendo el compás de la música con los graciosos movimientos de los brazos, muy delicados y sensuales de los bailes de las hijas del Jordán. Los hombres solían sentarse a fumar de una gran pipa que se llama Alquile. De estas festividades, además de los recuerdos, se conservan las dos flautas de madera.

De la vida material de los Nájara Seba, todavía existe uno de los morteros donde la abuela machacaba la carne sentada en el piso sobre un paño blanco con la que luego elaboraría los exquisitos platos de su cocina natal, es de piedra y está en poder de una de las nietas, así como los pinchos de metal para los asados.

Otros objetos atesorados gracias al celo familiar, son la manta de encaje negro que fuera utilizada por Julia y algunas prendas repartidas entre todos los descendientes, entre ellos, la cadenita para el abanico, el arete en forma de media luna con brillantes y que tenía además el lucero y dos anillos de oro.

Victoria, con más de noventa años en la actualidad, recuerda que la comunicación por carta entre los miembros de la familia era en árabe y que una de sus primas nombrada Amire Saguaya, trabajó en el Hotel Nacional por más de treinta años como ama de llaves; tal vez el hecho de la prosperidad alcanzada por los primeros miembros en Cuba, determinó que la llegada de otros más.

Domingo Nájara o Dumet Najar, murió en 1929 a los cincuenta y siete años de edad y María o Semi Seba, su esposa, a los sesenta y ocho en 1960. La llegada de la comunidad árabe a Camagüey fue, y seguirá siendo, un encuentro extraordinario y enriquecedor entre hombres y culturas.

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