UN VIAJE VACÍO AL DESIERTO SAUDÍ

Written by Adalberto Sardiñas

27 de julio de 2022

El presidente Joe Biden se fue a Riyadh, capital de Arabia Saudita, luego de una breve estancia en Israel, según él, y su staff, para reencarrilar las deterioradas relaciones de Estados Unidos con esa nación, que él provocó, en su mayor parte, con sus discursos de campaña prometiendo aislar al príncipe Mohammed bin Salman, al que calificó de paria. Desde el inicio de su administración, las relaciones han ido de mal en peor. El príncipe saudí, que, dicho sea de paso, no alberga en sus principios, ni buenos escrúpulos, ni el menor respeto por los derechos humanos, con la paciencia proverbial de los árabes, decidió esperar a que el paso de los acontecimientos le beneficiaran. Y al fin, le llegó su momento de enfrentar a Biden en su punto más débil.

Biden se va a Arabia Saudí en desesperación. La inflación que sufre la nación le obliga a claudicar e ir en busca de la ayuda de su supuesto “adversario”. Necesita petróleo a toda costa.  Le ha hecho dos llamadas telefónicas y el príncipe se niega a aceptarlas; y puesto que la montaña no viene a Mahoma, Mahoma va a la montaña. Y Joe Biden se va a Riyadh a pedirle (¿o a rogarle?) al “paria” que aumente la producción petrolera para aliviar la inflación en América.

En fin, el mejoramiento de relaciones, no fue el primer objetivo de Biden para su peregrinaje. Fue su desesperada necesidad de petróleo el que lo forzó en su viaje al vacío, y tal vez, por obra de la casualidad, le haga entender que, pese a todo, Arabia Saudí es, irónicamente, tan importante como productor de petróleo, como aliado en la seguridad de esa región. La “realpolitik” es muy clara en ese sentido. 

Y la pregunta es, después de todo, ¿valió la pena el ilusorio periplo, con su sacrificio de principios, humanos y políticos? Creo que no. El presidente no obtuvo nada, de nadie, ni de Israel, ni de los saudíes, ni del resto de los árabes. Regresó a casa con las manos vacías y ni siquiera con promesas de algo.  No sólo en petróleo, que era su “goal” principal, sino también sobre la paz en Yemen, cuya guerra alientan los iraníes.

Referente al aumento en la producción de petróleo, el ministro del Exterior, Faisal bin Farhan Al Saud, expresó, con meridiana claridad, que Arabia Saudí no incrementaría su producción unilateralmente, sino de acuerdo con la OPEP. En términos claros esto significó un NO a la petición de Biden.

En un discurso ante líderes árabes, el presidente proclamó, no sin cierta solemnidad, lo siguiente: “nosotros no abandonaremos el área dejando un vacío para ser llenado por China, Rusia, Irán u otros”. “¿Really?” ¿Se le había olvidado tan pronto la debacle de Afganistán? Ninguno de los jefes de gobierno le creyeron. ¿Por qué habrían de hacerlo? América había cedido la histórica influencia geopolítica de la región a Rusia, mediante el conflicto bélico en Siria, durante la administración Obama-Biden, y resultaba trágicamente sarcástico que fuera él, el que prometiera ese vago tono de seguridad en una región donde la credibilidad americana está en decadencia después de la deplorable política de Obama en el Medio Oriente.

El presidente Biden fue a una zona, turbulenta por designios históricos, en un momento en que el mundo enfrenta enormes riesgos de economía y seguridad. No había nada en su agenda de viaje, que incluyera, no de manera abstracta e intangible, sino algo concreto, sólido y tangible, para confrontar esos dos factores, y, a la vez, fortalecer los lazos de alianza necesarios para ambas partes. En ese capítulo, también el presidente falló.

La invasión rusa a Ucrania, entre otras graves consecuencias, ha agudizado la desestabilización económica y alimentaria del área, causando escaseces, y una desmedida aceleración en los precios de todos los productos, debido a la inhabilidad de Ucrania a exportar sus granos a los países pobres de África, y el Medio Oriente.

Bajo esta nube gris, inició Joe Biden su infructuoso viaje.  Sin embargo, la Casa Blanca, en su afán por mostrar algo positivo de la visita, menciona los arreglos saudí-israelíes para los vuelos entre esas dos naciones, y la transferencia de dos pequeñas islas de Egipto a Arabia Saudita, que ya se venían gestionando desde hace dos años. Pero para el team Biden, algo es mejor que nada.

El presidente, que por razones obvias, no necesita esos largos viajes, pudo haberse evitado éste, y la humillación de implorarle al príncipe bin Salman (“el paria”), y haberse reunido aquí, en casa,  en la comodidad de la Oficina Oval, con los ejecutivos de la industria de gas y petróleo, y ofrecerles nuevos contratos de arrendamientos con rápidos permisos para la exploración y explotación y poner fin a los obstáculos presentes a los oleoductos que pudieran transportar cientos de miles de barriles de crudo diario para satisfacer nuestras necesidades energéticas.

Si el presidente busca un país que pueda producir más petróleo, en tiempo breve, no tiene que ir a ninguna parte. Aquí lo tiene. No necesita rogarle ni a los árabes, ni a Maduro, ni a nadie. Sólo tiene que rectificar sus catastróficos errores de empeñarse en destruir una industria que América necesita.

BALCÓN AL MUNDO

Cae en México, con intervención de la DEA, aunque el gobierno mexicano lo niega, el capo de la droga Caro Quintero, cuyo historial de crímenes se extiende a varias décadas.

El presidente de México, López Obrador, dice que la DEA no tuvo participación en el arresto. Esta negativa carece de credibilidad. Teniendo en cuenta la política de “guantes de seda” del presidente hacia los carteles, con aquello de “besos y no balas”, es difícil creer que el gobierno mexicano de por sí, realizó la operación sin ayuda externa. Más bien, la teoría más aceptable sería creer que, dejando la operación de arresto en manos de las autoridades mexicanas, tan corruptas como los mismos carteles, la aprehensión de este desalmado delincuente, jamás se habría llevado a cabo.

Las relaciones de López Obrador con los “chapitos” Guzmán, a los que liberó después que la policía los había atrapado hace un par de años, su abrazo a la madre del “Chapo” en otra ocasión, y su reticencia a condenar enérgicamente a los carteles, hace difícil creer que la detención de Caro Quintero hubiera tenido lugar sin la presión de la DEA.

Estados Unidos ha pedido, por largo tiempo, la extradición de Caro Quintero, pero un juez mexicano la ha denegado, esperamos que por tiempo limitado.

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  Casi todos los años tenemos olas de calor.  Es inevitable. No está en nuestro control. La de este año ha sido más rigurosa, pero, por otro lado, también las hemos tenido peores. Estos fenómenos atmosféricos existen desde el principio de los siglos, mas, por aquellos tiempos, no teníamos la sofisticación para entender a cabalidad el peligro. Hoy en día, tenemos ésta, más la politización que tiende a la extrema exageración, elevando el miedo a su extremo máximo.

  De un lado vivimos con el temor de una conflagración nuclear capaz de aniquilar medio mundo. Por el otro los portavoces del calentamiento global nos prometen, irremediablemente, el apocalipsis final.

Mientras tanto, la vida sigue su agitado curso, como lo ha venido haciendo por los siglos sinfín. Cada día la vida termina para los que son llamados a la morada eterna. La vida terrenal no termina masivamente, en millonadas, como algunos nos quieren hacer creer.

La llamada se hace lenta y selectivamente, por orden superior.

  ¡Amén!  

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Gustavo Petro, presidente electo de Colombia, logró, con inteligentes amarres políticos, una mayoría del congreso. Quizás veamos al antiguo guerrillero y radical izquierdista, convertido, de repente, en un estadista demócrata para el bien de todos los colombianos. ¡Ojalá!

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Si los partidos Demócrata y Republicano, deciden, en el colmo de la estupidez, nominar a Joe Biden y Donald Trump, respectivamente, como sus candidatos para las elecciones del 2024, estarían montando la comedia política del siglo.

Además, sería la única forma en que Biden resultaría reelecto.

¡Sólo Trump podría hacer ese milagro!

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