El jueves 9 de febrero, cuando esta edición de LIBRE ya este circulando, Mario Vargas Llosa se convertirá en el primer latinoamericano que ingrese oficialmente como miembro a la Academia Francesa. Su elección al prestigioso cónclave tuvo lugar hace más de un año en noviembre de 2021 y en lo adelante, ya convertido por esta designación en «inmortal» ocupará bajo la cúpula la butaca 18, no lejos de la 24 que fue la de su amigo Jean-François Revel hasta su fallecimiento en abril de 2006. Comenzaré por explicar de qué se trata y qué significado tiene tal distinción a reserva de poder, si finalmente asisto, escribir la semana próxima describiendo la ceremonia. Hasta ahora carezco de invitación confirmada -hay un gran revolú mediático porque se ha anunciado que, viniendo especialmente desde su «exilio» en Abu Dabi, estará presente Juan Carlos I, rey emérito español: hay mucho forcejeo y el asunto acreditación se me ha puesto color de hormiga.
Fundada por el cardenal Richelieu en 1635 la función esencial de sus miembros es la de velar por el uso correcto de la lengua francesa, así como la de mantener actualizado su diccionario «oficial», referencia nacional en lingüística cuya primera edición data de 1694 yendo ahora por la novena que apareció en sus tres tomos entre 1992 y 2011. La Academia está integrada por 40 miembros. Cuando un académico fallece su puesto es declarado vacante y mediante un procedimiento que generalmente se prolonga durante varios meses son propuestos internamente los candidatos susceptibles de remplazarlo. Posteriormente tiene lugar un escrutinio en sesión solemne, con voto directo y secreto que se decide por mayoría absoluta. Los fallos son inapelables.
En el caso de Vargas Llosa su candidatura debió franquear varios obstáculos: su edad, su condición de extranjero y el hecho de no escribir directamente en francés su producción literaria, ensayística y periodística. A pesar de todos esos factores negativos, y casi contra viento y marea porque su posición política refractaria al comunismo y a otros extremismos de izquierda desataron las iras de muchos caciques rojos y rosados del patio, ganó limpiamente adjudicándose 18 de los 22 votos en juego el día del cuajo. Y así un hispanoamericano está haciendo su entrada en la casona del Quai de Conti, cabe la ribera izquierda del Sena.
Puede decirse que a estas alturas Vargas Llosa lo ha obtenido todo en materia de premios, reconocimiento y distinciones. Su celebridad es planetaria y se le considera un «escritor del mundo». Ya en el mismo escenario académico -y estuve presente aquél 11 de junio- recibió el Gran Premio Cino del Duca 2008, otro galardón francés muy importante dotado además con 300 mil euros contantes, sonantes y libres de impuesto. Y entre esa fecha y hoy, además de alcanzar el Nobel de Literatura le cupo el honor inmenso en 2016 de convertirse en el primer escritor no francés vivo publicado por la colección La Pléiade. A un amigo común Mario le dijo en aquella ocasión que para él «entrar» en La Pléiade era más importante que haber merecido el Nobel de Literatura.
La relación del escritor con la lengua y con la literatura francesas viene de muy lejos. En un discurso que pronunció en el paraninfo de La Sorbonne cuando la venerable universidad le confirió un doctorado honoris causa y creó al mismo tiempo una cátedra a su nombre, explicó como la cultura francesa fue fundamental en él al momento de definirse su vocación literaria. Contó como en la casa de sus abuelos y tíos maternos la mayoría de los libros que estaban en los estantes eran traducciones de obras escritas por Alejandro Dumas, Julio Verne, Víctor Hugo y otros autores galos. Fue por ello que a continuación, y según él de manera natural y lógica, al concluir en 1953 los estudios secundarios se inscribió simultáneamente en la Universidad de San Marcos de Lima y en la cercana Alianza Francesa capitalina. Al respecto lo cito: «yo no leía, yo devoraba los libros que me prestaban en la pequeña biblioteca de la Alianza, obras que me abrían las puertas de un mundo riquísimo de poetas, novelistas y ensayistas …». Marcado para siempre por esa pasión, su sueño juvenil durante aquel período iniciático fue poder irse a París un día y -en sus palabras- «luchar en Francia por convertirme en un escritor de verdad».
De entonces a hoy ha llovido. Está próximo a cumplir 87 años y recomiendo a aquellos que no han leído su ensayo autobiográfico: “Pez en el agua” hacerlo, a manera de pasaporte hacia la comprensión de una vida que lo ha hecho recorrer todos los avatares de los últimos 70 años, como creador y como participante de algunas de las circunstancias políticas más significativas de nuestros tiempos, especialmente en Nuestra América.
Seducido a principios de la década 1960 por el entonces naciente castrismo «creyendo ingenuamente que se estaba inaugurando un socialismo democrático y hasta libertario», Vargas Llosa comenzó hacia 1966 por criticar el materialismo ideológico y alejarse del comunismo peruano que había abrazado durante sus años de estudiante universitario. A continuación, cuando el Caso Padilla en 1971, se apeó estrepitosamente del carromato fidelista y se convirtió a partir de entonces en uno de sus más vehementes críticos.
De todo ese vórtice de acontecer político y de creatividad intelectual que no ha cesado hasta hoy, ha brotado la obra de este gigante de las letras que hoy entra a la Academia Francesa como antes lo hizo a la Real Academia Española. El título de su último libro, el ensayo «Un bárbaro en París», que saldrá a la venta el próximo día 23 de este mes no debe interpretarse como una bravuconería: es el grito de guerra de un triunfador que probablemente a esta altura de su largo y triunfal recorrido puede decirse a sí mismo «misión cumplida».
¡Felicidades, Mario Vargas Llosa!
0 comentarios