UN INTERESANTE EPISTOLARIO DE FREUD

Written by Libre Online

7 de mayo de 2024

Por ESTEBAN   SALAZAR CHAPELA (1954)

Se ha publicado estos días un interesante epistolario de Sigmund Freud. Se trata de cartas dirigidas a Wilhelm Fliess, especialista en Berlín, a quien Freud fue comunicando desde 1887 a 1902 sus ilusiones y descubrimientos en relación con las neurosis, los sueños, la libido, etc. 

Esta correspondencia tiene ahora—ahora que conocemos en toda su magnitud la revolución que supusieron los descubrimientos psicológicos de Freud —un valor y un sabor que podríamos llamar dramático, pues con ella vemos muy bien el tantear en la sombra de un poderoso espíritu de hombre de ciencia. Freud contaba 31 años en 1887. De los 31 a los 46—justamente los quince años que dura esta correspondencia profesional y amistosa—Freud investigó, ordenó y expuso lo más sustancial de sus teorías psicopatológicas. 

Las cartas han sido publicadas por madame Bonaparte, miss Anne Freud — hija del gran investigador —y Ernst Kris. Las vicisitudes de este epistolario tampoco dejan de ser curiosas. Cuando murió Fliess en 1928 su viuda vendió el epistolario freudiano a un chamarilero hebreo que comerciaba en manuscritos, advirtiéndole procurara que estas cartas no llegaran nunca a manos de Freud, pues este los quemada en seguida. Huido de Alemania al comienzo de la tiranía de Hitler, el mismo chamarilero se instaló en París, donde tuvo ocasión de vender la correspondencia a Marie Bonaparte, una de las principales psicoanalistas de Francia. 

Cuando madame Bonaparte fue a Viena y visitó a Freud en 1937 le habló al maestro de aquella correspondencia. Freud se indignó mucho al conocer la venta y ofreció a madame Bonaparte una fuerte suma para compensarla de gastos, recabar el epistolario y destruirlo luego. Ella rehusó en redondo. 

Luego leyó a Freud varias de las cartas para que éste viera el valor histórico y científico de las mismas. Madame Bonaparte depositó aquel mismo año la correspondencia en un banco de Viena, donde habían de permanecer todas las cartas hasta la invasión alemana de Austria. Entonces, como princesa de Grecia y de Dinamarca, madame Bonaparte pudo un día, ante los ojos de los nazis vaciar su caja del banco y llevarse la correspondencia a París. Durante la Segunda Guerra Mundial esta correspondencia estuvo depositada en la Legación danesa en Francia.

Como ya hemos dicho las cartas a Wilhelm Fliess van señalando esquemáticamente—son cartas en general breves—los progresos de la labor de Freud y dejan ver de éste su capacidad de trabajo, sus iluminaciones geniales, la sensación que Freud tenía en sí mismo y también algunos amables detalles de su vida familiar y hogareña. Transcribamos varios párrafos demostrativos de algunos de esos aspectos. 

El 25 de mayo de 1895 Freud escribe a Fliess sobre su entusiasmo por la psicología y sobre su trabajo incansable de aquellos tiempos: “Un hombre como yo (dice Freud) no puede vivir sin una obsesión, sin una pasión consumidora, sin un tirano, por decirlo con las palabras de Schiller. Yo he encontrado ese tirano y estoy dispuesto a servirlo sin límites. Mi tirano se llama Psicología. Esta ha sido siempre mi distante objetivo, pero ahora que he comenzado a trabajar en las neurosis lo veo cada vez más cerca”. “Durante las últimas semanas (añade Freud en otro párrafo de la misma carta) he dedicado todos los minutos a aquella obra (su teoría de la histeria); desde las once de la noche hasta las dos de la mañana he estado ocupado imaginando, combinando, adivinando, y sólo he abandonado la tarea cuando desembocaba en algún absurdo. No me preguntes —hasta que pase más tiempo—por los resultados”.

En junio del mismo año Freud se permite algunas bromas cariñosas con su propio cerebro a propósito del tabaco: “He vuelto a fumar porque todavía lo echaba de menos después de catorce meses de abstinencia y porque debo tratar mi cerebro decorosamente si quiero que trabaje bien para mí. Yo le estoy exigiendo muchísimo. La mayoría de las veces el esfuerzo es sobrehumano”.

El 6 de agosto de 1895 ya Freud anuncia a su colega—todavía sibilinamente—haber descubierto algo de interés, aunque teme en algunos momentos que sus descubrimientos sean mero espejismo:

 “Te diré que después de meditar mucho creo haber encontrado mi camino para comprender las defensas patológicas y comprender asimismo con ello muchos procesos psicológicos importantes. Clínicamente, todo está ajustado desde hace mucho tiempo, pero la teoría psicológica que yo necesito sólo va yendo después de muchísimo trascendiendo después de muchísimo trabajo. Espero que todo ello no sea un sueño…” “No está completa todavía (la teoría), pero puedo al menos hablar de ella y requerir en muchos puntos tus conocimientos superiores científicos. La cosa es sencilla y bella, como tu verás. Ansio el día que pueda hablarte de ello…”

Diez días después vuelve Freud a hablar de su trabajo: “Esta psicología (escribe a Fliess) es realmente un incubo; jugar al billar o ir a coger setas son en verdad pasatiempos mucho más saludables. Lo que yo pretendo es explicar las defensas, pero explicarlas desde el mismo corazón de la naturaleza. Estoy luchando con los problemas de cualidad, sueño, memoria; en una palabra, con la psicología entera”.

Pero el 15 de octubre ya se atreve Freud a anunciar a su colega alguna de sus conclusiones: “¿Te he dicho alguna vez, por escrito o de palabras, el gran secreto clínico? La histeria es consecuencia de una sexual impresión presexual fuerte. Las neurosis obsesivas son consecuencia de un placer sexual presexual, que más adelante se transformó en conciencia culpable. Por presexual quiero decir antes de la pubertad, antes de la producción de substancia sexual. Los elementos relevantes que se hacen efectivos únicamente como memorias o recuerdos”.

Al día siguiente Freud parece dudar algo del alcance de sus conclusiones: “Me encuentro todavía en un mar de dudas, aunque estoy seguro de haber resuelto el enigma de la histeria y de la neurosis obsesiva con la fórmula del shock sexual y del placer sexual infantiles, y estoy igualmente seguro que ambas neurosis son igualmente curables—no justamente los síntomas del individuo, sino la disposición neurótica”.

Cinco días después—el 20 de octubre—otra carta más optimista todavía: “Estoy inmensamente encantado con tu opinión sobre la solución de la histeria y la neurosis obsesiva. Ahora, escucha esto, la semana pasada, una noche en que mi cabeza trabajaba estupendamente, de pronto se rompió la barrera, cayeron los velos y vi todo el camino que se extiende desde los detalles de las neurosis hasta las mismas condiciones de la conciencia. Todo se puso en su sitio y todo me pareció como una máquina que en un momento dado pudiera echarse a andar por si sola”.

Once días después—el 31 de octubre —Freud vuelve a la duda: “Ahora comienzo a dudar de mi explicación dolor-placer de la histeria y de la neurosis obsesiva, que yo anunciaba antes con tanto entusiasmo. Indiscutiblemente, esos son los factores esenciales. Pero yo no he puesto aún todos los trozos del rompecabezas en su lugar adecuado. Por fortuna para mí, estas teorías convergen necesariamente en el campo clínico de la represión, con la cual tengo diarias oportunidades de corregir errores y aclarar cosas. Otro enfermo (que no se atrevía a salir a la calle por miedo a sus inclinaciones homicidas) me ha ayudado a resolver otro enigma”.

En la carta del 7 de noviembre del mismo año hay una postdata llena de euforia: “Me alegro no haber puesto esta carta en el correo. Así puedo añadir que uno de los dos casos me ha revelado lo que yo esperaba: shock sexual, es decir, abuso infantil en un caso de histeria masculina adulta. Estoy disfrutando unos momentos de verdadera satisfacción”.

Sobre el aislamiento de Freud esos años, la hostilidad de sus colegas y la escasez de clientes hay varias alusiones en estas cartas. Véanse las siguientes líneas del 21 de mayo de 1894: 

“Yo estoy aquí completamente solo. Todos me consideran como un monomaniático, mientras yo tengo la sensación cierta de haber puesto la mano en uno de los grandes secretos de la naturaleza. Hay algo cómico en la incongruencia entre lo que uno es y la visión que los demás tienen de la obra de uno”. Dos años después —4 de mayo de 1896—Freud insiste en el mismo tema: “Estoy tan aislado como tú me deseas que yo esté…. porque se ha formado el vacío a mi alrededor. Hasta ahora lo llevo con ecuanimidad. Lo que encuentro menos agradable es que este año, por vez primera, mi sala de consulta está vacía. No veo caras en varias semanas, no tengo nuevos casos que tratar y los viejos casos no han acabado todavía. Las cosas están tan difíciles que se necesita una fuerte naturaleza para superarlas”.

Al entrar en 1897 Freud se siente ya muy confiado, muy seguro: “Nosotros no naufragaremos – le dice Freud a su colega el 3 de enero de aquel año—. En vez de los canales que buscamos hallaremos océanos para que sean explorados por los que vengan detrás de nosotros; pero, si no nos echan a pique prematuramente, si nuestra naturaleza puede resistir, lo haremos nosotros. Nous y arriverons. Dame otros diez años, y yo terminaré la neurosis y la nueva psicología; quizás tú puedas completar la organología en menos tiempo que eso. A pesar de las quejas a que te refieres, ningún Año Nuevo anterior ha sido tan rico en promesas para nosotros dos. Cuando yo no temo puedo afrontar el infierno con todos sus demonios”.

Los editores de este singular epistolario de Freud se disculpan de publicarlo contra la voluntad expresa del autor diciendo que “estas cartas amplían la prehistoria y más remota historia del psicoanálisis”, “muestran las fases del proceso intelectual de Freud” y “proporcionan un cuadro vivo del investigador durante sus años más difíciles”.

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