A finales de julio de 1953, llegué a la casa de la calle Pinillos 463 procedente del Colegio Americano. Mi padre estaba meciéndose en un sillón del portal.
Le di un beso en la calva e iba -sin decir una palabra- a entrar a mi hogar. Mi apuro era porque la casa olía a café Baquedano y yo quería saborear el último buchito antes que se enfriara.
El viejo me paró en seco y me dijo: “Ven acá, Esteban de Jesús” … Nunca olvidaré ese instante porque fue la única vez que lo he llamado así, le dije: “¿Qué pasó Don Esteban?”.
En un tono grave, cosa muy rara en él, me dijo: “Siéntate ahí y ponme mucha atención”.
Insistió: “¿Me estás poniendo atención?” “Sí, papá, pero tengo miedo que mami se tome todo el café” … Gritó (y él nunca gritaba): “Ana, tráele café al muchacho para que no fastidie más con el dichoso café” … Y mami respondió de lejos: “¿Qué café ni que café? Estebita sólo tiene 9 años”.
Entonces borré la burlona sonrisa de mis labios y con toda seriedad le dije: “Discúlpame, papi ¿qué hubo?”.
Me dijo cinco inolvidables palabras que todavía retumban constantemente en mi cerebro: “¡Ese tipo es un gánster!”.
Ni idea yo tenía de lo que hablaba mi padre, yo era un inocente muchachito, y le pregunté: “No entiendo ¿A quién te refieres?”.
Ese hombre que siempre lo había visto risueño, chistoso, cariñoso, amable con todos, se levantó bruscamente del sillón, tiró el cabo de tabaco Pita para el medio de la calle y me gritó: “¡Te hablo, coño, de Fidel Castro, ese tipo va a acabar con nuestro país, este ataque al Moncada sólo es el inicio”.
Con mi precocidad atrevida e inoportuna le respondí: “Yo creo que tú eres batistiano”. Y me dijo: “Que va, yo soy Auténtico, seguidor de Tony Varona, de Miguelito Suárez Fernández, pero si Batista fusila al HP este me convierto en batistiano”.
Y de ahí en lo adelante se pasó otros 9 años inculcándome su odio feroz contra los Castro, sus hijos, y hasta sus tataranietos que nazcan.
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