Pasé parte de la semana pasada revisando papeles viejos y menos viejos en la biblioteca del Ministerio de Relaciones Exteriores donde están guardados los documentos relacionados con la diplomacia de este país desde el reinado de Luis XIV. Incursionar en ese tesoro es una tarea apasionante que requiere tiempo porque no siemspre las clasificaciones y el ordenamiento resultan pertinentes pese al profesionalismo que rige en el centro. Además de que concurren factores imponderables en cuanto a expedientes que por razones mal explicadas y peor comprendidas no están disponibles para consulta. Me he estado dedicando, y seguiré haciéndolo, a la revisión de papeles que proceden de Cuba para el período 1944 a 1981.
Un día de estos, tiempo al tiempo, será cosa de hacer referencia en crónicas futuras a algunos hallazgos interesantes que he hecho, pero por el momento baste decir que en lo que se refiere a las características de la dictadura que existe en la isla a partir de principios de los años 1960, los sucesivos funcionarios que han servido en la Embajada y en el Consulado de Francia en La Habana han remitido hacia sus superiores y a su ministerio de tutela reportes tan objetivos como precisos en cuanto a libertades políticas, censura en los medios de difusión, falta de garantías procesales en los tribunales y despliegue de una represión sin cuentos para con el pueblo cubano. Y como puede presumirse los diplomáticos galos han portado siempre una atenta vigilancia respecto a la penetración sistemática de la subversión cubana en las Antillas Francesas y en las naciones africanas de su antigua esfera de influencia, secuela del colonialismo.
En las carpetas etiqueteadas «affaires culturelles et de l’éducaton», más allá de los análisis que disecan el clima de control y de adoctrinamiento en universidades e institutos de segunda enseñanza de la isla hemos encontramos cartas de varios editores franceses instando a su embajada gestionar ante las autoridades comunistas permisos para que autores cuyas obras estaban apareciendo en París traducidas al francés pudieran viajar a fin de promocionarlas y presentarlas al público personalmente. Los casos más significativos fueron durante la década 1970 los de José Lezama Lima y Reinaldo Arenas. Jamás accedieron, nunca pudieron salir de la gran cárcel en la que se había convertido la isla: el primero murió en su domicilio habanero y el segundo huyó a mediados de 1980 cuando la estampida por el Puerto del Mariel .
Los tiempos han cambiado. Hace tiempo que los escritores y los músicos que de una manera o de otra pactan con el régimen no confrontan las dificultades que Lezama y Arenas sufrieron. Esta nueva hornada que es complaciente con la dictadura no tienen problema ni para publicar ni para viajar, siempre que observen la consabida disciplina ideológica y política para con el gobierno y sus jerarcas. Reglas no escritas de un juego en el cual cada participante conoce y respeta tácitamente los límites. No tienen que emigrar cuando si no lo desean. A partir de tal configuración lo que viene después está delimitado por las condiciones del mercado, el talento y la acogida que público y prensa dan a artistas y a creadores. Es el caso actualmente con Leonardo Padura que está en Francia hace días.
Sobre el novelista, las novelas que ha publicado hace décadas, los premios que ha obtenido, sus intervenciones acerca de la actualidad a través de su blog y sus comparecencias ante los medios y en coloquios se ha escrito abundantemente. Y como no he leído «Como polvo en el viento», que es su última novela que acaba de ponerse a la venta traducida al francés, nada diré acerca de ella. Sin embargo el tratamiento que la prensa le ha dado al autor cubano en estos días es otra historia.
El editor de Padura en Francia le organizó con la salida del libro dos presentaciones en París y otras tres en ciudades importantes de provincia. Aparecieron artículos en la prensa especializada y una entrevista radial de 45 minutos en un programa matutino muy escuchado en France Culture perteneciente a Radio France. Si se mete en la coctelera lo que dijo en la radio y lo que le atribuyen en varios diarios el balance es, término medio con papas, entre patético y lamentable.
Padura tiene una larga vida profesional apuntalada en su natal Mantilla, populosa barriada del sur de la capital cubana. El hombre, enfrascado en describir los personajes que creó para este nuevo relato de 640 páginas, «olvida» hábilmente ir a las raíces de las contradicciones que cada uno de ellos vive en la isla y en la emigración. Nadie es culpable de nada y según los gacetilleros franceses esos cubanos tratan de ser felices tomando ron Flor de Caña mientras continúan corajudamente adelante, » a pesar del del miedo, la miseria, la mentira y el exilio».
Lo más sutil del talento esquivo de este camaleón permanente se expresa no en lo que dice sino en lo que calla. Nadie puede creerle que la vida que y a pocas semanas de los hechos y las protestas en Cuba el 11-7, en decenas de barrios cubanos tan populares como Mantilla, Padura no pronuncia una sola palabra que resulte incómoda para con su gobierno de tutela, ni siquiera viéndose como se observa que el despelote es colosal y la crisis económica y sanitaria sin precedentes. Eso es el «padurismo» en estado puro para con una prensa francesa de la cultura que prefiere mirar para otra parte mientras ensalsa el vil silencio.
A veces para los creadores la lucidez viene con la vejez y con las conveniencias: Andreï Kpnchalovsky, cineasta ruso de 83 años ha esperado llegar al ocaso de su vida para mostrar en su última película «Queridos Camaradas» como decenas de agentes de la KGB tiraron en junio de 1962 sobre un grupo de obreros soviéticos que protestaban a las puertas de la fábrica en la cual trabajaban denunciando las inhumanas condiciones que sufrían: hubo 26 muertos y 110 heridos. Andreï y su esposa Yuliya participaban días después de los hechos en un festival italiano con la película que acababan de terminar. La historia, cíclica e inexorable, parece demostrar que los camaleones que se pliegan ante las dictaduras poseen un horizonte común delimitados por su interés y por su narcisismo. Es la línea de un Padura a quien no inmuta ni el polvo ni el viento.
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