El 8 de septiembre es un día muy importante para todos los cubanos porque, aunque usted no sea creyente, la Virgen de la Caridad del Cobre forma parte importante de nuestra historia por ser la Patrona de Cuba.
Primer Acontecimiento
Precisamente ese viernes 8 de septiembre de 1961, fue el escogido por el dictador cubano y usted no tenga duda alguna que fue él mismo quien dio la orden para efectuar el juicio ese día en Santa Clara.
Juicio oral por la causa 833 de 1961, contra 14 miembros de la Brigada de Asalto 2506, que llevaban por lo menos 142 días detenidos. Cinco de ellos fueron fusilados esa misma noche en el cementerio de Santa Clara, los otros nueve condenados a 30 años.
Los 5 Condenados a Fusilamiento:
1.-Ramón Calviño Insua- #2682 Artillero del barco Río Escondido.
2.-Jorge Kim Yun. # 3829- Batallón 2- Compañía “F”. En 1960, en compañía de otros, se robaron un barco en La Salina, provincia de Matanzas y llegaron a la Florida.
3.-Rafael Emilio Soler Puig. #3351- Batallón 3- jefe de Escuadra en la Compañía “K”.
4.-Roberto Pérez Cruzata. # 4117- Batallón 6- Compañía “X” -con fusil Bar- Exmiembro del Ejército Rebelde, estando preso en La Cabaña se fugó y llegó a La Florida.
5.-Antonio Valentín Padrón Cárdenas. #3799- Batallón 6- jefe de la Compañía “X”. (34 años)
Los 9 Condenados a 30 años de Prisión:
1.-Pedro Armando Santiago Villa. #3808- Batallón 5- Compañía “Q”.
2.- José Franco Mira. #4011- Batallón 3-murió en la prisión de Melena 2, el 3 febrero, 1970
3.-Rogelio Milián Pérez. #3205- Batallón 4- Compañía “1”. Falleció en 2017.
4.-Andrés de Jesús Vega Pérez. #3434
– Batallón 3 (Cocinero)- Murió en la prisión del Combinado del Este el 23 de julio de 1982.
5.-José Rafael Machado Concepción. #3534- Batallón 3- Compañía “M “.
6.-Nicolás Hernández Méndez. #2681- Artillero de la LCI Blagar.
7.-Dr. Pedro Humberto Reyes Bello. #2773- Operación Lanchas- jefe Brigada.
8.-Ricardo Montero Duque. #3479- jefe Batallón 5. Liberado el 8-junio-1986-Vive aún.
9.-Ramón B. Conte Hernández. #2763- Policía Militar- jefe de Compañía. Vive aún.
Se fugó de la prisión Melena 2, el 16 de agosto de 1969. Fue capturado en Santiago de las Vegas, el 1ro. de febrero de 1972, estando oculto en esa casa sin salir a la calle preparándose con otros para abandonar el país. Fue nuevamente sancionado a 10 años prisión. Por gestiones del senador Edward Kennedy, se le concedió la libertad y el permiso para viajar a EE.UU. en compañía de su mamá, el sábado 18 de octubre de 1986. Fue el último brigadista en salir de la cárcel.
El Tribunal estuvo integrado por: Claudio López Cardet, Felipe Ramírez Delgado, José Ferrer Brito, Luis Palacio, Gilberto Sotolongo y Juan Pérez Roca.
Actuó como Fiscal: Humberto Jorge Gómez. Los Acusadores fueron: Regino Fariñas Cantero, Arnaldo Escalona Almeida, Juan García, Eugenio Cusidó, Ana Salazar, Regino Sarmiento, Armando Menocal, Rosa María Hurtado de Mendoza, Hilda Felipe de Escalona y Rafael Escalona.
Los abogados defensores fueron: José de la Torre y Roberto Cárdenas los cuales apelaron la sentencia. Inmediatamente el Tribunal Revolucionario de Apelaciones confirmó la sentencia anterior y estaba formado por: Manuel Bravo Yanes, Manuel del Peso, Eleuterio Ávila, Raúl Cordero y Miguel Martínez.
Segundo Acontecimiento
Muy temprano en esa mañana del viernes 8 de septiembre de 1961, un mensajero tocaba con exagerada insistencia a las viejas puertas de la casa parroquial, situada en Manrique y Salud.
Tenía la orden de asegurarse de que el telegrama llegara a manos de Monseñor Eduardo Boza Masvidal, Obispo auxiliar de La Habana y párroco de la Iglesia de Nuestra Señora de la Caridad.
Con toda la mala intención del mundo, el ministro del Interior revocaba el permiso previamente concedido para la tradicional procesión de la Virgen de la Caridad, que ese año debía realizarse el domingo 10 de septiembre. No podría ser a las 5 de la tarde, sino a las 7 de la mañana. Querían mostrar un acto religioso deslucido, al que hubieran asistido poquísimas personas, ya que la Iglesia no tenía acceso alguno a los medios de comunicación para informar del cambio de horario. Como resultado de una procesión muy poco concurrida, sería presentada como una evidente falta de apoyo popular a la Iglesia.
Ahora vamos a relatar lo sucedido en la Iglesia, según el propio sacerdote Arnaldo Bazán.
El viernes 8 se programaron varias Misas en la mañana y una Paraliturgia a las 8 de la noche, en la que se tendrían lecturas bíblicas, oraciones, cantos y un sermón, todo presidido por Monseñor Boza Masvidal. La mañana transcurrió con orden y una gran asistencia de fieles. En esos momentos, además del Padre Agnelio Blanco, que era el vicario parroquial, estaban en la Caridad otros tres sacerdotes refugiados: Francisco Botey, escolapio, cuyo colegio había sido expropiado, Pedro Wong, sacerdote chino que ejercía su ministerio en la diócesis de Matanzas, pero antes había estado en la parroquia y Arnaldo Bazán. Cuando se acercaba la hora de la Paraliturgia notaron la ausencia de Monseñor Boza.
Ninguno de ellos cuatro sabía de su paradero, pero pudieron comprobar que no se encontraba en la parroquia. Esperaron un tiempo prudencial y decidieron realizar la celebración sin su presencia. Fue alrededor de las diez de la noche que regresó Monseñor. Los cuatro sacerdotes estaban esperándolo. Él entonces les contó lo que había ocurrido. Fue llamado de urgencia a presentarse en las oficinas del G2, para ser interrogado y para advertirle que la procesión quedaba prohibida tal como había sido aprobada, y que sólo podía tener lugar a las 7 de la mañana por las calles aledañas a la iglesia parroquial. ¿Qué debíamos hacer?, fue la pregunta que les hizo. Y todos les dieron sus opiniones. “No sacar la procesión en la mañana, pues sería una clara rendición ante el régimen, sino anunciar con carteles en las puertas de la iglesia y durante las Misas, lo que el gobierno había decidido”.
Sólo tendrían el sábado 9 para hacer frente a la nueva situación. El padre Agnelio Blanco, que era el vicario parroquial, se había comprometido a atender los domingos la parroquia de Isla de Pinos, que era además su lugar natal y donde vivían sus padres y familiares, de modo que el sábado temprano emprendió el viaje que hacía prácticamente cada semana.
Quedaron pues, junto a Monseñor Boza, los otros tres sacerdotes mencionados. Llegó el domingo 10, las Misas en la mañana transcurrieron normalmente. Hay que recordar que para ese entonces sólo había permiso para algunas Misas vespertinas. La parroquia tenía programada una a las cinco de la tarde y ese día era el padre Arnaldo Bazán el que debía celebrarla. Como se había decidido, en todas las Misas matutinas se explicó a los fieles lo que el gobierno había decretado sobre la procesión.
Todos pensábamos que la tarde transcurriría sin ningún problema. Como todos los domingos, la iglesia parroquial se cerraba después de la última Misa matinal y se volvía a abrir a las 2 p.m., en que comenzaban los bautismos, que se hacían por entonces en forma individual, en uno de los lados de la iglesia, en la parte de atrás, había varias capillas que se usaban para la celebración de dicho sacramento.
Los tres sacerdotes que estaban allí refugiados se encargaron de realizarlos. En un momento dado alguien enviado por Monseñor Boza se le acercó al padre Bazán para decirle que, cuando terminara el que estaba celebrando, fuera a la sacristía. Su sorpresa fue grande al encontrar la misma repleta de personas que gritaban, pues al parecer exigían que la procesión se sacara de todas maneras. Monseñor, sabiendo que Arnaldo Bazán poseía una fuerte voz, le pidió que arengara a todos, diciéndoles que ya estaba decidido que no habría procesión y que había que evitar a toda costa que las cosas se les fueran de las manos y pudiera ocurrir una matanza.
Después de que a gritos Bazán les transmitió el mensaje la gente se fue calmando, pero mientras, seguían llegando más y más personas con el ánimo de participar en la procesión, ya que no hubo ningún medio que transmitiera que la procesión había sido suspendida.
Afuera y mezclado entre la multitud estaba Arnaldo Socorro Sánchez, un joven de 20 años, aunque nacido en Unión de Reyes llevaba diez años viviendo en La Habana. Al llegar al lugar, Arnaldo se enteró lo de la suspensión y que, por lo tanto, estaba prohibida la procesión, pero, al igual que miles de personas allí congregadas, se quedó frente al templo.
Aunque los simpatizantes del gobierno, en general, no se atrevieron a enfrentarse en masa a aquel gran número de fieles, la sacristía de la parroquia se convirtió en una sala de socorros improvisada, pues fueron muchos los que llegaron con golpes, magulladuras y hasta heridas. Existió un verdadero enfrentamiento no sólo verbal, sino también corporal. Alguien, por ejemplo, le arrebató a un castrista un fusil, entró a la iglesia y se lo entregó al padre Bazán, pero este le pidió lo tirara en la calle, pues la iglesia no era lugar para armas de fuego.
Cerca de las 4 pm, llegaron dos oficiales del G2, uno de ellos era Ramiro Valdés, querían hablar con Monseñor. Para entonces la multitud gritaba: “Boza, seguro a los comunistas dale duro” y otras cosas por el estilo.
Ellos le dijeron a Monseñor que lo hacían responsable de todo lo que allí pasara. Bazán les contestó que la mayoría de los presentes no pertenecían a la parroquia, por lo que Boza no podía ser responsable de nada. Entonces uno de ellos le pidió a Monseñor que callara a Bazán, pero Boza le respondió que no, porque Bazán estaba diciendo lo correcto. Así era Monseñor Boza, un hombre a toda prueba.
A las 5 llegó la hora de la Misa. Los sacerdotes habían pensado no suprimirla y seguir con el programa habitual. Resultó ser una Eucaristía muy especial, ya que todo aquel gentío que llenaba la iglesia mantuvo un silencio respetuoso, mientras en las calles muchos miles (hay quien calculó unos 50,000), gritaban a pleno pulmón consignas contra el comunismo y el castrismo.
Se leyeron las lecturas y los altoparlantes estaban funcionando, pero nadie pudo oír nada de lo que se decía. Sólo quisieron seguir el ritual y nada más. Cuando llegó la hora de la comunión, en la que sólo Bazán participaría, pues no había condiciones para otra cosa, todo cambió. Apenas había Bazán comulgado cuando se oyeron ráfagas de ametralladora y entonces sí que todos los que estaban dentro perdieron la compostura y gritaron con desesperación, pensando que allí iba a ocurrir una carnicería. El padre Bazán aprovechó el momento para retirarse a la sacristía y luego subió a la azotea para mirar algo de lo que estaba ocurriendo en la calle. Entre otras cosas pudo ver un carro de la compañía de teléfonos volcado y jóvenes que luchaban con los policías. Mientras, otro de los sacerdotes aprovechó para dar la comunión al grupo que se encontraba ayudando en la sacristía.
Siguieron llegando víctimas de la refriega, aunque ninguna, gracias a Dios, con pronóstico grave. A las 8 de la noche la multitud todavía seguía gritando: “Libertad, queremos libertad, Cuba sí, Rusia no”.
Parece ser que Arnaldo Socorro, el valiente muchacho, consiguió en alguna casa cercana, un cuadro con la imagen de la Virgen y se puso al frente de la multitud que comenzó a seguirle, dando vivas a Cristo Rey, a la Virgen y a la libertad. Un miliciano con una metralleta abrió fuego y esa tarde Cuba y la Iglesia tuvieron un nuevo y joven mártir cuando Arnaldo Socorro fue asesinado, sin haber cometido delito alguno.
Mientras los que lo siguieron fueron atacados por una horda de forajidos, animales salvajes que arremetieron contra ellos causando, si no muertes, sí muchos heridos.
La iglesia se llenó nuevamente, pero esta vez de soldados y milicianos, un grupo se dedicó a realizar un registro minucioso de la Casa parroquial. Fueron habitación por habitación, sin que lograran encontrar nada que les sirviera para una acusación. Al llegar a la habitación de Monseñor Boza, levantaron las sábanas que cubrían su cama y así pudieron ver que dormía sobre el bastidor de alambres, quizás para hacer penitencia por la libertad de la Patria esclavizada.
El padre Arnaldo Bazán, no recuerda realmente el tiempo transcurrido cuando una voz fuerte que gritaba algo así como “Esto parece un saqueo al templo. Esto no puede ser. Yo vengo en nombre del comandante Fidel Castro, y todos tienen que salir de aquí inmediatamente”. Fidel, siempre lanzando la piedra y escondiendo la mano, quiso evitar que lo acusaran de ser el responsable, por lo que mandó a un oficial, que nunca supieron su nombre, que transmitió dichas órdenes y fue obedecido sin chistar.
Bazán se le acercó y le preguntó si los sacerdotes tenían que salir. Le dijo que no, que sólo los que habían entrado a hacer el registro. Bajó con ellos y entraron en la iglesia. Al fin todos se fueron y pudieron cerrar la puerta principal de la iglesia. Monseñor y los sacerdotes se reunieron para dar gracias a Dios, todavía sin saber lo que había ocurrido en la calle. La muerte de Arnaldo Socorro y la suerte que corrieron muchos de los fieles, la vinieron a conocer al día siguiente.
El Padre Agnelio Blanco regresó en la tarde de Isla de Pinos y ellos por precaución se mantuvieron en la parroquia, previendo cualquier acción. La multitud que se había congregado convenció al gobierno de que todavía le quedaba a la Iglesia un gran poder de convocatoria, por lo que se podía temer cualquier represalia.
Aunque Arnaldo Socorro era miembro de la JOC (Juventud Obrera Católica), el gobierno se hizo cargo de su cadáver, para que apareciera como un revolucionario que había sido muerto por los católicos contrarrevolucionarios. Es más, en un periódico salió la noticia de que el asesino era el padre Agnelio Blanco, que había disparado desde la torre de la parroquia de la Caridad. Como ya se dijo, el padre Agnelio se encontraba en ese momento en Isla de Pinos, por lo que era una mentira manifiesta. Pero ¿es que se puede confiar en un régimen que se ha valido de la mentira para mantener sometido a todo un pueblo?
Lo cierto es que dedicaron el lunes 11 a preparar el funeral del «compañero Socorro», cuyo entierro convirtieron en un mitin político, en el que los discursos iban dirigidos sobre todo a amenazar a la Iglesia Católica. Se dijo que la madre de Arnaldo, en la funeraria, gritaba a los sicarios llamándolos asesinos de su hijo. La pobre mujer tuvo que sufrir la afrenta de que tomaran a su hijo muerto como un mártir de la revolución, pero poco podía hacer ella frente al poder de la tiranía.
Cuando en la parroquia oyeron los discursos incendiarios que se hacían en el cementerio, antes de dar sepultura al cadáver de Socorro, comprendieron que el gobierno estaba tramando algo grande en contra de ellos. De modo que, para evitar profanaciones, pensando que en cualquier momento los atacarían, fueron al sagrario y consumieron todas las hostias consagradas.
Monseñor Boza quiso ir ese martes 12 a informar al arzobispo Monseñor Evelio Díaz y a la Nunciatura, de lo que había ocurrido en la parroquia el domingo anterior.
Para pasar desapercibido pidió a un hermano suyo que le prestara su carro. Pudo llegar al Arzobispado y hablar con Monseñor Evelio, pero cuando se disponía a entrar en la Nunciatura unos esbirros se lo impidieron, lo detuvieron y se lo llevaron para el G2 de 5ª y 14 de Miramar. Mientras, otros agentes se personaron en la parroquia, exigiendo la entrega del carro de Monseñor, que estaba en un garaje. Esto les confirmó que a él lo habían cogido preso, aunque sin saber dónde estaba.
Decidieron que el padre Agnelio Blanco y Arnaldo Bazán, por ser los únicos cubanos de entre los sacerdotes que estaban en la parroquia, fueran a hablar con Monseñor Evelio para informarle de sus sospechas. Luego llegó Monseñor Zacki, el Nuncio y les contó que Boza estaba detenido, entonces regresaron a la parroquia e informaron a los otros dos sacerdotes y algunos laicos de lo que habían averiguado.
El miércoles 13, la mañana transcurrió tranquila, al mediodía cerraron la iglesia y la oficina como de costumbre. Cuando estaban terminando de almorzar, las señoras que trabajaban en la cocina les alertaron de que, frente a la puerta de la oficina se estaba reuniendo un grupo de hombres con algo escondido en las manos. Bazán se asomó por la ventana y pudo ver que, efectivamente, había alrededor de una docena o más de hombres que portaban, envueltas en papel periódico, cabillas de las que se usan en la construcción. Fue el único momento en su vida en que pensó le había llegado la hora de ser mártir. Pero Dios no lo quiso así, apareció un «carro patrulla o perseguidora» y los policías que venían en ella dispersaron aquellos hombres.
Como a las cuatro de la tarde se presentaron en la parroquia unos policías del G2 y los apresaron a los cuatro. Los llevaron a la prisión de 5ª y 14 y los pusieron junto con Monseñor Boza.
Casi a la media noche les hicieron «la prueba de la parafina», para descubrir quién había sido el asesino de Arnaldo Socorro. ¡Vaya descaro!
Los allí hacinados mantenían un buen ánimo, gracias a la gran camaradería que allí reinaba, pues todos eran presos políticos, las condiciones de las celdas dejaban mucho que desear. Las necesidades corporales había que hacerlas delante de todos, sin ningún tipo de privacidad y los baños y servicios eran escasos. Los que tenían camas se habían sacrificado dejando las colchonetas a aquellos que tenían que dormir en el suelo. La solidaridad era excelente.
El viernes 15 durante la tarde y en la noche fueron llamados los sacerdotes, uno por uno, a un interrogatorio. A los padres Botey y Wong, que eran extranjeros, se les dijo que, a las cinco de la mañana del sábado, se les llevaría a la parroquia para que preparasen su equipaje, pues serían deportados a España. Luego le tocó a Bazán, lo llevaron a una habitación donde había un frio enorme, fue despertado pasada la medianoche, sólo vistiendo el pantalón y la camisa azul. El interrogador, con gesto adusto, lo mantuvo esperando, sin siquiera dirigirle la mirada, por más de quince minutos. Él se dio cuenta de que se trataba de una táctica para ablandarlo antes de ser interrogado. No le dio el gusto y supo escabullirse a todas las preguntas y nada le dijeron de irse de Cuba, volvió a la celda convencido de que allí se quedaría por mucho tiempo.
El sábado 16, a las 5 de la mañana, se llevaron a los sacerdotes Botey y Wong. A las 5 de la tarde más o menos lo llamaron y lo reunieron con el padre Blanco, los montaron en un carro hasta el puerto donde estaba el barco español Covadonga. Al subir a bordo se encontraron con otros 134 sacerdotes. El gobierno quiso que la Compañía Naviera dejara pasajeros en tierra, pero esta se negó y como el barco era de carga y pasaje y las bodegas estaban vacías, allí improvisaron los dormitorios. La tripulación se comportó admirablemente.
Al otro día, domingo 17 ya todo estaba listo para la partida. Llegó la hora de levantar el ancla, cuando alguien se encargó de llevar un aviso: “Falta un pasajero”. Enseguida pensaron en Monseñor Boza, efectivamente, fue llevado en un automóvil hasta la misma escalerilla, mientras todos en el barco aplaudían calurosamente. Ahora eran 135.
Desde el buque veían desfilar los carros por el Malecón, y algunas personas que se habían enterado de aquella partida se habían reunido en grupos y los despedían haciendo señales con los brazos.
Monseñor Eduardo Boza Masvidal, desde la cubierta y rodeado de los sacerdotes expulsados bendijo a la multitud mientras el Covadonga se alejaba lentamente por las aguas de la bahía.
A partir de ese momento se multiplicaron los atropellos, vejaciones, intimidaciones. Aumentaron las detenciones injustas, verdaderos atentados contra la dignidad y el decoro de sacerdotes y religiosos y comenzó el proceso de desmantelamiento de todas las estructuras educativas y sociales de la Iglesia.
Por supuesto, Fidel Castro como buen artista y mentiroso no podía dejar de culpar a otro de lo sucedido. No podía culpar al imperialismo porque allí no había “gringos” entonces le echó toda la culpa a Monseñor Boza.
Tercer Acontecimiento
Armando Jiménez Rebollar nació en La Habana el 4 de marzo de 1917. Fueron sus padres Joaquín Jiménez D’Acosta y María Rebollar González que procrearon una familia de seis hijos: José Joaquín, Consuelo, Alberto, Dulce María, Elsa y Armando Eugenio.
Armando Eugenio fue ordenado sacerdote el 7 de julio de 1946 en la capilla del Colegio La Inmaculada de La Habana. Su primera labor pastoral fue la de Capellán en la Prisión de Isla de Pinos y poco tiempo después fue asignado como párroco de la parroquia de Guanabo y Campo Florido.
Su celo apostólico no le concedía tregua. Consciente de la necesidad de templos, construyó la Iglesia de Playa Hermosa y la de la Caridad en Boca Ciega, la de San Pedro y San Pablo en Playa Veneciana, y la capilla de la Virgen de la Caridad en Tumba Cuatro. Gracias a su empeño Campo Florido y Guanabo, tuvieron su primera escuela parroquial.
Durante muchos años el padre Jiménez-Rebollar fue también uno de los confesores en el Colegio De La Salle del Vedado, ofreciendo orientación espiritual a sus numerosos alumnos.
Así fue desarrollando su incansable labor sacerdotal, sembrando entre sus fieles el amor a Jesús y a la Santísima Virgen. Había tomado como suyo el lema A Jesús por María, pero ¿cómo podría faltar en su parroquia una imagen de la patrona de los cubanos, Nuestra Señora de la Caridad del Cobre?
Por ello, en 1947 recién instalado en su parroquia de Guanabo, el padre Raúl Martínez de la iglesia Santa María del Rosario le presentó a un ebanista y escultor de Luyanó que cariñosamente le decían El Enano, quien en un mes terminó esa preciosa obra en ese mismo año de 1947.
Una imagen exacta a la del Santuario Nacional del Cobre. Su madre María Rebollar fue quien bordó el manto de la nueva imagen, que pertenecía a la Parroquia de Guanabo y peregrinaba todos los años el 6 de septiembre desde Guanabo a Tarará, regresaba por mar a Guanabo el día 7, para salir nuevamente en procesión en Campo Florido donde celebraban la fiesta el día 8.
En Cuba ya se vivía un tercer año de angustias y temores porque la luna de miel con el nuevo gobierno se había terminado a poco de comenzar y el fracaso de Bahía de Cochinos había sido un golpe bajo a la esperanza. A raíz del desembarco de la Brigada 2506, el padre Armando fue encarcelado al igual otros sacerdotes en toda la Isla.
La imagen estaba en la iglesia Santa Rosa de Lima, en Guanabo, poblado ubicado en la costa Este de La Habana, y el padre Armando Jiménez le pidió a Margarita Miranda que la cuidara en su casa en Campo Florido, para llevarla al pueblo Tumba Cuatro en procesión, según le contó Miranda, visiblemente emocionada, durante la entrevista concedida a Jesús Hernández de Diario Las Américas.
En aquella época, las procesiones religiosas fueron prohibidas. La Policía no permitía la práctica de la fe religiosa fuera de las iglesias y el padre Jiménez ya tenía en su mente el poder sacar para Miami a la Virgencita.
No dejaban llevar la imagen de la virgen a la calle, ni los dejaban enseñar catecismo en las casas. Oraban a escondidas en las casas.
La imagen de la Virgen permaneció en casa de Miranda, encima del escaparate de su cuarto. Los domingos por las tardes se reunían amigos y alumnos del catecismo a orar y rezar el rosario.
Cuando la Invasión de Bahía de Cochinos en abril de 1961, registraron su casa y se la llevaron presa, pero milagrosamente no tocaron a la Virgen.
El padre Jiménez después que lo soltaron salió al exilio y desde Miami dio instrucciones a su hermana Consuelo de cómo sacar la imagen de Cuba.
Margarita Miranda envolvió la imagen en papel periódico para protegerla y la colocó dentro de una maleta que fue llevada por Consuelo a la Embajada de Italia, pero luego pasó a manos de la Sra. Elvira Jované de Zayas, la Encargada de Negocios de Panamá, en Cuba.
Luis Gutiérrez Areces (conocido como el guajiro) era uno de los más de 60 cubanos que llevaban meses asilados en la Embajada de Panamá y el 6 de septiembre de 1961, obtuvo el ansiado salvoconducto de la dictadura cubana para salir.
Su vuelo era para el 8 de septiembre y partió al aeropuerto en un automóvil de la Embajada, lo llevaron directo al avión que saldría hacia Miami. Antes de subir al avión la diplomática Elvira Jované le entregó un paquete y un maletín azul donde estaba la virgencita. Le dio instrucciones de entregarle la imagen a dos monjitas en el aeropuerto además de darle el teléfono de Barletta (¿habrá sido Amadeo?).
Al llegar no había nadie esperándolo en el aeropuerto, además quiso el destino que él fuera el único en quedarse en Miami, porque el resto fue llevado al aeropuerto de Opalocka para ser procesados por los funcionarios de Inmigración y Aduana.
Desde el aeropuerto se fue con su familia hacia la iglesia de Saint Patrick en Miami Beach para bautizar a su hija. Estando allí fue que llamó a Barletta, quien fue a recoger la imagen en la puerta de la iglesia.
Aquella tarde, el padre Armando Jiménez concelebraba junto con el padre Francisco Villaverde la gran misa en el Estadio de Miami para celebrar el día de la Caridad del Cobre, ante más de 30,000 cubanos, que desconocían lo que acababa de llegar a Miami y esa noche esplendorosa reapareció ante ellos, miles de fieles devotos la pudieron contemplar en la procesión que se celebró.
“La Virgen entró al estadio en medio de una gran algarabía, llantos y gritos ¡Viva la Virgen de la Caridad! ¡Viva Cuba libre! ¡Abajo el comunismo!
Fue la primera Misa con la imagen de la Virgen de la Caridad del Cobre y desde entonces se sigue celebrando.
El 8 de septiembre de 2021, cuando se cumplieron 60 años, Luis Gutiérrez Areces fue quien llevó las ofrendas en la misa junto con el manto que la Virgen traía ese día.
Luego al terminar la ceremonia dijo: “Hace 60 años que la traje, tenía 24 años, sabía el gran encargo que estaba trayendo y recuerdo les dije que, para quitármela, tenían que matarme”.
La imagen de la Virgen comenzó entonces un recorrido por los distintos campamentos donde estaban siendo alojados los niños llegados sin sus padres, acogidos por la Arquidiócesis de Miami y que luego sería conocida como la Operación Pedro Pan.
El padre Armando Jiménez permaneció en Miami por un tiempo y de allí fue a Ohio a servir como misionero entre los inmigrantes temporeros ocupados en la recogida de las cosechas. En 1963 fue transferido a la Arquidiócesis de Washington DC y situado en la parroquia de St. Paul & St. Agustine. En 1968 fue nombrado Pastor Asociado en la Catedral Metropolitana de San Mateo y en 1973 Pastor Asociado en la Parroquia St. Stephen Martyr, estas tres parroquias situadas en la misma Arquidiócesis.
Su último desempeño con responsabilidades parroquiales fue como Pastor Asociado en St. James, en Mount Rainier, Maryland, desde 1975 hasta 1992. Al mismo tiempo, y aún después de haberse jubilado oficialmente, celebraba Misa todos los domingos en la iglesia St. Bartolomé, en Bethesda, MD, para la feligresía hispana de esa parroquia. Igualmente prestaba su ayuda al Padre Julio Álvarez en la Parroquia de St. Mark the Evangelist en College Park, y últimamente celebraba la Misa dominical en español en St, Ambrose, en Cheverly, ambas parroquias situadas en Maryland.
En sus comienzos en esa Arquidiócesis dirigió su ministerio a la ayuda social y espiritual de los refugiados cubanos que se establecían en el área. Ayuda social en la que el padre Jiménez se volcó nuevamente al producirse el éxodo del Mariel en 1980, visitando regularmente a los refugiados retenidos en el campamento de Indian Gap, en Pennsylvania.
Su dedicación a la Comunidad Hispana lo llevó a trabajar de consejero en el Condado de Montgomery. Estando allí, SS Juan Pablo II le concedió el título de Monseñor en atención a sus continuados y valiosos servicios prestados a la Iglesia y a la feligresía hispana.
También encontró un hogar en Washington, la ciudad donde ejerció su labor apostólica por más de cuarenta años y adonde regresaba siempre después de pasar cortas temporadas en Miami visitando a sus familiares. No faltaba a su cita navideña con ellos, ni a su cita anual con sus antiguos parroquianos de Guanabo y Campo Florido a finales del mes de julio, para celebrar con ellos la fiesta de Santa Ana.
Después de su jubilación, vivió en la Residencia O’Boile para sacerdotes retirados. Allí oficiaba diariamente la santa Misa en la capilla de la residencia. Su apartamento siempre estaba abierto para recibir a todos los que buscaban su amistad y consejo. Por su delicado estado de salud marchó definitivamente a Miami junto a sus familiares en el mes de septiembre de 2008 y falleció el 11 de diciembre de este.
Si Monseñor Jiménez dejó a los cubanos de Miami un legado invalorable, otro tanto pueden decir los cubanos que permanecen en esta área de Washington, Maryland y Virginia y que tuvieron la suerte de contar con su presencia y su consejo durante 43 años.
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