Me sumo al hábito que tenemos de marcar fechas en el almanaque y en el espíritu para decir que acabo de pasar casi simultáneamente por encima de las de mi cumpleaños 78 y de la para mi no menos significativa del aniversario 39 de haber salido de Cuba rumbo a este París desde el que semanalmente escribo para los lectores de LIBRE.
Hablando en plata eso significa que he vivido idéntica cantidad de años donde nací y donde vine a dar huyendo del castrato. Rechazando de plano todo circunloquio por aquello de que «solo se vive una vez», confieso que en lo sociopolítico las cosas no cesan de evolucionar hacia peor desde que puse un pie en Francia. Lo más significativo para mi, que jamás he regresado a la isla desde que subí la escalerilla del DC 10 de Iberia en Rancho Boyeros, es que aquél régimen impío pervive sin que se pueda vislumbrar otra cosa por el momento que la continuidad del nefasto statu quo por él encarnado. Salvo prueba de lo contrario o de una obstinada negación de lo evidente.
Cuando en abril de 1961 se produjo la debacle de Playa Girón — recién plasmé en esta página mi visión intimista al respecto — hacía meses que yo me había propuesto viajar al extranjero. Pienso que hubiera sido lo propio aún sin el concurso circunstancial de la entonces incipiente dictadura. Ignoraba entonces que no iba a materializar ese propósito sino veinte años más tarde. El hombre propone, Dios dispone solemos pensar. Lo cierto es que ya en aquella fecha hacía meses que venían produciéndose cambios en Cuba que hacían casi imposible el ejercicio de todo libre albedrío. El mío en la circunstancia citada.
Lo que vino a continuación, contra viento y marea para quienes no comulgábamos con el gobierno y su visión de nueva sociedad comunista se extendió durante largos años, probablemente obedeciendo a eso que suele calificarse como «razones ajenas a mi voluntad». Ese período, confiscó existencialmente lo que podría calificar de «mejores años de una vida» y puedo calificarlo amargamente como haber cursado involuntariamente un doctorado ex cátedra de fidelismo en estado puro: a la No Persona que allí fui como marginal político no le tocaba optra que ser siempre yunque, jamás martillo. Afortunadamente no me tocó entrar en el compartimento carcelario por el que sL pasó brevemente mi padre en 1961.
Mi llegada a Francia en 1982 fue el mejor ejemplo de como el simple hecho de vivir en castrismo vicia el entendimiento de los cubanos víctimas de su maquinaria de adoctrinamiento y de informaciones distorsionadas difundidas permanentemente. Al desembarcar en la capital francesa yo no podía comprender como el aura de Fidel Castro había conseguido subyugar a tanta gente fuera de la isla, en particular en el país de los derechos humanos. Dejo constancia de que en algunos sectores militantes de este país tal situación perdura. Contrariamente a lo que no pocos pretenden las ideologías más retrógradas están vivas en las izquierdas contemporáneas pese a las lecciones de la Historia. ¿Qué mejor ejemplo que la extrema izquierda americana que vive una abstracción del mundo de las ideas no solo en el lujo de los recintos universitarios más exclusivistas, sino construyendo teorías acerca de un realismo social que están lejos de comprender cabalmente? .
Que conste que en mi opinión el fenómeno no concierne solo a las izquierdas. En Francia y en otros países europeos una parte del mundo intelectual y universitario continúa asimilando la idea comunista como fuente de inspiración teórica. ¿Cómo explicar si no que las acciones criminales de un regimen totalitario como el cubano, viejo de 62 años, no sea condenado unánimente so pretexto de antiamericanismo primario?. Da la impresión de que la idea de una hipotética tercera vía hacia un mundo mejor continúa percibiéndose como cuando yo llegué hace 39 años. Resulta particularmente chocante cuando es un hecho que la influencia de Cuba en América Latina ha degenerado para transformarse en miembresía menesterosa de un cártel de países opresores y conculcadores.
Los crímenes contra la historia son promovidos actualmente como valladar ante la gran variedad de medios de difusión existentes. Los estados totalitarios trabajan en ese sector a gran escala ejerciendo presiones de todo tipo, atacando a personas y a instituciones al tiempo que destruyen intencional y sistemáticamente la herencia cultural de las naciones. Lo que más les interesa es borrar todo rastro de las atrocidades y de la corrupción cometidas. Lenin lo dijo preclaramente en 1918 : «la revolución no requiere historiadores». Es por esa razón que cada uno de nosotros debe constituir y difundir un patrimonio contentivo de sus experiencias como ciudadanos del mundo, un desafío que en mi caso ya abarca estos últimos 39 años vividos en libertad.
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