TIRANÍA DE LA MAYORÍA

Written by Fernando Milanés

2 de marzo de 2022

(Escrito 2013)

Los filósofos Griegos nos alertaron, John Adams lo mencionó y James Madison en sus  Papeles Federalistas describió una posible solución a esta eventualidad. Las surgentes autocracias en América Latina y el hecho de que a nombre de la Democracia estas se estén logrando, nos llevan a analizar el tema y a revisar donde, a mi juicio, se explica mejor. Alexis de Tocqueville en su obra “Democracia en América” en 1835 hizo famosa las palabras que mejor describen estos cambios en nuestros países, y los que se vislumbran en este, “tiranía de la mayoría”.

Madison y los forjadores del sistema vigente en los EEUU, consideraron que una clara separación de poderes con un fuerte poder judicial, una Constitución con clara definición de una carta de derechos, aunque fueran medidas necesarias no era suficiente. Por eso se estableció una República Federalista donde se delegaba máximo poder a los estados, se limitaba al poder central y aunque en los estados se produjera una discriminación a una minoría por la opinión de la mayoría, con tanto control dividido y la garantizada libertad de opinión y movimiento, este peligro se evitaba.

Comenzando en Venezuela y siendo imitado en Bolivia, Nicaragua, Ecuador entre otros, el voto popular puede ser utilizado por el mandatario para cambiar las instituciones Democráticas, sojuzgar a los distintos poderes, incluyendo al judicial, a los deseos del líder y cambiar la Constitución.   

El análisis de este fenómeno y del por qué el sistema de los EEUU hasta el momento es el que más ha perdurado y ha superado a las Democracias Socialistas prevalentes en Europa y Canadá nos lleva al poder individual.    Tocqueville describe genialmente el ideal de todos de ser libre conjuntamente con la aspiración de que exista igualdad.   

La promesa de paridad utilizada demagógicamente como “justicia social”, no es compatible con las ideas de los creadores de la República Norteamericana.

Si todos fuéramos iguales, por definición nuestras aspiraciones y opiniones serian idénticas y en una Democracia representativa el voto mayoritario sería siempre el mismo y controlaría a la minoría disidente  sacrificando la libertad del individuo.

Esta realidad solo provoca una sociedad donde los ciudadanos se conformarían con ser similar pero con menor riqueza y resultaría, como ha sucedido, en gobiernos despóticos.   

La tendencia humana de que los más “débiles” traten de reducir a los más “fuertes” a su nivel, los convierte en individuos que prefieren una igualdad sin libertad, que libertad con desigualdad.   

Como no nacimos semejantes, ¿cómo poder alimentar nuestra ambición de ser libre con la pretensión de equidad?.  La solución propuesta por los promotores de los sistemas socialistas,  alimentan la culpabilidad de los que más tienen y la envidia de los que no, y requiere un pueblo que la acepte ignorando el necesario sacrificio de su autonomía.

La ciudadanía en los EEUU tradicionalmente utilizaba sus diferencias sociales y de posesiones, como incentivo y no como excusa para  justificar sus contrastes. Esta tradición estaba basada en una sociedad civil, donde el derecho individual se utilizaba para proteger a la colectividad y los “poderosos” a través de instituciones religiosas y civiles trabajaban hacia el bien general.    

La base de esta sociedad tan envidiada y que atraía a todos, estaba en la cultura prevalente. Al igual que los Padres de este país comprendieron la importancia de la religión, la familia, la moral establecida por éstas, la educación libre y una prensa totalmente autónoma, para que sus objetivos de Gobierno se cumplieran, también lo entendieron sus enemigos. Tanto los que anhelaban a tomar el poder con los “ismos”, como los que con los nombres de “socialistas” y/o “progresistas” proponen el mismo perro con un collar menos apretado, esbozaron un plan, lento pero sistemático, para lograr el poder destruyendo la base de la sociedad establecida.

No se niegan los defectos de un sistema Capitalista, ni se ignora la necesidad de tener una autoridad que en cierto modo limite excesos, aunque se arriesgue alguna independencia. Se trata de establecer que el mejor impedimento a los sentimientos nocivos, que son naturales, se logran con límites individuales donde la responsabilidad de nuestras vidas sea exclusiva de cada cual, y que esta facultad es el máximo derecho que tenemos.

   Estos límites se inculcan en la familia, escuelas, y centros religiosos, no en el afán de una “élite” gobernante.   

La alternativa socialista sólo nos lleva a una vida de eternos niños dominados por un gobierno, que aunque se denomine como Democrático, se convierte en nuestros perpetuos padres.

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