TELÉFONO

Written by Libre Online

16 de febrero de 2022

Por ANDRE BIRABEAU(1940)

(ILUSTRÓ   ALVAREZ MORENO).

Si yo pudiera trazar un croquis de la escena, me comprenderían en seguida. Pero no puedo hacerlo. Por lo tanto, suplico que esfuercen la inteligencia y traten de comprenderme.

Vamos a ver… Lo primero que hay que imaginar es la posición de los teléfonos sobre el buró del señor Monistrol. Esos teléfonos son dos: uno de ellos, el que establece la comunicación con la ciudad, se halla a la derecha del señor Monistrol y, como se diría en el teatro, en el primer plano; el otro está igualmente a la derecha del señor Monistrol, pero en segundo plano, y es un teléfono privado que permite al señor Monistrol comunicarse con su apartamento particular situado dos pisos más arriba del que ocupa sus oficinas. ¿Tienen ahora una idea de la escena?

Entonces, creo que puedo ocuparme ya del personaje. El señor Monistrol vende tejidos al por mayor. Los vende con tanto éxito que la satisfacción se refleja en su rostro. Ese rostro es el de un hombre de unos cuarenta años.

El señor Monistrol es uno de esos tipos autoritarios que ocultan la rudeza de su temperamento bajo una máscara de bondad sonriente. Un hombre que dice a sus comisionistas: «Vamos, muchachos, pueden tratarme francamente, como a un amigo», y que no está realmente contento sino cuando le manifiestan una deferencia plena de temor.

Pues el señor Monistrol es vanidoso como un pavo. Y todavía el pavo tiene una excusa: su plumaje. El plumaje del señor Monistrol no lo autoriza para ser orgulloso, suponiendo que se pueda hablar de plumaje tratándose de un hombre completamente calvo. Pero no vamos a discutir sobre estas cuestiones que están al margen del asunto.

Lo que yo me propongo es mostrarlo a ustedes en su buró. Son las cuatro de la tarde y el señor Monistrol se dispone a hablar por teléfono. Utiliza el teléfono de la ciudad, el teléfono del primer plano. Llama a su buen amigo Felipe Plomel:

—¿Quién habla?… Buenas tardes, Plomel.. Bien, muchas gracias ¿Y tú? Mi esposa y yo vamos esta noche al Gymnase. ¿Quieres ir con nosotros? Tengo un palco. Podríamos esperarte en…

—Entre…

Acaban de tocar a la puerta. El secretario del señor Monistrol entra en la oficina y muestra una carta.

—Espérame un segundo. Plomel. No cuelgues. Voy a firmar una carta.

Pone el receptor sobre el buró, del otro lado del secante, cerca del otro teléfono. Y lee la carta que el secretario le da para que la firme. Hace todo eso rápidamente. El secretario se aleja ya y mientras le grita la última disposición, el señor Monistrol extiende la mano para volver a tomar el receptor abandonado; su mano distraída va un poco más lejos y atrapa el otro receptor, el del teléfono privado.

El señor Monistrol no se da cuenta de su error. Acaba de dar la última orden a su secretario y reanuda la conversación con Plomel.

—¡Oye!…

Y escucha una voz que le contesta: «¿Qué?» Pero no es la voz de Plomel?. Es la voz de la señora de Monistrol, naturalmente. Naturalmente para nosotros, que hemos visto el error. Pero, para el señor Monistrol eso se traduce de esta manera: ¡Mi esposa está en casa de Plomel!

El rostro del señor Monistrol, habitualmente rojo, se convierte en un inmenso tomate. Su mano se crispa sobre el receptor. Por no escribir una frase más expresiva pero menos correcta, diremos que gritó lo siguiente:

—¡Luisa! ¡No te vayas! ¡He reconocido tu voz! ¡Sé perfectamente que eres tú!

—¡Desde luego!— contestó la voz sorprendida de la señora de Monistrol.

—¡Ah! ¡Ni siquiera te atreves a mentir! ¡Respóndeme! ¿Qué haces ahí?

—¿Qué voy a hacer? Nada.

—¡Nada! ¡Qué valor! ¡Nada!

—Estoy leyendo.

— ¿Leyendo?   ¿Llamas   leer a eso?

¡Sí, lees una novela de amor! ¡Cállate, miserable! ¡No puedo seguir escuchándote! ¡Continuaremos esta conversación luego, en casa!…

Y no cuelga el receptor: lo arroja furiosamente.

Dos pisos más arriba, la señora de Monistrol se pregunta si su marido no se habrá vuelto completamente loco. Como tiene la conciencia tranquila, se encoge de hombros y prosigue su lectura.

Pero el señor Monistrol no es un individuo tan sereno como su mujer. Experimenta de súbito el irresistible deseo de respirar aire, mucho aire. Durante un momento, piensa ir a casa de Plomel para decirles cuatro verdades a esos criminales. ¿Para qué? No los encontrará ya, seguramente. Y el señor Monistrol arrastra por las calles, al azar, durante dos horas, su cuerpo hinchado de indignación.

No es el sufrimiento lo que lo desespera, sino la humillación ¡Víctima de una traición, el señor Monistrol! Como un marido de comedia, como un cualquiera… ¡Traicionar así al señor Monistrol!

No puede reconciliarse con esa idea. Ser el jefe, el amo, el hombre que manda, que grita órdenes a los empleados y a los domésticos, que nunca ha permitido a su mujer emitir una opinión opuesta a la suya… ¡Un hombre así, verse engañado como un idiota!

Cuando regresa a su casa, el señor Monistrol no anda con reticencias oratorias. Va derecho hacia su mujer  que está leyendo apaciblemente, y le grita a la cara:

—¡Pues bien, no creas que te burlas de mí! ¡No has empezado antes que yo! Me casé contigo por tu dote ¿Lo oyes bien? Y, quince días después de nuestro matrimonio, te engañé… ¡Y he seguido engañándote! ¡Con todas tus amigas! ¡Con la institutriz de tus hijos ¡Con mis mecanógrafas! ¿Lo oyes? ¡Te he engañado constantemente! ¡Y si no me crees, voy a darte las pruebas! ¡Voy a abrir esta gaveta! ¡Toma! ¡son cartas que me han escrito las mujeres! Mira: Lulú, Gisela, Elvira . ¡Lee! ¡Verás que no soy yo el más estúpido de los dos!

Pone a la fuerza las cartas en las manos de su mujer. Ella ha escuchado todo eso paralizada de asombro, Pero al ver las cartas, su rostro cambia de expresión.

—¿Cómo?… ¡Oh!… ¡Oh!… ¡Miserable!..

—¿Y tú? ¿No estuviste hace un rato en casa de Plomel? ¿Me lo vas a negar ahora? ¿No me lo confesaste?

—¿Yo?—grita la mujer.

—¡Sí! ¡Por teléfono! ¡Cometiste la imprudencia de contestar por teléfono en casa de tu amante! ¡Ah! ¡No sabías que era tu esposo el que llamaba!…

—¿Qué dices?… ¿Esta tarde? ¡Pero si fue aquí a donde llamaste! Yo no he salido de aquí en todo el día.

—¿Cómo?…

El señor Monistrol mira a su esposa, sofocado. Y ve que la mujer no miente. Bruscamente, se da cuenta de que su mano se apoderó maquinalmente del otro receptor, mientras se alejaba el secretario. Tartamudea unas palabras, pero la mujer no escucha, desconcertada por la indignación.

La señora de Monistrol estruja entre sus manos las cartas, esas cartas reveladoras de traiciones esos documentos de la infidelidad de su esposo.

El señor Monistrol se pasa la mano por su cráneo despoblado. ¡Dios mío! ¡Un escándalo! ¡Un proceso! ¡El divorcio! «Escucha», balbucea nuevamente. Ella le tira la puerta. «Escucha.. «, suplica el hombre a través de la puerta. «Escucha»…

Pero la puerta está cerrada: han cortado la comunicación.

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