La fuga en derrota del asesino dictador Bashar al Assad, trae una nueva crisis a Siria, pero, esta vez, con presagios de un futuro seguramente incierto, muy impredecible, pero, supuestamente, definitivamente mejor que el que les tocó vivir a los sufridos sirios en los 50 años pasados bajo la terrible opresión criminal, primero de su padre Hafez al-Assad, y después, y hasta la pasada semana, de su hijo Bashar.
Ha sido medio siglo de ininterrumpido abuso acompañado siempre de la miseria y la crueldad, escoltado, y agravado, en los últimos 15 años, por la funesta política exterior de Barack Obama mantenida por Joe Biden. Sin embargo, en primer orden, Obama es el gran responsable de la presente situación en el Medio Oriente. Sus erróneos y tambaleantes pasos, forjaron, en gran latitud, la era de turbulencia que ha envuelto la región en dramática inestabilidad.
La crisis de Siria en aquel entonces, con Obama en la presidencia, sufrió la tragedia de millones de refugiados, y sus débiles y erráticas decisiones, acompañadas de amenazas nunca cumplidas, como aquella de “no pasar la línea roja”, sólo sirvieron para ridiculizar a la nación más poderosa del planeta. América perdió no sólo amigos, sino la confianza de aliados y el respeto de adversarios.
Cuando en el 2014 la firma de sondeos Rasmussen Reports publicó que el 86% de los americanos creía que los islamistas constituían una amenaza real para Estados Unidos, Barack Obama afirmaba que la mayor amenaza del momento era el cambio climático.
La decepción de entonces con el gobierno de Obama en materia de política exterior, no se fijaba solamente en el descalabro de Siria, sino que se extendía hacia su flojera con Putin, el perdón a los hermanos Castro, el caso de Yemen, donde la Casa Blanca de Obama ilusoriamente reclamaba una incierta campaña victoriosa contra los terroristas, y la debacle de Libia bajo el control de los yihadistas. Hay más, mucho más por escarbar en este lodazal, pero nuestro tema de hoy es Siria, ahora bajo la lupa mundial, envuelta en frágiles esperanzas de oportunidades, incógnito porvenir y la desconfianza y temor de que la ansiada paz, sosiego y tranquilidad, tanto para Siria, como para toda la región, no cristalice de la manera esperada.
Por lo que queda dicho, sería deshonestamente imposiblemente negarle a Barack Obama el lugar que le corresponde en la tragedia siria, cuyo génesis él contribuyó a formar con su desastrosa política de entrega de esa nación a los rusos; perpetuó a Bashar al-Assad en el poder, y fomentó el caos en el Medio Oriente. Por tanto, aquellos polvos, trajeron estos lodos, adosados para siempre en el legado de Barack Obama.
La caída de Assad es una gran noticia. Excelente noticia para el regocijo de la humanidad. Es, además, un potencial cambio en la geopolítica del área, un golpe al “eje de resistencia” dirigido por Irán a través de sus proxis, uno de los cuales era la Siria de Assad facilitándole el paso de armas y otras provisiones a los terroristas de Jezbolá. Ya Irán no tendrá ese beneficio. Ni los rusos dispondrán de bases militares ni puertos para su abastecimiento naval. En su enorme dimensión, la caída de Assad es una catastrófica derrota para Rusia e Irán con repercusiones en el Medio Oriente y más allá de la siempre candente región. Y, de manera directa, un sólido triunfo para Israel que habiendo decimado las fuerzas de Jezbolá y Hamas, ha debilitado seriamente la capacidad agresiva de Irán por vía de sus terceros lacayos.
Los acontecimientos desarrollados en los pasados 10 días en Siria, no es, en lo absoluto, el resultado de la política exterior de Joe Biden, quien fue tan sacudido por la sorpresa, como el ciudadano común de cualquier país. Lo sorprendió durmiendo. Nunca tuvo en sus planes el derrocamiento de la brutal tiranía siria, aunque ahora reclama un crédito inmerecido por la caída de Assad.
Es precisamente en el gobierno israelí, y pese a la resistencia y presiones de Biden, donde hay que depositar el merecido crédito. Fue la decisiva acción de las fuerzas armadas judías la que disminuyó el poderío de Hamas en Gaza y descabezó el liderazgo de Jezbolá, minando la moral de estos movimientos terroristas, y de su protector Irán, que al final, no pudo proteger a sus testaferros Hassan Nasrallah de Jezbolá, ni a Yahya Sinwar de Hamas, ni, por supuesto, a Bashar al-Assad, su cómplice carnicero sirio ahora exiliado en Moscú.
Al momento de escribir este artículo la caótica situación en Siria continúa en desorientado flujo sin ofrecer claros síntomas de quién, o cuáles grupos islamistas, están en control de mando. La tropa rebelde que arribó primero en Damasco fue HayaTahrir al-Sham organización que EE.UU. ha designado como terrorista, aunque su líder, Abu Mohammed al-Jawlani, rompió con ISIS en el 2012 y con al Qaeda en 2016.
Como suele suceder en el Oriente Medio, lo único cierto es que todo es incierto. La región necesita, como primer paso, una Siria estable que se empeñe en reconstruir en vez de dedicarse a exportar revoluciones islámicas como en los tiempos, no lejanos, de ISIS y al Qaeda.
El inesperado cambio de eventos en Siria trae un revoltijo donde varios actores tratarán de ganar prominencia y control. Turquía es uno de ellos. Rusia también tratará de llenar el vacío, aunque sus posibilidades han descendido al mínimo. Perdió la pelea y sus chances son nulos. Pero nos queda Irán que, debido a su nuevo estado de debilidad, pudiera reaccionar acelerando su programa nuclear.
Dentro de todo este meollo, tendremos un nuevo gobierno en Washington, listo para el estreno el 20 de enero. Encontrará entonces un panorama en el mundo exterior pleno de tensiones y desafíos que sólo USA podría afrontar.
Pero igualmente habrá plenitud de oportunidades para ser explotadas.
Mr. Trump tiene la palabra.
BALCÓN AL MUNDO
Aunque la resistencia inicial parecía impedir la aprobación de Pete Hegseth como secretario de Defensa, las cosas van cambiando de tono por la campaña desarrollada por el liderazgo republicano, y al final, luce muy probable su aprobación por el Senado. Muchos senadores están dispuestos a proseguir con el proceso de confirmación normal y escuchar a Hegseth a pesar de todas las alegaciones en su contra. La verdad, durante el proceso, se abrirá paso y decidirá la suerte del nominado.
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La vejez, entre los políticos activos, está tomando gran importancia desde las notorias fragilidades de Biden. Ahora la próxima figura en la mirilla es el Senador Mitch McConnell quien la pasada semana tropezó y cayó al suelo después de un lunch con algunos de sus colegas lesionándose la muñeca, además de sufrir unas heridas leves en el rostro. El Senador ha tenido en el último año una serie de incidentes médicos preocupantes debido a sus 82 años de edad.
McConnell, en marzo del 2023, sufrió una concusión que lo hospitalizó por varias semanas por una caída en un hotel. Después, al retornar al Senado, se paralizó, en dos ocasiones, durante conferencias de prensa.
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Y otro al que el calendario le está pasando la cuenta es al presiente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, que acaba de ser sometido a una intervención quirúrgica por un sangramiento en el cerebro como consecuencia de una caída en su residencia el pasado octubre. Lula, que luce robusto a sus 79 años, tampoco está exento de las caídas.
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En la guerra civil que se libra en Sudan pululan los mercenarios de diferentes países. Pero lo sorprendente es que a tan larga distancia del conflicto se encuentren peleando, por dinero, cientos de colombianos.
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