SIN MARTÍ Y SIN MAZZANTINI, LA EXPOSICIÓN SARAH BERNHARD

16 de mayo de 2023

La exposición Sarah Bernhart, et la femme créa la star (1) se está presentando actualmente en París. Permanecerá abierta al público en un ala del Museo Petit Palais hasta el 27 de agosto. Gracias a una exquisita escenografía los visitantes pueden recorrer el intrincado itinerario de la vida de «la Divina» (1844-1923).  Hay casi 400 obras y objetos que permiten comprender hasta qué punto está justificado el calificativo de «monstruo sagrado» que según se afirma inventó Jean Cocteau para ella.

Desaparecida en 1923 a los 79 años de edad después de haber hecho todo lo que una actriz de teatro puede permitirse en lo histriónico y en lo personal, no trataremos de referenciar su biografía de fácil acceso en estos tiempos de ordenadores y de teléfonos «inteligentes». Cuando uno concluye el recorrido de las seis secciones temáticas en que ha sido dividida la muestra, no tiene otra que admitir que la mujer fue precursora absoluta de todo lo que tras su estela otros hicieron en materia de comunicación y gestión carrera. Lo cierto es que el recuento que puede hacerse de su trayectoria refleja una modernidad estupefaciente. Eso, por un lado; por otro la materialización de una emancipación positiva como mujer solo posible en la Francia del último tercio del Gran Siglo. ¿Fue eso el resultado de haber sido criada en un colegio de monjas después del abandono que le infligió una madre «cortesana», eufemismo que soslaya la palabra prostituta? Los psicólogos y su ciencia inexacta han glosado al respecto y el debate seguirá abierto por siempre.

Entre los profanos pocos saben del talento de la Bernhart como pintora y sobre todo como escultora. Fue igualmente una auténtica arquitecta y diseñadora de interiores, cosa que se aprecia en las decoraciones que creó y reordenó para cada una de las numerosas residencias en las que habitó sucesivamente, aquí en la capital y en la provincia de Bretaña.  Las excentricidades en las que incurrió o que le han sido atribuidas, no son verdaderamente el punto más abordado en las salas y muros del Petit Palais.  El comisario no dejó de lado, sin embargo, la ferocidad con la cual fue tratada por una parte significativa de la prensa, en especial los caricaturistas y los cronistas enfeudados al antisemitismo, mal francés que en vida de la actriz tuvo su máxima expresión cuando se produjo el affaire del capitán Alfred Dreyfus en 1894. La actriz militó en favor del acusado junto a Emile Zola cuando el novelista publicó su ¡Yo Acuso!  en el cotidiano L’Aurore.

Para el espectador de 2023 que es todo aquél que comparece en el Petit Palais la reacción obligada es de gran asombro, sobre todo si intenta ir imaginariamente a la época en la que vivió la actriz. Además de asumir riesgos, como ascender varios cientos de metros en un globo aerostático, algo que conllevaba un riesgo cierto, se situó a la vanguardia generacional cuando de experimentar las novedades de la tecnología se trataba. Allí está como prueba su voz registrada por los primeros equipos que preparó al efecto Thomas A. Edison. Extraña sensación la de escuchar su voz en el papel de Margarita, heroína de la Dama de las Camelias.

Es ilustrativo de su popularidad que cuando murió, casi medio millón de personas acompañaran su cortejo hasta el cementerio Père Lachaise. Su tumba sigue estando hoy entre las más visitadas del famoso camposanto. En otra cuerda con la que aludo hoy el personaje excepcional que fue la francesa, no deja de ser sorprendente que José Martí no escribiera una sílaba de la visita que le hizo en París. Fue cuando su segundo y último viaje a Francia, camino de España. Sin embargo, la describió comoquiera así: «Sarah es flexible, fina, esbelta», en un período durante el cual todo indica que no paró de escribir corresponsalías muy mal remuneradas. Hay muchas alusiones a Francia entre las llamadas Crónicas Americanas que envió al The Sun de New York y a La Opinión de Caracas. Tampoco citó el Apóstol otro intercambio directo, el que tuvo aquellas semanas con Víctor Hugo. Todo indica que fue el poeta Auguste Vacquerie quien lo condujo ante ambas personalidades respondiendo a una petición de un amigo común español.

Cuando décadas después dos grandes del periodismo cubano establecidos temporalmente en París, Armando Maribona y Ramón Vasconcelos enviaron sus artículos a La Habana y escribieron sendos libros testimoniales de cierta importancia, «El arte y el Amor en Montparnasse» y «París bien vale una misa» respectivamente, no aparece alusión alguna al José Martí que los había precedido en idéntica faena medio siglo antes. Ni contactos ni lugares hablan, porque el nombre del teatro y del café en el que ocurrieron los encuentros martianos no constan en los escritos.

En cuanto a ciudad de La Habana es otra ausencia en la exposición para el cubano que soy. En una pequeña salita, habilitada con mapas llenos de flechas que indican trayectos y lugares, las escalas cubanas no constan. Y, sin embargo, Sarah actuó e hizo más de cuatro cosas en la isla. En 1887 y en 1918 fue acogida por todo lo alto. El primer contacto con Cuba fue regresando de Argentina y de Uruguay. Subió al escenario del que entonces se llamaba Teatro de Tacón, más tarde Centro Gallego. Se hospedó al lado, en el Hotel Inglaterra, sin dejar de escaparse alguna que otra tarde-noche con el torero español Luis Mazzantini a otro llamado Trocha inmediato al castillito de La Chorrera.  Su segundo y último viaje a Cuba fue 30 años más tarde para actuar y colectar fondos dinero para la Cruz Roja de Francia, implicada humanitariamente en la Gran Guerra.

Es imposible no experimentar admiración ante alguien que pudo reinar en su época proyectándose al mismo tiempo hacia un porvenir que para sus semejantes eran más que incomprensible. Haciéndolo no solo alto su tiempo sino igualmente las fronteras y las barreras lingüísticas porque solo actuó expresándose en francés. En resumen, para quienes no lo habíamos comprendido por haber estado mirando para otra parte, fue Sarah Bernhardt quien sin prestar atención a las corrientes de la moda o de la opinión, de hecho, era ella quien las creaba, indicó el camino que condujo al sistema del estrellato base de todo lo que vino después y hasta nuestros días. Fue una criatura del Siglo XIX que ya estaba sin saberlo prefigurando en la materia este Siglo XXI. 

1.         Y la mujer creó la estrella

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