Siempre en el entonces

Written by Libre Online

29 de noviembre de 2022

Por J. A. Albertini,  especial para LIBRE

PARÉNTESIS

Ves,

hoy hace brisa.

La tarde está tranquila.

El sol me habla de ti a boca llena

y sonriente.

Roberto Jiménez Rodríguez.

Del poemario Si yo te hablara…

Inmóvil sobre la cama; la vista fija, a ratos nebulosa, en el techo de tablas machihembradas y ventilador colgante con aspas de mimbre rumoroso, responde  las cartas del amor lejano que alguna vez cruzó frente al sol de su juventud, para derivar en paisaje tenaz. Asidero de sentimientos raigales, a contrapelo de la vida en fuga. 

No necesita de pluma y papel; tampoco de teléfono o del novedoso correo electrónico. Solo requiere voltear la cabeza. Mirar, a través de la ventana abierta, la claridad del día; sentir el toque de la brisa ocasional e inhalar, de vez en cuando, los olores de antaño que siguen siendo los de siempre.

Hace mucho, las fechas carecen de importancia, que el sentimiento compartido tuvo palabras, caricias y propósitos. Sin embargo, la pujanza prometedora del encuentro, acosada por comportamientos existenciales heredados, ajenos al latido de lo que fue instante pleno, decidió encapsular en lágrima, ámbar transparente, de resina vegetal, lo mejor de la espiga.

Los senderos divergieron. Él, rumbo al ocaso paciente, pensó que más de una figura femenina,  reflejada en el azogue  de su vida, sustituiría con olvido el instante encapsulado. Pero no resultó. Todo, a ritmo paulatino, se hizo grillete de quehacer cotidiano que fue construyendo una cadena pesada; freno de sentimientos y decisiones.

Y así, arrastrando los eslabones de la existencia, buscó en el palpitar diario el camino esquivo que, fracturando el cristal de resina, lo reencontrara con ella; su sonrisa de ala traslúcida y la promesa de la espiga. Pero, a pesar del coraje, persistencia de propósito y sudores de anhelos, el follaje de hostilidad indiferente desdibujó el trayecto. 

Sin embargo, paradoja del deseo en el tiempo, tuvo que envejecer, perder habilidades motoras y parlantes para, desde el lecho hospitalario, correr con lucidez memoriosa y abandono de fuerza física a la cita que el anhelo, con redoble de fantasía, conserva incólume.

 Gira el rostro. La vista, libre de arrugas, se deja llevar por el paisaje tentador; reminiscente de épocas que duermen. Entonces le habla, desgrana sentimientos con vigor de palabras que van escribiendo misivas intangibles. De esas que aceleran latidos y legan, a desconocidos, sensaciones de ternuras inexplicables.

 Nuestro encuentro fue y sigue siendo importante. El abrir y cerrar de ojos, que enmarcó la ilusión de lo posible, motivó el resto de mi vida. Estamos, a perpetuidad, detenidos en medio de aquel paraje que ya no es material, pero que los sentidos, con perseverancia  justa y egoísta, conservan para que no dejemos de estar uno en el otro  y la caricia se mantenga fresca. Todo vuelve al presente. La  separación no existió, porque no consumamos ni agotamos el lapso de realidad que nos tocó. El destino no desdeña las ocasiones; ahora nos halla y enlaza en propósito marcado. Esta vez, conduzca a donde conduzca, aunque me desolle las manos, no le dejaré pasar, porque en el destino estás tú. Eres, no has dejado de serlo, mi finalidad….

Una enfermera penetra en la habitación e interrumpe la comunicación. Con destreza profesional examina al anciano.

—Tengo que cambiarte. Has vuelto a mojarte.

El viejo la mira con zozobra y emite un ronquido que pretende ser palabra.

—No te abochornes. Mantenerte limpio y ayudar a que te sientas confortable es parte de mi trabajo.

El anciano dulcifica la mirada y escurre una lágrima.

— ¡No te pongas sentimental! —ella bromea y le enjuga los ojos.  —Tienes pocos movimientos  y no hablas, pero sé que oyes y entiendes. Voy a ponerte crema y talco antiséptico; eso evita las quemaduras. Ya terminé… ¡Has quedado como nuevo…! 

     **********

Como es de su agrado, a pesar de la frialdad otoñal, permanece en la terraza del hogar de ancianos que se asoma al paisaje montañoso. Está sentada en la silla de ruedas. Cuello, torso y brazos los abriga con un jersey color azul turquesa. Una frazada de lana, a cuadros escoceses, a pesar del pantalón de pijama que viste y medias tupidas que calza, le cubre las extremidades inferiores. Le agrada el sol suave de las tardes claras que anuncian el invierno. El aire frío que su respiración hace cálido y tersan las mejillas de antaño le produce un sentimiento de voluptuosidad serena. Piensa que hasta religioso.

(Continúa la semana próxima)

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