Siempre en el entonces

Written by Libre Online

21 de marzo de 2023

Por J. A. Albertini, especial para LIBRE

PARÉNTESIS

Ves,

hoy hace brisa.

La tarde está tranquila.

El sol me habla de ti a boca llena

y sonriente.

Roberto Jiménez Rodríguez.

Del poemario Si yo te hablara…

Cenia respondió que las palabras de él la halagaban; que la hicieron sentir importante y le abrieron la mente a la idea de que la felicidad, tal y como la pensamos, es tan escurridiza como el horizonte. Y siguió diciendo que comprendía que para seguir viviendo, cuando lo anhelado se desmorona, se impone buscar paliativos en los senderos menos transitados de lo que llamamos felicidad. Entonces, afirmó y prometió.

—Te estimo y quiero como un familiar muy cercano. Dame tiempo. Lo pensaré. 

 Ambos al unísono, nerviosos e instintivos, esquivando mirarse, apuraron el resto de sus bebidas.

Cenia  semanas más tarde de la propuesta de James, tuvo que enfrentar la muerte inesperada, a causa de un accidente automovilístico, del padre. La madre quedó tan devastada que  la joven optó por  tomar una licencia de la universidad en la que, junto a James, impartía clases y organizaba periódicas expediciones arqueológicas. 

 Durante el período de duelo la presencia de James, discreta y efectiva, confortó y  brindó, a madre e hija, apoyo y seguridad incondicional.

Cenia, superado el dolor de la pérdida, retornó al trabajo y no transcurrió mucho tiempo para que, sin necesidad de una charla previa, aceptase la propuesta de James.

Disfrutaban de una merienda en la terraza, al aire libre, del restaurante de barrio habitual. James mordía un bocadillo cuando Cenia, con naturalidad inopinada dijo.

—Me caso contigo. Digo, si es que no has cambiando de idea.

James, tomado de sorpresa, se atragantó; tosió y se puso rojo al punto que Cenia, asustada, se levantó de su asiento. Le golpeó la espalda y aconsejó.

— ¡Toma agua!…respira hondo… 

**********                    

 Conocer a James y personalmente haberle agradecido lo mucho que te quiso y cuidó ha sido un pensamiento que no me abandona desde que, por tus cartas, supe lo dedicado que fue. Además, te dio dos hijas. Él plasmó en ti lo mejor de mi quimera.  No obstante, no experimentó sentimientos de falta o codicia, pues el vínculo que nos unió y une es superior a la magnitud que nombran tiempo, a la irreversible decrepitud corporal y hasta la misma muerte. Créeme, a medida que el reencuentro se acerca el intervalo acaecido, para mí, representa un pozo lleno de ansias frustrantes, que se va cegando con los escombros de un equipaje inútil, cuyo peso se aligera y apego material se olvida.

Créeme, repito, a medida que el reencuentro se acerca, olvido las dudas y temores que, en ocasiones, por cartas manifesté y el paso se hace franco para el torrente de dicha que me viste con realidad de horizonte logrado. 

Créeme, que cerca estamos uno del otro… La confianza es plena.

El facultativo, junto al lecho del anciano inmóvil, revisa el resultado de los exámenes recientes y preocupado comparte con la enfermera.   

—No ha respondido al tratamiento de sueros vitamínico y los análisis arrojan un deterioro acelerado.

—Desde anoche, su mirada que era comprensiva, está apagada y cada vez se hace más fija —la enfermera dice en tono pesimista.

—Aunque he notado que nadie lo visita sería oportuno, si la tiene, avisarle a la familia. Está cayendo en estado comatoso —el médico diagnostica.

—No tiene familia, por lo menos identificada en el registro de admisión —la enfermera responde. —En el tiempo que lleva con nosotros, algunas veces, que yo sepa, lo ha visitado un hombre tan mayor como él que ha dicho ser miembro de una organización de ex prisioneros políticos. El hombre camina auxiliado por un bastón. Lo he visto, silencioso, detenerse a los pies de la cama. Mirar al enfermo con fijeza, temblarle la barbilla y limpiarse los ojos con un pañuelo.

El doctor observa el cuerpo inerte del anciano y exclama. 

—Qué calamidad humana y social nos dejó el régimen de Celso Trafid Zur y qué calamidad nos crea el postrafidismo. 

—Todo indica, por la tranquilidad con que reposa, que no sufre de dolores físicos —la enfermera tercia.

—Eso parece —el médico dice. —Pero, por sí o no, manténgalo bajo observación y si llega a quejarse o desarrollar síntomas de intranquilidad, adminístrele morfina. Es todo lo que podemos hacer. El desenlace es inminente.

El anciano, cual eco en sordina tardía, escucha la charla del doctor y la enfermera. Sonríe para sus adentros. Qué lejos están ellos de saber el renuevo de vitalidad que lo inunda. Experimenta la urgencia de lanzarse del lecho y emprender el camino del reencuentro.  Piensa en el amigo Luis Avilio; compañero de luchas juveniles, prisión política y maltratos sistemáticos a manos de los carceleros que, a pesar de dificultades al caminar, lo visita. Cuantas veces quiso animarle y de viva voz decirle: Luis Avilio, no penes por mí; no te esfuerces en venir a verme. Cada día estoy mejor y pronto me uniré con Cenia. Sí, la misma, ella de la que tanto te hablé en las noches largas de inhumano cautiverio. Luis Avilio, no vengas más, me canso de repetirlo. Un día vas a llegar y ya no estaré. Cuando ese momento llegue, si otro ocupa la cama, no te alarmes. Cenia y yo, para entonces, ya estaremos juntos.

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