Siempre en el entonces

Written by Libre Online

7 de febrero de 2023

Por J. A. Albertini, especial para LIBRE

PARÉNTESIS

Ves,

hoy hace brisa.

La tarde está tranquila.

El sol me habla de ti a boca llena

y sonriente.

Roberto Jiménez Rodríguez.

Del poemario Si yo te hablara…

Intercambiaron fulgor de ojos y ahorraron palabras. El viento seguía resonando en las ramas de las caobas y Cenia tornó al por qué de la excursión a la loma.

—Me agrada haber venido contigo y que compartieras recuerdos. Pero creo qué no has terminado de contar.

—Apenas comenzaba cuando la conversación se desvió.

—Fui yo quien lo hizo —ella reconoció.

—Cuando estamos juntos hablamos mucho y de todo. Eso es bueno y no podemos evitarlo. —La tomó de un brazo y con delicadeza logró que la espalda de la joven se apoyara en el tronco rugoso de un árbol.

— ¿Qué haces…? —se extrañó.

—No temas. Quiero que sientas el poder y la fuerza renovable de la naturaleza.

Estaban cerca; frente a frente y se respiraron.

—Se sienten  latidos —ella murmuró. 

Él le acarició el cabello y dijo.

—Estas caobas las plantó un tatarabuelo bigotudo que conocí en una fotografía desteñida. Todos los árboles maderables son buenos. Pero yo crecí viendo estas caobas; escuchando historias sobre su longevidad, dureza y belleza de la madera elaborada. La curandera Herminia  Cayro, siendo pequeño, me dijo que las caobas tenían tanta sangre que la sudaban. Y como no la creí un día me subió a la loma y enseñó una gota de resina, que, en forma de pendiente, se pegaba a un tronco. También, me dijo que de las semillas del fruto ella sacaba un aceite que servía para curar dolencias. Sobre todo para matar parásitos intestinales. 

—Para ti es un árbol mágico. ¿Por eso me traes aquí…? —Cenia indagó.

—Es mágico y lleno de vida. Escogeremos una caoba y le daremos, hasta el reencuentro, en custodia una prenda de nuestro amor. 

—Una prenda tuya y otra mía —Cenia se animó.

—Ni tuya ni mía —Rodolfo rectificó.

**********

No me arrepiento de los conceptos sociales y políticos que siempre he tenido. Pero sí me arrepiento de la terquedad idealista que me llevó a permanecer en la Isla, más allá de lo prudente, para enmendar la traición de los que se arrogaron el derecho a hablar y actuar, desenterrado y acomodando a sus intereses oportunistas el ideario de los muertos fundadores, en nombre de la nación completa.

Debí, tal y como sugeriste en nuestro último encuentro físico, al pie de las caobas, viajar a principios de aquel invierno injusto y sangriento, al extranjero. A tu encuentro. Cuánta vida, no disfrutada en el momento señalado, aguarda por nosotros.

No estoy lamentándome. Tampoco reniego; solo hablo. Hablo contigo que eres la otra parte del latido que me falta o una de las sandalias aladas del dios griego que mencionas en tu carta reciente.

— ¡No, no escupas el puré! —la empleada exclama y con una servilleta de tela limpia los labios y la barbilla del anciano que mira con temor infantil. —A lo mejor llené mucho la cuchara  —enmienda y la pena se refleja en sus ojos.

—Ahora nada más te doy la punta de la cuchara. Despacio, traga despacito. Así mi viejo… ¡muy bien qué este purecito de vegetales está divino! Ahora toma un poquito de agua  —y le da a beber de un vaso con absorbente. — ¡Chupa, chupa…! Traga, traga despacito para que no te atores.

El anciano deglute con dificultad y de mala gana acepta algo más de papilla pero, agotado por el esfuerzo y temeroso de atragantarse, rehúye una nueva cucharada y voltea el rostro en dirección a la ventana.

Es mediodía, piensa y  deja que su mirada de platea se sature del marco de mundo exterior que como paisaje cinematográfico, contiguo e inaccesible, se le ofrece: Puedo disfrutar el calor del sol y hermanarme con el inicio de mi sombra. Puedo sentir el sudor en la piel y la tela que se pega al cuerpo. Puedo respirar los olores del jardín y seguir el vuelo de un tomeguín. Puedo percibir la brisa que despeina y trae cacareo de gallina ponedora. Puedo escuchar murmullos de follaje y aguas de arroyos. Puedo…

—Está bien, no comas más —la empleada transige —pero un poco de leche sí debes tomar. La aprensión vuelve a los ojos del anciano. —No te preocupes, es poco a poco y no hay apuro  —lo calma. A la altura de la barbilla y labios temblorosos acerca un pequeño envase lácteo al que le introduce un pitillo absorbente. — ¡Chupa, chupa!, igualito que hiciste con el agua —lo anima y se arma de paciencia.

Puedo… el anciano retoma el pensamiento interrumpido, reanimar el olvido y volver a vivirlo. Puedo avanzar en el futuro de la mente y al pie de la caoba reencontrarme con Cenia. Puedo imaginar y recorrer el universo, pero no puedo mover lo que de materia me resta….

 — ¡Mira que bien lo has hecho!, despacito, buchito a buchito, has tomado casi toda la leche. ¡Así da gusto alimentarte! —la empleada exclama. 

**********  

(Continuará la semana próxima)

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