El expresidente francés Nicolas Sarkozy, hoy un cadáver político dígase lo que se diga, continúa haciendo estragos en el paisaje político y mediático de la nación francesa. Presidente durante un quinquenio, no pudo reenganchar a un segundo: fue desbancado por peor que él en la persona del socialista François Hollande en 2012. Desde entonces no ha cesado, primero de soñar con un retorno; después de defenderse de varias acusaciones de prevaricación, corrupción y tráfico de influencias. Tiene pendiente de ahora al año 2026 varios procesos judiciales, instruidos y en curso, y mientras se la pasa metiendo los cascos en cuanta cuestión entiende mediante esporádicas intervenciones públicas y la escritura de memorias políticas cuyo más reciente volumen, consagrado al período 2008-20012 acaba de ponerse en venta.
Conste que en 2007 voté por él. Naturalmente no iba a dar mi sufragio a los socialistas. Y como la extrema derecha del patio no es de mi agrado no existía opción válida. Pero como presidente el hombre desilusionó, a mí el primero. No es menos cierto que tuvo que sortear coyunturas domésticas, exteriores y hasta personales muy difíciles. Pero careció de la determinación que hubiera podido ejercer ante desafíos como la inmigración y la educación. Sus cinco años de ejercicio, sumados a los del sucesor dan como resultado neto una década perdida para Francia. Y en ese pantano estamos en este 2023 cuando este buen señor se aparece dando lecciones, tergiversando respecto a lo que hizo y dictando cátedra ante un panorama que francamente no puede ser más sombrío.
Cuando comenzó su presidencia una de las vertientes que Sarkozy intentó consistía en incorporar a su primer gobierno figuras del Partido Socialista. Pensaba ya en una hipotética reelección: divide y vencerás, nada estaba inventando. Consiguió algunos trásfugas reformistas e hizo atribuirles ministerios y cargos relevantes. A uno de ellos le confió la misión, ¡no faltaba más!, de ir a La Habana a conversar con Carlos Lage y con Felipe Pérez Roque que por entonces sonaban como reformistas potencialmente prestos a inducir aquellos cambios que tantos necios anunciaban. Raúl Castro recibió a aquel heraldo francés, debe haberse partido de la risa incluso porque estando en vuelo de regreso el emisario a los dos jerarcas les partieron las patas enviándolos al Plan Pijama Castrista. Pero perdonémosle hoy esa miopía cubana al Sarkozy de 2009 y vengamos a su libro de 2023.
El magacín semanal del Figaro tuvo la primicia de varias páginas del opus seguidas de una larga entrevista y de paso la portada a todo color. Pasemos por encima de la temática nacional porque sin sorpresa el expresidente contempla su ejecutoria pasada como magnífica, pésima la de su sucesor y mediocre la del actual huésped del Elíseo. Raramente coinciden en un político la honestidad al reconocer errores con un amago de lucidez respecto a lo hecho. Y que no se hable de lo que se omite, que con frecuencia el ejercicio del poder oculta acciones no ya inconfesables sino reprobables. Para medirlo vengamos a la actualidad internacional que enfrenta a Occidente, entre otras muchas catástrofes a la guerra de agresión desencadenada por Putin en Ucrania
Ha sido tal el desvarío expresado por Sarkozy en el libro que además de las reacciones que se produjeron en este pueblo, allende las fronteras del Hexágono, los voceros del putinismo aplaudieron en Moscú, antes de que en Estados Unidos el New York Times le consagrara un sonado artículo (A former french president gives a voice to obstinate russian sympathies) en la edición papel del pasado 27 de agosto. Todo vale en lo que expuso y la complacencia respecto a la pertinencia de los reclamos territoriales rusos escandaliza, especialmente en cuanto a Crimea. Sarkozy llama a negociar, pero refrenda el posicionamiento ruso sin mostrar indulgencia respecto a los ucranianos pueblo martirizado día tras día.
Hay en el seno de lo que se hace llamar “familia política” de la que procede Sarkozy – un partido que hoy está hecho un ripio desprovisto de protagonismo nacional – una mezcla de antiamericanismo y de “De Gaullismo” que para los tiempos que corren está desubicada. Y se percibe bajo su piel la rémora favorable a Rusia que viene lastrando a Francia desde hace mucho tiempo. Tómese como ejemplo la catedral ortodoxa cuya construcción a 300 metros de la Torre Eiffel fue autorizada por Sarkozy en 2007, forzada su construcción a partir de 2012 y bendecida por el Patriarca Alexis II que pasó a saludarlo, aunque ya no era primer mandatario. Había una luna de miel patente entre los dos hombres, me refiero a Vladimir y Nicolas. Hicieron la catedral a pesar de innumerables criterios que se oponían a esa construcción en un lugar tan simbólico y propicio al espionaje de esta capital.
Si la Rusia Eterna continúa contando con partidarios en el interior de muchas sociedades occidentales incluyendo a la americana, es una desvergüenza que en las circunstancias actuales un antiguo presidente francés actúe con tal desfachatez. Cuando expresa en la entrevista “tenemos necesidad de los rusos y ellos de nosotros” no le falta razón, pero la balanza hay que colocarla en el fiel sin pagar el precio indigno que lo hace justificar los crímenes perpetrados diariamente a partir, partiendo de las violaciones fronterizas de febrero de 2022. La soberanía no puede ser negociable.
Mientras la “rentrée” comienza en Francia después de las reuniones que tradicionalmente celebran los partidos políticos a finales del mes de agosto la lamentable intervención de Nicolas Sarkozy en la actualidad es un capítulo más de la frustrante serie de acciones vistas en una carrera que comenzada bajo buenos auspicios ha menoscabado cuanto ha abordado durante las últimas dos décadas. Habrá que seguir “esperando a Godot”, Beckett dixit.
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