Regalos de Boda

Written by Libre Online

27 de febrero de 2024

Por Eladio Secades (1951)

Los novios modernos han perdido aquel miedo de antes al problema de la habilitación. Que ayer era lo primero. Pero que hoy suele dejarse para lo último. Porque a lo mejor puede correr por cuenta de los amigos. Nadie sabe el favor que le ha hecho al fomento nacional del matrimonio el que descubrió que el regalo no es una cortesía que se tiene. Sino una elegancia social que se practica. No con ánimo de halagar a un segundo. Sino para dignificarnos a nosotros mismos. Pagar los regalos nos proporciona un goce interno y verdadero. Como pagar las promesas a los santos. 

Y a veces nos duele tener que esperar un año. Para retrucar con una pijama a listas. A la caja de pañuelos que el día del santo nos mandó el compañero de oficinas. El pijama claro en la prenda íntima que se hace con criterio de toldo de hotel barato. La época ha creado un tipo simbólico. Que pudiera denominarse el cubano preocupado del regalo. Lleva la contabilidad de los paquetes que ha recibido. Para devorarlos con aire de caballero ofendido. Ahí las amistades que envían figuras artísticas. Negativas de arte. Y dudosas de porcelana. Y hay la señora importante y difícil. Que se aparece con uno de esos perfumes franceses que dejaron de llegar cuando la guerra. Existen los cultos que creen que lo son a través de las perfumerías. Identifican cada marca por el olor. Y nos repiten los nombres de las esencias. Con el orgullo del niño que se sabe de memoria las corrientes del Golfo. 

En la casa hay actividad de Comercio. Porque se va a casar Cuquita. Toda muchacha que va a casarse puede tener una hermana que piensa que va a quedarse soltera. Es la que escribe las invitaciones para la boda. Y mide la habitación. Para ver si cabe el juego de cuarto. El juego de cuarto moderno es una obra de arte que sirve para que las visitas se maravillen. Y para que tengamos que entrar y salir de medio lado. Se llama invitación para la boda un pedazo de cartulina. Que es también una posibilidad de regalo. Se procede el recuento de los afectos que se tienen. Para llegar a los cálculos de los regalos que se puedan tener. Y siempre aparece un Menéndez que ya se nos había olvidado. 

Tiene bastante de comedia el momento en que se llenan los grandes sobres. A Rodríguez,  no. Porque el pobre está cesante. La madre entre amorosa y administradora, sugiere a González. Porque cuando se casó Teresa le mandamos unos cubiertos de plata. Los cubiertos de plata sirven para comer, si es que no se lo roban los que le dan al robo una delicada apariencia de souvenir. Yo conservo una cucharilla con la soberbia Catedral de San Luis. Me la llevé en un banquete. Como un alarde de Cultura. Ya están las invitaciones repartidas. Y lo que corresponde es ponerse a esperar las respuestas. Es decir, los regalos. Cuando tocan a la puerta, todos gritan a coro ¡va!… La vieja presagia un botones fatigado y urgente. La novia sospecha que puede ser el colchón. Prosaico, pero imprescindible. Ese colchón que nadie se atreve a regalar.

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Existe la coincidencia de los genios. Como existe el predominio de la idiotez. Los amigos vulgares también coinciden en mandarle a la novia que va a casarse una lamparita de mesa. Son los mismos que el día de Reyes piensan en la acuarela. Y sustentan que se acabaron los parques y los domingos, desde que desaparecieron las noches de retreta. Hay los que sorprenden a la novia que va a casarse con un busto de Napoleón. Sin que jamás se haya sabido por qué. Al salir de la luna de miel,  la pareja sigue creyendo las tres mentiras fundamentales de la felicidad: que los lazos son indisolubles. Que ha nacido el uno para el otro. Y que se quieren tanto, que se adivinan uno a otro el pensamiento. 

Cuando abren los ojos a la vida, hacen un chequeo de los regalos inútiles. No tiene perdón de Dios que habiendo manteles en el mundo, un tío político haya liquidado el parentesco con un marco de cuero con la fotografía de Clark Gables. Y que las amigas íntimas, que no desconocen la importancia del deshabillé para una esposa reciente,  le hayan bordado una muñeca con falda de Pompadour para tapar el teléfono.

  Los regalos de boda al cabo representan una fórmula incidental del ahorro.  Pasado el tiempo los esposos nuevos se enteran de que va a casarse la vecina que le obsequió con un aro de servilleta. Él dice que vaya una lata. Ella observa que no queda más remedio. Y resuelven el problema con la lamparita que nunca se encendió. Y que lleva un año guardada. Total, ni se conoce. Hay muchos regalos de boda que se regalaron y que solo sirven para volverse a regalar.

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Ahora se usan las novias modernas y sinceras que facilitan la lista de lo que necesitan. Incluyendo la ropa interior. Naturalmente porque para eso son sinceras. Entre el jarrón floreado y el cenicero de níquel. Se queda con el salto de cama. Así llamado porque representa el miedo típico ampliar el censo de la población. El regalo plantea una cuestión de delicadeza. Que unos resuelven con plata. Y otros con habilidad. Estos últimos son los que le dicen a la novia que el objeto no valía nada. Pero que es muy costoso. 

Hay también los espléndidos de “dime con franqueza lo que necesitas”. Lo que puede ser la fórmula asturiana del regalo de boda. Y los tímidos que lo están pensando toda la semana. Y terminan mandando un reloj de sala.  O una figura del Niño de Praga.  Único santo que tiene nombre de cantador de flamencos.

 El reloj de sala que se regala en la boda tiene tres inconvenientes: que no da la hora. Que la contrayente ya tiene otro. Y que al irse a cambiar se entera de lo que lo que costó. Y siempre creía que era más. 

Nada más ridículo que la visita de la amiga que con disimulo quiere saber si ya llegó su regalo. Es una ceremonia que empieza deseando que sea con felicidad. Para pasar a preguntar si recibieron aquello. La verdadera cuñada dice que está divino. La otra no lo cree. Por qué no sabía que iba a regalarle. Y termina la conversación de la madre asegura que todos han estado celebrando muchísimo.

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El hombre que va a casarse recibe menos regalos que la mujer. Si acaso un cheque. Producto de la colecta de los muchachos de la oficina. Que se lo entregan con una sonrisa irónica.

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