Refugiados, Exiliados, Inmigrantes…

Written by Libre Online

14 de septiembre de 2022

Un serio problema, uno de los problemas más graves y delicados que confrontaba en 1941 en su actualidad los Estados Unidos, lo analiza imparcialmente en este artículo un escritor americano.

Por Ernest Boyd (1941)

Un exiliado es una persona que ha sido condenada a la expatriación: un refugiado es una persona que ha escapado de la persecución y de la opresión; un inmigrante es una persona establecida en un país que no es el suyo. 

Frecuentemente, estos términos son empleados con vaguedad e 

inexactitud; a veces una parte de la significación de las tres palabras puede ser aplicada a un mismo individuo.  En Irlanda, por ejemplo, la discriminación religiosa contra los católicos, y el hambre echaron del país a la mitad de la población a mediados y a fines del siglo diecinueve. Por esa razón hay ahora más irlandeses en los Estados Unidos que en Irlanda. De ocho millones, la población se redujo a menos de cuatro millones y medio.   

Los irlandeses de América constituyen un perfecto ejemplo de la combinación de las tres clases de individuos establecidos en ese país: exilados, refugiados, inmigrantes.

Los acontecimientos más diversos concurrieron al aumento de la población americana, siendo uno de los más pintorescos la condenación y ejecución de Carlos I, rey de Inglaterra. Ciento treinta jueces fueron nombrados para la causa, pero sesenta y cuatro solamente se sentaron para juzgar al rey, y cincuenta y nueve firmaron la sentencia de muerte.

 En 1660, época de la Restauración, veinticuatro de aquellos jueces habían muerto ya, y dieciséis habían huido. Veintisiete fueron condenados como “regicidas”. Tres de éstos, Edward Whalley, Edward Goffe y el coronel John Dixwell, vinieron a América. La historia de la persecución de esos hombres es una de las leyendas más interesantes de la primitiva Nueva Inglaterra; y la cueva cerca de New Haven, donde estuvieron escondidos durante algún tiempo, se llama todavía la Cueva de los Jueces.

Los que se dirigieron hacia los Estados Unidos como exilados o refugiados se diferencian, en algunos aspectos importantes, de los que eran puros y simples pobladores o inmigrantes. El motivo que los impelía no era meramente económico, y estaban casi todos inspirados y guiados por ideales y no por el objetivo del trabajo. Toda persona que vaya a vivir a cualquier parte, sin contar con independientes fuentes de ingresos, tiene necesariamente que tratar de buscar trabajo para subsistir. 

El número de hombres que vino a los Estados Unidos a vivir con dinero procedente de su país natal era muy reducido, en cambio, el desvalido, es una figura mucho más familiar en las colonias británicas. Pero que un exilado o refugiado se viera en la obligación de trabajar para poder vivir no quería decir que no tuviera otros motivos para abandonar su patria. A menudo era un individuo que protestaba contra las condiciones europeas considerándolas intolerables.

Casimiro Pulaski; por ejemplo, fue un patriota polaco que luchó contra la tiranía de Rusia en Polonia en el siglo dieciocho, después de haber, sido declarado rebelde, encarcelado y condenado a muerte, logró escapar para Francia donde encontró a Benjamín Franklin. Con una carta de recomendación de Franklin para Washington, llegó a Filadelfia en el año 1777. Enseguida sirvió voluntariamente en el ejército americano, en favor de la misma causa por la cual había huido de Polonia: la causa de la libertad. Se distinguió de tal manera en la batalla de Brandywine, que fue nombrado oficial de caballería y le dieron el grado de brigadier. 

Su breve y magnífica carrera militar, que terminó con una herida mortal en el asalto a Savannah, es uno de los más brillantes capítulos de la historia de la Revolución Americana. El fue un ejemplo característico de todos los «extranjeros” que sacrificaron su vida por su nueva patria.

Los historiadores parecen convenir en que hasta la época de la Guerra Civil, predominaba ese tipo entre los nuevos ciudadanos. Ellos eran el producto directo de las condiciones que impulsaron a las colonias a declarar su independencia. 

Los años comprendidos entre 1776 y 1860, fueron un período de disturbios   y revoluciones en Europa. La Revolución Francesa fue la primera de una serie de conmociones. En Francia la Primera República fue derrocada por Napoleón, que estableció el Primer Imperio. Luis XVIII fue instaurado dos veces en la monarquía, y su sucesor. Carlos X, fue derrocado por la revolución liberal de 1830, que produjo el advenimiento de Luis Felipe, cuya caída provocó la proclamación de la Segunda República en 1848. 

Napoleón III restableció el Segundo Imperio en 1852, y la Tercera República no fue fundada sino después de la guerra franco-prusiana y del levantamiento comunista de 1871. Hubo revoluciones -en España, Hungría, Alemania, Irlanda y Polonia, las cuales engrosaron la corriente de exiliados y de refugiados, pues ninguna de esas sublevaciones logró el objetivo, y los hombres vieron en nuestro país el único lugar donde podían ver realizados sus ideales. 

Kossuth y Garibaldi fueron bien acogidos aquí como héroes de la rebelión europea. Si Carl Schurz no hubiera estado complicado en la revolución alemana de 1848, América no hubiera podido contar con una de las figuras más prominentes que contribuyeron a su formación.

En otras palabras, durante los primeros cien años, más o menos, de los Estados Unidos, Europa fue sacudida por un cataclismo comparable al que siguió a la Guerra Mundial. Los “tronos» se derrumbaron o se consolidaron; diversos pronunciamientos democráticos fracasaron; hombres y mujeres optaron por el exilio. Este país los acogió y honró a los líderes derrotados. 

En cierto sentido, hoy presenciamos una reversión de las condiciones que precedieron a la Guerra Civil. Pero los exiliados y los refugiados buscan ahora un refugio por razones muy diferentes de las que produjeron la gran corriente de inmigración durante los cincuenta años de 1870 a 1920.

Desdichadamente, los expatriados de hoy confrontan un problema más grave que los del siglo XIX. En una época de depresión económica mundial, de disminución de las actividades industriales, de una falta de trabajo sin precedente, los verdaderos países que, tradicionalmente, han sido puertos de salvación para los oprimidos—los Estados Unidos, Inglaterra y Francia—no pueden abrirles generosamente sus puertas. 

Al mismo tiempo, por un capricho del destino que debe encantar a rufianes totalitarios, son los países democráticos los que, necesariamente, debe recibir a las víctimas de los mortales enemigos de la democracia. 

La situación complicada y deformada por el patológico antisemitismo de Hitler y de su Mussolini, puesto que, al cometer inmundos atropellos, han tratado de creer que el problema del refugiado es casi enteramente un problema judío. Millares de hombres que no son judíos, católicos, protestantes, librepensamiento-que se negaron a someterse a la barbarie totalitaria— están en el exilio o en los campos de concentración, o fueron asesinados o se suicidaron.

Evidentemente, es imposible hablar detalladamente de todos los exilados procedentes   de   Alemania e   Italia, pero es posible dar una idea de la cantidad de talentos de primer orden cuya labor no deja de ser beneficiosa para la humanidad. 

Todos sabemos que Einstein, Thomas Mann, Max Reindhart, Ernest Toller, Vicki Baum y otros más o menos conocidos se han refugiado en nuestro país; pero es verdaderamente asombroso el número actual de alemanes emigrantes en todos los sectores de la actividad humana exilados aquí o en otras partes. 

 A pesar de los diversos factores que perturban el bienestar material de los americanos, parece que el destino ha escogido a nuestro país para convertirlo en el centro de la cultura del mundo. En las artes y en las ciencias, los nombres de los americanos inspiran respeto y hasta superan a sus colegas europeos. 

La vitalidad de la literatura y del teatro, el predominio de los temas americanos, la incesante exploración de todos los aspectos de la vida americana de las tradiciones, son signos manifiestos de un progreso que coincide con la afluencia de europeos a nuestro país.

 Lo peor del veneno totalitario es que hasta a aquellos que se hallan directamente expuestos a su influencia, cuando en época de paz, Inglaterra impuso el reclutamiento, cuando los censores, visibles e invisibles, amordazaron la libertad de palabra en Francia y en el Imperio Británico, eso resultó por si sólo una historia del totalitarismo. 

Cada vez que un país democrático imita de alguna manera las represivas y disciplinarias medidas que constituyen el sistema de vida bajo las dictaduras,  los dictadores sonríen satisfechos. Ellos ganan terreno sin gastar una bomba. Si todos los pueblos de Europa sufrieran bajo el terror, marchando en los campos de concentración, los dictadores lograrían su objeto, aunque no pudieran esclavizar directamente a sus opositores. De todas maneras, ese terror ha paralizado la vida intelectual en la Europa occidental.

Más que el pesimismo y la desesperación, la confianza en sí mismo y el valor son las notables características de los exilados. Una firma editorial alemana está publicando en New York libros originales y traducidos. Su labor es de una importancia considerable, puesto que de esa manera no se estanca la literatura alemana y ayuda a los escritores gravemente afectados por la dificultad de expresarse, en un idioma que no conocen perfectamente. 

Algunos escritores exilados emplean ya discretamente el idioma inglés. Probablemente, el ejemplo más interesante lo suministra el conocido autor italiano G. A. Borgese. Este distinguido literato y crítico de amplia cultura no tomó parte activa en la política antifascista, pero no estaba de acuerdo con el fascismo y tuvo que abandonar su país. 

Cuando llegó aquí, confió a sus amigos sus proyectos de quedarse indefinidamente, pero con la mayor reserva para que las autoridades italianas no se vengaran con su esposa y sus hijos. Más tarde adquirió su carta de naturalización y mostró con orgullo una tarjeta así impresa: «G. A. Borgese: “Ciudadano Americano». Luego publicó una obra en inglés que es probablemente el más docto, imparcial y contundente estudio del fascismo italiano escrito en nuestro idioma.

La presencia en los Estados Unidos de estos hombres, de ese grupo de artistas, escritores y sabios debe ejercer una valiosa y decisiva influencia en el desarrollo de la cultura americana. Ellos también serán influenciados por el ambiente y las costumbres, y sus obras serán avaloradas por la originalidad que habrá de impartirles esta tierra americana tan diferente de las otras naciones a pesar de los parentescos raciales. Migraciones similares de cultura y de erudición fortalecieron considerablemente, en siglos anteriores, la civilización del continente europeo. 

Ahora le pertenece a los Estados Unidos heredar y mantener la antorcha de la civilización y la cultura.

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