Por Jorge Quintana (1954)
No solamente es valiente el que lucha y se afana por el triunfo de su causa. No solamente lo es, tampoco el que derrocha valentía en la acción. Valiente lo es también quien tiene de su deber un sentido cabal y exacto y nada ni nadie le hace eludir la responsabilidad en que puede incurrir por no cumplirlo. Valiente es el que sabe decir la verdad, sin reticencias ni parpadeos. El que afronta una situación difícil y sabe conducirla hasta lograr una solución digna y decorosa. El que sabe sufrir calladamente los dolores morales y materiales, el que sabe esperar. De estos valientes, que son los menos, fue Rafael Morales y González, cuyo mejor elogio podría sintetizarse diciendo que a pesar de haber tenido 26 años cuando murió, logró dejar la estela de todo un carácter cubano.
El 28 de octubre de 1845 nació en San Juan y Martínez, provincia de Pinar del Río, Rafael Simón Morales y González. Su padre era el bachiller Rafael Morales y Ponce de León. Su madre se llamaba Rafaela Morales. Eran propietarios de una vega de tabaco que les permitía vivir con alguna comodidad. Rafael Morales y González fue el último hijo. Antes de él habían nacido dos niñas.
Dos meses de nacido tenía cuando Manuel de la Cruz Villafranca, “Sacristán mayor por S.M. de la Iglesia parroquial de Pinar del Río y cura de almas en su auxiliar de San Juan Bautista”, le bautizaba, teniendo por padrinos al licenciado Carlos Tarafa y Doña María de la Luz Tagle. Y no había aún cumplido 2 años, cuando el 27 de septiembre de 1847 quedaba huérfano de padre. La madre se vio envuelta entonces en un pleito judicial que le privó de la herencia dejada por el padre. Sin dinero y con tres hijos que mantener, tomó el camino de La Habana, donde esperaba ayuda de familiares y amigos.
En la capital de la isla continuó creciendo el niño. Fue a la escuela que en la calzada de San Lázaro tenía José Fors quien le comenzó a enseñar las primeras letras. El maestro, deslumbrado por aquel talento precoz, le llevó al Colegio Santo Tomás, que dirigía don Rafael y Ituarte, donde concluyó los estudios primarios y comenzó los secundarios. En este Colegio Santo Tomás, se inició como maestro, encargándose de los alumnos menores, con lo que pagaba en cierta forma la enseñanza que recibía. Allí conoció a José Miguel Macías y a Rafael María Merchán. Allí comenzaron a llamarle “Moralitos”.
El 10 de septiembre de 1860 es admitido a estudiar el bachillerato en artes con calificación de aprovechado. El 6 de julio de 1861 aprueba el primer año de Filosofía, también con calificación de aprovechado, obteniendo además el Premio Extraordinario de Conducta correspondiente a ese curso. El 16 de julio de 1862 aprueba el segundo año de Filosofía con calificación de Sobresaliente, obteniendo en esta otra oportunidad el premio Extraordinario de Aplicación. El 10 de julio de 1863 aprueba el tercer año de Filosofía, también con calificación de Sobresaliente. El 7 de junio de 1864 realiza los ejercicios para obtener el grado de bachiller en Artes con la misma nota de Sobresaliente. El 21 aprueba con idéntica calificación Literatura Latina.
El 29 de septiembre solicita su inscripción como alumno de las asignaturas de Derecho Romano, primer curso y Economía Política y Estadística de la Facultad de Derecho para sustituir. Trabaja como agente del Bufete de Antonio María Tagle y como profesor privado de los hijos de Leonardo del Monte y Aldama. Da clases en el colegio “El Progreso”, que dirige José María Castro, en la calzada de Galiano, número 14, y colabora en La Aurora. En el Colegio Santo Tomás pone en práctica el método de Pestalozzi en 1865.
La prensa cubana se hizo eco de su ensayo pedagógico, que significaba en mucho, la renovación de métodos y doctrinas educacionales en nuestra patria. El 3 de septiembre de 1865, matricula Derecho Romano, segundo curso y Derecho Político y Administrativo. Conoce por esta época a los hermanos Luis Victoriano y Federico Betancourt, hijos del abogado José Victoriano Betancourt, cuyo afecto habría de ganarse Rafael Morales.
El joven estudiante era tan pobre que apenas si podía adquirir los libros indispensables. En la biblioteca del licenciado Betancourt pasará muy buenas horas leyendo o estudiando. Vidal Morales, su condiscípulo de esa época y su magnífico biógrafo después, recuerda cómo llegaba a las clases un poco antes de comenzar Rafael Morales pidiendo un libro prestado. Leía el tema que se iba a tratar y entraba para hacer un derroche de conocimientos cuando el profesor le interrogaba.
Fue aquella facilidad para estudiar y asimilar lo que le comenzó a ganar, la admiración de maestros y estudiantes. Entre sus maestros, José Manuel Mestre le inspiró mayores simpatías, le seducían los estudios filosóficos, sus excepcionales condiciones para la
disertación y el discurso encontraban en ese campo un magnífico
terreno. Los jueves y sábados, estudiantes y profesores solían reunirse en el Aula Magna para discutir temas diversos.
Rafael Morales comenzó a distinguirse en estas reuniones por su elocuencia incomparable, por su capacidad para el debate, por su cultura, por su agilidad mental, por su poder dialéctico. Los estudiantes pusieron por nombre a estas reuniones Juevinas y Sabatinas, disfrutando de mucha popularidad en aquella época. Casi toda la generación que se declaró revolucionaria en 1868, comenzando por Ignacio Agramonte, Luis Ayestarán y Rafael Morales, fueron asiduos, concurrentes y participantes en aquellas lides culturales.
A Rafael Morales, además de llamarle cariñosamente “Moralitos”, le llaman también “Pico de Oro”, en atención al derroche de aquellas excepcionales condiciones para el discurso. Años más tarde, otro grande de la oratoria cubana, José Martí era llamado “Doctor Torrente”, en atención a aquella fluidez con que exponía sus ideas o desarrollaba la pieza oratoria.
En el colegio El Progreso comenzó a gestar Rafael Morales, un proyecto de vastas proporciones culturales. En unión de Luis Victoriano Betancourt, Francisco Díaz Vega y Francisco de P. Flores, organizaron unas clases gratuitas de lectura, escritura y aritmética para obreros. Las clases se impartían por las noches, ya que los trabajadores no disponían de las horas del día. El 10 de abril de 1866 abrieron los cursos. Bastaron unas semanas tan solo para que el gobierno interviniera prohibiéndolas.
En declaraciones publicadas en “El Siglo”, Rafael Morales y sus amigos afirmaban que se veían forzados a esa suspensión. Prometiendo reanudarlas más adelante. A esos efectos consiguió ampliar su proyecto y, sobre todo, trató de obtener la ayuda económica de jóvenes cubanos adinerados. Quería establecer una escuela nocturna gratuita para obreros en cada uno de los barrios de la capital. La prensa colonial atacó briosamente el proyecto y el gobierno se hizo eco de la campaña y le frustró la noble idea.
Rafael Morales no se amilanó por el fracaso, se dirigió a Santiago de Las Vegas, le conmovía el espectáculo de que los obreros, después de trabajar, se entregaban al juego, malgastando el poco salario de que disponían y perdían el tiempo, lastimosamente sin ocuparse de sus preparaciones intelectuales que era una manera de superarse en lo personal y colectivamente, en lo social y político.
En Santiago de Las Vegas, las ideas de Rafael Morales encontraron un medio adecuado. La antigua Sociedad Filarmónica accedió a transformarse en Liceo científico, artístico y recreativo. El 25 de julio de 1866 se inauguraba en las Secciones. Fue un acto inolvidable. En el mismo hablaron Rafael Morales, Valentín Suárez, Antonio de J. Tagle, Benito Bermúdez, Manuel Doval, más tarde un notable orador sagrado, Andrés Clemente Vázquez y Antonio Zambrana.
Morales aprovechó aquella ocasión para exponer sus proyectos, entre los cuales figuraba la publicación de un periódico titulado “El Día”, así como la creación de una biblioteca pública. El teniente gobernador de Santiago de las Vegas consideró un deber informar de todo aquello al Gobernador Superior Político y este suprimió de un plumazo, el artículo de los estatutos del Liceo que permitía esas actividades culturales. Personalmente, el teniente Gobernador notificó a Morales que le estaba terminantemente prohibido presentarse en aquella población.
El 29 de septiembre de 1866, matrícula Derecho Civil.
El 1º de noviembre de ese mismo año le encontramos compareciendo ante el Gobernador Superior civil, en demanda de que se le habilitara como profesor de enseñanza, excusándose el requisito de la edad que aún no había cumplido.
El 1º de febrero de 1867 José Ignacio Rodríguez, Vocal de la Sección Segunda de la Junta Superior de Instrucción Pública de la isla de Cuba, informó favorablemente la solicitud en su carácter de ponente designado por la sección. Al redactar su informe, Rodríguez hacía constar: “No tiene la edad que señala el Reglamento, pero son tantos los merecimientos de este que constan en el expediente en el que además está comprobado que hace algún tiempo se ejercita en el magisterio que la sección no vacila en proponer se acceda a la pretensión de Rafael Morales y González como se ha solicitado hacer con algún otro en justo premio en sus méritos literarios y académicos”.
El 5 de febrero, la Junta Superior de Instrucción Pública de la isla de Cuba aprobada la ponencia de José Ignacio Rodríguez. El Negociado, sin embargo, se opuso por faltar el requisito de la edad, el 14 de febrero 1867 y la autoridad superior aprobó la decisión del Negociado, negando a Rafael Morales la autorización para habilitarse como profesor de enseñanza secundaria.
Continuó sus estudios y sus clases como maestro en los colegios privados. El 30 de septiembre de 1867 matricula Derecho Mercantil, Penal y Canónico. De esa época data su polémica con sus condiscípulos José Enrique Bernal y Anselmo Suárez y Romero sobre la desheredación por causa de matrimonio sin consentimiento. Antes ya había debatido el tema con Bernal y Andrés Clemente Vásquez, pero con motivo de una carta que revivía la polémica, publicó algunos artículos sobre el tema en las columnas de “El País”, sucesor de “El Siglo”.
La Guerra de Secesión en los Estados Unidos tuvo honda repercusión en la Cuba esclavista. El negro esclavo en el batey del ingenio cansado de los atropellos del Mayoral o del amo incitaba a su canto de esperanza: “Los blancos esclavistas consideran el triunfo del norte como una derrota, los blancos abolicionistas advertían certeramente que las posibilidades de liderar aquella lacra del colonialismo crecían con la derrota de los sureños”.
Rafael Morales era un convencido esclavista. Aprovechó la ocasión para organizar una institución cuya única misión era la de liberar a los hijos de esclavos cubanos, antes de que nacieran. Era una asociación que se encargaba de recoger el fondo para pagar los veinticinco pesos oro español que los amos reclamaban por el fruto nonnato de la esclava embarazada.
Otra de las campañas de Rafael Morales por esta época fue la de incitar a la mujer cubana a que cursara estudios secundarios y llegara a los universitarios como un medio de superarse culturalmente.
La cultura cubana a mediados del siglo XIX apelaba a los círculos de estudios para su mejor fomento y desarrollo. Rafael Morales participa en febrero de 1868 en la tertulia literaria organizada en El Liceo de La Habana. El 22 de junio de aquel mismo año le encontramos solicitando el examen de grado para obtener el título de Bachiller en Derecho Civil y Canónico.
El 27 se verifican los ejercicios, obteniendo la calificación de aprobado. El 25 de septiembre se matricula en las asignaturas que le faltaban para obtener la licenciatura en Derecho. Sus intenciones de continuar sus estudios nos evidencian que aun cuando Morales participaba de las inquietudes revolucionarias cubanas de la época, no estaba mezclado en las actividades conspirativas que se desenvolvían en toda la isla y en especial en Oriente y Camagüey y La Habana. El 10 de octubre de 1868, Carlos Manuel de Céspedes se lanza a la lucha en su ingenio “La Demajagua”. Unas semanas más tarde, el 12 de diciembre, Rafael Morales salía de La Habana a bordo del “Morro Castle”, dirigiéndose a Nassau donde sabía se estaba organizando una expedición al mando de Manuel de Quesada.
En marzo se incorporó al grupo expedicionario. El 14 suscribió el manifiesto redactado por Antonio Zambrana. La firma de Morales es la tercera. Trece días más tarde, el contingente expedicionario desembarca en la goleta “Galvanic” en la Guanaja, costa norte de Camagüey. Inmediatamente se dedicaron a cavar trincheras en la playa para esperar los ataques del enemigo, que no se hizo esperar. Dos días más tarde, el 29 de diciembre, un barco de guerra español se presentó frente a las fortificaciones cubanas cañoneándolas. Fue allí donde Julio Sanguily realizó la primera demostración de su valor heroico, salvando la bandera cubana que había sido barrida por la metralla española.
Unas semanas más tarde, el Comité Revolucionario de Camagüey designaba a Luis Victoriano Betancourt, Presidente de la Corte Marcial. Para la Secretaría fue escogido Rafael Morales y como Vocal nombrado Ramón Pérez Trujillo. El 10 de abril de 1869 se constituyó en Guáimaro la Cámara de Representantes del pueblo de Cuba en armas. La constituían las representaciones de Oriente y Camagüey. Se iba a redactar una Constitución para la República y a darle un gobierno que la representase.
Morales asiste a las sesiones, aun cuando no tienen representación. Cerca de 150 causas instruía la corte marcial cuando el 11 de mayo la Cámara de Representantes acordó una amnistía. Fue así como se liquidaron aquellas causas entre las cuales se hallaba la que se instruía a Napoleón Arango, acusado de traidor y sobre todo, de haber sido el responsable de la muerte de su hermano Augusto, asesinado por los españoles en la ciudad de Camagüey, cuando se había presentado al Gobernador con intenciones de discutir las condiciones para evitar la guerra.
El 26 de julio de 1869, la Cámara de Representantes acuerda admitir como representantes por Occidente a los tres jueces de la Corte Marcial de Camagüey, junto con Luis Ayestarán. Al tomar posesión de su nuevo cargo, Rafael Morales asumió además la Secretaría de ese cuerpo. El 18 de agosto, los representantes de Occidente ratificaban los acuerdos de la Cámara.
La capacidad de trabajo y la índole de las labores legislativas de Rafael Morales, escribe otro de sus biógrafos más notables, el doctor Emeterio S. Santovenia, “en las primeras semanas de su paso por la Cámara fueron las correspondientes a un genuino alterador. Ya se veía con claridad que en la práctica revolucionaria no quedaba a la zaga de la teoría revolucionaria. El inquieto bachiller de La Habana era un hábil constructor de los campos de Cuba Libre”.
Su labor como legislador fue magnífica. Redactó y sometió a la consideración de la Cámara su proposición de ley de instrucción pública, por la cual la República se imponía la obligación de proporcionar gratuitamente la instrucción primaria a todos los ciudadanos de ella, varón o hembra, niños y adultos. El 31 de agosto de 1869, la Cámara discutía y aprobaba aquel proyecto. El 2 de septiembre, el Gobierno de la República la sancionaba.
El 1º de diciembre, de ese mismo año de 1869, dio comienzo en la manigua a su fecunda labor como periodista. En esas fechas se comenzó a publicar bajo su dirección “La Estrella Solitaria”. Una prueba del alto concepto que tenía de la libre comisión del pensamiento la ofreció Rafael Morales, según cuenta Vidal Morales y Emeterio S. Santovenia.
Cuando al conocer que inspectores militares, de acuerdo con los prefectos y cumpliendo órdenes del general en Jefe Manuel de Quesada, perseguían a los que censuraban los pormenores de la campaña. En esa oportunidad, Rafael Morales ofreció las columnas de “La Estrella Solitaria” para publicar, cuanta crítica quisiera hacerse a la Cámara de Representantes, al Presidente de la República, al general en jefe o a cualquiera otra persona civil o militar. Aquello en sí evidenciaba todo un conflicto entre la Jefatura del Ejército y el criterio liberal y democrático de los señores representantes de la Cámara.
Manuel de Quesada, pretendió entonces ejercer la dictadura, reclamando de la Cámara una ampliación de sus poderes y facultades. Serenamente Rafael Morales combatió aquella pretensión. Por el contrario, la Cámara acordó la deposición del general Quesada de su cargo de General en jefe y fue Morales, quien por acuerdo de la Cámara, tuvo que visitar personalmente al general Quesada en su campamento para notificarle el acuerdo. Sin embargo, esta oposición al general, que sabía que era cuñado y protegido del Presidente Céspedes, no fue óbice para que éste aceptase incluirlo en su gabinete en febrero de 1870 como Secretario del Interior.
“El cubano Libre” en su edición del 24 de febrero de 1870, aumentando la posibilidad de que Rafael Morales, pasase a integrar el gabinete del Presidente Céspedes, escribía en esta ocasión: “Si esto es así, la salida del diputado Morales será una pérdida para la Cámara, pero el gabinete del Presidente habrá adquirido una joya más y el país deberá recibir con aplausos la elección de una persona tan competente para desempeñar un cargo de tanta trascendencia”. Cuatro días más tarde tomaba posesión Rafael Morales, de la Secretaría del Interior, vacante por renuncia de Eduardo Machado. Unas semanas más tarde se esboza el primer amago de crisis.
El Presidente Céspedes designa a su depuesto cuñado para el desempeño de una comisión en el extranjero. La Cámara se moviliza para oponérsele, Rafael Morales anuncia su intención de presentar su renuncia. Al fin la crisis se liquida. El general Quesada parte para el extranjero y el presidente Céspedes continúa recibiendo la colaboración de Rafael Morales como Secretario del Interior. El 10 de octubre de 1870, la República conmemora el segundo aniversario de la sublevación de Céspedes en La Demajagua con un gran acto en Guáimaro.
Hablan el Presidente Céspedes y Rafael Morales. Aquel fue un discurso inolvidable. Con aquel tono de voz impresionante, Morales fue evocando los cuadros de miseria de la manigua para aseverar que el espíritu cubano era indomable e invencible. Recordó los cañones de cuero, y como observara que aquella alusión a un tipo de artillería tan rudimentaria no decía nada a los soldados que le escuchaban, que ya comenzaban a sonreír, escépticamente, Rafael Morales apeló a un recurso insospechado. Continuó insistiendo en aquella rudimentaria artillería de cuero con el que, según él, los insurrectos subrayaban todo el desprecio que le inspiraban sus genes, al extremo de enviarles la metralla con la punta de un látigo.
Su labor en el Gobierno fue tan intensa como antes lo había sido en la Cámara de Representantes o en la Corte Marcial. Tenía el concepto del cumplimiento del deber. Redactó la Ley de Imprenta y el Reglamento de la Imprenta Nacional. El Gobierno español había tomado la decisión de enjuiciarlo por su conducta revolucionaria. El 7 de diciembre de 1870 se celebró la vista del Consejo de Guerra, que lo condenó en ausencia a la pena de muerte en garrote vil, con su secuela de embargo de bien. El 17 de diciembre se hacía pública la sentencia. Aquella noticia no habría de quebrantar el espíritu militante de Rafael Morales. La pena de muerte en garrote vil no se la podían aplicar por cuanto no había caído prisionero de los españoles. Y en cuanto al embargo de bienes, le preocupaba muy poco, toda vez que nada tenía desde hacía años ni él, ni su madre y hermanas.
En las primeras semanas de 1871 la crisis del Gobierno se hizo más intensa. El 8 de febrero de ese mismo año, Rafael Morales presentó la renuncia de su cargo como Secretario del Interior. Una vez entregado el cargo, pasó como soldado raso a tomar parte en la campaña. No tenía condiciones para ello, pero su espíritu de
sacrificio se le imponía por encima de todo. En el campamento de Francisco Vicente Aguilera le encontramos a mediados de ese mismo año de 1871.
Tomó parte muy activa en el descubrimiento de los planes de traición que estaba desarrollando José Caridad Vargas, de quien fue un implacable acusador, logrando que se le condenara a muerte y se le fusilara inmediatamente. Vargas era extremadamente querido por sus tropas. A Morales le tocó además la responsabilidad de hablarle a aquellos hombres que no querían admitir que su jefe era un traidor.
Y lo hizo con tanta valentía, con tanta elocuencia que los soldados admitieron la culpabilidad de aquel que idolatraban, la justicia del castigo que se le había impuesto y el nuevo jefe que se le enviaba para sustituirlo.
Del campamento de Aguilera salió cuando el patriota bayamés, cumpliendo una comisión del Gobierno, partió para los Estados Unidos. Se unió entonces al general Máximo Gómez por breve tiempo, tomando parte en algunas acciones de guerra a sus inmediatas órdenes.
El general Gómez tenía de él un concepto tan elevado que años más tarde, declaraba que “en aquella época soñaba yo con Morales para el futuro Gobierno de Cuba, como después pensé en Martí y cuando éste murió pensé en Tomás Estrada Palma”.
Anduvo también breve tiempo con el mayor general Modesto Díaz, pasando nuevamente a Camagüey para luchar como soldado a las órdenes del teniente coronel Luis Magín Díaz. El 26 de noviembre de 1871 se hallaba acampado con este jefe en Sebastopol de Najasa, cuando los soldados españoles le sorprendieron el campamento.
Ante la inesperada agresión, los cubanos solo pudieron escapar. Rafael Morales pudo montar a caballo y tratar de retirarse disparando su rifle. En ese empeño se hallaba cuando una bala enemiga le atravesó la cara por los carriles. Agarrándose de la crin de su caballo, pudo saltar una peligrosa barranca y escapar. Le llevaron a un rancho. La bala le había partido el maxilar inferior por varios lugares; le había hecho perder varios de los dientes y le había trucidado la lengua por su base.
A la una de la tarde, el 27 de noviembre de 1871, mientras en La Habana se escenificaban los últimos actos del drama de los estudiantes de Medicina, en un oscuro rancho camagüeyano, sin anestesia, con un bisturí amellado, los doctores José Miguel Parra y Eduardo Agramonte Piña operaban a Rafael Morales. Los dolores sufridos no alteraron su espíritu estoico. La herida de la lengua le dejaba prácticamente mudo. De rancho en rancho se arrastraba Rafael Morales. La herida no le cicatriza bien. Los médicos aconsejaban una intervención quirúrgica, pero en el extranjero donde hubiera instrumentos que en la manigua no había. El 5 de enero de 1872 fue asaltado el rancho donde se encontraba por el enemigo. Una vez más, milagrosamente logró salvarse.
El 11 se reunió con Ignacio Agramonte, pasando después a la protección de la Brigada de Caonao. No era ya el Rafael Morales de la Cámara de Representantes, ni el Secretario del Interior en el gabinete del Presidente Céspedes. Era un espectro que apenas se podía sostener, que no podía ingerir más que líquidos y que soportaba estoicamente los dolores. Pero aun así, trabajaba. El 10 de abril de 1872 dio a conocer la cartilla cubana redactada por él. Y para conmemorar el segundo aniversario de la reunión de Guáimaro, fundó en esa fecha en la Brigada del Este una escuela gratuita. Se dirigió a Holguín. Tomás Estrada Palma acababa de convencerlo para que saliese al extranjero a intentar su curación. Antes le había hablado de lo mismo, Ignacio Agramonte. Y aun cuando le horrorizaba la idea, aceptó. Se unió a Julio y Manuel Sanguily.
El primero convalecía de la herida recibida en la acción, realizada por el general Agramonte para rescatarle. Manuel Sanguily sufría unas fiebres palúdicas que le tenían al borde de la tumba. En la Sierra Maestra aguarda la ocasión para salir. En la costa, unos soldados ahuecan una ceiba tratando de hacer un bote que los pueda llevar a Jamaica. En aquel trance visita al Presidente Céspedes. Fue el 15 de julio de 1872. A su esposa Ana de Quesada el Presidente de la República le comenta la visita diciéndole: “Tiene un balazo que le atravesó la boca, dejándole la barba hundida y un extraño modo de hablar. Dicen que está expuesto a una gangrena y que no puede digerir los alimentos”.
En un rancho en la Sierra vive Rafael Morales, mientras se hacen los preparativos. Magdalena Despaigne, una negra que había sido esclava, le atiende. Rafael Morales le enseña con su bondad inagotable a leer y escribir porque desea prepararla para el hogar y la familia.
Un día baja a la costa a ver cómo andan los trabajos del bote. Regresa desalentado. Los españoles han sorprendido la obra. Los soldados han tenido que huir y el bote ha sido quemado. Tirado en su camastro, expira el 17 de septiembre de 1872. Dejemos que Manuel Sanguily nos relate aquellos instantes postreros del gran adalid cubano.
“Moralitos” tenía sana sus heridas, escribió Manuel Sanguily en 1904. Evocando aquella escena, pero no podía comer sino alimentos líquidos o muy divididos. Hablaba bastante pronunciando muy mal y sin poder emitir sonido. Estaba, sin embargo, muy animado, siempre vivo, muy inquieto y deseoso de salir cuanto antes para Jamaica.
Estábamos en un lugar de la Sierra Maestra llamado ‘La Piedra Blanca’, subprefectura, a cargo de un tal Ramón Galán, que vivía allí con su mujer y sus hijos en un rancho. Frente a éste había otros que ocupábamos mi hermano Julio y yo, y a un lado estaba el de Morales muy cerca, a pocos pasos unos de otros, separado el de Morales del nuestro por unos arbustos.
Impaciente Morales porque los carpinteros tardaban en alistar el bote que estaban construyendo de una ceiba que habían derribado cerca de la playa, salió a inspeccionar y aligerar los trabajos, es decir, que atravesó la Sierra bajando al mar.
A los tres días, poco más o menos volvió desalentado y con fiebre. Los españoles habían encontrado a los trabajadores, que huyeron, y enseguida quemaron el bote en construcción.
Era muy difícil tropezar con otra ceiba a propósito; el viaje, en consecuencia, se hizo muy dudoso, y de todos modos, no podría suceder muy pronto.
Yo, desde el 15 de agosto había enfermado y estaba casi agonizante. Era, sin exageración, un esqueleto que vivía milagrosamente. Julio, bastante flaco, estaba delicado y naturalmente casi sumido en sorda desesperación.
No había alimentos, de vez en cuando raíces de boniato y la familia del Prefecto era muy sensible, mientras él no parecía muy compasivo tampoco.
Al contrario, estaba molesto con nuestra prolongada residencia en aquel lugar que algún cuidado le imponía.
Al día siguiente es su regreso, Morales estuvo en nuestro rancho. Se sentó al pie de mi camastro y habló un rato con Julio y se volvió a acostar porque se sentía mal. Cocinaron al otro día una jutía conga. A Morales se le envió una pata. Creo que la comió, pero como a las tres de la tarde, llegó a nuestros oídos por encima del follaje, un ruido siniestro que salía del rancho de Morales. Poco después nos estremeció la voz despavorida de la mujer de Galán, que exclamaba: ¡Morales, se muere! El ronquido formidable se repitió con ritmo pavoroso algún tiempo que no puedo yo calcular. No era la agonía de un hombre pequeñito de cuerpo; era el estertor de un coloso. Al fin se apagó casi de repente y ya entrada la noche.
Al otro día, entre cuatro negros casi desnudos y enfermos que componían la escolta de Julio, llevaron el cadáver a algunos pasos de allí junto a un hoyo que ya habían cavado con gran dificultad. Yo era el único acompañante. Julio estaba mal esa mañana y yo me levanté de mi camastro como de una tumba y, apoyado en un palo, fui a rastras detrás de aquellos restos, como si fuera yo la muerte misma que asistiera al entierro.
Colocaron el cadáver en la huesa: le echaron la tierra y sobre el relleno pusieron algunos troncos y varias piedras.
Formando escuadra con esa tumba estaba otra reciente en que sepultaron a un asistente que cayó de un árbol al que se subiera cazando una jutía.
Yo volví a acostarme. Días después me atravesaron a una mula, atravesaron mis huesos, mejor dicho, y todavía me pregunto asombrado, si es verdad que el organismo puede sufrir tanto sin destruirse; si es posible que las ideas arrastren a los hombres a sobrellevar tanta
miseria y tantos horrores”.
Tal fue el destino final de Rafael Morales y González, una muerte solitaria en el rancho de una subprefectura de la Sierra Maestra. Una tumba que hoy no podemos identificar y porque todo aquello ha desaparecido, nos queda el recuerdo de su vida paradigmática, que exhibimos a las juventudes de hoy, a las verdaderas juventudes de nuestra patria, a las que por sobre las banderas mercenarias y las miserias políticas, oponen la grandeza de un ideal. El ideal de la patria abatida, ansiosa de redimirse y ser lo que tiene que ser la gran patria de todos los cubanos.
El 14 de diciembre de 1873, la Cámara de Representantes por unanimidad declaró Benemérito de la Patria a Rafael Morales.
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