QUE CUARENTA AÑOS NO ES NADA, 1982-2022

6 de julio de 2022

La sociedad con sus ritos nos ha habituado a marcar fechas en lo histórico y en lo personal. Nos plazca o no, así es. El día del nacimiento siendo el más significativo, existen los renacimientos.  Me apunto para mencionar uno, auténtico renacer, porque estoy cumpliendo 40 años de haber materializado el afán, no consumado durante las dos décadas anteriores, de huir del castrismo. Fue así que el 28 de junio de 1982 abordé con boleto de ida simple hacia París un DC-10 de Iberia en el aeropuerto de Rancho Boyeros. En una de las páginas de mi pasaporte el esbirro de servicio estampilló el infame cuño por entonces de rigor: Salida Definitiva del País. Premonitoria vileza del desgobierno porque en efecto jamás he regresado. De hecho empiezo a temer, ya casi a la vera de mis 80 años que nunca volveré al terruño. Valorando retrospectivamente aquél momento retomo una frase hecha: me fui de Cuba sin que Cuba se fuese de mi.

Todo ha cambiado durante las últimas cuatro décadas. En 1982 los pasajeros todavía caminábamos por la pista hasta la escalerilla de su avión. Antes de llegar a ella me topé con el ingeniero español de la compañía quien enfundado en un mono azul estaba haciéndole al aparato el chequeo de rutina previo al despegue. Se llamaba Rico y sin ser un amigo lo conocía bien. Entrando a la cabina apareció otra cara que no me era ajena en la persona de Milton, un chico que como adversario había cruzado sobre los tabloncillos del baloncesto.  Ambos tuvieron la fina atención de hablarle al jefe de cabina para que nos atendiera a mi y a mi esposa como lo que prácticamente éramos, dos pobres de solemnidad sin un centavo encima.   Fue de aquél sobrecargo que nos colmó de atenciones hasta Barajas, de quien recibimos una primera alerta en forma de pregunta: ¿cómo podíamos ser tan insensatos queriendo emprender una nueva vida, abandonando un país tan maravilloso como el nuestro, para ir a enfrentar el frío horrible que nos esperaba en Francia?. Aquél hombre que vivía en posfranquismo había probablemente olvidado qué significaba la palabra tiranía.

Desde luego que planteamientos como ese que aludo no faltaron al comenzar una nueva vida en París, lugar en el cual para empezar las gestiones para obtener papeles y un permiso para trabajar se hacían en dependencias cuyos empleados, si eran hispanoparlantes, descendían de republicanos españoles o eran chilenos fugitivos de Pinochet.  Explicar en Francia como había sido la vida en Cuba y que habíamos encontrado en Francia la libertad de la que carecíamos en un país acogotado por el comunismo, no era un mensaje grato a interlocutores de izquierda cuando no de extrema izquierda. Es preciso recalcar que uno de los pocos logros de la dictadura cubana ha sido crear un estado de opinión internacional favorable a ella en tanto que nación víctima de los aborrecidos Estados Unidos.

Mucha agua ha corrido bajo los puentes del Sena de 1982 a la fecha. Quienes parten de sus países la tienen cada vez más complicada. La semana pasada para no ir más lejos, decenas de personas decididas a cruzar fronteras en dirección de Occidente a lo que diera lugar, pagaron con sus vidas el intento, unos en el enclave español de Melilla, otros en Texas. Hechos así nos hacen siempre reflexionar en cuanto al tipo de vida que en el futuro deberán enfrentar las generaciones que reemplazarán la nuestra. Para complicar aún más la situación hay guerra en Europa y nadie puede predecir de que manera los mercados y los gobernantes van a intentar adecuar las necesidades de billones de personas que en gran parte del planeta van a estar muy pronto afrontando riesgos y penurias de gran magnitud. Una megaexplosión migratoria no puede ser excluída y el tema acaba de ser puesto sobre la mesa en dos reuniones internacionales de alto nivel recién concluídas.

La presión demográfica ha evolucionado para peor desde mi viaje sin retorno de 1982. La novedad más alarmante viene de la industrialización y la criminalización del fenómeno emigratorio. Cuando uno carece de elementos de juicio cuesta trabajo comprender de que manera miles y miles de personas se resuelven a enfrentar todo tipo de peligro para llegar a Europa y a Estados Unidos. Aquí en Francia la porosidad de las fronteras terrestres que separan al país de Italia y de España permiten el ingreso ininterrumpido de ilegales que después malviven en un submundo cuya triste realidad puede observarse en muchas zonas de la capital.

Tales circunstancias eran mucho menos visibles para el párvulo en materia geopolítica que era en 1982. El comunismo internacional reinaba aún y Ronald Reagan presidía en Estados Unidos. Pocos meses después Jean-François Revel describió en su indispensable «Cómo terminan las democracias» de que manera nuestros países estaban minados interiormente por un quintacolumnismo que se valía de sus instituciones para actuar legalmente en aras de destruirlo y sustituirlo por el autoritarismo totalitario. La siguiente cita del libro ilustra el aserto: «…la democracia es ese régimen paradójico que ofrece a quienes quieren abolirlo, la posibilidad única de prepararse a ello en la legalidad y en virtud de derechos; e incluso de recibir a tal efecto el apoyo casi patente del enemigo exterior sin que ello se considere traición y una violación grave del pacto social. La frontera es vaga y la transición fácil entre el opositor leal y el conspirador que viola a sabiendas las reglas del institucionalismo que aspira a abolir».

Es ese género de ataque frontal el que decenas de países cínicamente estimulados por Rusia y por China comunista, llevan a cabo hoy utilizando como instrumento a decenas de países africanos, creando migraciones provocadas gracias a las cuales se agolpan en las fronteras centenares de miles de descamisados, pobre gente que no son verdaderamente responsables de lo que hacen y de lo que ocurre como consecuencia de sus actos. Se vió hace dos meses cuando Bielorusia hizo presión en su frontera con Polonia, se ha visto antes en los bordes de Hungría y ahora mismo el presidente de Turquía acaba de renovar planteamientos chantajistas en la reunión de Madrid: o me entregan los que se nos oponen dándome de paso más dinero para administrar los campos de tránsito donde se hacinan los refugiados que viven en nuestro territorio, o abiremos las compuertas dejando partir a quienes quieran hacerlo. En la frontera sur de Estados Unidos existe con México un esquema parecido, agravado después de la llegada de Joe Biden a la Casa Blanca hace 18 meses.

Nada de esto que hoy se ha materializado era perceptible para el recién llegado que fui en 1982. Sin embargo ya estaban muy avanzadas las acciones de los «humanitarios» acusando de egoísmo al Norte que oprime, veja y explota al Sur. El lema universalista de estos profesionales del izquierdismo a ultranza viene dado por una frase inapelable «la diversidad es riqueza». No les falta el apoyo de los que ven en todo recién llegado a un futuro consumidor capaz de a la larga «hacer funcionar la maquinaria».  Identificar el adversario no es difícil en las circunstancias actuales, pero lo que resulta casi imposible es implementar un estado de opinión mayoritario capaz de vencer un hostigamiento incesante al que, a mi juicio, ningún otro sistema se ha visto confrontado anteriormente.

A veces me pregunto qué pensará hoy aquél alabardero español de lo peor que en la cabina del Iberia intentó prevenirnos de acuerdo a sus estrechas concepciones de entonces. Mirando hacia aquél día y consciente de la evolución catastrófica de la vida en Cuba que sigue exhibiendo impunemente una represión reaccionaria, me invade una gran tristeza que jamás compensará todas las Torres Eiffel y los Campos Elíseos que pueda haber disfrutado en el Mundo Libre.

Cita con nuestros lectores dentro de cuarenta años para ver a cómo hemos tocado para entonces.

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