“¡Qué clase de americano, mi compay!”

Written by Libre Online

2 de febrero de 2022

Por Carlos M. Castañeda (1955)

Visita de un embajador que llevó su mensaje de “buena voluntad” al batey y a la guardarraya, interesándose por conocer lo que significa el azúcar en términos humanos.

Richard Nixon traspasó la talanquera, para conocer en téminos de hombre y de trabajo los problemas de Cuba. Prefirió huir de los rigores protocolares, pues quería escuchar el latido de la tierra y llevar su mensaje al cañaveral mismo. Vino a sembrar una semilla de “buena voluntad” y logró que prendiera desde el primer día.

Apenas puso pie en suelo cubano, se apartó de los convencionalismos, dedicando a la calle sus mejores ratos. Su estrechón de manos no fue esta vez, privilegio reservado de las dignidades oficiales. Hombre de pueblo experimentó su efusión franca, y el machetero de tierra adentro sintió el calor de su diestra recia, en la mano curtida por el bregar diario.

Tampoco departir con él fue prerrogativa de los menos. Anunció su propósito de “conversar con los cubanos de todas las esferas” desde que traspasó el umbral del “Columbine”, y así lo hizo.

Durante cuarenta y ocho horas se le vió preguntar interesándose por Cuba, a mandatarios encumbrados vestidos en rico pretonio y a obreros modestos de overoles azules. Consultó a hombres de gobierno y escuchó también la palabra de la oposición. Sus oídos nunca estuvieron sordos en los dos días de su visita.

Se le vió en las recepciones hacer apartes con expertos y en la guardarraya, indagar sobre salarios y condiciones de trabajo. Observamos cómo pidió que le tradujeran las palabras angustiosas del obrero Ernesto Argudín, en el central Toledo:

-Vicepresidente, yo quisiera que usted se recordara de nosotros, los guajiros cubanos. Vivimos del azúcar y si ustedes nos rebajan la cuota, nos moriremos de hambre.

Nixon no se contentó con la mera promesa. Pidió que le expusieran sus temores y a veces se le vio tomar notas. Explicó sus puntos de vista, evidenciando su conocimiento de la problemática isleña. Fundamentó sus ofrecimientos en algo más que palabras huecas y subrayó que “Cuba tendría en Washington una nueva voz amiga”.

Hombre de pensamiento amplio, que conoció desde temprano los rigores del trabajo como mensajero de bodega, le preocupan las cuestiones laborales. Su respeto por los obreros quizás pueda apreciarse plenamente en este diálogo íntimo recogido de su visita a Cuba en 1955.

-Señor Vicepresidente, son las doce y treinta y no desearía demorarlo, pues sé que tiene que cumplir un itinerario esta tarde. Además, me presumo que usted querrá almorzar ya, ¿no? -preguntó con marcada vacilación el hacendado Manuel Aspuro.

-Como usted diga -replicó Nixon-. ¿Pensaba ir a otro lugar?

-Bueno, planéabamos llevarlo a los caña-verales, pues hay unos trabajadores que le están esperando para verle…-replicó el magnate azucarero.

-¡Oh!, sí me están esperando, no puedo dejarlos. ¡Vamos para allá!. No tuvo reparos, junto a las espigas retadoras de la caña, en solicitar información pertinente. Más por sincera curiosidad que por gesto populachero, pidió que le repitieran explicaciones previas y demandó le dieran demostración de corte y alzada.

Discutió después con los estrategas azucareros Arturo Mañas, Amadeo López Castro, Viriato Gutiérrez e Ismael Camaraza, detalles estadísticos y tarde, al levantar su copa en brindis de sobremesa, expresó:

-Conocía la situación azucarera de Cuba por las estadísticas pero me interesaba percatarme de lo que el azúcar significa en términos humanos. Insistí en visitar un centro de producción, pues sólo entiendo el azúcar cuando hablo con los obreros en los campos de caña, para saber las condiciones de su trabajo y las consecuencias de su desempleo.

Anteriormente, el vicepresidente Nixon, expuso sus puntos de vista sobre la proyectada rebaja a Cuba en el déficit de la cuota azucarera americana. Se pronunció en principio en forma conservadora y halagüeña para nosotros. Se atrevió sólo a augurar que nuestra asignación en el mercado no sufriría merma alguna este año, aclarando que expresaba su opinión personal.

Pronunciándose como un hombre de partido, Nixon respondió:

-El Partido Republicano no tiene posición definida todavía. Las votaciones están influenciadas por los intereses estatales, pero puede usted estar seguro de que nuestra organización seguirá la línea que trace el presidente Eisenhower, que será la más beneficiosa para Cuba. Conocedor de los efectos desastrosos que traería para la economía cubana, cualquier alteración en nuestras ventas de azúcar, Nixon quiso consultar al sector laboral. Concertó por cable, cuatro días antes de su llegada, una entrevista con el secretario general de la Confederación de Trabajadores de Cuba, Eusebio Mujal.

Durante los 52 minutos que duró su diá-logo con el rollizo dirigente sindical, -la conversación más larga que celebró en Cuba, con excepción de su charla con el general Batista-, indagó las repercusiones que tendría una restricción azucarera. Examinó ángulos diversos de la cuestión y adquirió una visión amplia del panorama.

-Lo noté sinceramente preocupado por nuestras dificultades económicas. Se trata de un hombre joven, de pensamiento amplio, rápido y ágil, que no me dejó descansar mentalmente ni un minuto- manifestó Mujal, describiendo su encuentro con Nixon.

Mujal relata que le habló con desenfado y familiaridad. Reclamó información diversa, pasando desde la cuestión del azúcar y el desempleo, hasta la posibilidad de inversiones y el peligro comunista.

-Me sorprendió por último, -relata el jerarca máximo del obrerismo-, cuando me acompañó hasta la máquina y me abrió la portezuela. Comprendí que estaba ante una persona accesible y no ante un diplomático al uso, escurridizo y protocolar.

El propósito  del vicepresidente Nixon de enterarse de las necesidades cubanas, no fue

nunca un gesto fingido e hipócrita. Se presumía que en la misma forma que hizo en Asia, durante su visita en el invierno de 1953, se confundiera con el pueblo pero nadie estimó que pasara más allá de la táctica meramente política.

Marianao le escuchó después, en su anfiteatro, dirigiéndose a un millar de escolares que agitaban banderas de Norteamérica y Cuba, ante los que confesó saber sólo tres palabras en español: muchas gracias, buenas noches y adiós. A los muchachos dijo:

-Ustedes son el futuro de Cuba y también el futuro del mundo. Puedo asegurarles que al igual que lo hacen ustedes hoy, siempre nuestras dos banderas estarán juntas.

Tras 48 horas, esta visita no fue una más. La semilla de la “buena Voluntad” que sembró Nixon, nunca prendió tan rápido en el corazón popular. ¡Qué distinto estos republicanos de nueva hechura, a aquellos mensajeros ríspidos de los días del big stick!

Quizás un modesto trabajador del Toledo, de piel curtida y camisa raída, interepretó con su exclamación aguda, el significado del viaje del vicepresidente. Apenado por su pobreza, se escondía tras un compañero, para evadir el encuentro.

Nixon se percató de la situación, le buscó para darle un apretón de manos. El guajiro, vivamente emocionado, comentó:

-¡Qué clase de americano, mi compay…!

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