Problemas y Orientaciones. DEL CONFLICTO MENTAL A LA UNIDAD DE LA PERSONALIDAD

Written by Libre Online

18 de abril de 2023

La capacidad de tolerar las frustraciones: Primera línea de combate contra nuestros conflictos. La unidad de la persona es un hecho más fundamental que el conflicto. La unidad interna se consigue a través de la lucha por realizar un programa definido de vida y obtener una forma consistente de personalidad. Una vez que el sujeto ha alcanzado la comprensión de sus conflictos es capaz de reorganizar su yo y orientar mejor su conducta. No hay nada que sea más práctico que una filosofía de la vida para guiar nuestra conducta hacia la integración y madurez.

Por GUSTAVO   TORROELLA  (1955)

Los conflictos psicológicos son inevitables. Es normal que luchen dentro de nosotros mismos tendencias diferentes y encontradas. Algunos conflictos se pueden resolver. Otros son insolubles. Por esto los psicólogos recomiendan el cultivo de lo que se ha denominado tolerancia a la frustración, como un medio de afrontar nuestros conflictos y mantener el equilibrio mental. La tolerancia a la frustración es la capacidad de soportar los fracasos, las contrariedades y conflictos sin sufrir desajustes y trastornos de la personalidad. Equivale a las viejas virtudes de la imperturbabilidad estoica y de la fortaleza cristiana.

Una persona tiene baja tolerancia a la frustración si es incapaz de resistir o sobrellevar las dificultades y problemas de la vida diaria, o si al tratar de resolverlas desarrolla tales tensiones emocionales que le incapacita para ajustarse adecuadamente a la vida. La persona madura, en cambio, con tolerancia a la frustración, es aquella que está preparada para soportar los conflictos y resistir las confusiones, el aturdimiento y la perplejidad que suelen, aquejar al individuo mientras suspende el juicio y considera la decisión apropiada frente a sus problemas. La persona madura, además, adapta sus deseos a sus posibilidades y no le pide peras al olmo. Es capaz de aceptar y tolerar cierta cantidad de tensión y frustración sin experimentar por ello trastornos emocionales.

La tolerancia al conflicto y a la frustración es una actitud práctica y positiva porque hay algunos conflictos insolubles y, por lo tanto, la actitud mental sana no es la de cerrar los ojos frente a ellos, en un vano intento de suprimirlos, o la de fugarnos de los mismos por las rutas del “escapism”, sino la de afrontarlos conscientemente, y aceptarlos como una realidad cotidiana.

El conflicto es tan natural al hombre como su deseo de evitarlo. Por esto, aspirar al equilibrio mortal es un ideal más práctico que procurar la ausencia del conflicto. Esto último es prácticamente imposible, mientras que el ideal del equilibrio mental es más accesible y realista. La salud y la estabilidad mental no consisten muchas veces en la eliminación de los conflictos, sino en la habilidad de mantener el equilibrio y armonía entre varias tendencias que impulsan nuestras acciones y que merecen nuestra aceptación y cumplimiento, en alguna medida.

La unidad de la persona es un hecho más fundamentaL que el conflicto 

Recientemente se ha desarrollado una doctrina psicológica (Goldstein, Lecky, Rogers) con raíces en el pasado próximo (Spranger), y en el remoto (Platón), que sostiene que la unidad de la persona es un hecho más fundamental que el conflicto. Afirma que el conflicto hay que verlo como una perturbación transitoria, como una fase necesaria e inevitable en el desarrollo de la personalidad. Esta doctrina subraya el hecho de la coherencia, la estabilidad, y la unidad del comportamiento de los seres, por debajo de las diferencias y cambios eventuales.

El ejemplo del organismo físico ayuda a comprender esta doctrina. Como es sabido, todas las funciones del cuerpo —digestión, respiración, circulación, etc.— trabajan en estrecha correlación para la conservación de la vida. A esta unidad biológica pudiéramos llamarla el yo biológico. Este yo físico dirige muy «inteligentemente» todas las funciones fisiológicas para realizar esa unidad funcional que es nuestro organismo.

Consideremos ahora a nuestro yo mental.  Este se nos presenta también como una unidad en medio de la pluralidad de nuestras experiencias. Por debajo toda la enorme variedad de experiencia, tendencias y conflictos que vivimos, trabaja la fuerza integradora de nuestro yo para darle forma y unidad al curso de nuestra vida. Nuestro yo es una fuerza organizadora, y unificante que hace del caos de nuestros impulsos y experiencias interiores, un cosmos ordenado, una forma de vida, una persona con perfil determinado.

Del mismo modo que en el campo de la fisiología las distintas funciones del organismo se integran en una unidad funcional —que es la vida misma—, así también en el dominio de la mente, las distintas tendencias se unifican en la estructura total del yo: la individualidad personal. Nuestro yo reduce la pluralidad de experiencias y tendencias a la unidad. De este modo el yo es el triunfo de la unidad a pesar de la dispersión, la multiplicidad y los conflictos de la existencía. Decía Montaigne que la vida era ondulante y diversa, aludiendo a su curso variable y tornadizo. Es cierto, pero también lo es que el proceso de maduración vital se caracteriza por una voluntad de integración y coherencia.

Queremos subrayar enfáticamente que esto no es mera especulación filosófica, sino un hecho comprobado por la ciencia. Esta unidad fundamental del yo por debajo de las diferencias y conflictos eventuales se ha confirmado por el análisis estadístico de la personalidad que demuestra que varios rasgos personales tienden a aparecer conjuntamente. Por ejemplo, como resultado de las funciones integradoras de la personalidad, es decir, del proceso de maduración individual, se han observado varios rasgos que aparecen juntos en estrecha correlación: confianza en sí mismo y en las situaciones sociales, actitud cooperadora y amistosa hacia los miembros de la familia y de la comunidad, camaradería sana hacia el sexo opuesto, hábitos de trabajo organizado y eficiente, ausencia de síntomas neuróticos de «nerviosismo» y tensiones emocionales, y un sentimiento de bienestar. Por lo contrario, la falta de integración personal, la deficiente unificación de nuestras tendencias en torno a una forma estable de vida, trae por consecuencia síntomas opuestos a los referidos: ansiedades, síntomas «nerviosos», carencia de seguridad y confianza en sí mismos y en los demás, actitudes negativas de retraimiento o agresividad en las relaciones con los otros, hábitos deficientes de trabajo y sentimientos de infelicidad personal.

Esta doctrina mantiene el punto de vista de que el individuo sano mentalmente es aquel que ha integrado y organizado todas las tendencias y facetas de su personalidad en una unidad dinámica, de modo que cada aspecto de sí mismo es compatible y concordante con los demás.

Cómo conseguimos la 

unidad de la personalidad en medio de nuestros 

conflictos

La unidad interior se consigue a través de la lucha por alcanzar y mantener una organización estable para nuestra personalidad —-programa de vida (Ortega y existencialistas), forma de vida (Spranger)— en el medio cambiante e inestable de las circunstancias). La personalidad integrada y madura se obtiene cuando se organizan todos nuestros hábitos, normas y tendencias, de un modo consistente y coherente en torno a un sistema de valores preferidos: económicos, técnicos, teóricos, artísticos, morales, religiosos, etc.

Todas las personas, por lo menos las sanas mentalmente, las que están en proceso de maduración, sienten esa necesidad de organización interior. Ese anhelo de unidad personal. Esto es lo que motiva el mantenimiento y conservación de nuestra individualidad. Hay un deseo «secreto» por preservar y sostener nuestra propia personalidad. El conjunto de nuestros hábitos tiende a darle estabilidad y permanencia a nuestra conducta.

Ahora bien, ese deseo por preservar la individualidad es precisamente la esencia de la “resistencia” que presentan a la curación los neuróticos y enfermos mentales. En el tratamiento de estos pacientes hay una etapa de resistencia y de oposición a la curación que puede parecer absurda y descabellada a primera vista. Sin embargo, en el fondo, es el deseo inconsciente del paciente por preservar y mantener su individualidad. Siente que debe seguir aferrado y «fiel» a sus síntomas, porque le parece que esto es esencial para conservar su integridad. Prefiere seguir adherido a lo viejo, en vez de aprender lo nuevo, es decir, prefiere la permanencia al cambio. Ve en el cambio —la curación—, como un desafío, o una amenaza a su integridad; cuando precisamente el cambio, el tratamiento, consiste en lograr su integración personal por encima de sus conflictos. El que inventó el refrán «más vale malo conocido que bueno por conocer» era probablemente un neurótico con resistencia a aceptar el cambio, aunque fuera hacia lo bueno.

MODOS DE REALIZAR LA 

INTEGRACIÓN PERSONAL

¿Cómo podemos realizar la integración y armonía de nuestros deseos? ¿Cómo resolver los conflictos que surgen de nuestras tendencias diferentes y discrepantes y alcanzar la unidad interior?

Hay varios modos de unificar la personalidad que han probado su valor en la experiencia: la comprensión de sí mismo; el asumir las responsabilidades y la adopción de un programa o ideal de vida. 

LA COMPRENSIÓN DE SÍ MISMO ES ESENCIAL PARA LA SOLUCIÓN DE LOS CONFLICTOS

El primer paso para resolver nuestros conflictos interiores y obtener la integración personal es el análisis de uno mismo. El individuo, en presencia del malestar producido por el combate interior de dos o más fuerzas afectivas contrarias, debe reconocer el estado de conflicto, y analizar los diversos elementos que lo componen, procurando con una actitud de conciencia lúcida, descubrir los motivos que determinan el conflicto. El camino que se debe seguir en una situación que entrañe choque de emociones, es mantener éstas en la conciencia y someterlas a un examen, hasta que se conozcan los distintos factores de la situación y tengamos una idea clara del conflicto.

Nada es tan desintegrante como esa clase de hipocresía en que incurre el sujeto cuando su personalidad se divide en dos y presenta dos caras a la vida a fin de , “quedar bien con Dios y con el diablo”, como se suele decir. Una de las cosas que más decepciona a la juventud es conocer esta moral farisea o doble de muchos adultos que ruegan a Dios y… dan con el mazo, al mismo tiempo, y cuyo ejemplo se podría resumir en la siguiente frase: «Haz lo que yo digo y no lo que yo hago.»

Otras veces el sujeto no se da cuenta cabal del significado o motivo del conflicto y se protege o defiende del mismo invocando falsas razones para, explicarlo (racionalización) o echándole la culpa a otros (proyección) o compensándose con otras actividades substantivas (compensación). En ocasiones el sujeto siente un temor o aversión a descorrer el velo que oculta su intimidad personal y verse como realmente es (represión). Otras veces echa una cortina de humo a sus problemas escapándose a través del ensueño y la fantasía (ensoñación).

Pero ni la hipocresía, ni los mecanismos de defensa, ni la simulación, ni la ignorancia, ni el temor, ni el escapismo, son los medios que nos han de conducir a la integración y madurez de la personalidad. Al contrario, estos son los obstáculos que al impedir que el individuo se conozca verdaderamente, imposibilitan, por lo tanto, su integración y madurez personal.

Cuando el individuo analiza su personalidad, preferentemente con la ayuda de un especialista o psicoterapeuta, descubre una serie de sentimientos, características y tendencias que antes ignoraba o interpretaba erróneamente. Se ve a sí mismo, sin engaños ni ilusiones, sino como es realmente: con sus actitudes, confusiones, ambivalencias, complejos, conflictos, que antes desconocía o no veía con claridad, o los atribuía a otras personas o los rechazaba y escondía inconscientemente en los «sótanos» de su mente.

Hay hoy en día una tendencia creciente en la orientación y psicoterapia (Rogers, Mowrer, Sullivan, Horney), que estima que las personas tienen una tendencia espontánea al crecimiento, a la madurez personal y una capacidad de resolver los problemas por sí mismos, cuando han llegado a una comprensión cabal de sus conflictos y de los factores que los constituyen. Una vez que el sujeto ha alcanzado, con la ayuda del psicoterapeuta, a una clara inteligencia de sus problemas, de su origen y desarrollo, es capaz de poder reorganizar su yo y orientar mejor su vida.

Uno se comporta de acuerdo con la opinión o concepto que tenga de sí mismo. AI principio ese concepto personal que tenemos de nosotros mismos no nos permite aceptar ciertas tendencias y sentimientos que están en contradicción con el “elevado” concepto que tenemos de nuestra persona. Pero cuando el individuo está dispuesto a conocerse, a aceptarse como es en realidad se, cambia naturalmente el concepto de sí propio y este se torna más maduro y realista. Al conocernos mejor y cambiar el concepto que tenemos de nosotros mismos, cambia también, en consecuencia la conducta, logramos una mayor integración de la personalidad y podemos adaptarnos mejor a «los problemas y realidades de la vida.

Cuando conocemos nuestras experiencias. tendencias, habilidades, deficiencias, conflictos, así como las razones de nuestra conducta, cuando todas estas experiencias vienen de la claridad de la conciencia y las incorporamos y organizamos en un nuevo concepto de nosotros mismos, entonces hemos dado un paso de avance  en el camino hacia  la maduración porque habremos realizado un mejor ajuste de integración a nuestra personalidad. 

Las personas que mediante la auto comprensión hayan logrado un concepto más realista de sí mismos, habrán conseguido también una mayor unificación interior y es más probable que afronten los problemas personales y sociales de un modo constructivo. Mientras haya aspectos y tendencias de nuestra personalidad, ignrados, rechazados ocultos por nosotros en la oscuridad del olvido y de la represión de la máscara de la hipocresía, y no se les traiga a la claridad de la conciencia para su comprensión y aceptación, no podremos alcanzar la integración personal y seguiremos divididos y en conflictos con nosotros mismos.

Asumamos nuestras

responsabilidades

Un segundo modo de obtener la integración de la personalidad es mediante el cumplimiento de nuestras responsabilidades. El adaptarnos a las demandas y requisitos del trabajo exige coordinación integración personal. Las personas con conflictos y desintegración interior son deficientes e incompetentes en el ajuste al trabajo. Una ocupación difícil que estimule o desafíe nuestros esfuerzos requiere concentración y constituye, por sí mismo, un proceso de integración personal. Por supuesto que el trabajo que realice una persona no debe ser tan difícil como para provocar el fracaso y en consecuencia, la falta de seguridad y confianza en sí mismo junto lapidación a lo imposible, las áreas que exceden a las capacidades, ejercen una función de síntesis de su integrante sobre la personalidad. Demasiadas responsabilidades pueden desencadenar estados de ansiedad y depresión mental.

A los niños y jóvenes se les debe dar responsabilidades y deberes adecuados a la etapa de su desarrollo psicológico. Por eso los padres deberían alentar y acostumbrar a sus hijos a que asumieran la responsabilidad de ir al colegio a tiempo, de preparar sus tareas, de cumplir sus obligaciones, etcétera, tan pronto como su nivel de desarrollo lo permita. De este modo se prepara el joven para que sea capaz de organizar sus actitudes, hacer su programa e integrar su vida por sí mismo, lo que le encamina hacia la madurez personal.

El sujeto que ha explorado su personalidad y ha llegado a un cabal conocimiento de sí mismo y del cuadro completo de su situación, puede disponerse a hacerle frente a la vida consciente y deliberadamente, aceptando en forma adulta y responsable, las consecuencias de cualquier línea de acción que se decida seguir: eso es asumir las responsabilidades.

NECESIDAD DE UNA 

CONCEPCIÓN DEL MUNDO Y DE UN PROGRAMA DE VIDA

Otro medio de resolver los conflictos e integrar nuestra personalidad es mediante la elaboración de una concepción de la vida y del mundo que nos permita ver a nuestra existencia como un todo y constituya una guía para nuestra conducta. Necesitamos tener, para superar la inestabilidad y conflictos de la vida, un concepto general del mundo y unos principios de orientación que nos permitan ver las relaciones que hay entre todas las cosas, que nos hagan unificar e integrar nuestras experiencias en un conjunto organizado: eso es tener una «sabiduría» de la vida.

La religión, la filosofía, la ética nos ofrecen estos conceptos y guias de la vida para desarrollar nuestro programa personal. La persona madura ha elaborado una filosofía de la vida que le capacita ver todos los eventos, vicisitudes y conflictos en perspectiva, en conjunto unitario y total. Yerra lamentablemente el que suponga que esto de la necesidad de tener un concepto total de la vida es tan sólo una necesidad teórica. No hay nada que sea más práctico que una guía o programa total de vida. Es lo que nos permite unificar e integrar nuestra personalidad y alcanzar la madurez psicológica. Lo contrarío es lo que nos desintegra: el vivir al día, con la vista puesta exclusivamente en el aquí y en el ahora, el ser víctimas de las frustraciones y conflictos diarios y no hacer un esfuerzo por superarnos, por organizamos y darle un programa a nuestras vidas. 

Desgraciadamente, esto es lo que sucede más frecuentemente. No pensamos. Los numerosos estímulos de la vida moderna, espectáculos, televisión, radio, cine, sucesos, titulares, etc., han hecho una invasión tan desintegrante en nuestras vidas, bombardean tan violentamente nuestros sentidos día y noche, que no le dan tiempo ni oportunidad a nuestra pobre materia gris para reflexionar y actuar. Nuestra conducta es reflejo de los estímulos que hieren nuestros sentidos. No prevemos ni planificamos nuestra conducta. Nuestros actos son las consecuencias directas de nuestros impulsos. No pensamos en las cosas más importantes: en el problema de nuestra felicidad, en la dirección que le damos a nuestra vida, en los fines que nos proponemos realizar, en las relaciones entre nuestros actos y los últimos objetivos que perseguimos.

Y una vida en la que el individuo no está orientado por una concepción general de la existencia, ni tiene un programa de quehaceres, ni una meta a su conducta, es una vida al garete, confusa y tonta. Solo alcanzaremos nuestra madurez, integración y felicidad alzando la vista a los valores y principios supremos, que nos ofrecen la religión, la filosofía, la sabiduría de la vida misma, y tratando de vivir de acuerdo con ellos, mediante el examen diario, la meditación y la resolución.

Hemos visto a través de esta discusión que el carácter de la persona bien integrada, es decir, la consistencia, la estabilidad y la unidad interior, se ha revelado como un ideal valioso para nuestra vida. Platón ya reconocía este hecho cuando proponía el concepto de la Justicia como el supremo bien de la vida. Consideraba que la Justicia era, en primer término, la armonía, la integración de todos los elementos que componen nuestra personalidad: razón, emoción, voluntad. Y, en segundo lugar, la Justicia era la actividad cooperadora de todos los miembros de la comunidad realizando cada cual su fin propio, su vocación, y tendiendo entre todos a la unidad de la comunidad. Hagámosle el honor a Platón de reconocer que su viejo concepto de la Justicia es la esencia del ideal moderno de integración psicológica.

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