Cuando el gran escritor y poeta francés Jules Romains, uno de los eternos candidatos al Nobel, escribió hace casi un siglo: «Si nuestra civilización corre hacia una catástrofe, no es tanto por ceguera como por pereza y por no reconocer el ¡mérito!», avisaba de la necesidad de premiar la excelencia y el esfuerzo de cada individuo.
Por Amaia Osuna
De esta idea parte la escritora y periodista francesa, Sophie Coignard, una de las voces más críticas sobre temas de actualidad sociológica, educación y política francesa y autora de más de una veintena de libros de investigación, en su último ensayo, ‘La Tiranía de la Mediocridad. Por qué debemos salvar el mérito’ (Editorial Deusto), un incisivo estudio sobre la necesidad de replantearnos el actual sistema educativo en pro de valorar, volver a premiar, salvando los errores del pasado, la excelencia, el esfuerzo y el mérito de cada individuo.
Todo empieza -resalta la ensayista francesa- por hacer repensarnos el sistema de valores de las llamadas sociedades avanzadas, y en particular su sistema educativo, que contaminado por eso que en lo que ha derivado la ideología woke -originariamente surgida dentro de la comunidad negra de Estados Unidos y que significaba estar alerta, despierto, ante la injusticia racial, pero concepto que después se extiende a otros colectivos de forma tan extrema que en pro de la ‘igualdad’, llega a atentar contra la libertad y la individualidad de los demás- explica Sophie Coignard, “considera que no debe de premiarse la excelencia, el talento, en nombre de la sacrosanta “igualdad” y la discriminación positiva de las minorías´”.
En este breve ensayo de 200 páginas, Coignard defiende que la promoción de unas élites intelectualmente valiosas no es incompatible con favorecer la equidad y la justicia social, siempre y cuando se garantice la igualdad de oportunidades para acceder a dichas élites. Sin embargo, es preocupante que “la escuela pública, que hasta ahora había sido el principal instrumento para este fin, esté fallando a las nuevas generaciones”.
El mérito ha sido un valor de progreso, de emancipación y de democracia desde la Revolución francesa que siempre defendió la virtud del esfuerzo en oposición a los privilegios de nacimiento. «Pero desgraciadamente, este principio republicano, fruto de la Ilustración es atacado a diario desde todos los frentes». Numerosos pensadores y economistas sostienen que la meritocracia se ha convertido, al final, “en un decorado para ocultar la reproducción hereditaria de un sistema de familias poderosas y la concentración de la riqueza en unas pocas manos”.
Este descrédito estaba en marcha desde hacía tiempo, la escritora reconoce haber tomado conciencia de la gravedad de la situación a finales de 2014, cuando vimos, nos dice, como un gobierno socialista suprimió las becas al mérito para los estudiantes de origen modesto, bachilleres becados distinguidos con matrícula de honor. “Durante la presidencia del socialista François Hollande, su ministra de Educación Nacional, procedente de un estrato modesto, se ensañó contra los becados por mérito y cuando tomó posesión de su cargo, inició una cruzada contra los que obtenían matrícula de honor en el examen de bachillerato y recibían, para continuar sus estudios, una modesta dotación de 1.800 euros al año. Una suma irrisoria para el Estado, pero crucial para sus beneficiarios”.
“¿Su justificación? -prosigue la autora- preferían aumentar el número de becados, pero sin establecer la menor distinción entre los malos estudiantes y los excelentes, ¡nada de discriminación!”. Resulta incomprensible, inconcebible, injustificable, sentencia la autora.
Pese a que reconoce, que la meritocracia si no se tiene cuidado, “puede servir de elegante taparrabos para la perpetuación de los privilegios, hasta el punto de negar a proporcionar una ayuda suplementaria a los que, a pesar de su fragilidad, hubieran desarrollado su talento y desplegado todo su esfuerzo para dar lo mejor de sí mismos”.
¿Qué ha ocurrido para que el mérito, antaño el talismán del progresismo, se haya convertido en el fetiche de la reacción?, se pregunta Coignard.
¿Quién o qué se ha cargado este valor que parecía indestronable, el espíritu del 1968 mal digerido, o quizás la presión ejercida por el comunitarismo identitario, que hace prevalecer el peso de los orígenes sobre la fuerza de un destino individual?
Desde hace unos años, voces procedentes de la izquierda, describen el mérito como una vitrina engañosa, que disimula cada vez peor la reproducción de las élites, como una quimérica igualdad de oportunidades.
No es casualidad que el rechazo al mérito como valor burgués y opresivo sea especialmente grave en los departamentos de letras y, sobre todo, en ciencias humanas. Pierre-Henri Tavoillot, presidente del Colegio de Filosofía y profesor universitario de la Sorbona observa desde hace varios años una mediocridad en ciertas tesis doctorales.
Michael Sandel, profesor de Harvard, refiere que uno de los principales argumentos que utiliza para descalificar la meritocracia es la terrible carga que soportan los que no han triunfado, que se sienten personalmente responsables de su fracaso. “Si te encuentras en la parte baja de la escala de una sociedad meritocrática, te resultará difícil no pensar que eres al menos en parte responsable de tu posición, que te falta talento y ambición para llegar más lejos. Una sociedad que permite progresar a los individuos y que celebra el éxito personal juzga con severidad a los que fracasan”.
En una sociedad en la que los valores se inclinan peligrosamente del lado del dinero, concluye Coignard, recompensar el talento, el esfuerzo y la utilidad social ya no se percibe como un ejercicio de cohesión social, sino como veneno que divide, mientras que sus detractores muestran muchas dificultades para enunciar soluciones alternativas que funcionen. En definitiva se trata de poner en escena una sociedad en la que después de que la igualdad de oportunidades se pueda asegurar, cada uno sea juzgado y promovido en función de su talento y su esfuerzo.
Sophie Coignard (1960), ensayista y periodista francesa, estudió en la Escuela Superior de las Ciencias Económicas y Comerciales (ESSEC) y desde 1987 trabaja para el semanario Le Point, donde ejerce como editora, ha publicado una veintena de libros de investigación que destapan los aspectos más oscuros de la República francesa. Entre ellos, `La République bananière´ (1989), `L’Omerta Française´ (1999), `Le pacte immoral´ (2011) o `La casta caníbal: cuando el capitalismo enloquece’ (2014) junto al también periodista francés Romain Gubert.
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