“Pisabonito” un personaje popular

Written by Libre Online

18 de abril de 2023

Datos de Frank Sarabia, 

Fotos: Guillermo Morales (1955)

En el cementerio de Santa Ifigenia de Santiago de Cuba fue enterrado José Roberto de la Tejera, el más pintoresco de todos los tipos 

populares de la capital de Oriente. Era como una réplica de “El Caballero de París” habanero, pero sin padecer enajenación mental. Quizás si su única locura fue ser comedido en un siglo de empujones y “empujadera”.

Por su andar lento y pinturero, la voz callejera le gritaba “Pisabonito” en todas las esquinas de uno a otro confín de la ciudad, pero en su mundo interior él vivió siempre como “El caballero Roberto”, dueño y señor de la cortesía versallesca: – Distinguido caballero…, respetable señorita…, con su permiso…, honradísimo en saludarle.

Este pordiosero era de verdad una rara mezcla de educación franco–inglesa–criolla y tal vez si el único superviviente de las buenas maneras del siglo XIX que aún quedaba en Cuba.

Sobre su estampa pintoresca, escribió Frank Sarabia estos breves datos:

“El Caballero Roberto” era de verdad un caballero

“El Caballero Roberto” era, sin duda el tipo más popular de Santiago de Cuba y de toda la provincia. Setenta y seis años de edad enjuto, calvo, bigote un poco enmarañado, pies con gordos abultamientos de juanetes, andar lento y cohibido, mesura y buenos modales. Indiscutiblemente “El Caballero Roberto” era todo un caballero. Lo era cuando solicitaba el óbolo de la caridad pública y que él indeciblemente pedía “para un plato principal”. 

Lo era al dar las gracias por todo y para todo. Lo era al atravesar una calle, al saludar; lo era en el vestir y en el andar. Siempre usó pantalón, saco, camisa, corbata y sombrero, jamás se le vio vestido de otro modo, igual cuando se ganaba la vida como barbero con establecimiento propio que cuando tuvo que implorar la caridad pública. Sus ropas estaban raídas, pero eso sí se esforzaba por alisarlas, sin arrugas en el saco, con filos en el pantalón. Siempre que podía, usaba cuellos de pajarita y camisa blanca, gustaba de usar la corbata con descuidado donaire.

Respetuoso y comedido hasta la exageración “El Caballero Roberto” no se dirigía a persona alguna sin el tratamiento de “distinguido caballero” o “respetable señorita”, la sonrisa amanerada, sombrero en mano y haciendo mil genuflexiones de cortesía. Hasta cuando era molestado por los pilletes callejeros que le gritaban su apodo de “Pisabonito”, “El Caballero Roberto” se cercioraba siempre de que no le iba a escuchar alguna “digna dama o noble caballero”, antes de responder a la mofa que tanto le mortificaba.

Y de que sus quilates morales eran los de un caballero de verdad, lo dice esta anécdota ocurrida el año pasado. En un cartel de propaganda de los carnavales santiagueros a “El Caballero Roberto” lo “dibujaron en actitud incorrecta al lado de una dama” (una genérica figura de mujer), y él enseguida protestó airadamente, porque “ni se prestaba ni admitía que lo tomaran para inmoralidades”. Inmediatamente fue llamado por las autoridades y los organizadores de las fiestas para darle explicaciones y convencerlo de que en ello no había mala intención.

Únicamente así permitió “El Caballero Roberto” que usaran su retrato para el carnaval.

Una vida de trabajo, amor, urbanidad y miseria

José Roberto de la Tejera nació en 1879 en una casa hoy destruida en la calle Pozo del Rey, en la Ciudad de Santiago de Cuba. Fue bautizado y confirmado en la iglesia de Dolores, en la que un cuarto de siglo más tarde también se celebró su boda. Era, pues, santiaguero de nacimiento, vida y pasión.

Cuando tenía catorce años de edad, sus padres se trasladaron a la hermana República de Haití, de donde regresaron cuatro años más tarde. Ya en Santiago otra vez tuvieron que evacuar la ciudad hacia El Caney, con motivo del bloqueo impuesto por la guerra Hispanoamericana.

A los veinticinco años contrajo matrimonio con la joven Alicia Orrf, de nacionalidad inglesa, y estableció un salón de barbería en la calle Catedral esquina a Carnicería. De su matrimonio, el único amor que floreció en su vida y que solo duró diez años, le nacieron cuatro hijos, tres hembras y un varón, de los cuales solo vive la hija segunda, que actualmente reside en La Habana.

Años más tarde, “El Caballero Roberto” vendió su establecimiento yéndose a vivir a Kingston, Jamaica, donde prestó servicio como barbero de un hotel de turistas. Luego volvió a Santiago de Cuba, donde ya no tenía la compañera de su vida, y se puso a trabajar en su oficio durante algún tiempo, pero ya como barbero ambulante. Después…

Después entró en el folclore santiaguero como estampa de colorido popular: “Pisabonito” el pordiosero que magnificó la cortesía, el mísero pero gallardo superviviente de las buenas maneras que se fueron con el ponderado siglo décimo noveno.

Ahora “El Caballero Roberto” debe estar en el cielo, donde ya nadie le gritará jamás el temido ¡¡“Pisabonito”!!, y nos parece estar oyendo su comedido coloquio con el Portero Celestial pidiéndole acomodo eterno en un celaje impalpable:

–Distinguido caballero San Pedro… Gracias, muchas gracias…, honradísimo…, sí, señor…, Inmerecidamente…, sí, señor.

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