Panorama de los exiliados cubanos en Miami (I)

Written by Libre Online

26 de marzo de 2024

La importancia que para Cuba tuvo y, en grado menor, sigue teniendo la ciudad de Miami, decide este periodista viajar a dicha ciudad en estas playas acogedoras y cálidas, para decir, al público, cuanto se relaciona con las actividades de los compatriotas nuestros que aquí viven, esperan y proyectan.

Mi llegada coincidió con la exaltación del coronel Mendieta a la presidencia de la República, el cese de la pesadilla que agobiaba a los desesperanzados y el alborozo de cuantos ven en el viejo libertador los fundamentos de un nuevo periodo de bonanza y reconstrucción de la paz de los espíritus y de la economía privada y nacional.

Aunque este fausto acontecimiento ha malogrado lo mejor de las informaciones que hubiera podido rendir, me felicito de ello y me alegraría que nunca más un periódico cubano tuviera necesidad de disponer el envío de uno de sus repórters, fuera del territorio nacional, por una causa parecida a la que provocó mi viaje.

Deseo, sin embargo, dar una idea suscinta de lo que era, y es, en ciertos aspectos, la colonia cubana de esta ciudad; pues la repatriación que se está llevando a cabo, no  alcanza, con mucho, ni a los tres quintos de los exilados. El contingente abecedario ha desaparecido casi en su totalidad. Del sector menocalista ha vuelto a La Habana un cincuenta por ciento, unos cuantos exoficiales, uno que otro miembro del régimen machadista y aquellos que no saben aún por qué estaban aquí, ni a quien le huían. Ahora comienza a engrosar la colonia de los amigos de Grau. El primero que apareció fue el señor Yanes, extesorero de la República y periodista administrativo. Se esperan otros y van llegando.

LOS SOLDADOS

La primera impresión de este viaje la tuve en los muelles del Arsenal, unos minutos antes de perderme en el interior de la cabina del aeroplano. Dos militares, situados en la casilla de pasajeros, nos miraron detenidamente, interrogaron al señor Villasuso, administrador del central “Borgita” y descendieron hasta los asientos del “clipper” en busca de alguien que, por suerte suya, no tuvo la ocurrencia de exilarse en tan peligroso momento.

Dada la orden de salida, a las dos en punto, el gigantesco hidroplano comenzó a girar en  círculos  irregulares, frente a los muelles. Los pasajeros, intrigados, dirigían la vista a los soldados, al grupo de amigos que nos contemplaban desde la costa y a todas las embarcaciones de motor que cruzaban la bahía. 

¿A quién esperan? 

—Algún personaje que huye. 

A las dos y media, y cuando la aprensión era más latente en todos, acercóse una gasolinera y saltó de ella el radiotelegrafista del avión. Nos elevamos enseguida, y los revolucionarios, que habían podido escapar a las pesquisas policíacas, respiraron, libres de temores.

¡Y saltamos hasta la costa norteamericana!

LA VÍA AÉREA, 

INSUPERABLE

Ahora  me explico por qué el tráfico entre la Florida y La Habana se ha desviado de los vapores hacia la vía aérea. Los aeroplanos de la “Pan American Airways Inc.” salvan la distancia que separa nuestra capital de Miami en dos  horas escasas, y la sensación de seguridad que producen es de tal naturaleza que la persona que la viva ha de preferirla siempre a cualesquiera otra que ya conozca en ferrocarril, automóviles o buques. El aeroplano es el medio ideal para todo viajero.

PUEBLO DE 

TRABAJADORES

Desde que la vista empieza a columbrar el territorio de este país se tiene, instantáneamente, la visión de un pueblo de trabajadores. El índice   de esta realidad se descubre en los arenales desolados del extremo meridional de la península. Agua salobre, arrecifes agudos, pantanos, arenas, es cuanto contiene   este trozo   del continente  que  engrandecieron  los puritanos del “Mayflower”. Pero, enfrentándose a la hostilidad de la naturaleza, la decisión obstinada que anima a los norteamericanos, ha canalizado las aguas, surcando los eriales de carreteras y ferrocarriles y hecho el milagro de plantar pueblos, aldeas y hogares en sitios que otra raza menos valiente hubiera dejado siempre al disfrute perenne de las fuerzas del abandono y el olvido.

MIAMI

¡Miami!

Este es un nombre que tiene distintas significaciones para cuantos viven en Cuba. Para el comercio, representa el competidor victorioso en el palenque del turismo ganado por artes deshonestos en la propaganda y la calumnia. Para los políticos de todos los matices, el refugio cordial y amable donde no se exige más autenticidad que la de una conducta decente desde el momento que se entra por sus calles. Para  los ricos, jóvenes alegres y enamorados, un remanso encantador, dúctil a los atrevimientos del dinero, la alegría y el   amor. Pero es,   también, algo más: un pedazo de la nación que fundara Washington,  donde  se cumple,   a la vez que en San Francisco y Boston, el método, la moral y la justicia constructiva y civilizada de este pueblo ejemplar.

El observador advierte, sin mucho esfuerzo, su contraste con La Habana, la capital orgullo de los cubanos y el motivo de engreimiento de cuantos hemos nacido dentro de la Isla. Sólo el aspecto exterior de las calles, nos dice, sin que otro argumento venga a reforzar la razón inmanente de los hechos que su victoria sobre La Habana, como atracción del turismo, consiste en que aquí se le proporciona al viajero cuanta comodidad puedan pedir aquellas personas que desean pasar una temporada de placer, solaz y esparcimiento.

CIUDAD SIN MENDIGOS 

La Habana —y esto lo escribo con dolor— no es paraje a propósito para olvidar, durante unos días, la lucha tenaz y constante que se ha sostenido a lo largo de un período de trabajo y preocupaciones; pues las dificultades, el apremio y los disgustos que le salen al paso a cuantos temporadistas llegan son tan agobiadores, que se necesita mucho deseo de permanecer en el “París del Caribe” para no abandonarlo inmediatamente que se ha conocido.

En las calles de Miami, hoteles, restoranes y lugares públicos, el turista está libre de vendedores ambulantes. No se le detiene en las aceras, en la entrada de los establecimientos, al subir o bajar de los automóviles, en la mesa donde almuerza y el paseo callejero. 

En La Habana esta plaga es tan onerosa que produce irritación y cólera.

En Miami no hay limosneros que intercepten el paso al peatón con las manos extendidas, la voz plañidera, muñones purulentos, de rostros llenos de cicatrices y dedos de sarmentosos. Aquí no se sufre el espectáculo de una familia tirada en la calle, con niños dormidos sobre el pavimento y mujeres jóvenes ofreciendo la desolación de su miseria. Nadie se atreve a invadir un comedor para pedir parte de lo que come un cliente. Los buhoneros permanecen en lugares fijos. Los huérfanos están en los asilos. Los hambrientos, en campos de construcción, y los enfermos, en los hospitales.

Y no es que los norteamericanos sean mejores que nosotros pero observan sus convenciones, respetan sus leyes, acatan sus deberes generales y sitúan a cada hombre, institución y procedimiento en el lugar y oportunidad correspondientes. O los cubanos adecentan La Habana y la equiparan exteriormente a los demás centros del turismo de América, ofreciéndole garantías a los turistas, o debe renunciar a los millares de extranjeros que anualmente nos visitaban.

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