Odisea de familia colombiana frente a Ian. “Cuando se acercó el monstruo, nos llenamos de terror físico y pánico”

Written by Germán Acero

5 de octubre de 2022

“Cuando vimos que venía semejante monstruo, entonces, nos llenamos de pánico y terror”, dijeron los miembros de la familia Martínez abrazados unos con otros en su casa de la costa de Fort Myers, donde afuera corrían ráfagas de vientos con una velocidad de 140 kilómetros por hora.

El agua golpeaba, con furia, los ventanales de la casa, mientras adentro los Martínez rezaban e imploraban porque el techo o las paredes no se vinieran abajo, pese a que la casa estaba bien construida, con muros de cemento y, además, tenía puestos las protecciones en ventanas y puertas.

Los Martínez nunca, pero nunca, imaginaron que tuvieran que vivir esta horrible pesadilla, pues en los informes y predicciones de los meteorólogos, no se contemplaba que Fort Myers fuera blanco del poderoso y destructor huracán Ian el miércoles.

“Por eso, a la larga, decidimos quedarnos en nuestra casa, pese a que en el atardecer ya estaban anunciando que el huracán se iba a desviar, lo cual dejaba fuera de todo peligro a Tampa, donde estaba proyectado que atacara directamente y con mayor fuerza”, dijo Joaquín.

Por fortuna, aquel miércoles, todavía había luz y agua en la ciudad de Fort Myers, donde ya comenzaba a oscurecerse y se oían, afuera, los sonidos de los poderosos vientos que ya hacían presagiar lo peor en las próximas horas.

De pronto el miedo se apoderó aún más de la familia Martínez, porque tanto la señal de televisión como el teléfono celular, no volvieron a   funcionar, porque la internet se cortó, quizás debido al derribo de varias torres transmisoras.

“Quedamos a la merced de la buena de mi Dios. Cada vez que los vientos golpeaban la vivienda, el pánico crecía entre nosotros, ya que nos sentíamos como en una caja que se mecía de un lado para otro, acompañada de ruidos en el techo y en las paredes”, agregó Joaquín en el ayuntamiento de Cabo Coral.

“Ya nos habíamos hecho la idea de que, pronto la casa se iba a derrumbar. Tomamos píldoras para mitigar el miedo y el estrés.  Estábamos tranquilos porque sabíamos a ciencia cierta, de que si íbamos a morir, sería todos acompañados y abrazados”, reiteró.

“Fueron más de diez terribles horas en que vivimos la peor pesadilla de nuestras vidas. No podíamos salir a la puerta, porque sabíamos, que las ráfagas entrarían a la casa y esto sería lo peor. No teníamos ninguna clase de información. La única esperanza era rezar”, sostuvo.

“A medida que pasaba el viento, más y más, aumentaban los ruidos dentro de la casa. Sobre el techo cayeron árboles. Sentimos los golpes brutales. En un radio de pilas, algunas veces, oíamos lo que decían los locutores. Pero el ruido dentro de la casa impedía oír bien”, añadió.

“Mi esposa, además de mis hijas, escribieron una carta. Yo también. Y las guardamos dentro de un cofre de cobre bien seguro. Por si moríamos allí, algún día, los rescatistas iban a encontrarlas y divulgarlas ante el mundo”, recordó.

“Rogábamos, porque el paso del tiempo le apurara y, lógicamente, de que la casa siguiera resistiendo el embate del huracán. Nos dolía de que no hubiéramos tomado más medidas de seguridad, pero desafortunadamente no habíamos confiado en los informes de los meteorólogos”, recalcó.

 “Y, por eso, no nos preparamos bien. De lo que sí estaba confiado era de que la casa, que estaba bien construida con bases y paredes de concreto, quizás iba a resistir. Cuando habían transcurrido unas cinco horas, entonces, tuvimos más esperanzas de vivir”, relató.

“Comentábamos entre nosotros que, si salíamos vivos de esta tragedia, entonces, le íbamos a dar gracias a Dios, porque prácticamente volveríamos a nacer”, opinó Joaquín, quien ahora vive con su familia donde otros compañeros en Weston.

“Cuando sentimos que todo se había apaciguado, como una lenta calma, nos “echamos” la bendición y abrimos la puerta. Sólo persistía una llovizna pasajera.  Decidimos que teníamos que salir de allí, porque a lo mejor, el huracán se iba a repetir. O no había pasado del todo por allí”, afirmó.

“Afuera todo olía a destrucción. Cientos de árboles caídos al piso. Carros volteados. Y encima unos de otros. Y casas y apartamentos sin ventanas ni puertas. Y sin techos. Todo era un espectáculo de muerte y de dolor. La casa de mi vecino se derrumbó”, resaltó.

“Por fortuna mi camioneta no había, aparentemente, sufrido daños graves. Puse las llaves y la prendí. Por suerte arrancó. Le avisé a mi familia que vinieran y, todos, nos lanzamos a otra odisea, que era salir de allí rápidamente antes de que se repitiera el huracán”, narró.

“Ya se oían pasar carros de bomberos y ambulancias haciendo aullar sus sirenas. Había paso restringido en algunas áreas dispuestas por la policía. Nos abrimos paso y, poco a poco, en medio de escombros y obstáculos logramos dejar a Fort Myers rumbo a Weston”, enfatizó.

“No pensamos volver pronto a esta ciudad. Las autoridades han advertido a los residentes, que salieron, que dejen algunos días para retornar a sus hogares, al menos, los que quedaron en pie. Por ahora la única alegría es que seguimos vivos”, concluyó. 

“Yo no vuelvo a quedarme en mi casa cuando venga un huracán”, sentenció este colombiano que sobrevivió al paso de esta tormenta.

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