¡NO ME HABLE DE LOS MUERTOS!

Written by Libre Online

24 de enero de 2023

Por Herminio Portell Vilá (1954)

Por un momento dudé en cuanto al título de este artículo, que se me ocurrió que podía ser la angustiada pregunta de «¿Dónde va Cuba?»; pero después me decidí a utilizar la significativa frase que arriba dejo transcrita y que fue una de las de dolorosa irreverencia que tuve oportunidad de escuchar de labios de varios jóvenes compatriotas nuestros, tan cubanos como el lector y como yo, cuando hace pocos días realizaba las gestiones preliminares para que el Partido Municipal Habanero, que yo presido, pueda concurrir a la reorganización de los partidos, a fin de constituir un grupo de ciudadanos unidos y disciplinados, sin facciones y sin tendencias, que pueda hacerse oír con el respaldo popular adecuado, en cuanto a los grandes problemas del momento, de este momento que puede eternizarse sin ventaja para Cuba.

Los organizadores del Partido Municipal Habanero estábamos tratando de obtener los locales necesarios para que en ellos funcionen las comisiones de inscripción o de afiliaciones, cuando se abra el período de la reorganización de los partidos, el mes que viene. En no pocos de los barrios habíamos encontrado vecinos dignos y cívicos que sin mayor dificultad ofrecían los locales para la reorganización, de gratis y con la satisfacción de que cumplían con un deber de cubanos que asumen las responsabilidades de tales. En otros barrios, sin embargo, teníamos que alquilar esos locales, lo que representaba un gasto que el PMH, fundado y sostenido por mujeres y hombres pobres, trataba de evitar.

De ahí que cuando un amigo a quien mucho estimo me indicó que era posible obtener un local en el reparto «El Sevillano», en el acto concerté una cita para ir a tratar personalmente con la dueña de la casa, dispuesta a pagar el módico alquiler que puede representar el uso de un zaguán, una sala, un portal o un garaje, por espacio de unas pocas horas durante trece noches y dos días completos. 

Hasta ahí todo iba bien y ya se había concertado el acuerdo cuando la dueña de la casa me dijo que, además, podía presentarme a un grupo de jóvenes que querían «hacer política» conmigo. Casi en seguida, como si les hubiesen avisado, se presentaron cuatro o cinco jóvenes quienes sin más ceremonia «entraron en materia». 

El que llevaba la voz cantante me dijo que tenía veintidós años de edad y no era, seguramente, mayor que los años que declaraba. Espigado, algo desaliñado en el vestir, vivos los ojos y de mucho aplomo en el habla y en los ademanes, habló crudamente. Sus compañeros era obvio que le reconocían como «líder» y eran contemporáneos suyos, es decir, de aquélla a la que llamaron «la generación del «50», nacidos en los últimos tiempos de la era machadista y criados en las décadas tumultuosas, 

corrompidas y malditas que Cuba ha vivido a partir del 4 de septiembre de 1933, sin estadistas y sin directores de opinión, entregada a los ambiciosos sin escrúpulos, a los defraudadores de las esperanzas del pueblo, a los millonarios «de la política» y a los autodenominados “hombres de acción”.

Lo que sigue es el trasunto de la conversación que allí tuvo lugar entre esos jóvenes y este maestro, historiador y periodista, ya cincuentón, que no se resigna a esperar con los brazos cruzados que se abra otro ciclo de frustraciones nacionales y que tampoco quiere colaborar, ni siquiera por inhibición indisculpable, para que se repita la tragedia que ha vivido nuestro pueblo durante estos veinte años perdidos. Hubo testigos de la conversación, quienes no participaron de ella; pero que pudieran rectificar esta versión de lo ocurrido, si mi memoria me fuese infiel o si yo me apartase de la realidad de las opiniones vertidas porque, de repente, yo hubiese vuelto las espaldas a la verdad por el despecho o por la mala fe, circunstancias que no pueden arrastrarme a la injusticia o a la calumnia siendo, como soy, hombre de convicciones.

—¿Usted es el señor que quiere ser alcalde de La Habana?,— me espetó mi joven interlocutor.

—No, exactamente, – le respondí, — yo soy un ciudadano preocupado con la necesidad de que La Habana tenga un buen gobierno, que sea ejemplo para toda Cuba, y que tiene formada la opinión de que, de esa manera, se trazarían normas de moralidad y de capacidad administrativas para salvar al país. 

Estoy, por supuesto, en contra de la dictadura y siempre he estado en contra de gobiernos dictatoriales y corrompidos, cualesquiera que hayan sido. Jamás colaboré con Machado ni con Batista; pero tampoco con Grau San Martín y Prío Socarrás. Presido el Comité Gestor del Partido Municipal Habanero y creo que tengo la preparación, la energía y el patriotismo que se necesitan para ser un buen alcalde de La Habana; pero estoy dispuesto a apoyar la aspiración alcaldicia de todo cubano que sea honrado, digno y capaz de desempeñar adecuadamente ese cargo.

—Bueno, en ese caso, vamos a hablar de «política”, — siguió diciendo aquel joven, y añadió: Nosotros pertenecíamos a la juventud del PAU y pusimos muchos pasquines y ayudamos en todo y por todo a los, «unitarios» durante la campaña electoral. Claro que nosotros no trabajábamos «por amor al arte», sino porque nos habían prometido darnos puestos si ganábamos las elecciones. Después vino «lo del 10 de marzo» y seguimos ayudando. 

Creíamos tener asegurada la recompensa; pero ¡qué va! Se repartieron los puestos y nos dejaron «fuera de la jugada». Gentes de última hora, que no habían hecho nada, que no se habían sacrificado, recibieron nombramientos y ventajas y para nosotros ¡nada! Las «botellas» eran para otros y nos engañaron; pero ¡no importa!: esta vez queremos jugar «al segurete». Podemos organizar la «juventud» del Partido Municipal Habanero y tenemos mucha gente y sabemos cómo hay que «trabajar». Ahora vamos a ver qué es lo que usted ofrece…

Yo me quedé perplejo con aquella descarnada proposición, que no era hecha por un encanecido «sargento» político, de los de a tanto la cédula, tipo bastante frecuente en la fauna política cubana. Un joven, casi un niño, pues en 1950 ni siquiera tenía el derecho al voto, me decía con toda crudeza que “había que ponerse para su número” si los organizadores de un movimiento cívico como el del Partido Municipal Habanero, querían contar con el apoyo de “aquella” juventud, prematuramente envejecida en las artes, las malas artes, de la politiquería.

–Me parece que aquí todos nos hemos equivocado, – acerté a decirle: Yo me he equivocado al creer que la colaboración ofrecida por ustedes respondía a las mismas motivaciones que nos mueven a los organizadores del Partido Municipal Habanero; pero ustedes se han equivocado, también, al asumir que todos los que «hacemos política», contemplamos el procedimiento para la elección de los gobernantes como un intercambio de servicios por puestos públicos. 

De mi sé decirle, joven que, si participase de las elecciones convocadas, porque fuese digno y honorable hacerlo así, y resultase electo alcalde de La Habana, si por un lado combatiría la maldita institución de la «botella», por el otro ampararía en sus cargos a todos los empleados que trabajan honradamente, cualquiera que fuese su filiación política. Soy tan cándido que creo en el buen gobierno y para lograr que lo haya es que trabajo, sin pensar en ventajas personales.

Intervino entonces en la conversación otro individuo, que había venido poco después del grupo de jóvenes, bastante mayor que ellos, vestido con elegancia y hasta con lujo, y sin duda su principal mentor en «política». Mientras yo hablaba me había contemplado burlonamente, como si estuviese escuchando los mayores despropósitos, y había llegado a preocuparse por el efecto que mis sinceras y hasta ingenuas palabras pudieran producir en aquellos jóvenes, de quienes era el oráculo.

—Mire, «doctor”, — me dijo con la más pintoresca suficiencia, — «eso» de acabar con las «botellas» aquí, en Cuba, es un decir y nada más. Tengo cuarenta y tres años de edad y a todo lo que recuerdo, aquí siempre ha habido «botellas» y las habrá. Los cubanos necesitamos vivir de la «botella». No todos pueden «coger» como Alemán y fue una lástima que yo no pudiese «enredarme» con dos o tres millones de pesos, en sus tiempos. Como que la mayoría de nosotros no tiene oportunidad de entrar en los «buenos negocios», nos conformamos con la «botella», porque no nos queda otro remedio; pero no estamos conformes con que ni siquiera «nos toque»…

—Creo que usted está equivocado, —comencé a objetarle, tratando de dominar la repugnancia que me producían sus palabras; pero me atajó para decirme: No me «corte», «doctor». Es conveniente que esta «juventud» me escuche para que sepa que aquí la «política» es robar y que el que no lo hace es porque no puede o porque es un bobo. Cuando ya la gente tiene dinero, se les respeta y a nadie le preocupa como se hizo el dinero. 

Más aún, este país está tan podrido que yo creo que no hay más allá. Lo que aquí pasa no pasa en ningún otro lado. Nosotros le damos ciento y raya en el negocio de la política al mundo entero. No hay quien haya llegado a lo que hemos llegado nosotros para aprovecharnos de la política. Cuando el 10 de marzo, solamente en el Ministerio de Agricultura que es el que yo conozco, sobraron siete mil cheques de empleados que no se atrevieron a reclamarlos porque eran «botelleros». «Se pusieron, de malas» y perdieron…

No hubo protesta o inconformidad alguna por parte de los jóvenes que escuchaban cómo se calumniaba a su pueblo…, a ellos mismos. Pudiera decirse que bebían con indiferencia el veneno de aquellas palabras malsanas y corruptas, fundadas en mentirosas generalizaciones y hasta en falsas afirmaciones, como la de que el Ministerio de Agricultura haya tenido, en ningún momento de su historia, siete mil empleados, y las aceptaban como si se tratase de la regla de oro de la conducta ciudadana en 1954.

Ni que decir tiene que me rebelé contra aquella sarta de mentiras y que con toda firmeza y con sobra de razones las rebatí. Conocedor, como soy, de los extremos a que ha llegado la corrupción política en Cuba y en otros países, no hay quien pueda sostener en presencia mía la tesis, mentirosa y estúpida, de que “esto no tiene remedio” sin que yo le salga al paso para señalarle al que tal pretenda que cuando hace la apología del robo en política, calumnia al pueblo cubano y trata de disimular su propia flaqueza cívica haciéndola extensiva a todos sus compatriotas.

Reconozco que puse calor en mis palabras ¡cómo no había de hacerlo!; pero era que me daba cuenta de que se juzgaba y se condenaba a todo el pueblo de Cuba por las culpas de los malos cubanos, que son los menos, y de que aquellos jóvenes en pleno descreimiento cívico se habían desvinculado de las mejores tradiciones patrióticas de nuestro pueblo, de las que había sido la doctrina para Cuba libre sin «hato de generales, ni foro de leguleyos». 

En el curso de mi argumentación aludí a los ideales, los heroísmos y los sacrificios de Martí y Céspedes, de Maceo y Agramonte, etc., pero el joven dirigente me interrumpió al cabo de unos momentos para decirme: Mire, «doctor», ¡No me hable de los muertos! Para aquellos muchachos los grandes patriotas de nuestras luchas por la independencia, los héroes y los mártires, eran simplemente «los muertos» y no querían que les hablasen de ellos. 

Su interés estaba en los vivos, en esos vivos que han surgido y proliferado en Cuba, los que mienten sus juramentos, los que se encorvan ante cualquier vencedor, los que adulan al poderoso, los que compran voluntades, los que se enriquecen de cualquier modo, los que humillan y perjudican a su Patria y los que se burlan de sus grandes hombres…

Convengo en que, a fuerza de engaños y defraudaciones, hay palabras que en Cuba han perdido todo valor y se las considera como mercancía averiada o como tapa para la misma. Se ha abusado de las grandes promesas por los incapaces de cumplirlas. 

Se le ha mentido al pueblo y el triunfo del mentiroso ha sido solemnizado y elogiado. Se ha llevado y se lleva a cabo una labor condenable en contra del patriotismo, del espíritu nacional, de la austeridad en la conducta y de la honradez en la vida pública, y esa labor ha ejercido una perniciosa influencia en la formación del espíritu de cubanía, hasta despojarlo de su contenido moral y convertirlo en una facultad de vivir con lujo e irresponsablemente…

Pero aún con la admisión de que todo eso es así y de que los más nobles vocablos se han prostituido y desprestigiado, la discusión con aquellos «jóvenes-viejos», ya descreídos y dispuestos a entregarse al mejor postor, me resultó una experiencia en extremo dolorosa. 

Los del PAU les habían dejado fuera del reparto de las «botellas» a las que aspiraban, porque se las dieron a otros más favorecidos por la generosidad de los que mandan, de aquéllos que proclamaban que iban a adecentar la vida pública, y se disponían a sumarse a cualquiera, siempre que hubiese una posibilidad de conseguir sinecuras, dinero fácil y sin trabajo y libertad para despilfarrarlo.

¿Dónde se había normado el fango en el que con tanta fruición preferían revolcarse aquellos jóvenes cubanos y su digno mentor, el apologista de la «botella»? Había comenzado a formarse en el hogar, en la quiebra de la moral familística, se había continuado en la escuela para los que a ella habían asistido y para ellos y para los analfabetos en el ambiente de la calle, del café, del empleo, del club, de las diversiones, etc., para completarse en el ejercicio de los deberes y de los derechos ciudadanos como si se tratase de fórmulas para el enriquecimiento personal.

No hay ya que preguntar cuántos hombres maduros, de espaldas a sus convicciones, no han cumplido con sus deberes de cubanos ni ejercido adecuadamente sus derechos de tales. Esos hombres maduros ya no dan más de sí, están vencidos y han infligido daños mayores o menores al pueblo de Cuba con su conducta; pero ¿qué decir de unos muchachos que quieren «hacer política» y que, teniendo por delante toda su vida, desde ahora están comenzando por dónde antes terminaban los hombres de patriotismo acomodaticio o flojo?

Por supuesto que allá les dejamos con sus maquinaciones y con sus cálculos, con su mentor, tan satisfecho de sí mismo salvo en lo tocante a que no había podido “aprovecharse» como Alemán, y con sus aspiraciones a «embotellarse». ¿Habrá quién los salve? ¿Podrá redimírseles de la desmoralización en la que han caído, hasta convertirlos en ciudadanos dignos y respetables? Hay respuestas positivas a esas preguntas. 

Si los hombres que llegan al poder en nuestro país son honrados, ilustrados, laboriosos…, ¡ejemplares, en una palabra!, puede haber normas directrices que se extiendan hasta la entraña del pueblo cubano para demostrar que «hacer política» no es disponerse a robar los dineros públicos; que servir en un cargo electivo, a cualquier nivel que sea, si se hace honradamente, es cumplir con la Patria:.., ¡que hay que cumplir el mandato de «los muertos» respecto a que Cuba es ara y no pedestal, para servirla y no para servirse de ella! 

Si por desgracia llegase a generalizarse la actitud de mis interlocutores del otro día y en Cuba no se pudiese hablar de «los muertos» e invocar su ejemplo y sus palabras, ¡ya no valdría la pena de ser cubano y este pedazo de tierra atormentado por las malas pasiones de los hombres estaría mejor bajo las aguas del Atlántico que sosteniendo a un pueblo que se avergonzaba de sus héroes y de sus mártires!

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