La Navidad es la más afortunada de las festividades religiosas. Supremo capítulo de la maravillosa leyenda cristiana favorece su profunda significación mística con una oportunidad cronológica insuperable.

Se presenta vestida de alegría y enjoyada de esperanza, en una época del año en que el hombre se postra vencido bajo los fracasos y los sufrimientos de 12 meses de lucha infructuosa contra sus semejantes y contra sus propias conciencias. Y su advenimiento es el sésamo milagroso que abre las puertas del entusiasmo, de la ilusión y de la fe en los días nuevos.

No es raro, por lo tanto, que la Navidad haya  pasado los límites de un símbolo religioso para convertirse en un acontecimiento periódico de infinito valor humano, ensanchando su eficacia espiritual. Es la festividad enúmerica por excelencia en su sentido etimológico. Es un feliz contagio de optimismo, de júbilo, de estímulo: un bello pretexto para enmascarar el dolor y el hastío: y es el tema largo y ansiosamente esperado por los filósofos de fin de año.

No importa que el año que nos abandona haya sido uno de los más adversos que registre nuestra existencia republicana. Adverso, tanto en el orden material como en el moral, pues no se puede ocultar que nuestro desastre es doblemente lamentable. Pero olvidemos el pasado y gritemos como un gran poeta de América:

Aún guarda la esperanza la caja de Pandora.

Ya vendrán días mejores, mientras tanto,  a todos sus lectores, LIBRE les desea unas pascuas de completa felicidad, ojalá que acontecimientos como en lo deportivo representó este domingo la victoria Argentina en el Mundial, podamos ya comenzar a recoger realizaciones así en los distintos campos de la vida humana.